mismo modo que a veces se disfruta con la picadura de un mosquito (el picor les proporciona algo que rascar). No como la picadura de una abeja, no como las llagas sangrientas que Ciceron inflige a sus enemigos con una o dos palabras mordaces.

Davo nos dejo entrar. Por la expresion de su cara supe que pasaba algo. Antes de que Davo pudiera decir palabra, una voz retumbo detras de el.

– ?El cabeza de familia, por fin en casa!

Era un hombre imponente, probablemente un gladiador o un soldado a pesar del tejido ricamente adornado de su tunica gris y su capa verde oscura. Le habian roto la nariz, mas de una vez probablemente, y las manos eran tan grandes como la cabeza de un lactante. Su propia cabeza era tan calva y casi tan fea como la de estas tiernas criaturas. Tenia el aspecto propio del hombre que atraviesa infinidad de peligros sin que nadie le tosa encima.

– Un visitante aclaro Davo innecesariamente.

– Ya, veo. ?Quien te envia, ciudadano? -dije al observar el anillo de acero que lucia en el dedo. Seria el liberto de alguno, probablemente.

– El Grande -dijo sin mas preambulos. Su voz era como arenilla en el canal de desague.

– Te refieres…

– Asi es como siempre le llamo. Como le gusta que se dirijan a el.

– No me cabe duda. Y ?que es lo que el Grande…?

– Que le honres con tu presencia. Tan pronto como puedas.

– ?Ahora?

– A menos que puedas venir antes.

– Davo…

– Si, amo.

– Dile a tu ama que ya tengo otro encargo. Me imagino que este me llevara fuera de las murallas.

– ?Quieres que te acompane?

Mire al hombre, al que decidi apodar Cara de Nino, que sonrio y dijo:

– He traido conmigo a una tropa de guardaespaldas.

– ?Donde estan?

– Les dije que esperaran al otro lado de la calle, en la parte baja de la Rampa. Me imagine que no habia necesidad de molestar a tus vecinos con tanto trafico.

Eres mas discreto que algunos de los que han llamado hoy a mi puerta.

– Gracias.

– Eco, ?me acompanas?

– Eso ni se pregunta, papa. -A Eco tampoco le habian presentado nunca al Grande. Note que se me revolvia el estomago de repente. No podia culpar al cocinero de Ciceron.

De manera que me puse en marcha por tercera vez aquel dia, pensando de nuevo en aquel viejo proverbio etrusco. Pero aquello no era caer chuzos de punta. Era un diluvio.

Capitulo 12

La ley prohibe cruzar el recinto amurallado a cualquier hombre al frente de un ejercito. Tecnicamente, Pompeyo era el jefe militar, aunque su ejercito estaba en Hispania; habia juzgado conveniente delegar la operacion en lugartenientes mientras el permanecia cerca de Roma para vigilar la crisis electoral. Residia en su villa del monte Pincio, en las afueras, no lejos de las murallas. Como Pompeyo no podia ir a Roma, Roma iba a Pompeyo, como habian hecho las turbas cuando corrieron a su villa para ofrecerle las fasces consulares, o como Milon habia hecho cuando fue en busca de una audiencia sin mucho exito, o como haciamos Eco y yo aquella tarde.

Cara de Nino y su tropa de gladiadores cerraron filas en torno a nosotros, como una tortuga acorazada, para el paseo que hicimos bajando la Rampa y atravesando el Foro y la Puerta Fontinal. Cruzamos los limites tradicionales de la ciudad cuando traspasamos la puerta, pero la Via Flaminia estaba abarrotada de edificios tanto fuera como dentro de las murallas. Poco a poco, los edificios fueron disminuyendo en tamano y en numero hasta que llegamos a una zona abierta. Las inutilizadas casetas publicas para votar estaban a nuestra izquierda. Mas adelante, a la derecha, habia una puerta alta y custodiada que se abrio cuando nos acercabamos.

El sendero adoquinado llevaba por jardines colgantes, unas veces en pendiente, otras con escalones, serpenteando a derecha e izquierda a medida que ascendia. Los terrenos a un lado y a otro estaban cubiertos por un manto de tonos grises y pardos invernales, la monotonia de los arboles y arbustos desnudos se mitigaba con estatuas de marmol o bronce aqui y alla. Un regio cisne, que podia ser Jupiter seduciendo a Leda, embellecia el pequeno estanque circular. Pasamos junto a un muro bajo, en donde habia un nino esclavo sentado, quitandose una espina del pie; estaba pintado con colores tan vivos que lo habria confundido con uno de carne y hueso, de no ser porque andaba en cueros bajo aquel tibio sol. No vi dioses ni diosas en el jardin hasta que llegamos ante el socorrido Priapo, guardian y promotor de las cosas que crecen, que ocupaba una hornacina situada en un alto seto, sonriendo lascivamente y exhibiendo una ereccion casi tan grande como el resto de su cuerpo. La punta del falo de marmol se habia vuelto suave y brillante por las constantes caricias de los que por alli pasaban.

Llegamos por fin a la villa, en donde otros gladiadores montaban guardia delante de un par de portalones de madera con incrustaciones de bronce. Cara de Nino nos dijo que esperaramos mientras el entraba.

Eco me tiro de la manga. Cuando me gire, no hubo necesidad de preguntarle que queria ensenarme. La vista era espectacular. Las ramas entrelazadas y las copas de los arboles ocultaban el sendero por el que acababamos de subir, de igual manera que la Via Flaminia y las casetas para las votaciones, que estaban inmediatamente a nuestros pies, pero debajo y mas alla de las copas de los arboles se extendia delante de nosotros el Campo de Marte en toda su extension. Los antiguos terrenos por los que se solia desfilar y las pistas de instruccion ecuestre habian desaparecido casi por completo en el transcurso de mi vida, y ahora estaban llenas de viviendas baratas y almacenes revueltos. Dominando todo lo demas, el gran complejo construido por Pompeyo durante su consulado dos anos antes, una extension de salas de reunion, galerias, fuentes, jardines y el primer teatro permanente de la ciudad. A continuacion, como un gran brazo que se curvara por el Campo de Marte, el Tiber, cuyo curso iba marcado por un manto bajo y grueso de neblina que permitia tan solo visiones momentaneas de los jardines y las villas de la otra orilla. La villa ajardinada de Clodia, en donde los jovenes elegantes de Roma solian nadar desnudos para divertimento de la senora, estaba en alguna parte de aquella lejana orilla. Todo el paisaje semejaba un cuadro realizado en apagados tintes invernales de ocres y verdegrises, blancos y azulados.

Eco volvio a tirarme del codo y me hizo senas con la cabeza en direccion al sur. El complejo de la villa obstaculizaba la vista de la mayor parte de la ciudad propiamente dicha, excepto la escasa vision de los templos del monte Capitolino y el caotico paisaje urbano. A lo lejos, quizas en el monte Aventino, una estela de humo ascendia como una columna de marmol en el aire apacible. Fuera cual fuese el caos reinante en la base de aquella columna, se hallaba demasiado alejado para que pudieramos verlo u oirlo. ?Es que el hombre empezaba a sentirse distante y despreocupado cuando contemplaba Roma desde un sitio tan elevado? ?O acaso se volvia todavia mas profundamente consciente de los edificios que ardian y del caos en las calles, observando Roma desde posicion tan privilegiada, propia de los dioses?

Las puertas se abrieron estrepitosamente a nuestras espaldas. Cara de Nino aparecio con una sonrisa torva en los labios. -El Grande os vera ahora.

Debi de ponerme muy nervioso cuando Cara de Nino nos hizo pasar por el vestibulo, el atrio y un tramo serpenteante de escaleras porque despues, cuando Bethesda me pregunto, no pude recordar nada del mobiliario ni de los detalles decorativos, aunque si que pude evocar vividamente que tenia la boca tan seca como la vitela y el corazon parecia haberseme inflado hasta el doble de su tamano.

Nos llevaron hasta una sala de muchos ventanales situada en el ala sudoeste de la casa. Cortinajes y postigos habian sido descorridos y abiertos para permitir una vista amplia de la ciudad. La columna de humo que ascendia por el sur, la misma que habiamos vislumbrado desde la entrada, se hallaba en el centro del paisaje; y pronto hubo otras dos, cerca y a la izquierda, que probablemente correspondian a incendios del monte Esquilino y de la

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