Subura. Pompeyo se hallaba de pie junto a los ventanales, de espaldas a nosotros. Al principio era solo una silueta, una corona de despeinados rizos encima de unos hombros imponentes y un torso robusto bien acolchado. Cuando mis ojos se adaptaron a la luz, vi que llevaba un traje largo y voluminoso de lana color verde esmeralda. Tenia las manos entrelazadas a la espalda y se golpeaba los dedos nerviosamente. Nos oyo entrar y se giro lentamente. Cara de Nino se movio discretamente hacia un rincon. Vislumbre por la ventana la sombra de otro vigilante en el balcon.
Pompeyo era de la edad de Ciceron, lo que significaba que era unos anos mas joven que yo. A mi me habria gustado tener tan pocas arrugas, aunque no tanta papada. Se me ocurrio que quizas Pompeyo fuera de los que en plena crisis se sienten inclinados a comer. Dirigir ejercitos en movimiento lo mantenia ocupado y en forma. Escondido en su villa del Pincio, habia aceptado soportar el peso del mundo.
Pero no se me ocurrio ningun juego de palabras en aquel momento. No era ni Fulvia ni Clodia, misteriosas y tristemente decididas, aunque vulnerables en razon de su sexo. Tampoco era Ciceron ni Celio, sujetos conocidos con los que podia intercambiar chascarrillos. Era Pompeyo.
Cuando Pompeyo era joven, los poetas habian entonado encendidos canticos a su belleza. Con su melena exuberante y revuelta por el viento, su frente despejada y su cincelada nariz, las gentes consideraban otro Alejandro al joven general incluso antes de que sus proezas militares demostraran que tenian razon. La expresion tipica del joven Pompeyo habia sido una media sonrisa placida y sonadora, como si la contemplacion de su propia grandeza futura lo mantuviera siempre animado pero tambien algo reservado. Si su cara tenia algun defecto, era su tendencia a la redondez y al relleno de los labios y las mejillas, que le hacia parecer tanto maduramente sensual como agradablemente regordete, dependiendo del angulo y de la luz.
A medida que se hacia mayor daba la impresion de que su cara se aplanara un poco y se hiciera aun mas redonda. La cincelada nariz se habia tornado mas carnosa. Se rapo la melena como gesto de aceptacion de la madurez. La sonrisa era menos sensual, mas complaciente. Al aumentar su prestigio y poder, fue como si Pompeyo tuviera menos necesidad de la belleza fisica, de manera que dejo a un lado la atractiva indumentaria de su juventud.
Yo habia visto todo esto a distancia mientras Pompeyo se construia su carrera, perorando en los tribunales de justicia, haciendo campana en el Campo de Marte para acceder a un cargo publico, abriendo una enorme ringlera por todo el Foro, asistido por su numeroso sequito de lugartenientes militares y politicos, que a su vez iban asistidos por su propia camarilla de seguidores que buscaban los favores de segunda mano por parte del Grande. Pero lo que no puede verse a distancia son los ojos de un hombre; en aquel momento vi los de Pompeyo clavandose en los mios con una intensidad desconcertante. Por alguna razon me recordo una frase famosa de su juventud. Cuando lo enviaron para expulsar de Sicilia a los enemigos del dictador Sila, la gente de la liberada ciudad de Massana habia afirmado que Pompeyo no tenia ninguna jurisdiccion sobre ellos por los antiguos convenios que habian firmado con Roma. Pompeyo les habia replicado: «?No cesareis de citarnos leyes viendo que cenimos espada?».
– Gordiano el Sabueso -dijo-y Eco, tu hijo adoptivo. Sonrio y asintio como si estuviera satisfecho consigo mismo por haber recordado detalles tan insignificantes sin un esclavo que le refrescara la memoria-. No nos habian presentado antes, ?verdad?
– No, Grande.
– Ya me parecia a mi.
El silencio que siguio se me hizo incomodo; sin embargo, parecia que a Pompeyo no le pasaba lo mismo pues continuo paseandose delante de nosotros con las manos enlazadas a la espalda.
– Has tenido un dia muy ajetreado -dijo por fin.
– No comprendo, Grande.
– Clodia viene para llevarte con ella en su litera. Visitas a Fulvia. Supongo que Sempronia estaba alli tambien. No bien llegas a tu casa, el liberto de Ciceron viene a buscarte a ti y a tu hijo. Salis para conversar con Ciceron y Celio. Milon no estaba hoy, ?verdad?
Iba a responder, pero vi que Pompeyo no me miraba a mi sino a Cara de Nino, que negaba con la cabeza al tiempo que respondia:
– No, Grande. Milon no ha salido de su casa en todo el dia. Pompeyo meneo la cabeza y volvio a mirarme.
– Pero tu te has visto antes con Milon, en la casa de Ciceron.
No era una pregunta, pero parecia requerir una contestacion: una aceptacion mas que una respuesta.
– Si.
– Ha pasado mucho tiempo desde que vi por ultima vez a Tito Anio Milon. ?Que aspecto tiene ahora?
– ?Su aspecto, Grande?
– Ha estado siempre muy orgulloso de su imponente fisico; se apodo a si mismo Milon por el legendario luchador de Crotona y todo eso. ?Se tiene en pie?
– Se le ve bastante bien.
– ?Y su estado animico?
– No estoy al corriente, Grande.
– ?No? Pero tu lees las senales, ?o no? Seguro que puedes leer en su cara, en su voz.
– Milon esta preocupado, enfadado e inseguro. Pero no necesitas que yo te lo diga.
– No, claro que no. Su sonrisa parecia sincera, sin ironias, solo un gesto de agradecimiento por no hacerle perder el tiempo-. ?Que queria Clodia de ti esta manana? -Al verme dudar, fruncio el entrecejo-. No me digas que no es asunto mio. Lo es. Todo lo que ocurre en Roma hoy dia es asunto mio. ?Para que te queria Clodia?
– Para llevarme ante Fulvia. Solo para eso.
– Y que queria Fulvia?
– Grande, seguramente las palabras dichas en confidencia por una viuda desconsolada…
– Sabueso, me estas haciendo perder la paciencia. Considere la manera de responderle.
– Determinado senor se le ha aproximado. No esta segura de poder confiar en el.
– ?No habran empezado a llamar a su puerta los pretendientes!
– No es un pretendiente exactamente -dije, aunque en realidad Marco Antonio habia sido en una ocasion amante de Fulvia, si se habia de creer a Celio.
Pompeyo parecio profundamente interesado.
– Bueno, no te presionare por los detalles; las quimeras personales de Fulvia no me interesan. ?Has aceptado ayudarla?
– Aun no me he decidido.
– Quiza yo podria serte de alguna ayuda. ?Quien sabe? Podria disponer de cualquier informacion que estuvieras buscando.
Parecia poco probable. Marco Antonio era hombre de Cesar, no de Pompeyo.
– ?Me estas ofreciendo tu ayuda, Grande?
– Quizas. Soy un hombre razonable. Si yo puedo darte algo de valor, supongo que tu estaras mas dispuesto a darme lo que yo quiera…
– ?Que es lo que quieres de mi, Grande?
– Estaremos en ello dentro de un momento. ?No tienes ninguna pregunta que hacerme?
Pense detenidamente y no vi ningun peligro en responder.
– ?Que puedes decirme acerca de Marco Antonio?
– ?El lugarteniente de Cesar? Se que su padre armo un buen revuelo limpiando los mares de piratas antes de que el Senado me concediera finalmente el cargo. Y que su padrastro fue ejecutado por traicion a requerimiento de Ciceron. Y recuerdo que Marco Antonio se alisto como soldado en mis antiguos lugares predilectos de Oriente durante unos anos antes de firmar un contrato con Cesar. ?Que mas hay que saber?
– Quizas nada.
– Por Hercules, no sera el el que corteja a Fulvia, ?verdad? No veo como. Ya esta casado con su prima Antonia, y esa no es la clase de matrimonio del que sea facil salir. Pero si es un pretendiente, Fulvia haria bien en evitarlo; ese es mi consejo. Clodio puede que haya sido un extorsionista y un alborotador, pero por lo menos sabia como llevar plata a casa; mira, si no, la casa en que acabo viviendo. El joven Marco Antonio es otra historia. Como Cesar y el resto de su camarilla, cada vez estan mas endeudados, siempre vendiendose al mejor postor para que les saque de un apuro. Esa panda de inutiles tendran un aciago final. Solo espero que no arrastren consigo a la