– Alli debe de estar. Parece un establo, ?verdad? Normalmente, las ristras de peces colgados lo harian invisible. Veo una puerta abierta y una luz en el interior. Ya debe de haber alguien despierto.

Un estrecho sendero flanqueado por cipreses conducia a un edificio bajo y alargado a la sombra de la muralla. Traspase la puerta abierta y me recibio un hedor a excrementos de caballo y a heno (que fue un verdadero alivio del olor a pescado), y una horca apuntando a la garganta.

– ?Quien eres? ?Que quieres? -El hombre sostenia una lampara en la otra mano. El resplandor iluminaba su cara, vigilante y demacrada.

– Venimos de parte de tu amo -dije-. Crei que nos estarias esperando.

– Tal vez. ?Como te llaman?

– Sabueso.

– De acuerdo. -El hombre bajo la horca-. Tengo que andar con mil ojos. Ha habido muchos problemas ultimamente. Hombres desesperados, caballos excelentes y yo en medio (el unico que pagara si se roba alguno). ?Comprendes? Y te dire mas. El amo guarda aqui algunos caballos estupendos. Se ha de ser militar para apreciar realmente lo que vale un caballo. Los tiene aqui por conveniencia, para cuando quiere darse un garbeo a caballo por su finca, que esta hacia el sur. Ven a verlos. Cuidado, sigue la lampara. Dijo que podias elegir el tuyo. ?Cuantos sois? ?Tres? Aqui, da la casualidad de que tengo tres negros sin una mancha blanca. Yo en tu lugar me llevaria estos.

Vi los tres a los que se referia y me aproxime al mas cercano. El animal tenia el cuello largo y potente y los ojos brillantes.

– ?Por que? ?Son los mas rapidos?

Se encogio de hombros.

– Tal vez si, tal vez no. Pero son con seguridad los mas dificiles de distinguir al anochecer. Algo a tener en cuenta en estos dias si se quiere pasar inadvertido cuando se sale a campo traviesa de noche.

Los tres caballos parecian bastante sanos y resistentes y, en efecto, eran muy negros; incluso bajo el resplandor de la lampara tendian a desvanecerse en las sombreadas cuadras. Acepte el consejo.

Davo tenia algunas dificultades para montar su caballo. Al parecer, no habia montado en su vida.

Eco parecia totalmente disgustado -no enfadado con Davo sino consigo mismo por no haber previsto un detalle tan elemental antes de salir de viaje-. ?De que servia un guardaespaldas a caballo si no sabia controlar su montura? Davo era ahora mi guardaespaldas personal; debia haber sido yo el que preguntara si sabia montar pero me habia acostumbrado tanto a Belbo que lo di por supuesto.

– ?Ni siquiera has estado alguna vez subido a un caballo? -pregunte.

– No, amo.

– ?No tienes ni idea de montar a caballo?

– Ninguna, amo. -Davo lanzaba miradas a un lado y a otro del terreno, con cierta inseguridad, como si estuviera subido a una mesa desvencijada.

– Entonces, hoy aprenderas -dije. Y mariana no podras tenerte en pie, pense para mi. ?De que me serviria un guardaespaldas con las nalgas doloridas y las vertebras de un viejo?

El caballo relincho. Davo se sobresalto y se agarro con fuerza a las riendas. El mozo de cuadra se estaba divirtiendo de lo lindo.

– No te preocupes. Ya te digo, estos caballos son de lo mejorcito. Entrenados para hacer lo que uno quiera. Los caballos de combate no pierden la cabeza nunca. Son mas listos que cualquiera de tus esclavos, eso seguro. ?El Grande incluso deja que los monten las mujeres!

Davo tomo aquel comentario como un desafio. Arrugo el ceno, elimino la expresion inquieta de su cara y se enderezo en la montura.

Trotamos un rato fuera de las cuadras para que nuestras monturas se acostumbraran a nosotros. Eco estaba preocupado, pero no por Davo.

– ?Crees que ha sido buena idea llevar desconocidos a casa?

– Son hombres de Pompeyo. ?No crees que podemos confiar en ellos?

– Supongo que si…

– Era el unico modo. Bueno, tal vez no fuera el unico. Efectivamente, Pompeyo habia ofrecido su antigua casa familiar para que se instalaran en ella Bethesda, Menenia y Diana, ademas de todos los sirvientes que necesitaran, durante el tiempo que Eco y yo estuvieramos fuera. La casa estaba situada dentro del recinto amurallado, en el barrio de Las Carinas, en la pendiente occidental del Esquilino. Era una idea sensata. Ciertamente, habrian estado seguras alli y la casa se hallaba a medio camino entre la de Eco y la mia. Pero yo no queria llegar tan lejos ni introducirme con tanta rapidez en el circulo de Pompeyo. Dejar a mi familia al cuidado de Pompeyo por completo significaria dejarla totalmente en su poder y seguramente los intrusos lo advertirian de alguna manera. Por otra parte, para mi era impensable salir de Roma, aunque solo fuera por unos dias, sin hacer nada por salvaguardar los enseres de la familia, especialmente si Eco se venia conmigo, hecho en el que insistio mucho. La solucion fue pedir prestada una tropa de guardaespaldas a Pompeyo como parte de los emolumentos, suficiente para proteger tanto la casa del Esquilino como la del Palatino en nuestra ausencia. Pompeyo accedio. Sus hombres habian llegado temprano a mi casa aquella manana, antes de que Eco y yo partieramos.

– No me gusto el aspecto de algunos de aquellos individuos -rumiaba Eco.

– Pues creo que eso es lo que interesa, que den miedo.

– Pero ?podemos confiar en ellos?

– Pompeyo dice que si. Dudo que haya un hombre en toda la tierra mejor que Pompeyo para mantener la disciplina en sus propias filas.

– Bethesda no estaba contenta.

Bethesda no esta contenta con nada de todo esto. Su casa es un verdadero caos, su marido camina otra vez por terreno cenagoso y los gladiadores de otro hombre le estan llenando la casa de barro. Pero sospecho que estaba secretamente contenta de tener proteccion. Aquellos hombres que saquearon la casa y mataron a Belbo…, aquello la inquieto mas de lo que quiere admitir. Y recuerda estas palabras, cuando regresemos tendra a todos esos energumenos de Pompeyo entrenados en quitarse las botas antes de pisotearle las alfombras y en pedir permiso antes de ir al servicio.

Eco se echo a reir.

– Quizas Pompeyo la contrate como sargento instructor. -Seguimos cabalgando un rato-. Menenia estuvo bastante razonable con todo el asunto empunto. El tono melancolico de su voz me hizo sospechar que habian llegado a un entendimiento mas que espiritual durante la noche.

Menenia es la encarnacion de la sensatez -dije.

– Y Diana…

– No me lo digas. Ya me fije en el modo en que le echaba el ojo a algunos de esos individuos. Preferiria no pensar en ello.

Davo se movio incomodo y carraspeo, pero Eco insistio en el tema.

– Tiene diecisiete anos, papa. Deberia casarse pronto.

– Quizas, pero ?como? Un matrimonio decente supone negociaciones entre las familias, planes, participaciones a los amigos…, todo lo que tuvimos que hacer cuando te casaste con Menenia. ?Te imaginas organizando todo eso tal como estan las cosas?

– Los desordenes acabaran, papa. Las cosas volveran pronto a su estado normal.

– ?Tu crees?

– La vida sigue, papa. Todo tiende a mejorar.

– ?Ah, si? En estos tiempos, yo no estoy tan seguro.

No nos cruzamos con una sola alma en todo el camino, al menos no con una viva. Alineados a lo largo de la carretera, como siempre en las principales vias publicas en las afueras de la ciudad, se sucedian tumbas y sepulcros grandes y pequenos. Los entierros dentro de las murallas eran ilegales, de manera que los vecindarios de los muertos comienzan tan pronto como se sale de la muralla. Retorcidos cenotafios con inscripciones desgastadas por el paso del tiempo se erguian junto a retratos de familias recien esculpidos en marmol y piedra caliza. Entre las tumbas mas distinguidas se hallaban las de los Escipiones, la familia cuya gloria habia dominado Roma en la epoca anterior al nacimiento de mi padre. Conquistaron Cartago y comenzaron a consolidar el

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