– ?Por que estas tan seguro si yo no lo estoy?

– Te golpearon en la cabeza, papa, ?recuerdas? Creo que estabas mas aturdido de lo que crees.

– Estaba lo bastante despierto para darme cuenta de que cruzabamos Roma. Tendriamos que haber hecho ruido entonces y alli haber corrido el riesgo.

– ?Riesgos? Papa, hemos discutido lo mismo mil veces. No teniamos ninguna posibilidad. Tuve una daga pinchandome todo el tiempo, y tu tambien, hasta que cruzamos la ciudad y estuvimos al otro lado.

– ?Estas seguro de que salimos por la Puerta Fontinal?

– Si, pude oir…

– Ya lo se. Oiste a alguien preguntando por la calle de los Plateros y le dijeron que tenia que seguir en linea recta y girar a la derecha.

– Exacto. Asi que en aquel momento teniamos que estar cruzando la Puerta Fontinal para dirigirnos hacia el norte por la Via Flaminia.

– Pasamos el Campo de Marte -murmure-y las casetas electorales. A estas alturas deben de estar cubiertas de cizana.

– A la derecha dejamos la villa de Pompeyo en el monte Pincio -dijo Eco-. Quiza el mismo Grande estaba mirando desde su jardin y penso: «?Adonde ira ese carro lleno de sacos de cebollas? ?Y cuando tendre noticias de ese Sabueso y de su hijo?».

– Si Pompeyo nos hubiera dedicado al menos un pensamiento… ?Si no hubiera sido el mismo Pompeyo el que nos metiera en esto! -Paseaba de un lado a otro, lo poco que me permitia el reducido espacio del pozo-. Y, mas tarde, nos adentramos en el campo, en direccion al norte y al oeste durante una horrible eternidad.

– No fue una eternidad, papa. Fueron cuatro dias. Lo recuerdo perfectamente.

– Sigo diciendo que pongamos las cuatro primeras marcas entre parentesis, ya que no estamos seguros.

– «Tu» no estas seguro. Si vuelves a dibujar los parentesis, los borrare otra vez.

En cierta manera, los dos estabamos actuando, ya que habiamos tenido la misma discusion cientos de veces. No hay muchos temas de conversacion cuando se esta metido en un pozo cerrado con barras durante cuarenta dias… ?O eran treinta y siete? A veces me preguntaba si no nos habriamos vuelto locos realmente. ?Como podria decirlo? Cogi el palito que Eco utilizaba para hacer las marcas diarias y puse entre parentesis las tres primeras.

– Ahora, si contamos los dias que quedan, el numero es…

– ?Malditas ratas! -Uno de aquellos animalejos se habia deslizado otra vez en el calabozo y estaba olisqueando el trozo de pan que habiamos apartado el dia anterior. Nuestros captores solian llevarnos pan recien horneado cada manana, pero no siempre; a veces se saltaban dias enteros, por lo que habiamos aprendido a guardar un trozo para los dias de escasez. Las ratas eran un fenomeno nuevo; habian aparecido pocos dias antes. Eco atraveso el pequeno calabozo y le dio una patada al animal, que chillo y se colo por una hendidura de la piedra que reo habiamos podido rellenar con basura-. ?Puedes creerlo, papa? ?Los monstruitos ya se atreven a venir a plena luz del dia!

– No es exactamente plena luz del dia.

Mire hacia arriba, mas alla de las barras de hierro que cubrian el techo, por cuyos intersticios se colaba algun rayo de sol. El pozo habia sido excavado en el suelo de un edificio abandonado. Las irregulares paredes que nos rodeaban estaban hechas de tierra y piedras. Tapando el pozo (y extendiendose hasta una distancia desconocida a su alrededor, ya que habiamos intentado cavar en los bordes sin exito) habia una rejilla de barras de hierro. Si saltabamos, podiamos tocarla; lo que, al menos, nos permitia ejercitar los brazos cada dia. Habia conseguido meter la cabeza entre las barras, pero habia poco que ver; el edificio parecia un establo abandonado. Mucho mas arriba de la rejilla estaba el techo, que necesitaba urgentemente una reparacion. El recinto era oscuro y con corrientes de aire, pero nuestros captores nos habian dado un monton de mantas apestosas para que nos taparamos por la noche.

– Es preferible que las ratas salgan de dia a que lo hagan de noche -dije. Las noches en el pozo son tan negras como la pez; lo unico que se ve a veces es el brillo de alguna estrella a traves de los agujeros del techo. En semejante oscuridad, los pasos y los chillidos de las ratas son mas de lo que puedo soportar.

– Las ratas no son las unicas que tienen hambre -dijo Eco.

– Lo se. Oigo tu estomago, hijo. Deberias comerte ese trozo de pan duro antes de que nos lo quiten las ratas.

– No se. ?Que hora crees que sera?

– Es dificil de saber. Mediodia, quiza, a juzgar por la luz. A lo mejor hoy no nos traen comida. -«A lo mejor no vienen nunca», pense, pero no lo dije en voz alta, ya que Eco debia de tener el mismo pensamiento morboso de vez en cuando. Totalmente abandonados, tendriamos la oportunidad de cavar sin que nadie nos detuviera; pero sin comida ni bebida, ?tendriamos fuerzas para llegar hasta el final?

Estabamos a merced de unos hombres que no habiamos visto nunca y que nunca habian revelado sus intenciones. Nos cuidaban sin ton ni son, nos llevaban comida la mayoria de los dias y a veces subian el cubo donde haciamos nuestras necesidades para vaciarlo y nos daban agua fresca suficiente para beber y para lavarnos. ?Por que no nos habian asesinado y abandonado en la Via Apia como habian hecho con Davo? ?Por que nos habian llevado tan lejos de Roma… si es que realmente estabamos tan lejos de la ciudad? A lo mejor habiamos pasado los cuatro dias de viaje que tan claramente decia recordar Eco dando vueltas en circulo para confundirnos. ?Por que se molestaban en mantenernos vivos y durante cuanto tiempo seguirian haciendolo? ?Que planeaban hacer al final con nosotros? ?Quienes eran?

– ?Cuarenta dias! -dije-. ?Recuerdas la historia que contaba Bethesda…? La voz se me quebro al decir su nombre en voz alta. ?Que habria sido de Bethesda y Diana en mi ausencia? Al cabo de cierto tiempo, habia tratado sencillamente de no pensarlo ya que me resultaba insoportable. Ademas, ?que bien podia hacerme el pensarlo?-. Contaba aquel viejo cuento hebreo que aprendio de su padre, sobre el hombre virtuoso y la gran inundacion. Construyo una enorme barca y cargo criaturas de todas las especies, luego llovio durante cuarenta dias y cuarenta noches sin parar. Imagina lo que seria tener que pasar por eso…, cuarenta dias en una estrecha barca llena de todo tipo de animales, empapado y mareado bajo la lluvia.

– Al menos no tendria hambre -dijo Eco, cuyo estomago gruno-. Podia comerse cualquiera de aquellos animales.

– Creo que el objetivo era salvar a los animales -dije-. De todas formas, alegrate de que no llueva. -Durante la unica tormenta que habiamos tenido en cautividad, el agua habia penetrado por el techo medio en ruinas y habia empezado a formar un estanque en nuestro pozo-. Tenemos suerte de que ninguno de nosotros haya caido gravemente enfermo.

– No necesariamente, papa.

– ?Que quieres decir?

– Si nos mantienen vivos durante tanto tiempo, debe de ser porque tienen ordenes de hacerlo asi. A lo mejor si uno de nosotros cayera enfermo, nos dejarian irnos o, al menos, nos sacarian de este horrible lugar.

– Supongo que deberian…

– ?Oh! ?Esto es de locos! -Eco dio media vuelta de repente y golpeo la pared de tierra con el puno, haciendo una nueva marca en un lugar ya marcado por los golpes, al menos dos diarios y a veces en medio de la noche; eran provocados por una subita furia que solo podia descargarse golpeando algo.

Envidiaba el alivio que aquella accion le proporcionaba. La cautividad era realmente algo enloquecedor, era la experiencia mas dura que habia tenido en mi vida. Hay algo en el espiritu romano que no le permite someterse a condicion tan antinatural. En otras tierras, donde gobiernan reyes, la prision es un castigo habitual ya que a los reyes les gusta ver sufrir a sus enemigos. ?Y que mejor manera que encerrarlos en una jaula o meterlos en un pozo donde pueden ver su inevitable ruina fisica y mental, hablarles del sufrimiento de sus familiares, escuchar sus ruegos y tentarles con falsas promesas de libertad? Pero en nuestra Republica el castigo no es una manera de dar placer al gobernante; es la forma de apartar permanentemente a un delincuente de la comunidad, ya sea matandolo (a veces, reconozco, con castigos bastante crueles, especialmente si son crimenes religiosos), o permitiendole elegir el exilio en lugar de la muerte. La idea de que alguien pueda ser encerrado a perpetuidad, incluso por el mas horrible de los crimenes, es demasiado cruel para el gusto romano.

Recorde el debate que tuvo lugar en el Senado cuando Ciceron era consul y anuncio que habia descubierto una conspiracion en el circulo de Catilina para derribar el Estado. Ciceron queria que los ejecutaran en el acto.

Вы читаете Asesinato en la Via Apia
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату