– Pienso hacerlo, Marco Antonio.

– ?Bien! Semejante rumor ha de ser arrancado de raiz, antes de que algun canalla como Ciceron se aproveche de el. ?Oh, por Mercurio y Minerva! Se golpeo la frente.

– ?Algo va mal? -pregunto Meton.

– ?Y si ese horrible rumor llegara hasta Fulvia? Desde la muerte de Clodio he intentado con todas mis fuerzas ser fuerte para ella, ser su apoyo, alguien en quien pueda confiar por completo. No podria soportar que algo envenenara esta relacion. Pero ?que estoy diciendo? Fulvia no creeria semejante rumor ni por un momento. Me conoce muy bien. Me encogi de hombros y esboce una comprensiva sonrisa.

Aquella noche supimos por Tiron que, despues de estar todo el dia esperando en el patio, Ciceron no habia conseguido una audiencia con el general. Al dia siguiente volveria a intentarlo y no partiria a Roma al menos hasta dos dias despues. A Eco y a mi, deseosos de volver con la familia, aquello nos parecia una eternidad.

Pero papa, Antonio partira a Roma manana por la manana temprano -dijo Meton-. ?Por que no os vais con el?

– No podemos pretender…

– No sera una imposicion, papa. Vamos, yo se lo pedire si quieres.

– ?Quedate donde estas, Meton! Ya me has puesto en un aprieto con Antonio hoy.

– Papa, tienes que ir a casa y necesitas una escolta segura. Tampoco quieres viajar con Ciceron, ?no? Te saca de quicio. Y viaja mas despacio. Ve con Antonio. Le gustas, ?no lo ves? Estara contento de disfrutar de tu compania. Ademas, podras conocerle mejor y hacerte una idea de como es, si todavia no te la has hecho. Es una oportunidad tan buena que deben de haberla dispuesto los mismos dioses.

– ?Tu que opinas, Eco? -pregunte.

– Opino que quiero volver a Roma tan pronto como podamos y que Cesar parece dispuesto a tener esperando a Ciceron durante mucho tiempo.

– Bueno, pues si de verdad crees que Antonio querra, Meton…

– Le preguntaremos ahora mismo.

Conclui que asi era como se resolvian los temas en el ejercito de Cesar. Despues de haber vivido tanto tiempo en la hipocrita Roma, me resultaba dificil hacer las cosas de una manera tan directa.

Salimos para Roma antes del amanecer.

El viaje duro cuatro dias y transcurrio sin incidentes. Antonio parecia ser tan transparente como habia dicho Meton. Bebia mas de la cuenta y, cuando lo hacia, mostraba sus sentimientos de manera mas evidente que muchos hombres. Podia imaginarle matando sin pena ni rabia, o profesionalmente, como un soldado, pero me resultaba dificil imaginarlo conspirando en un plan astuto. Tambien era franco sobre aquellos a quienes odiaba (Ciceron, especialmente) y sobre los que queria (Curion, Fulvia, Cesar y su mujer y prima Antonia, en este orden por lo que puedo decir). Su falta de encanto era en si encantadora y su sencillez le hacia extranamente atractivo. Empece a disfrutar de su compania y a ver por que a Meton le gustaba tanto.

El ultimo dia hablamos sobre su estancia en Egipto. Habian pasado cuatro anos desde que Antonio habia ayudado al gobernador de Siria a restaurar al rey Ptolomeo Auletes en el trono que le habia usurpado su hija Berenice.

– Me gusto mucho Alejandria -me dijo Antonio-. Y a los alejandrinos les guste yo. ?Conoces la ciudad?

– Oh, si. Alli conoci a mi mujer. Recorde algo que me habia dicho el dia anterior en Ravena-. Antonio, ?a que te referias cuando hablaste de «un viejo asunto con la hija del rey Ptolomeo»?

Cuando lo dije? Refrescame la memoria, Gordiano.

– Dijiste: «juro que nunca toque a esa nina!». Parecia un chiste. Al menos, Meton y tu os reisteis.

– ?Ah! Pero no tenia nada que ver con Berenice. Me referia a la otra hija de Ptolomeo.

– ?Y? Eco enarco sugestivamente una ceja.

?No paso nada! Solo tenia catorce anos, demasiado joven para mi gusto. Aquello era verdad; Fulvia era mas vieja que Antonio-. Algunos de mis oficiales dijeron que me habia prendado de la chica despues de conocerla, que me habia vuelto loco por ella. Todavia se meten conmigo por eso. ?Tonterias! Aunque tengo que admitir que era impresionante, nina o no.

– ?Especialmente guapa? -Pense en mi Diana, solo a pocas horas de camino.

– ?Guapa? No, no exactamente. Hay muchas mujeres guapas, y muchos chicos, pero no ella. La belleza es algo vulgar comparada con lo que ella poseia. Era una cualidad diferente. No puedo explicarlo. No se parecia a nadie que hubiera conocido excepto, quiza, a Cesar.

Eco rio.

– ?Una chica de catorce anos te recuerda a Cesar?

– Suena absurdo, lo se. Si hubiera sido un poco mayor…

– Si han pasado cuatro anos -dije-, ahora tendra dieciocho.

La idea provoco una extrana expresion en Antonio. «Prendado», habian dicho sus oficiales. Loco de amor.

– Quiza algun dia vuelva a Egipto para ver que ha sido de ella. ?Como se llama esa mujer tan especial? Antonio sonrio.

– Cleopatra.

Capitulo 27

Cruzamos el Tiber cuando el dia empezaba a declinar. El Campo de Marte quedaba a la derecha. A la izquierda, las viejas murallas de la ciudad rodeaban colinas cubiertas de edificios. La Via Flaminia se dirigia en linea recta hasta el monte Palatino, cuya cima estaba coronada por varios templos. Nunca me habia alegrado tanto de ver un lugar.

Desmontamos en la Puerta Fontinal y nos separamos de Antonio. Apenas me fije en los soldados armados que flanqueaban la puerta. Me habia acostumbrado a ver soldados en el campamento de Cesar y en el viaje con Antonio.

Eco y yo recorrimos a toda prisa las calles estrechas y atajamos por el Foro, no lejos del monton de ruinas carbonizadas del Senado. Vimos mas soldados, que ostentaban sus armas en el Foro como si fueran un ejercito invasor. Roma habia visto la guerra civil y soldados armados dentro de sus murallas, pero nunca habia tenido un ejercito que controlara a la poblacion con el consentimiento del Senado. La gente parecia comportarse con normalidad pero a mi todo me parecia extrano. Vimos una multitud enfrente de la Columna Rostral, agrupada alrededor de lo que parecia una especie de reunion. Dimos un rodeo para evitarla.

Pasamos al lado del templo de Castor y Polux para llegar a la Rampa, tambien custodiada por varios soldados. Mi corazon galopaba cuando llegamos al final, no por el esfuerzo sino por la excitacion. Cruce la calle y llame a la puerta de mi casa.

La puerta se abrio. Un rostro feo y desconocido me miro. Por un momento me senti confuso. Aquella no era mi casa. Mi familia no vivia alli. Ni siquiera estabamos en Roma, al menos no en la Roma que yo conocia. Me senti como deben de sentirse los fantasmas de los muertos cuando recorren la tierra reducidos a espiritus y no encuentran nada tal como lo recuerdan.

Pero era mi casa, por supuesto. El feo rostro del guardia era desconocido porque era un hombre de Pompeyo. El tampoco me reconocio y parecia dispuesto a partirme en dos como tratara de entrar. Al menos la familia estaria segura, pense. Senti un repentino deseo de abrazarle, pero no me atrevi.

– ?Quien eres y que quieres? -gruno.

– Estupido imbecil -dijo Eco-. Este es Gordiano, el dueno de la casa, y yo soy su hijo Eco. Ahora corre a…

Le interrumpio un grito de pura alegria. El guardia comprendio en seguida lo que pasaba y se aparto con una sonrisa que cambio por completo su expresion. De repente, Diana estaba frente a mi y, al poco, nos abrazabamos estrechamente. Bethesda y Menenia aparecieron, y los sonrientes gemelos, pero solo los vi de refilon, como imagenes en el agua; sus extasiadas, resplandecientes y preciosas caras reverberaban tras un velo de lagrimas.

Entonces vi otra cara familiar. Se mantenia apartado de los otros asi que solo pude echarle un vistazo entre

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