lugar en la Via Apia. Hablaron del joven hijo de Clodio, Publio, que habia estado perdido durante toda la noche y de su pena y preocupacion cuando supieron de la carniceria en la villa del Albano. Sempronia (la austera y orgullosa Sempronia) se derrumbo y lloro; parecio convertirse en la imagen de la irritada y anhelante abuela de cualquiera. Fulvia, que empezo recitando los hechos sin emocion y muy rigida, termino con un grito de lamento que eclipso incluso el de agonia de la noche de la muerte de su marido. Lloro, se meso los cabellos y rasgo su estola.
Oi llanto cerca de mi y vi que la hija de Sexto Tedio se habia cubierto la cara con las manos. Su padre observaba con la cabeza erguida, aparentemente avergonzado de semejante actuacion.
Pero Tedia no era la unica que derramaba lagrimas. Pensaba que solo un milagro impedia que los clodianos iniciaran otra revuelta hasta que mire a mi alrededor y vi a muchos de ellos llorando tambien.
Ciceron no se atrevio a interrogar por segunda vez a las mujeres. El juicio se suspendio a la hora decima.
Asi acabo el tercer dia del juicio de Milon y el ultimo dedicado a los testimonios. Habian pasado cien dias desde la muerte de Publio Clodio. Un dia mas y el destino de Tito Anio Milon estaria decidido.
Aquella tarde, el tribuno Planco dirigio un
Aquella noche, durante la cena, Eco y yo hicimos un relato completo para Bethesda de todos los sucesos del dia. Estuvo de acuerdo con la actuacion de Fulvia.
– El dolor de una mujer es a menudo su unica arma. Recuerda a Hecuba y a las troyanas. Fulvia ha utilizado su dolor donde ha causado mas efecto.
– Me pregunto por que no han llamado a Clodia a declarar -dijo Diana, que habia estado tan absorta durante la comida que pense que no estaba escuchando.
– Eso solo habria redundado en perjuicio de Fulvia -dijo Eco
Y habria distraido a los jurados al recordarles ciertos rumores sobre la relacion que habia entre Clodia y su hermano.
– Y despues de lo que Ciceron hizo con ella la ultima vez que aparecio en un juicio, me sorprenderia que volviera a aparecer en otro -dijo Bethesda-. ?Ha asistido al juicio?
– No la he visto -dije y cambie de tema.
Aquella noche dormi mal, supongo que como muchos romanos. Me agitaba y daba vueltas y, finalmente, sali de la cama. Fui a mi despacho y busque algo para leer. Lei los rotulos que colgaban de los papiros en sus casillas, murmurando para mi:
– ?Cual era la obra que tenia la famosa cita sobre los reyes con un final inesperado? Era Euripides, ?no? ?Y por que pienso en el esta noche? ?Ah! Ya lo se. Porque me recuerda el juicio de Sexto Roscio, la primera vez que trabaje para Ciceron; su primer gran triunfo en los tribunales. Y cuando todo habia acabado (o casi), recorde haber citado a Tiron aquella frase de Euripides. ?Tiron era tan joven en aquel entonces! ?Casi un nino! Y yo tambien era tan joven… ?Cual era la obra? No era
Lo acaricie con los dedos. Lo saque de su casillero, busque algunos pisapapeles y lo desenrolle encima de la mesa.
Era uno de los libros mas viejos que tenia pero aun estaba en buenas condiciones. El pasaje en el que estaba pensando se encontraba al final, recitado por el coro de freneticos juerguistas de Dioniso:
?Podria conseguirlo Ciceron? ?Podria recitar un discurso…, uno de sus famosos discursos, encadenados con logica, mas alla de toda duda y de toda sospecha, divertidos y retorcidos…, capaz de convencer a los jurados de que declararan a Milon no culpable? Parecia imposible. Pero tambien lo habian parecido muchos de los casos en los que Ciceron habia arrebatado el triunfo a la desesperacion. Si alguien podia hacerlo…
Mientras enrollaba el papiro, se me rompio un trozo. Lance una maldicion. Era un papiro demasiado viejo. ?Cuando y donde lo habia conseguido? ?Ah, si! Me lo habia dado Ciceron en persona, como muchos otros desde entonces. Aquel habia sido el primero. Recorde que incluso me lo habia dedicado.
Lo desenrolle para leer la dedicatoria que habia escrito de su propia mano:
«A Gordiano, con afecto y buenos deseos para el futuro».
Se me helo la sangre en las venas. Siempre lo habia sabido, pero ver la prueba ante mi…
Busque el mensaje que habian enviado a Bethesda y lo puse al lado del papiro.
No cabia ninguna duda. La prueba estaba en la peculiar forma de la letra «G»…, en la forma en que habia sido escrito mi nombre en ambos casos.
Habia visto otros mensajes de Ciceron pero ninguno habia sido escrito por su propia mano. Todos habian sido escritos por Tiron o por algun otro secretario. Pero la dedicatoria de
Davo murmuro en suenos cuando lo zarandee. Los otros guardaespaldas se agitaron en sus camas.
– Davo, levantate.
– ?Que? -Parpadeo, dio un respingo y se aparto de mi como si yo fuera un monstruo-. ?Amo, por favor! -Su voz temblaba como la de un nino. ?Que demonios le ocurria?
– Davo, soy yo. Levantate. Te necesito. Tengo que salir.
El recorrido hasta la casa de Ciceron nunca me habia parecido tan largo. La sangre me golpeaba en las orejas. No desperte a Eco para que fuera conmigo porque sabia que estaba muy resentido con Ciceron, al igual que yo. Lo que tuviera que decir a Ciceron se lo diria yo personalmente.
Capitulo 31
El portero de Ciceron me examino a traves de la mirilla. Abrio la puerta para que entrara, permitiendo que Davo entrara tambien y esperase en el vestibulo. El interior estaba totalmente iluminado. Nadie se habia ido a dormir temprano aquella noche.
Mientras me conducian hasta el despacho pude oir la voz de Ciceron resonando en el pasillo; y luego la risa sonora de Tiron.
Entre en el despacho. Ciceron y Tiron me saludaron con sendas sonrisas.