Durante los discursos, observe las reacciones de Milon y Ciceron. Muchos defensores traen una horda de familiares para que los rodeen durante el juicio, pero Milon estaba sentado solo, con los brazos cruzados. De acuerdo, sus padres estaban muertos, pero ?donde estaba su mujer? El hecho de que Fausta Cornelia no estuviera a la vista durante el juicio de su marido contaria en contra de el. Dada su reputacion, imaginaba el tipo de chistes con que los clodianos explicarian su ausencia.
?Y en que estaria pensando Milon para presentarse a su propio juicio con una toga blanca como la nieve sin siquiera un remiendo o un desgarron? Su pelo parecia recien cortado y peinado y su mandibula estaba tan bien rapada que tenia que haberse hecho atender del barbero aquella misma manana, antes de salir de casa. Sacudi la cabeza ante semejante audacia. Incluso el siempre sarcastico Celio habia tenido en su juicio el sentido comun (metido a la fuerza por Ciceron) de vestir una vieja y raida tunica
Quiza era una de las cosas que preocupaban a su abogado aquel dia. Ciceron parecia distraido y totalmente distinto de la noche anterior. ?Donde estaba su excitacion, su entusiasmo? Tenia la mirada perdida, su mandibula estaba rigida y daba un respingo cada vez que oia un ruido inesperado entre la multitud. Jugaba con trozos de pergamino, garabateaba notas en una tablilla de cera, no dejaba de cuchichear con Tiron y parecia que apenas prestaba atencion a la acusacion. Solo una vez parecio volver a la vida, durante el discurso de Antonio. Antonio estaba tratando de demostrar que la pausa que habia hecho Milon en Bovilas para dar de beber a los caballos habia sido para matar el tiempo mientras esperaba la noticia de que Clodio habia dejado su villa y estaba de camino; asi podria asegurarse de cruzarse con el y comenzar un ataque deliberado. Para desarrollar su teoria, Antonio necesitaba establecer la hora exacta en que habia tenido lugar el incidente e hizo hincapie en ese punto repitiendo: «?Cuando fue asesinado Clodio? ?Cuando, os pregunto…, cuando fue asesinado Clodio?».
Ciceron, en voz alta, dijo:
– ?No lo bastante pronto!
En el silencio que sobrevino hubo alguna risa dispersa, pero tambien expresiones de sorpresa en los jueces y una explosion de insultos entre la multitud. La fria sonrisa de Ciceron se desvanecio. Milon se puso rigido. Incluso Antonio, que se habia enfrentado a los barbaros en la batalla y no tenia motivos para sentirse amenazado por la multitud, se adentro en la Columna Rostral y palidecio. Me levante y gire la cabeza para ver lo que ellos veian: un mar de punos levantados y rabia y caras que gritaban nos rodeaban por todas partes. Las expresiones de furia no eran del tipo de las que se encontrarian en saqueadores o en soldados; tenian un aire de pura rabia, como la locura de un fanatico religioso. Era algo espeluznante; incluso algunos de los soldados retrocedieron visiblemente al verlo. Aquella era la gente de Clodio, los airados y desposeidos, los degradados, los desesperados. Eran una fuerza que no habia que despreciar.
En aquel momento pense que el juicio estaba a punto de llegar a un brusco final. Se organizaria una revuelta, asesinatos, mutilaciones y derramamiento de sangre aunque las tropas de Pompeyo estuvieran por todas partes. Pero incluso mientras maldecian y sacudian los punos, los clodianos reprimieron su violencia. El ambiente general les prometia una satisfaccion mayor: la venganza de su lider muerto y la destruccion de Milon. Los soldados golpearon el suelo con la punta de las flechas e hicieron resonar las espadas contra sus armaduras hasta que la multitud se calmo.
Antonio esbozo una sonrisa.
– La hora en cuestion, Ciceron, era la decima del dia. -La multitud estallo en carcajadas. La cara de Ciceron parecia de cera.
Antonio termino su discurso. Apio Claudio recito sus alabanzas sobre su tio, lo que provoco lagrimas en muchos componentes de la multitud e incluso del jurado. Pense que era mejor que lloraran a que se enfadaran.
Entonces le llego el turno a Ciceron.
Seguro que preparaba alguna artimana, pense cuando Ciceron golpeo el suelo con la tablilla de cera y tropezo con la silla. ?Estaria haciendose el torpe para ganarse la compasion de un publico hostil? Los mismos que habian estado llorando un momento antes empezaron a reir y a burlarse. Milon hizo una mueca, apreto mas los brazos cruzados alrededor del pecho y levanto los ojos al cielo. Tiron se mordio el labio inferior y se apreto la cara con las manos; luego parecio darse cuenta de.lo que estaba haciendo, aparto las manos y adopto una expresion indiferente.
La voz de Ciceron temblaba cuando comenzo el discurso. Habia vibrado igual la primera vez que le oi hablar en publico, en el juicio de Sexto Roscio; pero aquello habia sido muchos anos antes y, desde entonces, Ciceron se habia convertido en el mejor de los oradores de su tiempo, saltando de triunfo en triunfo. Incluso en sus dias mas oscuros, cuando Clodio estaba tratando de que lo exiliaran, su insolencia y su sentido de la justicia le habian dado una voz firme aunque no siempre amigos firmes.
Pero en aquel momento su voz temblaba.
– ?Distinguidos jueces! ?Distinguidos…, que gran oportunidad se os presenta hoy! Que vital decision teneis en vuestras manos…, en vuestras manos y solo en las vuestras. ?Deberia un buen hombre, honorable ciudadano y servidor del Estado…, deberia ser forzado a languidecer con lamentables privaciones…? Aun mas, ?deberia la misma Roma sufrir continuas humillaciones… o vais a poner un final…?; es decir, con vuestra firme, valiente y sabia decision, ?pondreis final a la larga persecucion, tanto del hombre como de la ciudad, por brutos sin ley?
Hubo otra explosion de gritos en la multitud. El ruido era casi como un ataque fisico. Ciceron parecio acobardarse y retrocedio en la Columna Rostral. ?Donde estaba el gallo presumido que se envalentonaba ante la multitud en lugar de amedrentarse? Todavia me inclinaba a pensar que su timidez era una pose. ?Que otra explicacion habia?
El furor se calmo por fin lo suficiente para que pudiera continuar.
– Cuando mi cliente… y yo…, cuando entramos en politica…
– Pero ?cuando la vais a dejar?
?No lo bastante pronto! -respondio un coro de voces al que siguio una explosion de estridentes carcajadas.
– Cuando empezamos a dedicamos a la politica -continuo Ciceron en voz mas alta-, teniamos grandes esperanzas de que honorables recompensas por servicios honorables sembrarian nuestro camino. En cambio, sufrimos de un miedo constante. Milon siempre ha sido especialmente vulnerable ya que deliberadamente…, deliberadamente y con valentia…, se ha colocado en el primero…, quiero decir en la vanguardia…, en la lucha de los verdaderos patriotas contra los enemigos del Estado…
Hubo otra explosion de gritos, tan fuerte que me hizo dano en los oidos. Milon se habia encogido tanto en su silla y se abrazaba tan estrechamente que parecia haberse fundido. Su expresion era de extremo disgusto. Tiron retrocedia cada vez que Ciceron vacilaba y empezo a morderse las unas.
Desde aquel momento, el bramido de la multitud fue constante. Cada vez que Ciceron se las arreglaba para hacerse oir, parecia recitar confusos fragmentos de varios discursos. En varias ocasiones se perdio, murmuraba para si y comenzaba por algun punto que ya habia dicho. Su voz vacilaba continuamente. Incluso conociendo sus intenciones (acusar a Clodio de la emboscada y exonerar por completo a Milon), me resultaba imposible encontrar un sentido a sus palabras. Por la expresion de sus caras, los jueces estaban igualmente confundidos.
Los discursos de Ciceron habian producido en mi varias reacciones a lo largo de los anos: indignacion ante su habilidad para retorcer la verdad, admiracion cercana a la reverencia ante su habilidad para elaborar una argumentacion logica, simple asombro ante su prodigioso amor propio, rencoroso respeto ante su lealtad para con los amigos, consternacion por su demagogia desvergonzada, porque Ciceron siempre estaba dispuesto a explotar los sentimientos religiosos y los prejuicios sexuales de sus oyentes para conseguir sus propios fines. En aquel momento empezaba a sentir algo que no habia sentido nunca, algo que habria creido imposible: me sentia avergonzado por el.
Aquella deberia haber sido su mejor hora. Cuando defendio a Sexto Roscio y se arriesgo a ofender al dictador Sila era demasiado joven para hacerlo mejor; incitar a la gente contra Catilina habia sido muy facil; destruir a Clodia en su discurso en defensa de Marco Celio habia sido un acto de venganza personal. Aquella era una