grupo tomada delante del castello Salimbeni.

– Entonces… -dijo al fin-, ?tu mafiosa es nuestra… abuela? -En la foto aparecian Eva Maria haciendo malabares con un sombrero enorme y dos perrillos, mama con aire eficiente, vestida de pantalon blanco y armada con un portafolios, el profesor Tolomei, cenudo, diciendole algo al fotografo, y, en un lado, apoyado en su Ferrari, el joven Umberto, de brazos cruzados-. Sea como sea -siguio antes de que pudiera contestar-, espero no volver a verlo en mi vida.

Deberiamos haberlo previsto, pero no fue asi. Demasiado ocupadas deshaciendo la marana en que se habian convertido nuestras vidas, olvidamos prestar atencion a los sonidos misteriosos de la noche, o hacer uso del sentido comun por un momento.

Hasta que una voz nos hablo desde la puerta del despacho no caimos en lo ingenuas que habiamos sido al buscar refugio en la casa de mama.

– Bonita reunion familiar -dijo Umberto, entrando en el cuarto seguido de dos hombres a los que yo no habia visto nunca-. Siento haberos hecho esperar.

– ?Umberto! -exclame, levantandome de golpe de la silla-. ?Que demonios…?

– ?Julie! ?No! -Con el rostro deformado a causa del miedo, Janice me agarro del brazo e hizo que me sentara de nuevo.

Solo entonces lo vi. Umberto llevaba las manos atadas a la espalda y uno de los hombres le apuntaba a la cabeza con una arma.

– Aqui, mi amigo Coceo -dijo Umberto, manteniendo la calma a pesar de llevar el arma clavada en la nuca- quiere saber si vais a colaborar o no.

IX. II

Su cuerpo duerme en la tumba de los Capuleto y su alma vive con los angeles.

Al salir de Siena con Alessandro el dia anterior, no me imaginaba que regresaria tan pronto, tan sucia, y esposada. Tampoco habia previsto que lo haria en compania de mi hermana, mi padre y tres tipos que parecian haberse librado de la pena de muerte, no con papeleos, sino con dinamita.

Era obvio que, aunque los conocia por su nombre, Umberto era tan rehen de los gorilas como nosotras. Lo metieron de un empujon en la furgoneta -una de reparto de flores, robada, seguramente-, igual que a Janice y a mi, y los tres caimos como fardos sobre su fondo metalico. Con los brazos atados, solo un fino lecho de flores podridas nos amortiguo el golpe.

– ?Eh! -protesto Janice-, ?somos tus hijas, ?no?! Diles que no se pasen. Sera posible…, Jules, di algo.

No se me ocurrio nada. Me sentia como si el mundo entero se hubiera vuelto patas arriba a mi alrededor, y yo me habia ido a pique. Sin haber digerido aun el paso de Umberto de heroe a villano, debia asimilar tambien que era mi padre, para lo que casi habria de hacer borron y cuenta nueva: yo lo queria, pero en realidad no debia quererlo.

Cuando los malos nos cerraron las puertas, vi de refilon a otro rehen que habian apresado en algun punto del camino. Estaba agazapado en un rincon, amordazado y con los ojos vendados; de no haber sido por los habitos, jamas lo habria reconocido. Las palabras me brotaron al fin:

– ?Fray Lorenzo! -grite-. ?Dios mio! ?Han secuestrado a fray Lorenzo!

La furgoneta arranco de pronto y pasamos unos minutos deslizandonos de un lado a otro por el suelo estriado mientras el conductor cruzaba la selva de acceso a la casa de mama.

En cuanto la cosa se tranquilizo, Janice solto un suspiro hondo y desconsolado.

– Muy bien -dijo en alto a la oscuridad-, tu ganas. Las joyas son tuyas… o de ellos. Ya no las queremos. Te ayudaremos. A lo que sea. Lo que quieran. Eres nuestro padre, ?no? ?Tenemos que hacer pina! No hace falta que nos mateis… ?verdad?

Su pregunta se quedo en el aire.

– Mira -prosiguio Janice con la voz quebrada de miedo-, espero que sepan que jamas encontraran la estatua sin nuestra ayuda…

Umberto no dijo nada. No tenia por que. Aunque los bandidos ya estaban al tanto de lo de la supuesta entrada secreta por Santa Maria della Scala, obviamente pensaban que aun podiamos serles utiles para encontrar las joyas, o no nos habrian llevado consigo en la furgoneta.

– ?Y que me dices de fray Lorenzo? -pregunte.

Umberto hablo por fin.

– ?Que pasa con el?

– ?Vamos! -intervino Janice, de pronto mas animada-, ?en serio crees que el pobre hombre os va a servir de algo?

– Cantara, te lo aseguro.

Cuando vio que nos espantaba su indiferencia, Umberto profirio un sonido que podria haber sido una risa, pero probablemente no lo era.

– ?Que demonios esperabais? -gruno-. ?Que… se rindieran? Teneis suerte de que lo hayamos intentado por las buenas primero.

– ?«Por las buenas»?… -grito Janice, pero consegui acallarla de un rodillazo.

– Por desgracia -prosiguio Umberto-, la pequena Juliet no hizo su papel.

– ?Igual es porque no sabia que tuviera uno! -senale con un nudo tan grande en la garganta que casi no me salian las palabras-. ?Por que no me lo dijiste? ?Por que ha tenido que ser asi? Podriamos haber ido en busca del tesoro hace anos, juntos. Habria sido… divertido.

– ?Ya, claro! -Umberto se revolvio en la oscuridad, tan incomodo como nosotras-. ?Creeis que esto era lo que yo queria? ?Volver aqui para arriesgarlo todo, jugar a las adivinanzas con un punado de monjes ancianos y que me maltraten estos gilipollas, todo por un par de piedras que probablemente desaparecieron hace cientos de anos? Me parece que no os dais cuenta de… -Suspiro-. No, claro que no. ?Por que creeis que permiti que tia Rose se os llevara y os educara en Estados Unidos? Os dire por que: porque os habrian utilizado… para obligarme a que volviera a trabajar conellos. Solo habia una solucion: desaparecer.

– ?Estas hablando de… la mafia? -inquirio Janice. Umberto rio burlon.

– ?La mafia! Al lado de estos tios, la mafia es una institucion benefica. Me reclutaron cuando necesitaba dinero y, una vez te pillan, no te sueltan. Si te resistes, te aprietan las tuercas.

Oi a Janice coger aire para devolverle el sarcasmo, pero, no se como, acerte a propinarle un codazo en la oscuridad y volvi a acallarla. Provocar a Umberto y empezar una discusion no era la mejor forma de prepararse para lo que nos esperaba, eso lo tenia muy claro.

– Entonces, a ver si acierto… -dije con toda la calma de que fui capaz-, cuando ya no nos necesiten…, ?se acabo?

Umberto titubeo.

– Coceo me debe un favor. Le perdone la vida una vez. Espero que me corresponda.

– Te la perdonara a ti -dijo Janice con frialdad-. Pero ?y nosotras?

Se produjo un largo silencio, o al menos a mi me lo parecio. Solo entonces, entre el ruido del motor y el traqueteo general, oi a alguien rezar.

– ?Y que sera de fray Lorenzo? -anadi en seguida.

– Confiemos en que Coceo se sienta generoso -dijo Umberto al fin.

– No lo entiendo -replico Janice-. ?Quienes son esos tios? ?Y por que dejas que nos hagan esto?

– Eso no es precisamente un cuento de hadas -respondio Umberto, hastiado.

– Tampoco esto lo es -observo Janice-. Asi que, papaito, ?por que no nos cuentas que demonios esta pasando en el pais de las hadas?

En cuanto empezo a hablar, Umberto no pudo parar, como si hubiera estado esperando todos esos anos para contarnos su historia y, sin embargo, cuando al fin pudo hacerlo, no parecio experimentar un gran alivio, ya que su

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