– Un bel niente.

– Dice que no hay nada -tradujo Umberto, cenudo.

– ?Y que esperaba? -espeto Janice, socarrona-, ?un neon que dijera: «Ladrones de tumbas, por aqui»?

El comentario me estremecio y, cuando vi la mirada provocadora que le dirigio a Coceo, pense que este saltaria por encima del agujero para volver a cogerla por el cuello.

No lo hizo. Le devolvio una mirada rara, calculadora, y entendi que mi astuta hermana lo habia estado tanteando desde el principio, tratando de averiguar como hacerle picar el anzuelo. ?Por que? Porque el era nuestra unica forma de salir de alli.

– Dai, dai! -dijo sin mas, indicando a sus hombres que saltaran al agujero uno a uno.

A juzgar por su recelo y por los gritos que se oian cuando llegaban al fondo de la otra cueva, aunque la distancia no fuese suficiente para justificar el uso de una soga, el salto era lo bastante grande como para amedrentar.

Cuando nos toco el turno a nosotras, Janice se acerco en seguida, probablemente para demostrarle a Coceo que no teniamos miedo y, cuando el le tendio la mano -quiza por primera vez en su carrera-, ella le escupio en la palma, dio un buen salto y desaparecio por el agujero. Para mi asombro, Coceo solo sonrio ensenando los dientes y le dijo algo a Umberto que me alegre de no entender.

Al ver que Janice me hacia senas desde abajo y que la caida era de menos de tres metros, me tire al bosque de brazos que me esperaban. Al dejarme en el suelo, uno de los matones penso que se habia ganado el derecho a magrearme, y me revolvi en vano para zafarme de el.

Riendo, me cogio por las munecas e intento implicar a los otros en la broma, pero, cuando empezaba a sentirme aterrada, Janice acudio como una fiera a rescatarme, abriendose paso entre la marana de manos y brazos y situandose entre los hombres y yo.

– ?Quereis divertiros? -les pregunto con cara de asco-. Eso es lo que quereis, ?eh? ?Pues, venga, divertios conmigo!…

Se rasgo la blusa con tanta furia que los hombres no sabian que hacer. Paralizados al verle el sujetador, empezaron a recular, salvo el que habia empezado. Aun sonriente, alargo la mano con descaro para tocarle el pecho, pero lo detuvo una rafaga ensordecedora de metralleta que nos hizo dar un respingo de miedo y perplejidad.

Al poco, una lluvia estentorea de cascotes nos tumbo a todos y, cuando di con la cabeza en el suelo y la boca y la nariz se me llenaron de polvo, recorde de pronto mi aventura en Roma, cuando, asfixiada por el gas lacrimogeno, crei que iba a morir. Pase varios minutos tosiendo tanto que pense que iba a vomitar, y no era la unica. A mi alrededor habian caido todos los matones, y tambien Janice. Mi unico consuelo era que el piso de la cueva no era duro, sino mas bien mullido; de haber sido roca maciza, me habria dejado inconsciente.

Alce por fin la mirada en medio de una nube de polvo y vi a Coceo alli de pie, ametralladora en ristre, esperando a ver si alguien mas queria divertirse. A nadie le apetecia, claro esta. Por lo visto, con la onda expansiva de su rafaga de amonestacion, se habian desprendido pedazos del techo, y los hombres, ocupados en sacudirse el pelo y la ropa, no objetaron nada.

Al parecer satisfecho con el resultado, Coceo senalo con dos dedos a Janice y, en un tono que nadie pudo ignorar, proclamo:

– La stronza e mia! -Aun sin saber el significado exacto de «stronza», capte el mensaje: nadie iba a cepillarse a mi hermana mas que el.

Me puse de pie y note que me temblaba todo y no era capaz de controlar los nervios. Cuando Janice se me acerco y se colgo de mi cuello, vi que tambien ella estaba temblando.

– Estas zumbada -le dije, abrazandola con fuerza-. Estos tios no son como los bobos con los que sueles liarte. Los malos no vienen con manual de instrucciones.

Janice resoplo.

– Todos los tios vienen con manual. Tu dame tiempo. Coceo-loco nos sacara de aqui en un jet privado.

– Yo no estoy tan segura de eso -murmure, viendo como los hombres bajaban a fray Lorenzo, hecho un manojo de nervios, a la cueva inferior-. Me parece que nuestras vidas no valen mucho para esta gente.

– Entonces, ?por que no te tiras al suelo y te dejas morir ahora mismo? -replico Janice, soltandose-. Rindete. Asi es mucho mas facil, ?no?

– Solo trato de ser racional… -empece, pero no me dejo seguir.

– ?No has hecho nada racional en toda tu vida! -Se cubrio el pecho haciendose un nudo con la blusa desgarrada-. ?Por que ibas a empezar ahora?

Cuando la vi alejarse de mi furiosa, estuve a punto de sentarme en el suelo y rendirme. Pensar que todo aquello era culpa mia -la pesadilla de la caza del tesoro- y podria haberse evitado si hubiera escuchado a Alessandro y no hubiera huido del castello Salimbeni de ese modo. Si me hubiera quedado donde estaba, sin oir nada, sin ver nada y, sobre todo, sinhacer nada, quiza aun estuviera alli, dormida en sus brazos.

Pero mi destino era otro. Y alli estaba yo, en las entranas de la nada absoluta, sucisima, presenciando imperterrita como un tarado homicida armado con una ametralladora exigia a gritos a mi padre y a mi hermana que le dijeran por donde debia seguir en aquella cueva sin salidas.

Consciente de que no podia quedarme sin hacer nada cuando tanto necesitaban mi ayuda, me agache a coger una linterna que se le habia caido al suelo a alguien. Entonces vi otra cosa que sobresalia de entre los cascotes delante de mi. A la luz de la linterna, parecia una concha rota, pero obviamente no podia ser: el mar estaba a casi cien kilometros. Me arrodille para verla mejor y el pulso se me acelero al descubrir que lo que tenia delante era un trozo de craneo humano.

Superado el susto inicial, me sorprendio que el hallazgo no me afectara mas. Claro que, teniendo en cuenta las indicaciones de mama, el descubrimiento de restos humanos era de esperar; a fin de cuentas, buscabamos una tumba. Asi que empece a excavar el suelo poroso con las manos para ver si el resto del esqueleto estaba alli, y no tarde mucho en hallar la respuesta: si, estaba. Pero no estaba solo.

Bajo la superficie -por el tacto, una mezcla de tierra y cenizas-, el fondo de la cueva estaba repleto de huesos humanos acoplados al azar.

IX. III

?Tumba? Oh, no, no, sino luminaria. ?Oh, tu, joven asesinado…! Pues en ella esta Julieta, y su hermosura convierte esta fosa en radiante presencia de luz.

Mi macabro descubrimiento hizo que todos retrocedieran muertos de asco, y Janice estuvo a punto de vomitar cuando vio lo que habia encontrado.

– ?Dios santo! -dijo con una arcada-. ?Es una fosa comun! -Reculo tambaleandose y se tapo la boca y la nariz con la manga de la blusa-. De todos los sitios repugnantes… Joder…?hemos ido a parar a un pozo de peste, plagado de microbios! ?Vamos a morir!

Contagio el panico a los hombres y Coceo tuvo que calmarlos a todos a base de alaridos. El unico que no parecia alterado era fray Lorenzo, que bajo la cabeza y empezo a rezar, supuestamente por las almas de los difuntos, que -segun la profundidad real de la cueva-debian de ser cientos, si no miles.

Coceo no estaba de humor para oraciones y, apartando al fraile con la culata de su arma, me senalo y bramo algo desagradable.

– Quiere saber que hacemos ahora -tradujo Umberto, contrarrestando la furia de Coceo con su voz serena-. Dice que, segun tu, Giulietta estaba enterrada en esta cueva.

– Yo no he dicho eso… -proteste, perfectamente consciente de que si lo habia dicho-. En sus apuntes, mama dice «cruzad el umbral y alli yace Julieta».

– ?Donde puerta? -repuso Coceo, mirando furioso a un lado y a otro-. ?No veo puerta!

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