caballo en la sabana, raucos rugidos de fieras en la noche, profundas espesuras infestadas de tornasoladas flores venenosas, senderos de acceso a lo secreto. No habia imaginado aquello, largas y monotonas jornadas, la espera en la veranda, y una ciudad de techos de chapa al rojo vivo. No habia imaginado que Geoffroy Alien fuese este empleado de las companias comerciales de Africa Occidental que se pasaba la mayor parte del tiempo haciendo inventario de las cajas llegadas de Inglaterra, con jabon, papel higienico, latas de corned-beef [2] y harina resolutiva. Las fieras no existian, salvo en las baladronadas de los oficiales, y la selva habia desaparecido hacia mucho tiempo para dejar paso a los campos de names y a las plantaciones de palma de aceite.

Mucho menos se habia imaginado Maou las reuniones en casa del D.O. una vez a la semana, los hombres de pie en la terraza, con indumentaria caqui, zapatos negros y medias de lana hasta la rodilla, esgrimiendo un vaso de whisky y sus batallitas de oficina, y sus mujeres con vestidos claros y escarpines suspirando por los problemas de servicio. Una tarde, no se habia cumplido un mes desde su llegada, Maou acompano a Geoffroy a casa de Gerald Simpson. Vivia este en una casona de madera no lejos de los docks, una casa bastante vetusta que se habia propuesto restaurar. Se le habia metido en la cabeza abrir una piscina en su jardin para los miembros del Club.

Era a la hora del te, hacia un calor bastante torrido. Los trabajadores negros eran presidiarios que Simpson habia obtenido del residente Rally, bien porque fuera incapaz de encontrar a nadie mas o con la intencion de evitarse el menor desembolso. Llegaban al mismo tiempo que los invitados, arrastrando una larga cadena enganchada a los grilletes de su tobillo izquierdo, y para no caer, estaban obligados a llevar el mismo paso, como en un desfile.

Maou estaba en la terraza, miraba con asombro a estos hombres encadenados que atravesaban el jardin, pala al hombro, haciendo su ruido regular cada vez que los grilletes de los tobillos arrastraban la cadena; izquierda, izquierda. En medio de aquellos harapos su piel negra brillaba como el metal. Algunos miraban hacia la terraza, tenian el rostro satinado de cansancio y sufrimiento.

Luego sirvieron la colacion al amparo de la veranda; grandes fuentes de fufu [3] y de asado de cordero, y vasos de zumo de guayaba con hielo picado hasta el borde. La larga mesa lucia un mantel blanco y ramilletes de flores dispuestos por la mujer del residente en persona. Los invitados hablaban con estrepito, reian a carcajadas, pero Maou no podia apartar la vista del grupo de forzados que comenzaba ya a cavar al otro extremo del jardin. Los guardias los habian liberado de la larga cadena, pero seguian amarrados por los grilletes que cenian sus tobillos. Con pico y pala, abrian la tierra roja donde Simpson tendria su piscina. Daba pavor. Maou solo oia los golpes en la tierra dura, el ruido de la respiracion de los forzados, el tintineo de los grilletes en torno a sus tobillos. Sentia un nudo en la garganta como si estuviera a punto de llorar. Miraba a los oficiales ingleses que rodeaban la inmaculada mesa, buscaba la mirada de Geoffroy. Pero nadie le prestaba atencion y las mujeres seguian comiendo y riendo. La mirada de Gerald Simpson tropezo con ella un instante. Un extrano reflejo emanaba de sus ojos, tras los espejuelos de las gafas. Se estaba limpiando el rubio bigotillo con una servilleta. A Maou la embargo tal odio que tuvo que desviar la vista.

Al fondo del jardin, pegados a la reja que hacia las veces de valla, los negros se quemaban al sol, las espaldas, los hombros les resplandecian de sudor. Y no cesaba el ruido de sus respiraciones, un ?ah! de dolor cada vez que descargaban sus golpes en la tierra.

De pronto, Maou se levanto, y con un temblor de colera en la voz, con el comico acento franco-italiano que le salia en ingles, dijo:

«?Hay que darles de comer y beber!; miren a esa pobre gente, ?tienen hambre y sed!» Dijo «fellow», como en pidgin.

Se hizo un estupefacto silencio durante un minuto interminable, todas las caras de los invitados, vueltas hacia ella, la miraban, y comprobo que el mismo Geoffroy la consideraba con estupor, ruborizado, con las comisuras de los labios alicaidas y los punos crispados encima de la mesa.

Gerald Simpson fue el primero en volver de su asombro, y se limito a decir con aplomo: «Ah si, muy cierto, supongo…»

Llamo al boy [4] y le transmitio unas ordenes. En un instante, los guardias pusieron a los forzados fuera del alcance de la vista, detras de la casa. El D.O. anadio, mirando a Maou con ironia: «Bueno, asi esta mejor, ?no es cierto? Hacian un condenado ruido, ahora podremos estar todos un poco mas tranquilos.»

Los invitados se rieron con la boca pequena. Los hombres reanudaron su charla, continuaron bebiendo cafe y fumando cigarros puros, instalados en sus sillones de bejuco al final de la veranda. Las mujeres permanecieron en torno a la mesa, de cotorreo con la senora Rally.

Entonces Geoffroy agarro a Maou del brazo y se la llevo de regreso en el V 8, rodando a toda velocidad por la desierta pista. No pronuncio una sola palabra sobre los forzados. Pero despues de aquello, no volvio a pedirle a Maou nunca mas que lo acompanara a casa del D.O., ni a la del residente. Y cuando Gerald Simpson se cruzaba con Maou por azar, en la calle, o en el Wharf, la saludaba con la mayor frialdad, sin expresar nada, como es de rigor, con su mirada azul acero, o a lo sumo un ligero desden.

El sol cocia la tierra roja. Bony se lo descubrio a Fintan. Iba a buscar la tierra mas roja a la orilla del Omerun, y la traia bien empapada en un pantalon viejo con las patas previamente anudadas. En un claro, al abrigo de un bosquecillo, los chiquillos iban tomando porciones de tierra y confeccionaban estatuillas que secaban al sol. Modelaban vasijas, platos, tazas, y tambien figuritas, mascaras, munecas. Fintan modelaba animales, caballos, elefantes, un cocodrilo. Bony sobre todo hombres y mujeres de pie sobre un zocalo de terracota, con una ramita a modo de columna vertebral e hierba seca para simular el pelo. Sabia plasmar con precision las facciones de la cara, los ojos rasgados, la nariz, la boca, asi como los dedos de las manos y los pies. A los hombres les ponia un sexo erecto, a las mujeres, los pezones y el pubis, un triangulo hendido en el centro. Les hacia gracia.

Un dia, mientras orinaban juntos en las altas hierbas, Fintan le vio el sexo a Bony, largo y coronado por una cabeza tan roja como una herida. Era la primera vez que veia un sexo circunciso.

Bony orinaba agachado como una nina. Como Fintan lo hacia de pie, se burlaba de el. Un dia le dijo: «Cheese.» A partir de entonces solia repetirlo con frecuencia, cuando Fintan hacia algo que no le gustaba. «?Que quiere decir 'cheese', Maou?» «Queso en ingles.» Lo que no aclaraba gran cosa. Mas adelante, Bony le explico que los sexos sin circuncidar estaban siempre sucios, acumulaban debajo de la piel algo semejante al queso.

Las tardes discurrian con el sol pegando en el cemento de la terraza. Fintan trasladaba hasta alli las estatuas y los tarros para cocerlos, y los miraba tanto rato que todo acababa por verse negro y quemado, recordando las sombras en la nieve.

Las nubes se amontonaban sobre las islas. Cuando la sombra ganaba Jersey y Brokkedon, Fintan tenia la certeza de que iba a llover. Entonces Asaba, la del nombre de serpiente, en la ladera opuesta, donde zumbaban las serrerias, encendia su alumbrado electrico. La lluvia comenzaba a caer sobre el cemento de la terraza, tan recalentado que el vapor ascendia al aire de inmediato. Los escorpiones buscaban refugio en los huecos de las piedras, en los cimientos. Las espesas gotas se precipitaban sobre las vasijas y las estatuas de barro, hacian aparecer manchas de sangre. Eran ciudades que se desplomaban, ciudades enteras con sus casas, estanques, las estatuas de sus dioses. El ultimo, al ser el mas grande, el que Bony llamaba Orun, se mantenia en pie en medio de los escombros. La columna vertebral le sobresalia por la espalda, su sexo se difuminaba, ya no le quedaba cara. «Orun, Orun!» gritaba Fintan. Bony decia que Shango habia matado al sol. Decia que Jakuta, el tirador de piedras, habia sepultado al sol. Y enseno a Fintan a bailar bajo la lluvia, con su cuerpo brillando como el metal y los pies rojos como la sangre de los hombres.

De noche ocurrian cosas inexplicables, espantosas. No se sabia que era, no se veia nada, pero era algo que rondaba la casa, se movia por el exterior, por las hierbas del jardin, y mas alla, donde la cuesta, en las cienagas del Omerun. Bony decia que era Oya, la madre de las aguas. Decia que era Asaba, la gran serpiente que vive en las fallas del terreno, hacia levante. Habia que hablarles en voz baja, de noche, y no olvidar dejarles alguna ofrenda escondida entre la hierba, en una hoja de llanten, fruta, pan, dinero incluso.

Geoffroy Allen se encontraba ausente, volvia tarde. Iba a casa de Gerald Simpson, a la del juez, iba a la gran recepcion del residente en honor del comandante del VI batallon de Enugu. Coincidia con los demas representantes de las companias mercantiles, la Sociedad Comercial de Africa Occidental, Jackel amp; Co,

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