GeofFroy Alien partio de inmediato hacia Africa Occidental, hacia el rio Niger. Presento su candidatura a una plaza en la United Africa Company y lo contrataron. Alli se ocuparia de cuestiones de negocios, compra-venta, y sobre todo podria seguir el curso de su sueno, remontar el tiempo hasta el lugar en que la reina de Meroe fundo su nueva ciudadela.

Maou guardaba todas sus cartas. La recorria tal escalofrio de entusiasmo que las leia en voz alta a solas en su cuarto, en Niza.

La guerra hacia estragos en Espana, en Eritrea, el mundo sufria un ataque de locura, pero todo carecia de importancia. Geoffroy estaba alli, a orillas del gran rio, a punto de descubrir el secreto de la ultima reina de Meroe. Preparaba el viaje de Maou, decia: «Cuando estemos juntos de nuevo en Onitsha.» Tia Rosa rezongaba: «Porco inglese, ?esta loco! En vez de venir a cuidarte! ?Ahora que va a nacer la criatura!» El nino nacio en marzo, Maou escribio entonces una larga carta, casi una novela, para ponerle al corriente de todo, el nacimiento, el nombre elegido, que tenia que ver con Irlanda, las perspectivas de futuro. Pero la respuesta se hizo esperar. Habia huelgas, estaban con el agua al cuello. El dinero faltaba. Se hablaba cada vez mas de la guerra, se multiplicaban las manifestaciones por las calles de Niza en contra de los judios, los periodicos destilaban odio.

Cuando Italia entro en guerra, se hizo preciso abandonar Niza, buscar refugio en la montana, en San Martin. Por culpa de Geoffroy, habia que ocultarse, cambiar de nombre. Hablaban de los campos de prisioneros donde encerraban a los ingleses en Borgo San Dalmazzo.

El futuro estaba perdido. Solo quedaba el silencio cotidiano, que agotaba la historia. Maou pensaba en la reina negra de Meroe, en el imposible viaje a traves del desierto. ?Por que Geoffroy no estaba a su lado?

Eran los anos distantes, ajenos. Ahora, Maou se habia incorporado al rio, se hallaba, por fin, en esta tierra tantas veces sonada. Y todo era tan banal; Ollivant, Chanrai, United Africa, ?merecian esos nombres tanta vida?

Africa abrasa como un secreto, como una fiebre. Geoffroy Alien no puede despegar la vista, un solo instante, no puede sonar otro sueno. Es el rostro tallado con las marcas itsi, el rostro desfigurado de los umundri. En los muelles de Onitsha, por la manana, aguardan, inmoviles, apoyados en una pierna, cual estatuas calcinadas, los enviados de Chuku en la tierra.

Por ellos decidio Geoffroy quedarse en esta ciudad, pese al horror que le inspiran las oficinas de la United Africa, pese al Club, al residente Rally y su mujer, y a sus perros, que no comen mas que solomillo y duermen bajo mosquiteras. Pese al clima, pese a la rutina del Wharf. Pese a su separacion de Maou, y de este hijo nacido a tanta distancia a quien no ha visto crecer, para quien no es mas que un extrano.

Ellos, un dia y otro, en el muelle, desde el alba, aguardan no sabe que, tal vez una canoa que los traslade rio arriba, que les traiga un mensaje misterioso. Luego se van, desaparecen, internandose por las hierbas altas hacia el este, por los caminos de Awgu, de Owerri. Geoffroy intenta conversar con ellos, unas palabras en ibo, frases en yoruba, en pidgin, y ellos, silenciosos, imperterritos, no altaneros,

mas ausentes, que desaparecen con diligencia en fila india siguiendo el curso del rio, se pierden entre las altas hierbas que amarillea la sequia. Ellos, los umundri, los ndinze, los «precursores», los «iniciados». El pueblo de Chuku, el sol, rodeado de su halo como un padre lo esta de sus hijos.

Es el signo itsi. El que Geoffroy descubrio en los rostros cuando llego a Onitsha por vez primera. El signo grabado en la piel de los rostros de los hombres, como una escritura en piedra. El signo se abrio paso en su interior, le alcanzo en el cozaron, le marco tambien a el la cara, demasiado blanca, esa piel suya que carece desde el nacimiento de la huella de la quemadura. Pero al presente siente esa quemadura, ese secreto. Hombres y mujeres del pueblo umundri, por las calles de Onitsha, sombras absurdas errando por los paseos de polvo rojo entre bosquecillos de acacias, con sus rebanos de cabras, sus perros. Solo unos cuantos entre ellos llevan en el rostro el signo de su antepasado Ndri, el signo del sol.

El silencio domina en torno a ellos. Un dia, no obstante, un viejo llamado Moises, que se acuerda de Aro Chuku y el oraculo, conto a Geoffroy la historia del primer Eze Ndri, en Aguleri: en aquel tiempo, dijo, no habia alimento, a los hombres no les quedaba mas remedio que comer la tierra y las hierbas. Entonces Chuku, el sol, envio desde el cielo a Eri y a Namaku. Pero Ndri no fue enviado por el cielo. Tuvo que esperar encima de un hormiguero, ya que la tierra no era sino una cienaga. El se quejaba: ?por que mis hermanos tienen que comer? Chuku envio un hombre de Awka, con las herramientas de la forja, el fuelle, las brasas, y el hombre logro secar la tierra. Eri y Namaku eran alimentados por Chuku, comian lo que llaman Azu Igwe, el lomo del cielo. Quienes lo comian no dormian jamas.

Luego murio Eri, y Chuku ceso de enviar Azu Igwe, el lomo del cielo. Ndri tenia hambre, se lamentaba. Chuku le dijo: Obedeceme sin pensarlo y obtendras tu alimento. ?Que debo hacer?, pregunto Ndri. Chuku respondio: Has de matar al mayor de tus hijos y a la mayor de tus hijas, y enterrarlos. Ndri replico: Lo que me pides es terrible, no puedo hacerlo. Entonces Chuku envio a Dioka hasta Ndri, y Dioka era el padre de los Iniciados, el que habia tallado el primer signo itsi en su rostro. Y Dioka marco el rostro de los ninos. Entonces Chuku dijo a Ndri: Ahora, haz lo que te he ordenado. Y Ndri mato a sus hijos y cavo dos tumbas para ellos. Pasaron tres semanas de cuatro dias, y nacieron en las tumbas tiernos brotes. En la de su hijo mayor, Ndri desenterro un name. Lo cocio y se lo comio, y le resulto excelente. Y acto seguido cayo en un sueno profundo, tan profundo que todo el mundo lo creia muerto.

Al dia siguiente, en la tumba de su hija, Ndri desenterro una raiz koko, se la comio y volvio a quedarse dormido. Por ello llaman al name hijo de Ndri y a la raiz koko, hija de Ndri.

Esta es la razon por que, incluso hoy dia, el Eze Ndri ha de marcar el rostro de su hijo y de su hija mayores con el signo itsi, en memoria de los primeros ninos, que trajeron con su muerte el alimento a los hombres.

Asi es que algo se abre en el corazon de Geoffroy. Es el signo marcado en la piel del rostro, tallado a cuchillo y espolvoreado con cobre. El signo que convierte a los hombres y mujeres adolescentes en hijos del sol.

En la frente, los signos del sol y de la luna.

En las mejillas, las plumas de las alas y de la cola del halcon.

El dibujo del cielo, a fin de que quienes lo reciben no conozcan el miedo nunca mas ni vuelvan a temer el sufrimiento. El signo que libera a quienes lo llevan. Sus enemigos ya no pueden matarlos, los ingleses ya no pueden encadenarlos y obligarlos a trabajar. Son criaturas de Chuku, hijos del sol.

De pronto, Geoffroy siente vertigo. Sabe por que ha venido aqui, a esta ciudad, a este rio. Como si estuviera preestablecido que el secreto debiera abrasarlo. Como si todo lo que ha vivido y sonado no fuera nada al lado del signo tallado en la frente de los ultimos aros.

Era la estacion roja, la estacion de un viento que agrietaba las riberas del rio. Fintan se internaba cada vez mas lejos, a la aventura. En cuanto terminaba de estudiar ingles y calculo con Maou, se precipitaba a traves del herzabal, bajaba hasta el rio Omerun. La tierra estaba quemada y resquebrajada bajo sus pies desnudos, los arbustos ennegrecidos por el sol. Escuchaba el ruido de sus pasos, que resonaba ante el en el silencio de la sabana.

A mediodia el cielo estaba limpio, no quedaba ni una nube en las colinas, al este. Tan solo algunas veces, con el crepusculo, las nubes tomaban cuerpo por el lado del mar. El herbazal parecia un oceano de sequedad. Al correr, las largas hierbas endurecidas le fustigaban la cara y las manos como si fueran correas. No se oia otro ruido que el impacto de sus talones en el suelo, los latidos del corazon en su pecho, el carraspeo de su halito.

A estas alturas Fintan sabia correr sin cansarse. La planta de sus pies no tenia nada que ver con aquella piel desvaida y fragil que un dia libero de su calzado. Era una dura suela color tierra. Los dedos, con las unas partidas, se le habian separado para agarrarse mejor al terreno, a las piedras, a los troncos de los arboles.

En los primeros tiempos, Bony se burlaba de el y de sus botas negras. Le decia: «Fintan pikni!» Los demas muchachos secundaban su risa. Ahora era capaz de correr igual que los demas, incluso pisando los espinos o los hormigueros.

La aldea de Bony se extendia a lo largo de la desembocadura del Omerun. El agua de este afluente era transparente y lisa, reflejaba el cielo. Fintan jamas habia visto un lugar tan hermoso. En la aldea no tenian casas para ingleses, ni siquiera chozas de chapa, como en Onitsha. El embarcadero era simplemente de barro endurecido, y las cabanas presentaban techumbres de hojas. Las canoas estaban varadas en la playa, donde

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