corazon, o tal vez el redoble de los tambores ocultos al otro lado del rio. El viento le pegaba la camisa a vientre y pecho, sentia bajo sus plantas la dura y fria tierra, esa tierra que resonaba como una piel llena de vida.
Llego a la ciudad. Las luces electricas refulgian frente a los edificios de las aduanas, en la zona del hospital. En el Wharf lucia una hilera de farolas. La gente se apartaba ante ella. Oia gritos, silbidos. Los perros aullaban a su paso. Algunas mujeres enfundadas en largos vestidos multicolores, sentadas en el umbral de las casas, daban rienda suelta a sus risas chillonas.
Maou avanzaba sin saber muy bien adonde. Vislumbro los cobertizos de la Compania, pero aparte de las lamparas que iluminaban las puertas, todo estaba a oscuras y cerrado. Un tanto elevada, en medio de su jardin de recreo, que rodeaba una verja, la casa del residente Rally. Siguio caminando hasta la casa del D.O., hasta el Club. Alli se detuvo, y sin siquiera recobrar el aliento, se puso a golpear la puerta con los nudillos de los dedos y a llamar a voces. Justo en la trasera del Club se abria el boquete de la futura piscina lleno de un agua fangosa. A la claridad de aquella luz electrica se veian cosas flotando, se diria que cagajones, o ratas.
En el acto, antes incluso de que se abrieran las ventanas y la puerta y aparecieran, vaso en ristre, los miembros del Club con aquellos semblantes alelados que le hacian reir en medio mismo de las lagrimas, Maou sintio que le flaqueaban las piernas, como si alguien, un enano oculto, le hubiera echado la zancadilla. Se desplomo como un trapo, con las manos crispadas en el pecho y el aliento detenido en su interior, temblando de pies a cabeza.
«Maria Luisa, Maria Luisa…»
Se hallaba en brazos de Geoffroy, que la llevaba como a un nino, la trasladaba al coche. «Que te pasa, estas enferma, dime algo.» Le salia la voz rara, un poco tomada. Olia a alcohol. Maou captaba otras voces, la endeble voz de Rally, el sarcastico acento de Gerald Simpson. Rally repetia: «Si puedo hacer algo…» En el coche, que rodaba por la carretera, perforando la noche con sus faros, Maou sintio que todo se desencajaba en ella. Acerto a decir: «Fintan no esta en casa, estoy asustada…»
Recordo al mismo tiempo que no tenia que haber dicho eso, porque ahora Geoffroy pegaria con su vara a Fintan como cada vez que agarraba un enfado. Intento arreglarlo: «Seguro que tenia calor y salio a dar una vuelta. Entiendeme, estaba yo sola en esa casa.»
Ante la casa iluminada aguardaba Elijan. Geoffroy acompano a Maou hasta su dormitorio, la acosto bajo la proteccion del mosquitero. «Duerme, Maria Luisa. Fintan ya volvio.» «?Verdad que no vas a pegarle?», rogo Maou.
Geoffroy salio. Llegaron algunos gritos. Luego nada mas. Geoffroy vino a sentarse al borde de la cama, con la parte superior del cuerpo dentro del mosquitero.
«Estaba en el embarcadero. Elijah lo trajo de vuelta a casa.»
Maou sentia ganas de reir, y los ojos banados en lagrimas. Geoffroy salio a apagar todas las luces, una a una. Al cabo volvio para acostarse. Maou estaba helada. Se abrazo a Geoffroy.
Queria revivir las palabras de Geoffroy, todo lo que el le decia entonces, antes de la boda, tanto tiempo atras… Aun quedaban lejos la guerra, el gueto de San Martin, la huida a traves de las montanas, hasta Santa Anna. Todo era tan fresco aquellos anos, tan inocente. En San Remo, en el cuartito de las persianas verdes, por la tarde, acariciados por el murmullo de las tortolas, el resplandor del mar. Hacian el amor, prolongado y suave, luminoso como el ardor del sol. Entonces sobraban las palabras, algunas veces Geoffroy la despertaba a media noche para decirle cosas en ingles. Por ejemplo, «I am so fond of you, Marilu.» Se convirtio en su complicidad. El le pedia que le hablara en italiano, que le contara algo, pero ella no se sabia mas que las letrillas de Aurelia.
Al atardecer iban a la tibia mar, tan llana como un lago, a banarse entre las rocas que cubrian erizos violetas incrustados. Nadaban juntos, muy despacio, para ver la puesta de sol en las colinas que incendiaba los invernaderos. El mar se volvia celeste, impalpable, irreal. Un dia el le dijo, pues partia hacia Africa: «Alli, la gente cree que un nino nace el dia en que es creado, y pertenece a la tierra en que fue concebido.» Recordaba que se estremecio toda, porque ya sabia que esperaba un bebe desde el comienzo del verano. Pero no se lo dijo. No queria que se inquietara, renunciara a su viaje. Se casaron a finales de verano, y Geoffroy se embarco de inmediato con destino a Africa. Fintan nacio en marzo del 36 en una vetusta clinica del viejo Niza. Maou escribio entonces a Geoffroy una larga carta en que le ponia al corriente de todo, pero no recibio la contestacion hasta tres meses despues debido a las huelgas. Paso el tiempo. Fintan era demasiado pequeno, Aurelia no les habria permitido de ninguna manera partir tan lejos, para tanto tiempo. Geoffroy regreso el verano de 1939. Tomaron el tren hasta San Remo, como si fuera todavia el mismo verano, el mismo cuarto de las persianas verdes cerradas a los fulgores del mar. Fintan dormia al lado de ellos, en su cuna. Sonaban con una vida distinta, en Africa. A Maou le hubiera gustado Canada, la isla de Vancouver. Luego Geoffroy se fue de nuevo de viaje, dias antes de la declaracion de guerra. Era demasiado tarde, se acabaron las cartas. Cuando Italia declaro la guerra en junio del 40, no hubo mas remedio que escapar en compania de Aurelia y Rosa, esconderse en la montana, en San Martin, procurarse documentacion falsa, nombres falsos. Todo quedaba ahora tan lejos. Maou conservaba bien presentes en la memoria el sabor de las lagrimas, aquellas jornadas tan largas, tan solitarias.
El aliento de Geoffroy le abrasaba la nuca, podia sentir los latidos de su corazon. O acaso el redoble de los tambores en medio de la noche, en la otra ribera del rio, pero ya no estaba asustada. «Te quiero.» Oia su voz, su respiracion. «I am so fond of you, Marilu.» La estrechaba en sus brazos, ella sentia una onda que ascendia en su interior, como antes, cuando todo era nuevo. «No ha sucedido nada, no te he dejado sola ni un solo instante.» La onda crecia en su interior, atravesaba incluso el cuerpo de Geoffroy. El redoble, grave y continuo, se unio a la onda, los arrastraba consigo por el rio, como el mar entonces en Italia; era un ruido que embriagaba, aplacaba, era el ruido de la tormenta que se desvanece en otra ribera.
Soplaba el harmatan. [5]
Durante el dia Geoffroy ya no iba al Wharf. Las oficinas de la United Africa eran autenticos hornos, debido a los techos de chapa. Solo bajaba cuando caia la tarde, a recoger el correo, revisar los libros de cuentas, el movimiento de mercancias. Luego se llegaba al Club, pero cada vez aguantaba menos su atmosfera. El D.O. Simpson contaba, vaso en mano, sus sempiternas batallitas de caza. Despues del incidente con Maou se mostraba insolente, sarcastico, odioso. Su piscina no avanzaba. La apuntalaron mal y uno de los laterales se derrumbo causando heridos entre los forzados. Geoffroy volvio a casa indignado: «?Ese cerdo podria al menos haberles librado de la cadena para trabajar!»
Maou estaba al borde del llanto:
«No entiendo como puedes ir a visitarlo, ?entrar en su casa!»
«Pienso comentarselo al residente, esto no puede seguir asi.» Y se olvidaba del asunto, Se encerraba en su habitacion, ante su escritorio, donde estaba prendido el gran mapa de Ptolomeo. Leia, tomaba notas, consultaba planos.
Una tarde, Fintan se hallaba en el umbral de la puerta. Miraba con timidez y Geoffroy lo llamo; parecia agitado, tenia revuelto el pelo gris, la coronilla se le apreciaba un tanto despoblada. Fintan trataba de pensar en el como en su padre. No era demasiado sencillo.
«Sabes, boy, creo que tengo la clave del problema.» Se expresaba con relativa vehemencia. Senalaba el