mapa prendido en la pared. «Toda la explicacion radica en Ptolomeo. El oasis de Jupiter Amon esta demasiado al norte, imposible. La ruta es la de Kufra, a traves de los montes etiopes, baja luego hacia el sur, a causa de Girgiri, hasta las marismas Quilonides, o incluso aun mas al sur, hacia el territorio nubio. Los nubios eran aliados de los ultimos ocupantes de Meroe. A partir de alli, siguiendo el curso subterraneo del rio, de noche, por capilaridad, encontraban toda el agua que necesitaban para ellos y su ganado. Hasta que un dia, anos despues, tuvieron que dar con el gran rio, el nuevo Nilo.»
Hablaba andando arriba y abajo, colocandose y quitandose las gafas. Fintan estaba un poco asustado, y al mismo tiempo escuchaba las briznas de esta extraordinaria historia, los nombres de las montanas, de los pozos en el desierto.
«Meroe, la ciudad de la reina negra, la ultima representante de Osiris, la ultima descendiente de los faraones. Kemit, la nacion negra. En el 350, el saqueo de Meroe por el rey Ezana de Aksum. Entro en la ciudad con sus tropas, mercenarios de origen nubio, y todas las gentes de Meroe, escribas, sabios, arquitectos, llevando consigo los rebanos y sus tesoros sagrados, partieron, se pusieron en marcha tras su reina en busca de un nuevo mundo…»
Hablaba como si se tratara de su propa historia, como si el hubiera llegado hasta alli, al termino del viaje, a orillas del rio Geir, a aquella misteriosa ciudad que se convirtio en la nueva Meroe, como si el rio que corria frente a Onitsha fuese la via hacia otra vertiente del mundo, hacia Hesperiu Keras, el Cuerno de Occidente, hacia Theon Ochema, el Carro de los Dioses, hacia los pueblos guardianes de la selva.
Fintan escuchaba esos nombres, escuchaba la voz de ese hombre que era su padre, sentia lagrimas en los ojos sin comprender por que. Puede que se debiera al sonido de su voz, tan apagada, que no se dirigia a el sino que hablaba sola, o mas bien, acaso, a lo que decia, ese sueno que venia de tan lejos, esos nombres de lengua desconocida que leia deprisa y corriendo en el mapa prendido en la pared, como si en un instante fuera a ser demasiado tarde, todo fuera a esfumarse: Garamantes, Thumelitha, Panagra, Tayama, y ese nombre escrito en rojo y mayusculas, NIGEIRA METROPOLIS, en la confluencia de los rios, en el confin del desierto y la selva, en ese punto en que el mundo empezo de nuevo. La ciudad de la reina negra.
Hacia calor. Las hormigas aladas revoloteaban en torno a las lamparas, los lagartos grises se aferraban a las manchas de luz, con su cabeza de ojos fijos en el centro de una aureola de mosquitos.
Fintan se mantuvo en el umbral. Miraba a ese hombre febril que iba y venia frente a su mapa, escuchaba su voz. Procuraba imaginarse aquella ciudad en el centro del rio, aquella misteriosa ciudad donde se detuvo el tiempo. Pero lo que veia era Onitsha, inmovil a orillas del rio, con sus polvorientas calles y sus casas con el techo de chapa oxidado, sus embarcaderos, los edificios de la United Africa, el palacio de Sabine Rodes y el boquete abierto delante de la casa de Gerald Simpson. Puede que ahora si fuera demasiado tarde.
«Vete, dejame solo.»
Geoffroy se sento en su mesa atestada de papeles. Parecia cansado. Fintan retrocedio sin hacer ruido.
«Cierra la puerta.»
Que modo de decir «la pue'ta»; por eso penso Fintan que podria quererlo, pese a su mala idea, su severidad. Cerro la puerta soltando muy despacio el picaporte, como si temiera despertarlo. Y al instante sintio en la garganta un estrangulamiento, y en la vista unas lagrimas. Fue en busca de Maou a su habitacion, se abrazo fuerte a ella. Tenia miedo de lo que pudiera avecinarse, preferia no haber llegado nunca hasta aqui, hasta Onitsha. «Hablame en tu lengua.» Ella le canto una letrilla, igual que antes.
Las primeras lineas del tatuaje son el emblema del sol, o Itsi Ngweri, los hijos de Eri, el primero de los umundri, la descendencia del Edze Ndri. Moises, que habla todas las lenguas de la bahia de Biafra, le dice a Geoffroy:
«Las gentes de Agbaja llaman Ogo a los signos tatuados en las mejillas de los hombres jovenes, es decir, a las alas y la cola del halcon. Pero todos llaman a Dios Chuku, o sea el Sol.»
Habla del dios que envia la lluvia y las cosechas. Dice: «Esta en todas partes, es el espiritu del cielo.»
Geoffroy escribe dicha sentencia, luego repite las palabras del
Moises habla del «chi», del alma, habla del Anyanu, el Senor Sol, a quien se ofrendaban sacrificios de sangre. Moises dice: «Siendo yo todavia nino, las gentes de Awka recibian el nombre de Hijos del Sol, porque eran fieles a nuestro dios.»
Sigue diciendo: «Los jukun, a orillas del rio Benue, llaman al sol Anu.»
Geoffroy se estremece al oir ese nombre, porque le vienen a la mente las palabras del
Es puro vertigo. La verdad abrasa, enajena. El mundo no es mas que una sombra pasajera, un velo a traves del cual aparecen los nombres mas antiguos de la creacion. Al norte, las gentes de Adamawa llaman al sol Anyara, el hijo de Ra. Los ibos del sur dicen Anyanu, el ojo de Anu, a quien la Biblia nombra On.
La palabra del
El saber es infinito. El rio no ha cesado nunca de fluir entre esas mismas riberas. Su agua es la misma. Ahora Geoffroy la ve bajar, con sus propios ojos, la pesada agua cargada con la sangre de los hombres, el rio destripador de tierra, devorador de selva.
Camina por el muelle frente a los edificios desiertos. El sol arranca destellos en la superficie del rio. Busca a los hombres del rostro marcado con el signo de Itsi. Las canoas surcan la superficie de las aguas entre troncos a la deriva cuyas ramas sumergidas semejan bestiales brazos.
«En otro tiempo, dice Moises, los jefes de tribu de Benin sentian celos del Oba, y decidieron vengarse en su hijo unico, llamado Ginuwa. El Oba, como entendiera que tras su muerte los jefes de las tribus asesinarian a su hijo, ordeno fabricar una gran arca. En esta arca encerro a setenta y dos hijos e hijas de las familias de los jefes de las tribus y ordeno subir a su propio hijo al arca, provisto de alimento y una vara magica. Luego ordeno que echaran el arca al agua, en la desembocadura, con el fin de que fuera a dar al mar. El arca se mantuvo a flote durante dias, hasta quedar varada en una ciudad llamada Ugharegi, cerca de la ciudad de Sapele. Alli se abrio el arca, y Ginuwa puso pie a tierra en la ribera, en compania de los setenta y dos ninos y ninas.»
No hay mas que una leyenda, un unico rio. Set, el enemigo, encierra a Osiris en un arca hecha a su imagen, con la ayuda de setenta y dos complices, y sella el arca con plomo fundido. Luego da orden de arrojar el arca al Nilo, para que la arrastre hasta la desembocadura, hasta el mar. Entonces Osiris se erige por encima de la muerte, se convierte en Dios.
Geoffroy mira el rio hasta sentir vertigo. Al atardecer, cuando los umundri regresan en sus largas canoas, camina hacia ellos, repite el saludo ritual, algo similar a las palabras de una formula magica, las palabras antiguas de Ginuwa:
Quiere recibir el
Geoffroy recorre al reves la ruta infinita.
Ahora la ve a ella en un sueno, ella, la reina negra, la ultima reina de Meroe, alejandose de los escombros de la ciudad saqueada por los soldados de Aksum. Ella, rodeada por la turba que conforma su pueblo, los dignatarios