llenaban nombres raros, AMON, Lago Liconedes, Garamantike, Pharax, Melanogaituloi, Geira, Nigeira Metropolis. Entre los rios se veia senalada con lapiz rojo la ruta que siguio, cuando partio en busca de un nuevo mundo con todo su pueblo, la reina de Meroe.

Fintan miraba la ribera opuesta, tan alejada bajo aquella mortecina luz que parecia irreal, como la costa africana no hacia mucho vista desde la cubierta del Surabaya. Las islas estaban suspendidas sobre el agua reluciente. Jersey, Brokkedon y los bancos de tierra sin nombre donde quedaban retenidos los troncos. En la punta de Brokkedon estaba el pecio del George Shotton encenagado en la arena, cubierto de arboles; recordaba la osamenta de un hirsuto gigante. Sabine Rodes prometio a Fintan llevarlo hasta el pecio, pero a condicion de no hablarlo con nadie.

Asi pues, Fintan se acercaba a ver el rio, aguardaba la llegada de las canoas. Habia algo terrible y tranquilizador al mismo tiempo en el movimiento del agua que bajaba, algo que aceleraba las palpitaciones del corazon, que abrasaba entre los ojos. Por la noche, cuando no lograba conciliar el sueno, Fintan volvia a echar mano del viejo cuaderno escolar, y continuaba la historia, UN LARGO VIAJE, el barco de Esther remontaba el rio, era del tamano de una ciudad flotante, albergaba a bordo a todo el pueblo de Meroe. Esther era reina, se dirigian con ella a esa tierra cuyo precioso nombre habia leido Fintan en el mapa prendido en la pared: GAO.

En la polvorienta carretera aguardaba Bony. Todas las tardes a las seis, cuando el sol se ponia al otro lado del rio, los forzados abandonaban el terreno del D.O. Simpson y regresaban a presidio, en la ciudad. Medio escondido tras la empalizada que rodeaba el terreno, Bony acechaba su llegada. En la polvorienta carretera se daba cita mas gente, mujeres sobre todo, ninos. Traian comida, cigarrillos. Era la unica oportunidad de entregarles paquetes, cartas, o de llamarlos, decir sus nombres sin mas.

Al principio se oia el ruido de la cadena que avanzaba a trompicones, luego la voz de los policias que marcaban el paso: «…One!…One!» Si un forzado lo equivocaba, el peso de la cadena le arrollaba la pierna izquierda y lo derribaba.

Fintan acababa de juntarse con Bony al borde de la carretera en el instante en que llego el grupo. Uno tras otro, los andrajosos presos apuraban el paso, con el pico o la pala al hombro. Les brillaba la cara de sudor, tenian el cuerpo cubierto de polvo rojo.

A ambos lados de la formacion, policias con uniforme caqui, negros zapatones y el casco Cawnpore calado llevaban, fusil al hombro, el mismo paso que los forzados. Las mujeres llamaban a los presos desde el borde de la carretera, corrian con la intencion de darles lo que les habian traido, pero los policias las obligaban a retroceder a culatazos: «Go away! Pissop fool!»

En medio de la formacion se apreciaba a un hombre alto y enjuto, con el rostro estragado de cansancio. Al pasar detuvo su mirada en Bony, luego en Fintan. Era una insolita mirada, vacia y al tiempo cargada de sentido. Bony dijo nada mas «Ogbo», pues era su tio. La formacion desfilo ante ellos marcando bien el paso, descendiendo por la polvorienta carretera hacia la ciudad. La luz del sol poniente realzaba las copas de los arboles, daba brillo a la sudorosa piel de los forzados. Parecia que la raedura de la larga cadena arrancara algo de la tierra. La formacion se interno por fin en la ciudad, seguida por la retahila de mujeres que insistian en sus invocaciones a los presos. Bony se volvio hacia el rio. No pronunciaba palabra. Fintan lo acompano hasta el embarcadero, por ver el lento movimiento del agua. No queria regresar a Ibusun. Queria partir, embarcar en una canoa y dejarse llevar en cualquier direccion, como si ya no existiera la tierra.

Maou mantenia los ojos abiertos en plena noche. Escuchaba los ruidos nocturnos, los crujidos del maderamen, el viento que barria el polvo en el tejado de chapa. El viento venia del desierto, quemaba la cara. El interior de la habitacion era rojo. Maou corrio el tul de la mosquitera. La lampara Punkah iluminaba la pared de tablas formando un halo en torno al cual se agolpaban los lagartos grises. Por instantes crecia el chirrido de las langostas, volvia a caer. Luego estaba el pasito furtivo de Mollie, de caza, y, cada atardecer, los maullidos de los gatos salvajes que se desganitaban de amor por ella en los tejados de chapa.

Geoffroy no estaba. ?Que hora seria? Se quedo dormida sin cenar leyendo un libro, The Witch de Joyce Cary. Fintan no habia vuelto todavia. Lo estuvo esperando en la veranda hasta que decidio irse a la cama. Tenia fiebre.

De repente se estremecio. Oia el redoble de los tambores, muy lejanos, al otro lado del rio, como una respiracion. Este era el ruido que la desperto, sin darse cuenta, como un escalofrio en la piel.

Queria ver la hora, pero habia dejado su reloj de pulsera en la mesita, junto a la lamparilla. El libro estaba en el suelo. Ya no recordaba que decia. Recordaba que se le cerraban los parpados a pesar suyo, que se le cruzaban las lineas. Tenia que releer varias veces la misma frase, y cada vez parecia otra.

Ahora estaba desvelada por completo. A la luz de la lampara podia distinguir cada detalle, cada sombra, cada objeto, en la mesa, el baul, las tablas de la pared, la tela del cielo tocada por la herrumbre. No lograba apartar la vista de esas manchas, esas sombras, como si tratara de descifrar un enigma.

El lejano redoble cesaba, se reanudaba. Una respiracion. Tambien esto queria decir algo, pero ?que? Maou no acertaba a entender. No podia pensar en nada, de no ser en la soledad, la noche, el calor, el ruido de los insectos.

Sintio deseos de incorporarse, ir a beber. Ya no le interesaba la hora. Camino descalza por la casa, hasta el filtro de loza, en la antecocina. Espero a que el cortadillo de estano se llenara. Bebio sin respirar el agua desabrida.

El redoble de los tambores enmudecio. Ni siquiera estaba muy segura de haberlo oido. Puede que se tratara tan solo del rugido de la tormenta, en la lejania, o del ruido de su propia sangre en las arterias. Andaba descalza, intentando adivinar en la penumbra la presencia de escorpiones o cucarachas. El corazon se le salia del pecho, un escalofrio le recorria la nuca, toda la espalda. Se dedico a entrar en todos los cuartos de la casa. La habitacion de Fintan estaba vacia. La mosquitera, en su sitio. Maou continuo hasta el despacho de Geoffroy. De un tiempo a esta parte, Geoffroy no pisaba en el despacho para poner al dia sus registros. En la mesa habia libros y papeles en desorden. Con una linterna, Maou alumbro la mesa. Para reprimir su inquietud, simulaba interesarse en los libros y los periodicos, ejemplares ajados del Ajrican Advertiser, del West Ajrican Star, un numero del War Cry, la revista del Ejercito de Salvacion. Encima de una tabla sostenida por dos ladrillos habia libros de derecho, el Anuario de los Puertos de Comercio del Oeste. Y otros libros encuadernados, estropeados por la humedad, que Geoffroy habia comprado en Londres. Maou leia los nombres en voz alta: Talk boy de Margaret Mead, que Geoffroy le dio recien llegada para que leyera, y Black Byzantium de Siegfried Nadel. Varios libros de E. A. Wallis Budge, Osiris and the Egyptian resurrection, The Chapter of the Coming Forth y From Fetish to God. Tambien algunas novelas que habia empezado a leer, Mr Johnson, Sanders of the River, de Joyce Cary, Plain tales from the Hills de Rudyard Kipling, y relatos de viaje, Percy Amaury Talbot, C. K. Meek, y Loose Among the Devils de Sinclair Gordon.

Salio a la veranda y la sorprendio la suavidad de la noche. La luna llena alumbraba con fuerza. A traves de la enramada podia ver en la lejania el gran rio, resplandeciente como el mar.

Por eso se estremecia, por esta noche tan hermosa, esta luz de luna azul plata, este silencio que ascendia de la tierra y se confundia con los latidos de su corazon. Sentia deseos de hablar, de llamar a alguien:

«?Fintan! ?Donde estas?»

Pero se le hacia un nudo en la garganta. No podia romper el silencio.

Se introdujo de nuevo en la casa, cerro la puerta. En el despacho de Geoffroy, encendio la lampara y al instante vio achicharrarse a las mariposas y a las hormigas voladoras en la lumbre crepitando. En el salon, prendio otras lamparas. Los sillones africanos de madera roja resultaban aterradores. El vacio lo llenaba todo, la mesa grande, las estanterias acristaladas que albergaban los vasos y los platos esmaltados.

«?Fintan! ?Donde estas?» Maou daba vueltas por las habitaciones, encendia las lamparas una tras otra. Ahora estaba iluminada toda la casa, como dispuesta para una fiesta. Las lamparas calentaban el aire, desprendian un irrespirable olor a petroleo. Maou se sento en el suelo, en la veranda, con una lampara a mano. El aire fresco provocaba la oscilacion de la llama. Desde el fondo de la noche se precipitaban los insectos, se estrellaban contra las paredes, su voragine alrededor de las llamas sugeria la locura. En la piel Maou sentia pegada su camisa de algodon, y el frio cosquilleo de las gotas de sudor en las costillas, en las axilas.

De repente, echo a andar. Lo mas rapido que pudo, pateando con los pies desnudos el camino de laterita que bajaba hacia la ciudad. Corria en direccion al rio, por la carretera que alumbraba la luz lunar. Oia el ruido de su

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