con, por toda sepultura, las anfractuosidades de las rocas, las hondonadas habitadas por las viboras. Al lado mismo de los pozos salobres, retazos de su pueblo han quedado enganchados como andrajos a las espinas de las acacias. Los que no podian, no querian perseverar. Los que ya no creian en el sueno. Y cada dia, con el cenit, la voz de los sacerdotes resuena en el desierto, para anunciar al pueblo de Meroe que su reina ha reanudado la marcha hacia poniente.

Un dia, sin embargo, ella ha convocado a los escribas y los adivinos. Ha dictado sus ultimos designios. En un rollo de papel reseco han escrito por ultima vez su vision, esa ciudad de paz extendida sobre el rio como una inmensa balsa. Eso mismo que ella ha guardado en su corazon al perder la vista, y que no puede aparecer con claridad salvo cuando la luz del sol poniente se posa en su rostro, abre su ruta resplandeciente. Ahora sabe que jamas alcanzara su sueno. El rio se mantendra desconocido. Ahora sabe que va a entrar en otro mundo, frio y descarnado, donde no sale el sol. A su hija Arsinoe ha transmitido su vision. A ella, todavia una nina, corresponde ser la nueva reina del pueblo de Meroe. En su frente de piedra negra, en el secreto de la tienda sagrada, los sacerdotes de Osiris han fijado el signo divino, el poderoso dibujo del disco alado. Luego le han practicado su escision ritual, para que, en medio de su dolor, sea en todo momento la esposa del sol.

El pueblo de Meroe ha reanudado la marcha, y al presente, es la joven reina Arsinoe quien lo precede en la ruta. Igual que un rio de huesos y carne, asi corre el pueblo por la tierra roja, baja al fondo de las grietas, fluye por los valles desecados. El sol, inmenso y rojo, sale al este, una nube de arena cubre la tierra.

Igual que un rio, el pueblo de Meroe se derrama frente al refugio de ramas y tela en que yace Amanirenas, envuelta en sombra, a las puertas del reino de la muerte. Ella no ha oido pasar a la muchedumbre, no ha oido los llantos de las mujeres, los gritos de los ninos o los llamados de las bestias de carga. Solo se ha quedado a velarla el viejo sacerdote, ciego como ella, el que fuera siempre su compania. Se ha reservado un poco de agua y unos datiles para sostener la espera hasta el transito. Amanirenas ya no oye sus plegarias. Siente que la ultima palpitacion se le fuga del cuerpo y se propaga en el desierto. En una piedra oblicua, a la entrada de la choza, un escriba ha dibujado su nombre. Los guerreros han construid un muro de piedras en torno a la tumba,para que los chacales no puedan entrar. Han enganchado magicas infulas en las espinas de las ramas. El rio humano se ha dejado ir con lentitud hacia el oeste y de nuevo reina el silencio, mientras el sol traspasa el cenit e inicia su descenso hacia el horizonte. Amanirenas oye que su corazon aminora su pulso, ve el debilitamiento de la mancha de luz en el fondo de sus ojos, como un fuego que se apaga. Ya el viento le cubre la cara de polvo. El viejo sacerdote le cierra los ojos, coloca en sus manos los atributos del poder y entre sus tobillos la caja del libro de los muertos. Amanirenas ya no es mas que un rastro, un monticulo perdido en la desnuda inmensidad.

ARO CHUKU

Llego la noticia, de manera insidiosa. Maou se lo figuro todo mucho antes de que se supiera. Una manana, al alba, se desperto. Geoffroy dormia a su lado, desnudo el busto, la piel cubierta de gotitas de sudor. Ya la palida claridad del dia entraba por la ventana con las persianas subidas e iluminaba el interior del mosquitero. Geoffroy dormia curvado hacia atras, y Maou penso: «Tenemos que irnos de aqui, no podemos continuar ni un minuto mas…» Era una evidencia, un pensamiento que dolia, como un diente enfermo que de pronto te recuerda que sigue ahi. Tambien penso: «Tengo que irme, he de llevarme a Fintan antes de que sea demasiado tarde.» ?Por que habria de ser demasiado tarde? No tenia respuesta.

Maou se levanto, fue a beber al filtro, a la antecocina. Afuera, en la veranda, el aire era fresco, el cielo color perla. Ya los pajaros invadian el jardin, daban saltitos en los techos de chapa, volaban de arbol en arbol cotorreando. Maou miraba hacia el rio. En la pendiente, blancas humaredas delataban cada una de las casamatas, donde las mujeres preparaban los names. Escuchaba con atencion casi dolorosa los ruidos de la vida ordinaria, los reclamos de los gallos, los ladridos de los perros, los hachazos, el traqueteo de los motores de las canoas de pesca, el fragor de los camiones circulando por la pista de Enugu. Aguardaba la irrupcion del lejano tintineo del generador que pondria en marcha el engranaje de la serreria al otro lado del rio.

Todo lo escuchaba como si tuviera la certeza de que nunca mas oiria esos ruidos. De que iba a marcharse muy lejos, olvidar las cosas y los seres que ella amaba, esa ciudad tan alejada de la guerra y las atrocidades, esas gentes a quienes se sentia tan vinculada como no lo habia estado jamas.

Al llegar a Onitsha era una criatura que llamaba la atencion. Los ninos caminaban tras ella por las polvorientas calles, soportaba sus burlas, la llamaban en pidgin, se mofaban. La primera vez, bien se acordaba, echo a correr, sin sombrero, con el vestido azul escotado de las veladas del Surabaya. Buscaba a Mollie, la gata, que habia desaparecido hacia dos dias; Elijah creia haberla visto en una calle de la ciudad, por la parte del Wharf. Ella abordaba a la gente, chapurreaba en pidgin: «You seen cat bilong mi?» El ruido corrio por toda la ciudad: «He don los da nyam.» Las mujeres se reian. Respondian: «No ben see da nyam!!» Fue su primer mote, nyam. Luego la gata regreso, prenada. El mote calo, y Maou oia su eco al pasar, como si fuera su propio nombre. «Nyam!»

En su vida habia amado a nadie como a aquellas gentes. Eran tan dulces, tenian una expresion tan luminosa, unos gestos tan puros, tan elegantes. Cuando en su trayecto hacia el Wharf atravesaba los barrios de la ciudad, los ninos se le acercaban sin timidez, le acariciaban los brazos, las mujeres le cogian la mano, le hablaban en esa dulce y zumbona lengua que sonaba a musica.

Es verdad que al principio la asustaban un poco esas miradas tan brillantes, el toqueteo de aquellas manos que se le pegaban al cuerpo. No estaba habituada. Se acordaba de lo que contaba Florizel en el barco. Los del Club tambien contaban cosas terribles. Gente que desaparecia, ninos que raptaban. El Long Juju, los sacrificios humanos. Los pedazos de carne humana salada que vendian en los mercados, en las zonas alejadas de los centros urbanos. Simpson se divertia asustandola, contaba por ejemplo: «A cincuenta millas de aqui, cerca de Owerri, se encontraba el oraculo de Aro Chuku, el centro de la brujeria de todo el oeste, ?el lugar donde se predicaba la guerra santa contra el Imperio britanico! ?Craneos apilados, altares embadurnados de sangre! ?No oye los tambores al anochecer? ?Sabe que mensaje transmiten mientras usted duerme?»

Gerald Simpson se mofaba de ella, de sus expediciones a la ciudad, de su amistad con las mujeres de los pescadores, con la gente del mercado. Luego, despues de que tomara la defensa de los presidiarios que cavaban su piscina, paso a verla con desden y rencor. No asumia su papel de esposa de funcionario que se acoge a los garden-parties [6] de sombrilla y reina sobre una legion de criados. En el Club, Geoffroy padecia la mirada ironica de Simpson, sus mordaces indirectas. Ambos sabian que la situacion del agente de la United Africa se hallaba cada vez mas comprometida debido a los contactos del D.O. «Cada cual en su sitio» era la divisa de Simpson. Veia la sociedad colonial como un andamiaje riguroso en el que cada uno debia cumplir su papel. Como es natural, el se habia reservado el mas importante, junto al residente y el juez. La piedra angular. «Weather cock, ?la veleta!» corregia Geoffroy. Gerald Simpson no perdonaba a Maou su independencia, su imaginacion. De hecho, lo asustaba la mirada critica con que ella le obsequiaba. Decidio que Geoffroy y ella abandonaran Onitsha.

En el Club, las relaciones eran cada vez mas tensas. Tal vez esperaban que Geoffroy adoptara una decision, repudiara a la intrusa, la devolviera a su casa, a ese pais latino del que con tanto descaro conservaba el acento, las maneras y hasta el tono demasiado mate de la tez. El residente Rally trato de advertir a Geoffroy. El tambien estaba al corriente de la enemistad que Simpson profesaba a Maou.

«?Se imagina el grosor del expediente que tienen de usted en Londres?»

Como estaba al tanto de todo, anadio:

«Debia usted suponerlo… Simpson redacta un informe a la semana. Deberia usted solicitar de inmediato su traslado.»

A Geoffroy lo dejo sin aliento semejante injusticia. Regreso a casa abrumado:

«Ya no hay nada que podamos hacer. En mi opinion, le han encargado transmitirme la sentencia.»

Empezaba la estacion de las lluvias. El gran rio tenia un color plomizo bajo las nubes, el viento plegaba con violencia las copas de los arboles. Maou ya no salia de casa por la tarde. Permanecia en la veranda, escuchando la ascension de las tormentas en la lejania, hacia las fuentes del Omerun. El calor dislocaba la tierra roja antes de llover. El aire danzaba sobre los tejados de chapa. Desde su atalaya podia ver el rio, las islas. No le quedaban ganas de escribir, ni siquiera de leer. Tan solo sentia necesidad de mirar, escuchar, como si el tiempo ahora

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