Pero bien sabia el que no era posible. Seguia sentado en el sillon viendo caer la lluvia. No se distinguian otras luces. El rio era invisible.
En su cama, Fintan no dormia. Tenia la mirada fija en un rayo de luz reflejado en el techo, llegaba desde la veranda a traves de una rendija de la persiana.
«Ven», dijo Bony.
Sabia que Fintan partiria algun dia, que nunca mas volverian a verse. Aunque no explico nada, Fintan lo entendio enseguida, en su mirada, tal vez en su prisa. Juntos cruzaron el gran herbazal, descendieron hasta el rio Omerun. El gris del alba colgaba aun de los arboles, seguian humeando los hogares de las casas. Los pajaros surgieron de pronto entre las hojas, se arremolinaron en el cielo emitiendo gritos agudos. A Fintan le encantaba este descenso hacia el rio. El cielo parecia inmenso.
Bony avanzaba a la carrera entre las hierbas mas altas que el. De cuando en cuando, Fintan distinguia su negra silueta, que se escurria con ligereza. No se llamaban. Los acompanaba tan solo el ruido de sus respiraciones resonando en el silencio, un silbido un tanto rauco. Cuando Fintan perdia de vista a Bony, seguia su pista, las hierbas aplastadas, olfateaba el olor de su amigo. Ahora era capaz de hacerlo, caminar con los pies desnudos sin temor a las hormigas o los espinos, y seguir un rastro con el olfato, cazar de noche. Adivinaba la presencia de los animales ocultos entre las hierbas, las pintadas acurrucadas junto a un arbol, el movimiento rapido de las serpientes, incluso a veces el acre olor de un gato salvaje.
Hoy Bony no se dirigia hacia Omerun. Marchaba hacia el este, en direccion a las colinas de Nkwele, donde empezaban las nubes. De repente salio el sol sobre la tierra, alumbrando esplendoroso. Bony se detuvo un instante. Agazapado encima de una roca plana, dominando las hierbas, con las manos unidas en la nuca, miro al frente como si tratara de recordar la ruta que seguir. Fintan lo alcanzo, se sento en la roca.
El calor del sol ya abrasaba, arrancaba a la piel gotas de sudor.
«?Adonde vamos?» pregunto Fintan.
Bony senalo las colinas, mas alla de los campos de name.
«Alli. Dormiremos alli esta noche.» Hablaba en ingles, no en pidgin.
«?Que hay alli?»
Bony tenia un rostro brillante, impenetrable. Fintan vio de pronto que se parecia a Okawho.
«Aquello es
Bony ya habia pronunciado varias veces ese nombre. Era un secreto. Le habia dicho: «Un dia, vendras conmigo al agua
Reanudaron la marcha, uno detras del otro ahora. Atravesaron un caos de rocas, se internaron por brenas. Fintan seguia a Bony, sin notar cansancio. Los abrojos les desgarraron las ropas. Les sangraban las piernas.
Hacia el mediodia, llegaron a las colinas. Algunas casas dispersas con perros ladrando. Bony escalo una desgastada pena gris oscuro que se desmoronaba en laminillas bajo los pies. Desde lo alto de la pena podia verse toda la extension de la planicie, las aldeas lejanas, los campos, y casi irreal, el lecho de un pequeno rio brillando entre los arboles. Pero lo que atraia la mirada era una gran falla en la planicie donde la tierra roja lucia como los labios de una llaga.
Fintan miraba cada detalle del paisaje. Reinaba un imponente silencio, quebrado tan solo por el leve roce del viento en los esquistos, y el apagado eco de los perros. Fintan no se atrevia a hablar. Vio que tambien Bony contemplaba la extension de la planicie y la falla roja. Era un lugar misterioso, alejado del mundo, un lugar donde era posible olvidar todo. «Deberia venir aqui», se dijo Fintan pensando en Geoffroy. Se extrano al mismo tiempo de no sentir ya rencor alguno. Era un lugar capaz de anularlo todo, hasta la quemadura del sol y las picaduras de las hojas venenosas, la sed y el hambre incluso. O los palos con la vara.
«El agua
Bajaron la pendiente de las colinas hacia el norte. El camino era dificil, los muchachos tenian que saltar de pena en pena, evitar las brenas, las fisuras del terreno. Enseguida llegaron a un angosto valle por el que discurria un arroyo. Los arboles componian una oscura y humeda boveda. El aire estaba infestado de mosquitos. Fintan veia ante el la fina silueta de Bony que se escurria entre los arboles. En un momento dado sintio que el miedo le atenazaba la garganta. Bony habia desaparecido. Todo lo que oia eran los latidos de su corazon. Entonces echo a correr siguiendo el arroyo, entre los arboles, gritando: «?Bony! ?Bony!…»
En el fondo del barranco, el riachuelo corria por las rocas. Fintan se arrodillo en la orilla y bebio con avidez, arrimando la cara al agua como un animal. Oyo un ruido tras el, se volvio estremecido. Era Bony. Caminaba despacio haciendo extranos gestos, como si acechara algun peligro.
Condujo a Fintan por el rio un poco mas arriba. De repente, tras doblar un arbol, aparecio ante sus ojos el agua
Fintan sintio un agradable frescor. Parado ante la hoya, Bony miraba el agua, inmovil. Su expresion reflejaba una misteriosa alegria. Muy despacio, se introdujo en la hoya, y se lavo la cara y el cuerpo. Se giro hacia Fintan: «?Ven!»
Cogio agua en el hueco de la mano y le rocio a Fintan la cara con ella. El agua fria le resbalaba por la piel, tuvo la impresion de que se le introducia en el cuerpo y le lavaba el cansancio y el miedo. Lo invadia una paz como el peso del sueno.
Los arboles eran inmensos y silenciosos. El agua era satinada y oscura. El cielo se puso muy claro, como siempre que llega la noche. Bony escogio un rincon, en un pequeno arenal, al amor de la hoya. Con ramas y hojas se ingenio un abrigo para pasar la noche, para cobijarse del sereno. Alli durmieron, envueltos en la paz del agua. Al despuntar el dia, regresaron a Onitsha.
Es de noche, Geoffroy mantiene los ojos abiertos. Ve la luz de su sueno. A esta misma luz, intrincado en la sabana, se le aparecio el rio al pueblo de Meroe igual que un dragon metalico. En invierno, el viento abrasa el rojo cielo, el sol se encuentra en el centro de su halo, como la reina en medio de su pueblo. Antes del alba, se oye un ruido, un rumor, de improviso. Los jovenes que se adelantan cada noche para reconocer el terreno han regresado a toda prisa. Cuentan como, desde una pena que habian escalado para cazar perdices, descubrieron un rio inmenso que reflejaba la luz del cielo. Entonces el pueblo de Meroe, que levanto un campamento para resguardarse de la tormenta de arena, reemprende la marcha. Parten primero los hombres y los ninos atropelladamente, los sacerdotes transportan el palanquin de la joven reina. Todos han dejado donde estaban sus efectos personales, las provisiones, los utensilios de cocina, las viejas esperan con los rebanos. Por la chirriante arena se extiende un ruido de pasos, una respiracion acompasada. El dia entero caminan sin descanso.
Llegan hasta el borde de un otero y se detienen, paralizados por el estupor. Enseguida crece el ruido de las voces, se hincha como un canto: ?el rio! ?Mirad, es el rio! Despues de tanto tiempo, tantos muertos, han llegado al termino del viaje, han llegado a Ateb, de donde arranca el rio del cielo.
Rodeada por los sacerdotes, Arsinoe tambien mira el brillo del rio a la luz del sol poniente. Todavia un instante se mantiene el disco suspendido sobre el horizonte, enorme, color sangre. Como si el tiempo se hubiera detenido, ya nada pudiera alterarse y no hubiera lugar para mas muerte.
En este instante, el pueblo de Meroe rememora el dia de la partida, cuando Amanirenas, rodeada por los adivinos y los sumos sacerdotes de Aton, anunciaba el comienzo del viaje hacia el otro lado del mundo, hacia la puerta de Tuat, hacia la tierra donde se oculta el sol. Es el mismo estremecimiento, el mismo rumor, el mismo canto. Arsinoe lo recuerda. Ella era muy pequena entonces, su madre aun se encontraba joven y pletorica de fuerza. La ruta que enlaza las dos vertientes del mundo es infinitamente breve, como si no fuera mas que el haz y el enves de un espejo. Los rios se tocan en el cielo, el gran dios Hapy color esmeralda, que fluye sin fin hacia el norte, y este dios nuevo de luz y cieno, que divide de un tajo las amarillentas hierbas de la sabana y se deja ir hacia el sur con parsimonia.
En el lugar desde el que divisaron el rio por vez primera, en el borde del otero, los sacerdotes de Meroe ordenan erigir una estela, cara al ocaso. Con un cincel, graban en la piedra el nombre de Horus, senor del mundo, creador de la tierra y los abismos. En la cara de poniente, por donde el disco se ha demorado tanto tiempo, graban el signo de Temu, el disco alado. Asi ha nacido la marca sagrada que ha de imponerse a cada