insectos, los delicadisimos dedos de su amiga Elena, que le acariciaba sus hombros desnudos, el perfume de su piel, de su sudor. La turbaba el olor de Oya y, al volverse hacia ella, el resplandor de sus ojos en la negrura de su rostro, joyas rebosantes de vida.

Un buen dia, con total naturalidad, Oya le hizo sentir el nino que llevaba en su vientre, guio la mano de Maou por el escote de su vestido hasta el lugar en que, apenas perceptible, palpitaba el feto, leve como un nervio que temblara bajo la piel. Maou poso largo rato su mano en el vientre, sin atreverse al menor movimiento. Oya era dulce y calida, se recosto sobre ella, dio la impresion de quedarse dormida. Al cabo de un instante, sin razon aparente, pego un brinco y desaparecio corriendo por la polvorienta carretera.

Tal vez gracias a Oya aprendio Maou a amar la lluvia. Con las manos abiertas delante de la cara, como si ella misma abriera las compuertas del cielo. Ozoo, la lluvia que bajaba desde la parte alta del rio a la velocidad del viento y cubria la agrietada tierra con su sombra bienhechora.

Cada atardecer, tras la marcha de Oya, solia mirar la llegada de la lluvia, toda una representacion. Desde las altiplanicies, donde el cielo tomaba un bano de tinta negra, llegaba el sonido amortiguado de los truenos. Ya no tenian necesidad de contar los segundos. Fintan se sentaba a su lado, en el suelo de la veranda. Ella observaba su cara abrasada, sus enmaranados cabellos. Tenia la misma frente que ella, la misma tupida cabellera, cortada «a tazon»; le daba el aspecto de un indio americano. No tenia nada que ver con el nino introvertido y fragil que un dia desembarco en los muelles de Port Harcourt. Las facciones y el cuerpo se le habian endurecido, los pies, ensanchado y fortalecido como los de los ninos de Onitsha. Pero sobre todo, su fisonomia reflejaba algun cambio, en la mirada, los gestos, que delataba el comienzo de la mayor aventura de la vida, el paso a la edad adulta. Era espantoso, Maou no queria ni pensarlo. De repente estrechaba a Fintan entre sus brazos, con todas sus fuerzas, como jugando. El forcejeaba, se reia. Por unos instantes seguia siendo un nino.

«Tienes todas las piernas aranadas, mira, ?donde has ido a correr?»

«Por alli, hacia Omerun.»

«?Sigues yendo con Josip, quiero decir, Bony?»

El miraba para otro lado. Sabia que Maou estaba intranquila cuando se iba con Bony.

«No te alejes demasiado, es peligroso, sabes que tu padre tiene ya bastantes preocupaciones.»

«?Ese? Ni se entera.»

«No digas eso, sabes que te quiere.»

«Es malo, a ese hombre lo detesto.»

Le ensenaba el brazo, bajo el hombro; un moraton.

«Mira, me lo hizo el, con su vara.»

«Tienes que ser obediente, no le gusta que andes por ahi cuando anochece.»

Fintan alimentaba su rencor.

«Pero le he roto la vara, tendra que hacerse otra.»

«?Y si te muerde una serpiente?»

«No me asustan las serpientes. Bony sabe hablar con ellas. Dice que conoce su chi. Conoce los secretos.»

«Y esos secretos ?cuales son?»

«No puedo decirtelo.»

La lluvia se precipitaba sobre las chapas provocando un estruendo metalico. Al poco llegaba el frio, un soplo de aire venido del fondo del rio. Era tal el estrepito que para entenderse se imponia gritar. La tierra era surcada por regueros rojizos.

Al anochecer Maou cogia los cuadernos y los libros, con la idea de hacer trabajar a Fintan. Era la hora de las matematicas, la geografia, la gramatica inglesa, el frances. Se sentaba en el sillon de bejuco y Fintan se acomodaba en el suelo de la veranda. Hasta cuando la lluvia amainaba era dificil trabajar. Fintan miraba la cortina de lluvia, escuchaba la crepitacion de las gotas y el agua que caia en cascada en los bastidores cubiertos de tela. Cuando terminaba sus tareas, iba por el libro que mas le gustaba. Era un librito antiguo que habia descubierto en la biblioteca de Geoffroy. Se llamaba The Child's Guide to Knowledge. Era un libro compuesto unicamente de preguntas y respuestas. Fintan se lo daba a Maou para que le leyera pasajes traduciendolos. Encerraba respuestas a todas las preguntas, por ejemplo:

«?Que es un telescopio?

– Es un instrumento optico provisto de varias lentes que nos acerca a la vista los objetos lejanos.

?Quien lo invento?

– Zacarias Jansen, un holandes de Middleburgh, en Zelanda, de profesion fabricante de gafas.

?Como lo invento Jansen?

– Por pura casualidad, ya que al colocar dos gafas a una cierta distancia una de otra, se percato de que los dos cristales asi dispuestos aumentaban considerablemente los objetos.

?Como procedio?

– Instalo los cristales en esa posicion, y en el ano 1590 fabrico el primer telescopio, que midio doce pulgadas.

?Y quien perfecciono su invento?

– Galileo, un italiano nacido en Florencia.

?Le ocasionaron danos sus investigaciones y el continuado uso de gafas?

– Si, perdio la vista.»

Cuando ella terminaba con la Guia del conocimiento, Fintan le pedia:

«Maou, habiame en tu lengua.»

La luz era baja, caia la noche. Maou se mecia en el sillon de bejuco, canturreaba filastrocche, ninnenanne [7] bajito al principio, luego mas alto. Sonaban raras aquellas canciones, y la lengua italiana se confundia dulcisima con el rumor del agua, como antes en San Martin.

Se acordaba bien; al poco de llegar, llevo a Fintan a una recepcion en casa del residente. En los jardines sirvieron te y pastas. Fintan corria por los paseos, los perritos ladraban. Maou llamo a Fintan en italiano. Aparecio entonces la senora Rally, y dijo con su amedrentada vocecita: «Disculpe, ?que clase de lengua habla usted?» Mas tarde Geoffroy rino a Maou. Le dijo bajando la voz, para dejar claro que el no gritaba, quiza tambien porque era muy consciente de su sinrazon: «No quiero que vuelvas a dirigirte a Fintan en italiano, sobre todo en casa del residente.» Maou contesto: «Sin embargo, antes te encantaba.» Tal vez aquel fue el dia en que cambio todo.

El rugido del V 8 barrenaba la noche. Resonaba pese al fragor de la tormenta, como viniendo de la lejania; un avion surgido de la tempestad. Fintan se ponia a salvo en su mosquitero. Si Geoffroy lo veia levantado se prepararia otra buena.

Maou aguardaba en la veranda. Se oia el ruido de los pasos en el jardin, el crujido de los peldanos de madera. Geoffroy estaba palido, con aspecto cansado. La lluvia le habia calado la camisa, chafado el pelo, haciendo mas llamativa la calvicie de su coronilla.

«Llego esta tarde.»

Alargaba una hoja de papel ajada por la lluvia. Era una carta de despido, Geoffroy habia dejado de trabajar para la United Africa Company. Unas escuetas lineas de la direccion notificandole que no se le renovaba el contrato. Una decision injustificada, por consiguiente inapelable. Maou sintio una especie de alivio, y ganas de llorar al mismo tiempo. Ahora si habia que irse.

Para contener su emocion, acerto a decir:

«?Que vamos a hacer?»

«Marcharnos, supongo.» Y anadio iracundo: «He telegrafiado a Londres. ?No voy a dejar que me avasallen sin decir nada!»

Tenia la mente puesta en sus pesquisas, en la ruta de Meroe, en la fundacion del nuevo imperio en la isla, en medio del rio. No iba a disponer de tiempo.

Sentado en la veranda, seguia examinando la carta a la luz de la lampara, como si no hubiera terminado de leerla.

«No me ire. Tenemos derecho a permanecer aqui algun tiempo mas.»

«?Cuanto tiempo?, pregunto Maou. ?Si nadie quiere que te quedes?»

«?Y quien puede determinarlo?, zanjo Geoffroy. Ire a otra parte, hacia el norte, a Jos, a Kano.»

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