y ministros, los hombres de ciencia, los arquitectos, pero tambien los campesinos y pescadores, herreros, musicos, tejedores, alfareros. Rodeada por un enjambre de ninos que transporta los cestos de comida, guia los rebanos de cabras, las vacas de ojazos rasgados cuyos cuernos en forma de lira llevan el disco solar.

Ella esta sola ante esta turba, es la unica que conoce su destino. ?Cual es su nombre, el de esta ultima reina de Meroe, a quien los hombres del norte han arrojado de su reino y lanzado a la mas grande aventura que haya visto la tierra?

Es a ella a quien el quiere ver ahora, a Candada, tal vez, como la reina negra de Meroe, tuerta y del vigor de un hombre, que mandaba las tropas contra Cesar y conquisto la isla Elefantina. Estrabon la citaba asi, pero su verdadero nombre era Amanirenas.

Cuatrocientos anos despues de ella, la joven reina sabe que nunca mas volvera a ver el agua del gran rio y que el sol no saldra mas sobre las tumbas de los antiguos reyes de Meroe: Kashta, Shabako, Shebitku, Taharqa, Anlamani, Karkamani. No habra mas libros donde escribir el nombre de las reinas, Bartare, Shanakdajete, Lajideamani… Su hijo se llamara quiza Sharkarer, como el rey que derroto al ejercito egipcio en Jebel Qeili.

Pero la que el ve no es una reina de boato, transportada en un palanquin bajo un palio de plumas, rodeada de sacerdotes y musicos. Es una mujer famelica, velada de blanco, con los pies desnudos en la arena del desierto, en medio de la horda hambrienta. El desgrenado cabello le cae sobre los hombros, la luz del sol le quema el rostro, los brazos, el pecho. Sigue llevando en la frente el circulo de oro de Osiris, Jenti Amenti, el Senor de Abydos, de Busiris, y la diadema en que se inscriben los signos del sol y de la luna, y las plumas de las alas del halcon. Alrededor del cuello, la cabeza de Maat, el padre de los dioses, el morueco de antenas de escarabajo que encierra a Anj, el perfil de la vida, y a Usr, la palabra de la fuerza, asi:

Ya desde hace dias marcha en compania de su pueblo, abre la pista que conduce a donde el sol desaparece cada atardecer, Ateb, la entrada del tunel de la ribera oeste del celeste rio. Marcha por el mas terrible de los desiertos, con su pueblo, ese lugar donde sopla el viento ardiente, donde el horizonte no es sino un lago de fuego, ese lugar donde no habitan mas que escorpiones y viboras, donde la fiebre y la muerte rondan de noche entre las tiendas, arrebatan la respiracion a los viejos y a los ninos.

Como ha llegado el dia de la partida, la reina negra ha reunido a su pueblo en la plaza de Kasu, ante las humeantes ruinas de los templos incendiados por los guerreros de Himyar, por los soldados de Aksum, de Atbara. Los sumos sacerdotes del Dios, con la cabeza rapada y los pies desnudos en senal de luto, se han puesto en cuclillas en la plaza. Sostienen en sus manos emblemas del poder y la fuerza eterna del cielo, los espejos de bronce, los betilos. En un arca de madera se hallan a buen recaudo todos los libros, el libro de los muertos, el libro del aliento, el libro de la resurreccion y del juicio. No ha rayado el alba, el cielo permanece mas oscuro que la tierra.

Luego, cuando despunta el sol clareando la extension del rio, las playas donde estan preparadas las balsas, resuena la oracion por ultima vez en Meroe, y todos los hombres y todas las mujeres del pueblo se vuelven hacia el resplandeciente disco que surge de la tierra sostenido por el invisible Anj:

«?Oh disco, senor de la tierra, forjador de los seres del cielo y de la tierra, forjador del mundo y las profundidades abisales, que incorporas a la existencia a hombres y mujeres, oh disco, vida y fuerza, beldad, nosotros te saludamos!»

La voz de los sumos sacerdotes ha dejado de resonar en el silencio de las ruinas. Se desata entonces el lento ruido de la partida, las mujeres que gritan para reunir los animales, los llantos de los ninos, las llamadas de los hombres que empujan las balsas de canas hacia el interior del rio.

Por todas partes acechan los ejercitos de ios enemigos, dispuestos a saciar su sed de venganza con los ultimos habitantes de Kasu, los hijos de Aton, los ultimos sacerdotes del sol. Al sur y al este, los guerreros rojos, los soldados del rey Aganes, llegados desde los montes de Etiopia, de la lejana ciudad de Aksum.

Algunos hombres y mujeres de Meroe han partido ya hacia el sur, remontando el curso del rio en busca de una nueva tierra. Se cuenta que han llegado hasta el punto en que el rio se divide, un brazo hacia el sur, hacia los Montes de la Luna, un brazo hacia el este, y que han navegado por este brazo hasta un lugar llamado Aiwa. ?Quien sabe que habra sido de ellos?

Pero ahora ya es demasiado tarde. Los guerreros de Aksum han bloqueado la via hacia el sur, los etiopes ocupan la ribera derecha. Entonces, una noche, la reina negra recibe una revelacion. En un sueno han visto otra tierra, otro reino, tan lejano que ningun hombre podria alcanzarlo en vida, y que solo sus hijos podrian llegar a ver. Un reino mas alla del desierto y las montanas, un reino al lado mismo de las raices del mundo, donde el sol termina su recorrido, en el emplazamiento en que se abre el tunel que atraviesa los abismos hasta los dominios del Tuat, bajo el universo de los hombres.

Todo lo ha visto con claridad, pues se trataba de un sueno que le enviaba Ra, el senor de la eterna vida. En ese otro mundo, al otro lado del desierto, un gran rio semejante al Nilo discurre hacia el sur. En sus margenes se extienden inmensas selvas pobladas de bestias feroces. Luego se abren paso las fertiles llanuras, las sabanas donde vagan las manadas de bufalos, los elefantes, los rinocerontes, donde rugen los leones. Alli coinciden playas, islas, innumerables afluentes, canaverales habitados por aves y cocodrilos, y un rio que parece un mar sin limites. En una isla en medio del rio la reina ha visto su nuevo reino, la ciudad nueva en que se instalara su pueblo, los hijos de Aton, los ultimos habitantes de Kasu, de Meroe. Esta ciudad, con sus templos, sus casas, sus animadas plazas, es lo que ha visto en la isla sin nombre del centro del rio. Por eso ha decidido ponerse en marcha con el pueblo de Meroe.

Durante toda la noche han permanecido juntos ante las ruinas y las tumbas, vigilantes, dispuestos a librar la ultima batalla. Han recluido los rebanos en circulos de piedras. Los hombres han preparado las tiendas, los sacos de trigo, han preparado las armas y las herramientas. Los animales que no pueden llevarse han sido sacrificados, y durante la noche las mujeres han ahumado la carne. Todo esta listo antes de acabada la noche. Los hombres han pegado fuego a sus propias moradas, de modo que todo quede reducido a cenizas y no pueda aprovechar a los enemigos. Nadie ha dormido esta noche.

Al alba, en la plaza de Kasu, han rezado y recibido la bendicion de Aton, que inicia su navegacion siguiendo el rio del cielo. Las balsas de canas van dejando la ribera, una a una, en silencio. Son tan numerosas que conforman una ruta movediza a traves del rio.

Durante nueve dias las balsas se deslizan cenidas a las riberas, en direccion poniente, hasta la gran curva donde el rio aborda su descenso hacia el norte. Al pie de las escarpas se congrega el pueblo con el ganado y los viveres.

Al alba del decimo dia, reciben la bendicion del disco alado. Las mujeres se echan los cuevanos a hombros, los ninos reunen los rebanos, y emprenden la marcha por la ruta sin fin, hacia los montes de Manu, donde dicen que el sol se mete cada tarde.

Al abandonar la ribera del rio, antes de internarse en las colinas pedregosas, la reina dirige hacia atras una ultima mirada. Pero ya no tiene lagrimas en los ojos. Siente un gran vacio en lo mas hondo, porque sabe que jamas vera de nuevo el rio, y que su hija, y la hija de su hija tampoco lo veran mas. Con lentitud, va elevandose en el cielo el disco alado. Su mirada sin desmayo ilumina el mundo. La reina se ha puesto en marcha, con los pies desnudos en la tierra quemada sigue a su silente pueblo por el invisible camino de su sueno.

«Mira, pikni. Te presento a George Shotton en persona.» La canoa de Sabine Rodes se acercaba al negro pecio revolcado en el cieno, en la punta de Brokkedon. La proa cortaba las olas del rio. A popa estaba erguido Okawho, presionando con el pie el brazo del motor fuera borda, el rostro reluciente de cicatrices. A su lado estaba Oya. En el momento de embarcar aparecio en el ponton, y Sabine Rodes le hizo una sena para que subiera a bordo. Ella mantenia la vista al frente, con indiferencia.

Pero el semblante de Sabine Rodes expresaba un extrano regocijo. Hablaba a voces, con teatralidad.

«George Shotton, pikni. Ahora no es mas que un viejo armazon podrido, pero no siempre fue asi. Era el casco mas grande del rio antes de la guerra. Era el orgullo del Imperio. Estaba blindado como un acorazado de guerra, con ruedas de alabes, remontaba el rio hasta el norte, hasta Yola, Borgawa, Bussa, Gungawa.» Pronunciaba estos nombres con parsimonia, como si quisiera que Fintan los recordara siempre. El viento hacia ondear sus cabellos de blancos mechones, la luz le aclaraba las arrugas de la cara, aclaraba sus ojos azulisimos. Su mirada no reflejaba el menor rasgo de maldad en ese instante, sino mero entretenimiento.

El estrave de la canoa iba derecho al casco. El rugido del motor invadia todo el rio, espantaba las garzas ocultas en los canaverales. En lo alto del pecio, Fintan distinguia con nitidez los arboles que habian echado raices

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