ver a ahogados flotando.

Cuando empezo la fiesta, Maou tiro de Fintan hasta el gran salon de primeras que iluminaban con pompa lamparas y guirnaldas. Habia ramilletes en las mesas, flores colgadas de las viguetas de hierro. Los oficiales ingleses iban de blanco, escoltaban al comandante holandes, un gordo barbudo con la cara congestionada. Pese a que el ventilador giraba a pleno rendimiento, hacia mucho calor, debido probablemente a las numerosas bombillas. Las caras relucian sudorosas. Las mujeres llevaban vestidos vaporosos, escotados, aliviaban su sofoco con abanicos espanoles comprados en Dakar, o con los menus.

Cerca de la larga mesa adornada con flores se hallaban de pie los huespedes de honor, el coronel Metcalfe y su mujer Rosalind, bien tiesos en sus trajes de gala. Los auxiliares holandeses servian el champan, los zumos de frutas. Maou llevo a Fintan hasta el ambigu. Parecia excitada en extremo, casi ansiosa.

«Ven, carino, ven a tomar algo.»

«No tengo hambre, Maou.»

«Que si, que tienes que probar algo.»

La musica inundaba el salon. Era un gramofono de respetable tamano que hacia sonar discos de jazz, se oia la ronca tesitura de la voz de Billie Holiday cantando Sophisticated Lady.

Los ingleses formaban una especie de muralla alrededor de los esposos Metcalfe. Maou se escurrio hasta el ambigu, arrastrando a Fintan de la mano. Parecia una cria. Los hombres la miraban, Gerald Simpson le susurraba comentarios al oido. Ella se reia. Se habia bebido ya varias copas de champan. A Fintan le daba verguenza.

Maou le dio un plato de carton que contenia una curiosa fruta de un verde descolorido, cortada en dos alrededor de su obsceno hueso.

«Prueba, carino. Despues te dire lo que es. Prueba, veras que rico.»

Le brillaban los ojos. Se habia recogido en un mono su hermoso pelo con unas mechas revueltas en la nuca; lucia unos pendientes rojos. Sus desnudos hombros eran del color del alaju.

«Ya vera, Onitsha es una pequena ciudad tranquila, agradable. Alli pase una breve estancia antes de la guerra. Es un lugar en el que tengo a uno de mis mejores amigos, el doctor Charon. ?Su marido ha tenido ocasion de hablarle de el?»

El odioso Simpson peroraba con un vaso de champan a la altura de su delgada nariz, como si sorbiera las burbujas por ella.

«Ah, el Niger, el rio mas grande del mundo», exclamaba Florizel con la cara mas colorada que un tomate.

«Disculpe, ?no es mas bien el Amazonas?» El senor Simpson se habia medio vuelto hacia el belga, con gesto sarcastico. «Quiero decir, el mas grande de Africa», corregia Florizel. Y se alejaba sin escuchar a Simpson que decia, con su voz chirriante: «Tampoco, es el Nilo.» Un oficial ingles gesticulaba: «…cazando gorilas, en las colinas de Oban, en el Camerun aleman, tengo toda una coleccion de calaveras en mi casa, en Obudu…» Las voces resonaban en ingles, holandes, frances. Una algazara que se disparaba a rachas, recaia, volvia a subir.

Con la punta de la cuchara, Fintan probaba la descolorida fruta, asqueado, al borde de la nausea. «Prueba, carino, veras que rico.» Los oficiales ingleses se apretujaban contra la mesa, comian ensalada, los aperitivos, se bebian los vasos de champan. Las sudorosas mujeres se abanicaban. El motor del ventilador emitia su ruido de avion, y el gramofono difundia una pieza de jazz de Nueva Orleans. Por encima de todo esto, cada tanto, la carcajada del senor Heylings, su voz de ogro. Luego se puso alguien a tocar el piano al otro extremo del salon. El italiano bailaba con su enfermera. El senor Simpson tomo del brazo a Maou, estaba un poco borracho. Con su voz aguda, casi sin acento, contaba chascarrillos. Llegaron otros ingleses. Se divirtieron parodiando voces de negros, diciendo gansadas en pidgin. El senor Simpson senalaba al piano:

«Big black fellow box spose white man fight him, he cry too mus!»

Fintan tenia en la lengua el gusto insipido de la fruta verde. Olia a tabaco rubio en todo el salon. Maou se reia, tambien estaba borracha. Le brillaban los ojos, le brillaban los desnudos hombros a la luz de las guirnaldas. El senor Simpson la agarraba por el talle. Habia cogido una flor roja de la mesa, simulaba ofrecersela, y:

«Spose Missus catch di grass, he die.»

Las carcajadas formaban un extano eco, como un ladrido. Ya se habia improvisado un circulo alrededor del terrible senor Simpson. Se unieron hasta los esposos Metcalfe para oir las ocurrencias en pidgin. El ingles senalaba un huevo que habia cogido en la mesa del ambigu.

«Pickanniny stop along him fellow!» Otros gritaban: «Maiwot!, Maiwot!.»

Fintan salio de alli. Avergonzado. Le hubiera gustado arrastrar a Maou con el hasta la cubierta. De pronto, sintio el movimiento. Era apenas perceptible, un ligero balanceo, la vibracion amortiguada de las maquinas, el estremecimiento del agua que corria abrazando el casco. Afuera la noche era negra, las guirnaldas de bombillas colgadas en los palos de carga brillaban como estrellas.

A proa, los marineros holandeses se afanaban, recogian las amarras. En el puente de mando estaba de pie el segundo Heylings, su uniforme blanco relucia en la oscuridad.

Fintan corrio hasta el final de la cubierta, para ver la proa del buque. La cubierta de carga se elevaba lentamente con el oleaje. Iban pasando las senales luminosas de las balizas, verdes a babor, rojas a estribor, un destello cada cinco segundos, y el viento marino soplaba ya, entrechocaba las guirnaldas de bombillas transmitiendo aquel frescor tan suave y poderoso que hacia palpitar el corazon. En medio de la noche se prolongaba el ruido de la fiesta, el sonido acidulado del piano, las voces chillonas de las mujeres, las carcajadas, los aplausos. Pero lejos, marginado por el viento, el oleaje, y el Surabaya avanzaba, dejaba tierra atras, en ruta hacia otros puertos, otros estuarios. Se dirigian a Port Harcourt, Calabar, Victoria.

Asomandose a la borda Fintan diviso las luces de Cotonu, ya irreales, difuminadas en el horizonte. Discurrian las invisibles islas, llegaba hasta el buque el aterrador bramido del mar en los arrecifes. El estrave remontaba con lentitud el curso de las olas.

Entonces, en la cubierta de carga oscurecida por el resplandor de los farolillos venecianos, Fintan descubrio a los negros instalados para el viaje. Mientras los blancos estaban en la fiesta del salon de las primeras, subieron a bordo en silencio, de uno en uno, hombres, mujeres y ninos, transportando sus fardos sobre la cabeza, por la plancha que hacia las veces de portalon. Bajo la vigilancia del cabo, ocuparon de nuevo su sitio en la cubierta, entre los contenedores oxidados, apoyados en las cuadernas de la borda, y aguardaron la hora de salida sin hacer ruido. Tal vez lloro algun nino, puede que el viejo del rostro macilento, el del cuerpo cubierto de harapos cantara su melopea, su plegaria. Pero la musica del salon anulo sus voces, y tal vez oyeron las burlas del senor Simpson cuando imitaba su lengua, y a los ingleses que gritaban: «Maiwot!, Maiwot!» y aquello de «Pickaninny stop along him fellow!»

Fintan experimento tal irritacion, tanto bochorno a cuenta de ello que lo asaltaron deseos de regresar al salon de las primeras. Era como si, en plena noche, lo mirara cada negro con el brillo de una mirada cargada de reproches. Pero la idea de volver a la gran sala repleta de ruido y olor a tabaco rubio resultaba insoportable.

Entonces Fintan bajo al camarote, encendio la lamparilla, y abrio el cuadernillo escolar en el que rezaba, en grandes letras negras, UN LARGO VIAJE. Y se puso a escribir pensando en la noche, mientras el Surabaya se deslizaba hacia alta mar abarrotado de bombillas y musica como un arbol de Navidad, levantando con lentitud el estrave, inmenso cachalote de acero, llevando hacia la bahia de Biafra a los viajeros negros, ya dormidos.

El martes 13 de abril de 1948, exactamente un mes despues de dejar el estuario del Gironda, el Surabaya entraba en la rada de Port Harcourt, un gris y lluvioso atardecer de pesados nubarrones enganchados al litoral. En el muelle estaba aquel desconocido, alto y delgado, con gafas de acero caladas en su nariz aguilena, el pelo ralo entreverado de mechones grises, vestido con un extrano impermeable militar de caida hasta los tobillos, que dejaba a la vista un pantalon caqui y aquellos zapatos negros y brillantes que Fintan ya habia observado en los pies de los oficiales ingleses a bordo del barco. El hombre beso a Maou, se acerco a Fintan y le estrecho la mano. Un poco por detras de las dependencias de la aduana habia un voluminoso Ford V 8 verde esmeralda, abollado y herrumbroso, con el parabrisas agrietado. Maou monto delante junto a Geofroy Alien, y Fintan se instalo en el asiento trasero entre los paquetes y las maletas. Los cristales chorreaban de lluvia. Relampagueaba, caia la noche. El hombre se giro hacia Fintan, le dijo: «?Vas comodo, boy?» El Ford comenzo a rodar por la pista, en direccion a Onitsha.

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