«padre». Maou decia unas veces «Geoffroy» y otras lo llamaba por su apellido, Alien. Hacia tanto tiempo. Puede que ya no lo conociera.

Ahora Fintan la veia dormir, en la penumbra. Pasada la fiebre, tenia la graciosa cara arrugada de un nino. Sus cabellos enmaranados, empapados de sudor, formaban grandes tirabuzones negros.

Entonces, poco antes del alba, se reanudo el cansino, suavisimo movimiento. Fintan no se dio cuenta al principio de que era el Surabaya, que se iba. Se desplazaba con cuidado saliendo de los muelles, se dirigia al canal, a Cape Coast, Acra, Keta, Lome, Petit Popo, se dirigian al estuario del gran rio Volta, a Cotonu, Lagos, al agua fangosa del rio Ogun, a las bocas que liberaban un oceano de cieno, al estuario del rio Niger.

Ya era de dia. El casco del Surabaya vibraba con la impulsion de las bielas, el caluroso viento rechazaba el humo sobre popa, a Fintan le ardian los ojos de sueno. En cubierta, asomado a la borda, intentaba ver el mar gris, el mar ceniciento, la negra costa que huia hacia atras envuelta en nubes de escandalosos pajaros. A proa, en la cubierta de carga, los krus, los ghaneses, los yorubas, los ibos, los dualas permanecian arrebujados en sus mantas, descansando la cabeza en sus bultos. Ya se habian despertado las mujeres; en cuclillas, daban de mamar a los ninos de pecho. Lloriqueos infantiles. En solo un instante los hombres irian a coger sus martillitos puntiagudos, y las cuadernas de hierro, los cuarteles de las escotillas, eternamente oxidados, empezarian a resonar como si el buque fuera un gigantesco tambor, un gigantesco cuerpo palpitando al son de los desordenados latidos de su corazon multiple. Y Maou iba a volverse en su litera banada en sudor, lanzaria un suspiro, puede que llamara a Fintan para que le diera un vaso de agua de la jarra que reposaba en la mesilla de caoba. Todo se prolongaba tanto, era tan lento, en este avance siguiendo el propio surco por el mar interminable, a la vez distinto y siempre igual.

En Cotonu, Maou y Fintan caminaron por el largo dique que cortaba las olas. En el puerto descargaban numerosos navios de transporte. Mas alla, las barcas de los pescadores rodeadas de pelicanos.

Maou se puso su vestido de gasa, el mismo con el que se bano en Takoradi. En el mercado de Lome compro un nuevo sombrero de paja. No queria ni oir hablar del casco. «Eso es cosa de gendarmes», decia. Fintan rehusaba llevar sombrero. Su pelo castano, lacio, de flequillo recto en la frente, hacia las veces de casco. Desde el dia del bano en Takoradi no le apetecia descender a tierra. Se quedaba en cubierta, haciendo compania al segundo Heylings que vigilaba el movimiento de mercancias.

El cielo estaba bajo, de un gris lechoso. Hacia un calor torrido desde primeras horas del dia. En los muelles, los estibadores amontonaban las cajas de mercancias y preparaban las que iban a embarcar, las pacas de algodon, los sacos de cacahuete. Los palos de carga izaban las redes repletas de mercancias. No quedaba nadie en la cubierta de carga. Todo el mundo habia bajado, las mujeres con sus retonos envueltos en sus velos y los fardos encima de la cabeza. Se daba asi un silencio extrano: las cuadernas y el casco del buque habian cesado de resonar, las maquinas estaban paradas. Si acaso el ronroneo continuo del generador que accionaba los palos de carga. Por las escotillas abiertas de par en par se veia la cala, el polvo que ascendia iluminado por las bombillas.

«Maou, ?adonde vas?»

«Vuelvo enseguida, amor mio.»

Fintan miraba con recelo como descendia el portalon, seguida por el odioso Gerald Simpson.

«Ven, vamos a pasear por el malecon, vamos a ver la ciudad.»

Fintan se negaba. Tenia un nudo en la garganta, no sabia bien por que. Tal vez porque un dia pasaria lo mismo, habria que bajar por este portalon, entrar en una ciudad, y alli estaria ese hombre esperandolos que diria: «Soy Geoffroy Alien, soy tu padre. Ven conmigo a Onitsha.» Y tambien cuando miraba la silueta blanca de Maou, su vestido blanco hinchado al viento como una vela. Ella le daba el brazo al ingles, escuchaba sus peroratas sobre Africa, los negros, la jungla. Era insoportable. Asi es que se encerraba en el camarote sin ventanas, encendia la lamparilla y se ponia a escribir una historia en un cuadernillo de dibujo, con un lapiz graso. Escribia primero el titulo, en mayusculas: UN LARGO VIAJE.

Luego empezaba a escribir la historia:

ESTHER. ESTHER LLEGO A AFRICA EN 1948.

SE ECHA AL MUELLE Y SE ENCAMINA A LA SELVA.

Daba gusto, escribir esta historia encerrado en el camarote, sin un ruido, con la luz de la lamparilla y el calor del sol elevandose sobre el casco del buque inmovil.

EL BARCO SE LLAMA NIGER. REMONTA EL RIO DURANTE DIAS.

Fintan sentia en la frente la quemazon del sol, como antes en San Martin. Un punto de dolor entre los ojos. La abuela Aurelia decia que era su tercer ojo, el ojo que servia para leer el porvenir. Todo era tan lejano, tan antiguo. Como si jamas hubiera existido. En la selva Esther camina rodeada de peligros, acechada por leopardos y cocodrilos. LLEGA A ONITSHA. LE TIENEN PREPARADA UNA GRAN CASA, CON UNA COMIDA, Y UNA HAMACA. ESTHER ENCIENDE UN FUEGO PARA ESPANTAR A LAS FIERAS. El tiempo era una quemazon que progresaba por la frente de Fintan, igual que antes cuando el sol del verano ascendia muy alto sobre el valle del Stura. El tiempo tenia el sabor amargo de la quinina, el olor acre del cacahuete. El tiempo era frio y humedo como las mazmorras de los esclavos en Gorea. ESTHER MIRA LAS TORMENTAS SOBRE LA SELVA. UN NEGRO HA TRAIDO UN GATO. I AM HUNGRY, DICE ESTHER. ENTONCES TE DOY EL GATO. ?PARA COMERMELO? NO, COMO PRUEBA DE AMISTAD. La noche llegaba, aliviada la quemazon del sol en la frente de Fintan. El oia la voz de Maou en el pasillo, el acento chillon de Gerald Simpson. Afuera hacia fresco. Las descargas electricas rasgaban el cielo en silencio.

En la cubierta de primeras se encontraba el senor Heylings con el torso desnudo y en pantalon corto caqui. Fumaba mientras miraba el trajin de los palos de carga. «?Que haces ahi, Junge? ?Has perdido a tu mama?» Y asia al muchacho por la cabeza; le aprisionaba la frente con sus poderosas manos y lo levantaba con todo mimo, hasta que los pies de Fintan se separaban del suelo. Cuando Maou tuvo ocasion de verlo, exclamo: «?No! ?Va usted a desgraciarme a mi nino!» El segundo se reia, columpiaba a Fintan por la cabeza. «Esto les viene bien, senora, ?asi crecen!»

Fintan se zafaba. En cuando veia al senor Heylings, se mantenia a distancia.

«Mira aquello; es el canal de Porto Novo. La primera vez que navegue por aqui era muy joven. Mi barco zozobro.» Senalaba el horizonte, unas islas perdidas en medio de la noche. «Nuestro capitan habia bebido, ya sabes, atraveso el barco en un banco de arena por culpa de la marea. Nuestro barco taponaba la entrada del canal, ?nadie podia pasar hacia Porto Novo! ?Que risa!»

Aquella noche hubo una gran fiesta en el Surabaya. Era el cumpleanos de Rosalind, la mujer de un oficial ingles. El comandante lo organizo todo. Maou estaba bastante excitada: «Sabes, Fintan, ?vamos a bailar! Habra musica en el salon de primeras, todo el mundo esta invitado.» Le brillaban los ojos. Parecia una colegiala. Dedico un buen rato a escoger entre sus prendas un vestido, una rebeca, unos zapatos. Se puso polvos de belleza, carmin, peino sus hermosos cabellos con detenimiento.

A partir de las seis era de noche. Los marineros holandeses habian colgado guirnaldas de bombillas. El Surabaya semejaba un voluminoso pastel. No se sirvio cena aquella velada. En el gran salon de primeras habian apartado a un lado los sillones y dispuesto una larga mesa cubierta con manteles blancos. En la mesa, ramilletes de flores rojas, cestas de fruta, botellas,. bandejas con aperitivos, guirnaldas de papel y, en un rincon, un gran ventilador que recordaba un avion por su sonido.

Fintan permanecia en el camarote sentado en la litera, con el cuaderno a la luz de la lamparilla.

«?Que haces?», pregunto Maou. Se acerco con la intencion de leer, pero Fintan cerro el cuaderno.

«Nada, nada, son mis deberes.»

Ya se le habia pasado el dolor de la frente. El aire era suave y liviano. El oleaje subia y bajaba el casco contra la escollera. Africa quedaba muy lejos. Perdida en la noche al final de la escollera, en todos los canales e islas anegados por la marea creciente. El agua del rio fluia con calma en torno al buque. El senor Heylings se presento a recoger a Maou. Vestia su elegante uniforme blanco, con sus galones, y su gorra demasiado pequena para su cabeza de gigante.

«Ves, Junge -siempre llamaba asi a Fintan, en su lengua-, ya estamos aqui, en brazos del gran rio Niger, esta agua que ves correr es la suya. El rio Niger lleva tanta agua que desala el mar, y cuando llueve muy lejos, en la region de Gao, en el desierto, el mar aqui se vuelve rojo, bajan troncos de arboles e incluso animales ahogados que acaban siendo arrojados a las playas.»

Fintan miraba el agua negruzca en torno al Surabaya, como si de verdad fuera a

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