Avanzaban hacia otros puertos, otras desembocaduras. Manna, Setta Krus, Tabu, Sassandra, invisibles tras las palmeras en sombra, y un va y viene de islas, los rios arrastrando sus aguas cenagosas, empujando hacia el mar los troncos errantes como mastiles arrancados en un naufragio, Bandama, Comoe, las lagunas, las inmensas playas de arena. En la cubierta de las primeras, Maou hablaba con un oficial ingles llamado Gerald Simpson.

Por una coincidencia, tambien el se dirigia a Onitsha. Lo habian nombrado D.O., District Officer; iba a ocupar su nuevo puesto. «He oido hablar de su marido», le dijo a Maou un dia. No comento mas. Era un hombre alto y delgado, de nariz aquilina, bigote con las puntas hacia arriba, garitas de acero, pelo rubio muy corto. Hablaba bajito, con voz muy queda, sin mover sus finos labios, como con desden. Decia los nombres de todos los puertos y cabos con solo echar un vistazo hacia la lejana costa. Hablaba de los krus, giraba un poco el busto hacia la proa del buque, la luz brillaba en el circulo de sus gafas. Fintan sintio por el aversion inmediata.

«Esa gente… Se pasa el tiempo viajando de una ciudad a otra, es capaz de vender cualquier cosa.»

Apuntaba vagamente al hombre que cantaba al atardecer al ritmo de las olas.

Habia otro hombre que hablaba con Maou, un ingles, o a lo mejor belga, de comico nombre; se llamaba Florizel. Muy alto y grueso, con la cara colorada, siempre banado en sudor, infatigable bebedor de cerveza negra, hablaba con poderosa voz y un curioso acento. Cuando Maou y Fintan estaban delante contaba terribles historias sobre Africa, historias de ninos raptados y vendidos en el mercado, descuartizados en mil pedazos, historias de cuerdas que se tensan en los caminos, de noche, para derribar a los ciclistas transformados a su vez en bistecs, y la historia de un paquete que abrieron en la aduana, destinado a un rico comerciante de Abiyan; cuando lo abrieron, encontraron en trozos envueltos en papel fuerte de embalaje el cuerpo descuartizado de una ninita, con las manos y los pies, y la cabeza. Contaba todo esto con su gruesa voz y el solo se tronchaba ruidosamente. Maou cogia a Fintan del brazo y se lo llevaba lejos de alli con una voz que delataba su irritacion nerviosa. «Es un farsante, no le creas una palabra.» Florizel recorria Africa para vender relojes suizos. Decia con enfasis: «Africa es una gran senora, me lo ha dado todo.» Miraba con desprecio a los oficiales ingleses, tan paliduchos y estirados en sus uniformes de conquistadores de opereta.

Avanzaban hacia las lagunas, el cabo Palmas, Cavally, Grand Bassam, el cabo Three Points. Las nubes surgian de la oscurra tierra, cargadas de arena e insectos. Una manana, el senor Heylings trajo a Fintan, en una gran hoja de papel, un fasmo, inmovil y fabuloso.

Al alba entraba el Surabaya en la bahia de Takoradi.

La carreta avanzaba por la carretera directamente hacia el mar. Maou estaba sentada bien derecha, protegida por su sombrero de paja, llevaba su vestido de gasa y calzaba sus zapatillas de tenis blancas. Fintan admiraba su atezado perfil, sus brillantes piernas broncineas. En la parte delantera del carromato, el cochero empunaba las riendas de un caballo tocado por el huelfago. De vez en cuando se volvia para mirar a Maou y Fintan. Era un gigante negro, un ghanes que lucia un nombre magnifico: se llamaba Yao. El ingles Simpson habia insistido en discutir en pidgin el precio del viaje. «Ya sabe usted, con esta gente…» Maou no quiso que los acompanara. Preferia estar sola con Fintan. Era la primera vez que se internaban en Africa.

La carreta avanzaba despacio por la carretera sin curvas, levantando tras ella una nube de polvo rojo. A cada lado se extendian inmensas plantaciones de cocoteros, chozas con crios saliendo.

Luego se produjo el ruido. Fintan lo oyo el primero, entre el martilleo de los cascos del caballo y el chirrido de chatarra del carromato. Un ruido poderoso y suave, como el viento entre los arboles.

«?Lo oyes? Es el mar.»

Maou intento ver algo entre los troncos de los cocoteros. Y de improviso, llegaron. La playa se abrio ante ellos, deslumbrante de blancura, con largas olas que iban a dar una tras otra a una alfombra de espuma.

Yao detuvo la carreta al abrigo de los cocoteros, amarro el caballo. Ya corria Fintan por la playa, arrastrando a Maou de la mano. El viento abrasador los sitiaba, hacia ondear el amplio vestido de Maou, amenazaba con llevarse su sombrero. Ella reia a carcajadas.

Juntos corrieron hasta el mar, sin parar siquiera a descalzarse, hasta que sintieron la espumosa agua entre las piernas. En un instante se empaparon de pies a cabeza. Fintan retrocedio para quitarse la ropa. Coloco una rama encima para que no se la llevara el viento. Maou se quedo vestida. Se limito a quitarse las zapatillas de tenis y tirarlas hacia atras, a la arena seca. Las olas venian de alta mar, se deslizaban rugiendo y rechinaban al cubrir la arena de la playa, arrojaban su agua crepitante que se retiraba lamiendo las piernas. Maou gritaba: «?Atencion! ?Dame la mano!» Juntos caian en la ola recien llegada. El vestido blanco de Maou se le pegaba el cuerpo. Sostenia en la mano el sombrero de paja como si lo hubiera pescado. Jamas habia experimentado ebriedad, libertad semejantes.

La playa, inmensa y vacia hacia el oeste, con la sombria linea de los cocoteros que llegaba hasta el cabo. Por el otro lado, las canoas de los pescadores estaban volcadas en la arena, como si fueran troncos arrojados por el temporal. Los ninos corrian a lo lejos por la playa, sus chillidos perforaban el ruido del mar.

Al amparo de los cocoteros, junto a la carreta, aguardaba Yao fumando. Cuando Maou se sento en la arena para secarse el vestido y el sombrero, se le acerco. Su rostro expresaba una cierta desaprobacion. Senalo el lugar en el que Fintan y ella se habian banado y dijo en pidgin:

«Ahi murio el ano pasado una senora inglesa. Se ahogo.»

Maou se lo explico a Fintan. Parecia espantada. Fintan miro el mar bellisimo, chispeante, las olas oblicuas que resbalaban por el espejo de la arena. ?Como era posible encontrar ahi la muerte? Eso queria decir su mirada. Eso pensaba Maou.

Trataron de seguir en la playa. El alto Yao se volvio a la sombra de los cocoteros para sentarse a fumar. Ya solo se oia el ruido de las olas erosionando los arrecifes, la crepitacion del agua sobre la arena. El abrasador viento agitaba las palmeras. El cielo era de un azul intenso, cruel, daba vertigo.

En un momento preciso paso una bandada de pajaros cruzando las olas muy cerca de la espuma. «?Mira!», dijo Maou. «Son pelicanos.» Habia algo terrible y mortal en esta playa ahora. Al secarse, el sombrero de Maou parecia un pecio.

Se incorporo. El agua salada le habia acartonado el vestido, el sol les despellejaba la cara. Fintan se puso otra vez la ropa. Tenian sed. Aprovechando un penasco puntiagudo, Yao revento un coco. Maou bebio primero. Se limpio la boca con la mano, paso el coco a Fintan. El agua sabia acida. A continuacion Yao desollo unos pedazos de carne empapados en leche. Chupaba los trozos. Su cara tenia a la sombra el brillo del metal negro.

Maou dijo: «Hay que regresar al barco ya.» En medio del viento caliente sentia escalofrios.

Cuando llegaron al Surabaya, Maou ardia de fiebre. A la caida de la noche, tiritaba en su litera. El medico de a bordo estaba ausente

«?Que me pasa, Fintan? Tengo tanto frio… no me quedan fuerzas.»

Le llenaba la boca el sabor de la quinina. Por la noche se levanto varias veces intentando vomitar. Fintan permanecia sentado junto a su litera, le sostenia la mano. «Se te pasara, ya veras como no es nada.» La miraba a la luz gris del pasillo. Escuchaba los chirridos de las defensas contra el muelle, el quejido de las amarras. En el camarote hacia un calor pesado, habia mosquitos. Afuera, en cubierta, el fulgor de las tormentas con aparato electrico, las nubes entrechocandose en silencio. Maou termino por quedarse dormida, pero Fintan no tenia sueno. Sentia cansancio, soledad. El sol seguia castigando en plena noche; le ardian la cara, los hombros. Apoyado en la borda, intentaba adivinar, mas alla del espigon, la linea oscura donde rompian las olas.

«?Cuando llegaremos?» Maou no sabia. Ayer, antes de ayer, se lo pregunto al senor Heylings. El hablo de dias, semanas. Habia mercancias que descargar, otros puertos, dias de espera. Fintan experimentaba ahora una creciente impaciencia. Queria llegar alla, a ese puerto, al termino del viaje, al final de la costa africana. Queria parar, penetrar en la linea oscura de la costa, cruzar los rios y las selvas, hasta Onitsha. Era un nombre magico. Un nombre imantado. Imposible resistirse.

«Cuando estemos en Onitsha…» decia Maou. Era un nombre muy bello y misterioso, como una selva, como el meandro de un rio. La abuela Aurelia tenia en su habitacion de Marsella, presidiendo su cama abombada, un cuadro que representaba un claro en el bosque con una manada de ciervos descansando. Cada vez que Maou hablaba de Onitsha, Fintan pensaba que debia de ser algo asi, como en este claro, con la luz verde filtrandose en el follaje de los grandes arboles.

«?Estara el presente a la llegada del barco?»

Fintan no se expresaba jamas de otro modo cuando se referia a Geoffroy. No era capaz de articular la palabra

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