Fintan se le acerco. Bajo el vestido tenia hinchados el vientre y los senos. De pie ante ella, Fintan la miro sin decir nada. Oya giro la cabeza. Fintan vio sus ojos extraordinariamente grandes y alargados hacia las sienes. Su piel cobriza era oscura, brillante y tersa. Tenia los cabellos recogidos como siempre, con el mismo fular rojo, y llevaba alrededor del cuello el mismo collar de cauri. Oya detuvo un instante en Fintan esa insensata mirada suya que daba vertigo. Y reanudo su contemplacion de la gata y de sus crias.

En la sala de las colecciones, Maou tenia el corazon en un puno. Sabine Rodes la hacia objeto de su mas insoportable guasa. Le decia signorina, hablaba tan pronto en italiano como en frances, pronunciando fuerte las erres como ella. Era odioso todo lo que decia. Era aun peor que los demas, penso Maou. Ahora no le quedaba ninguna duda, el habia tramado el despido de Geoffroy de la United Africa Company. «Querida signorina, ya sabe, a diario vemos pasar gente como su marido, creen que van a reformarlo todo. No pretendo que este equivocado, ni usted tampoco, pero hay que ser realista, hay que ver las cosas como son y no como nos gustaria que fueran. Somos colonizadores, no bienhechores de la humanidad. ?Se le ha ocurrido pensar lo que pasaria si los ingleses que tan abiertamente desprecia retiraran sus canones y sus fusiles? ?No se le ha ocurrido que este pais se veria salvajemente asolado, y que seria por usted, querida signorina, por usted y por su hijo por quienes empezarian, a pesar de todas sus generosas ideas, todos sus principios y sus amables conversaciones con las mujeres del mercado?»

Maou hizo un esfuerzo, fingio no haber entendido. «?No hay nada que hacer, no queda ninguna posibilidad?» Queria decir: «?Haga algo, diga algo en su favor, aqui es donde quiere vivir, no quiere abandonar este pais!» Sabine Rodes se encogio de hombros, dio unas chupadas a su puro. De pronto lo aburria la situacion. «Okawho, ?el te?» Los sentimientos de esta mujer, su sombria mirada, su acento italiano, el esfuerzo que hacia por no dejar traslucir su angustia; resultaba molesto, era demasiado patetico. Preferia pasar a otro tema, se referia ahora a los estudios de Geoffroy, a su obsesion por Egipto. «Sabe, yo fui el primero en hablarle de la influencia egipcia en el Africa Occidental, de las semejanzas con los mitos yorubas, con Benin. Yo le hable de las piedras levantadas que vi a orillas del rio Cross, por la parte de Aro Chuku. Cuando llego, le di a leer todos los libros, Amaury Talbot, Leon Frobenius, Nachtigal, Barth, y Hasan Ibn Mohamed al-Wasan al-Fasi, a quien llaman Leon el Africano. Yo le hable de Aro Chuku, del ultimo lugar del culto a Osiris, fue idea mia. Imagino que se lo ha contado, ?es asi? ?Le ha dicho a usted quienes son las gentes de Aro Chuku, le ha dicho que quiere llegar hasta alli?» Parecia presa de una cierta excitacion, se incorporo en su tumbona, llamo: «Okawho! Wa!» con la voz transformada, sonora. «?Ve a buscar a Oya enseguida!»

La joven entro en la sala, seguida de Fintan. A contraluz su silueta parecia enorme, su vientre dilatado por el embarazo le daba la apariencia de una gigante. Se detuvo en el umbral. Sabine Rodes se acerco a ella, la acompano hasta Maou.

«Mirela bien, signorina Alien, ?ella es quien obsesiona a su marido, es la diosa del rio, la ultima reina de Meroe! Ella no tiene ni idea, desde luego. Esta loca y es muda. Un buen dia llego aqui, nadie sabe de donde, vagaba siguiendo el rio de una ciudad a otra, se vendia por un poco de alimento, por un collar de cauri. Se instalo en el casco del George Shotton. Mirela bien, ?acaso no tiene todo el aire de una reina?»

Sabine Rodes se levanto, tomo a la joven de la mano, la hizo andar hasta Maou. Detras, al amparo de la puerta, Okawho no perdia detalle. Maou se indigno.

«Dejela tranquila, no es una reina, ni una loca. Es una pobre muchacha sordomuda de la que todo el mundo se aprovecha, ?no tiene usted derecho a tratarla como a una esclava!»

«Ahora es la mujer de Okawho, se la he dado yo.» Sabine Rodes volvio a sentarse en su sillon. Oya retrocedio despacio, hasta la puerta. Se deslizo al exterior cruzandose con Fintan que observaba la escena.

«?Pero podria habersela dado a su marido!»

Anadio con perfidia, mientras su azul mirada escrutaba a Maou: «?Quien sabe de quien es la criatura que guarda en su vientre?»

Maou, colerica, sintio que le subia la sangre a la cabeza.

«?Como puede! ?No tiene usted el menor sentido de… del honor!»

«?El honor!» Repitio, pronunciando fuerte la erre como Maou. «?El honorrr!»

Se le habia pasado el aburrimiento. Podia soltar su habitual discurso. Se levanto, bajandose las mangas de la tunica con un movimiento de los brazos: «?El honor, signorina! ?Pero, mire a su alrededor! ?Todos, todos tenemos los dias contados! ?Los buenos y los malos, la gente de honor y la gente como yo! ?Se acabo el imperio, signorina, se derrumba por doquier, se deshace en polvo, el gran barco del imperio naufraga con todos los honores! ?Usted habla de caridad, y su marido vive inmerso en sus quimeras, y al mismo tiempo todo se derrumba! Pero yo no me ire. Me quedare aqui para verlo todo, es mi mision, mi vocacion, ?ver como se va a pique el navio!»

Maou cogio la mano de Fintan. «Esta usted loco.» Tales fueron sus ultimas palabras en la casa de Sabine Rodes. Busco deprisa la puerta. En el jardin, Oya habia vuelto a sentarse frente a la gata metida en su caja.

Cuando Geoffroy se entero de lo ocurrido, de la tentativa de Maou, se puso furibundo. Su voz retumbaba en la casa vacia, se confundia con los truenos de la tormenta. Fintan se escondio en el cuarto de cemento, al fondo de la casa. Podia oir la voz de Geoffroy, dura, malintencionada:

«Es culpa tuya, es lo que tambien tu querias, has puesto todo de tu parte para lograrlo, para que tuvieramos que irnos.»

El corazon, a Maou, se le salia del pecho, se le atascaba la voz de ira e indignacion, decia que no era cierto, que era infame, lloraba.

Fintan cerro los ojos. Se sentia el fragor de la lluvia sobre la chapa. El olor a cemento fresco era mas fuerte que todo lo demas. Penso: manana ire a Omerun, a casa de la abuela de Bony. Jamas regresare. Jamas ire a Inglaterra. Con una piedra grabo en la pared de cemento POKO INGEZI.

El fuego es mas abrasador, mas preciso ahora que ya nada lo protege, que nada se interpone entre el y su sueno. Geoffroy remonta con lentitud el rio Cross en una canoa cargada hasta los topes que pugna contra la fuerza de la corriente, crecida por las lluvias, que arrastra el cieno y las ramas rotas. Esta manana ha llovido en las colinas, y se han desbordado los afluentes del Cross, impregnando de sangre el agua del rio. Okawho esta sentado en la proa de la canoa. Apenas se mueve, de vez en cuando coge un poco de agua en el hueco de la mano y bebe, o se rocia la cara. Ha aceptado venir con Geoffroy, guiarlo hasta Aro Chuku. Sin dudarlo ni un instante. Sin decirle nada a Sabine Rodes. Se llego de manana al embarcadero, subio al Ford V 8, que se dirige a Owerri. No cogio objetos personales para el viaje. no lleva mas que el pantalon corto caqui y la camisa rasgada de todos los dias.

Ahora la canoa remonta el rio Cross, transportando pasajeros hacia Nbidi, Afikpo, hacia las minas de plomo de Aboinia Achara, Mujeres, ninos cargados con sus equipajes, hombres escoltando las mercancias, el aceite, el petroleo, el arroz, las latas de corned-beef y leche condensada. Geoffroy sabe que se dirige a la verdad, al corazon, La canoa remonta el rio, hacia la senda de Aro Chuku, remonta el curso del tiempo.

En el mes de diciembre de 1901, el coronel Montanaro, jefe de las fuerzas britanicas de Aro, remonto este mismo rio en un barco de vapor con una dotacion de 87 oficiales ingleses, 1.550 soldados negros y 2.100 porteadores. Luego, a traves de la sabana, dividido en cuatro columnas, el ejercito se puso en marcha hacia Aro Chuku, continuando hacia Oguta, Akwete, Unwuna, Itu. Un verdadero cuerpo expedicionario, como en la epoca de Stanley, con sus cirujanos, geografos, oficiales civiles e incluso un pastor anglicano. Son los valedores del poder del imperio, tienen orden de avanzar cueste lo que cueste, con el fin de reducir la bolsa de resistencia de Aro Chuku y destruir para siempre el oraculo de Long Juju. El teniente coronel Montanaro es un hombre enjuto y palido pese a los anos pasados al sol de Africa. Las ordenes son inapelables: destruir Aro Chuku, reducir a cenizas la ciudad rebelde con todos sus templos, fetiches, altares para los sacrificios. Nada debe salvarse en este lugar maldito. Hay que matar a todos los hombres, viejos y ninos varones de mas de diez anos. ?No debe quedar ni rastro de esa ralea! ?Da vueltas en su mente a las consignas de guerra contra el pueblo aro, contra el oraculo que preconiza la destruccion de los ingleses? Las cuatro columnas avanzan a traves de la sabana, guiadas por los exploradores venidos desde Calabar, Degema, Onitsha, Lagos.

?Acaso es esto lo que Geoffroy ha venido a buscar, como una confirmacion del inminente fin del imperio, o como el final de su propia aventura africana? Geoffroy recuerda la primera vez que remonto el tiempo, al llegar a esta tierra. El viaje a caballo atravesando las espesuras de Obudu, por las tenebrosas colinas que habitan los

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