La ciudad de Anu es como el, Osiris, un dios.

Anu es como el, un dios. Anu es como es, Ra.

Anu es como es, Ra. Su madre es Anu.

Su padre es Anu, el es el mismo, Anu, nacido de Anu.

La piedra negra es la imagen mas lejana del dios Min, el del sexo erecto. En la cara negra, el signo Ndri brilla con fuerza a la luz rasante del declinar del dia. La vida gira en torno a los dioses. Hay insectos suspendidos en el aire, surcos labrados en la tierra roja. En una libreta Geoffroy dibuja el emblema sagrado de la reina de Meroe, Ongwa la luna, Anyanu el sol, Odudu egbe, las alas y la cola del halcon, Alrededor del signo hay cincuenta y seis puntos tallados en la piedra, el halo de los umundri, los ninos que circundan el sol.

Okawho esta de pie junto a la piedra. En su rostro brilla el mismo signo.

Luego cae la noche. Okawho improvisa un abrigo de circunstancias contra la lluvia.

Las estrellas rotan despacio alrededor de las piedras negras.

Al alba reanudan la marcha a lo largo del rio. Una canoa de pescador los conduce a la orilla derecha del Cross, un poco por encima de los monolitos. Alli hay un arroyo medio cegado por los arboles arrastrados por la ultima crecida.

«Ite Brinyan», dice Okawho. Ese es Atabli Inyang, el lugar donde se encuentra el lago de vida. Geoffroy sigue a Okawho, que se introduce en el agua hasta la cintura, abre a machetazos un camino entre las ramas. Cruzan el agua negruzca, casi fria. Caminan luego sobre unas penas. El sol esta en lo alto del cielo, Okawho se ha desvestido para que el ramaje no lo frene. Su negro cuerpo brilla como el metal. Brinca hacia adelante, va abriendo el paso. Geoffroy marcha detras con dificultades. Su ronco jadeo resuena en el silencio de la selva. El sol abrasa en su interior, despues de tantos dias, el sol abrasa en el centro de su cuerpo, sobrenatural mirada.

?Que he venido a buscar? se dice Geoffroy, y no es capaz de encontrar una respuesta. Debido al cansancio y al ardor de este sol en el fondo de su cuerpo, se le ha nublado todo atisbo de razon. Solo importa avanzar, seguir a Okawho por este laberinto.

Poco antes del crepusculo, Geoffroy y Okawho llegan a Ite Brinyan. El angosto arroyo que han seguido durante la jornada, rompiendo con esfuerzo los cerrojos de los arboles, atravesando un caos de rocas apiladas, a lo largo de lo que a veces no era mas que un corredor en plena selva, se abre de pronto a la manera de una gruta que se mudara en una inmensa sala subterranea. Se hallan frente a un lago que refleja el color del cielo.

Okawho se detuvo en una pena. Hay en su semblante una expresion que Geoffroy jamas habia visto en ningun otro rostro. Tal vez en una mascara; algo sobrehumano y lleno de dureza. Los ojos silueteados por un fino trazo que vacia la mirada y dilata las pupilas.

No hay el menor signo de vida, ni en el agua ni en la selva que rodea el lago. Reina tal silencio que Geoffroy cree oir el flujo de la sangre en sus arterias.

A continuacion Okawho se introduce con parsimonia en la lobrega agua. Al otro lado de la bahia los arboles forman un impenetrable muro. Algunos arboles son tan altos que la luz del sol sigue engarzada en sus copas.

Ahora Geoffroy oye el ruido del agua. Un suspiro entre los arboles, entre las piedras. Siguiendo los pasos de Okawho, Geoffroy se introduce en el lago y avanza despacio hacia la fuente. En medio de los bloques de gres negro mana una cascada.

«Es Ite Brinyan, el lago de vida.» Ha dicho Okawho en voz baja. O quiza Geoffroy ha creido oirlo. Se estremece ante el agua, que brota como en el instante primero del universo. Hace frio. Del bosque llega un soplo, un aliento.

En la copa de sus manos, Okawho coge agua y se lava la cara. Geoffroy cruza el lago, resbala en las rocas. El peso de la ropa empapada le impide subir a la orilla. Okawho le tiende la mano y lo ayuda a encaramarse a las rocas que rodean la fuente. Alli Geoffroy se lava la cara, bebe con detenimiento. El agua fria aplaca el ardor del centro de su cuerpo. Piensa en el bautismo, nunca en adelante volvera a ser el mismo.

Cae la noche. Es muy grande el silencio, perturbado tan solo por la voz de la fuente. Geoffroy se echa sobre las piedras, aun calientes por la luz del sol. Tras tantas adversidades y fatigas, le parece haber alcanzado por fin su meta. Antes de morir piensa en Maou, en Fintan. Este es el sitio al que habra que traerlos para escapar de Onitsha, huir de la traicion. Aqui podra escribir su libro, culminar sus indagaciones. Como la reina de Meroe, por fin ha encontrado el lugar de la vida nueva.

Al amanecer Geoffroy descubre el arbol. No lo habia reconocido, debido tal vez a la oscuridad de la noche. Lo tenia encima y no lo sabia. Es un arbol inmenso, de tronco escindido, que despliega sus ramas sobre el agua a la altura de la fuente. Okawho ha dormido un poco mas arriba, en las raices. En tierra, cerca del tronco, hay un altar primitivo: tinajas rotas, calabazas, una piedra negra.

Geoffroy dedica toda la manana a explorar el entorno de la fuente en busca de otros indicios. Pero no hay nada. Okawho se impacienta, quiere regresar esta misma tarde. Bajan el arroyo de nuevo hasta el rio Cross. En la orilla, a la espera de una canoa, construyen un abrigo.

Durante la noche, un ardor multiple que le atormenta el cuerpo despierta a Geoffroy. El haz de la linterna le muestra el suelo plagado de pulgas, tan numerosas que la tierra parece desplazarse. Okawho y Geoffroy se refugian en la playa. Al despuntar el dia Geoffroy tirita de fiebre, no puede moverse. Orina un liquido negruzco, color sangre. Okawho le pasa la mano por la cara y dices «Es el mbiam. El agua es mbiam.»

Hacia el mediodia se detiene una canoa motora. Okawho traslada a cuestas a Geoffroy y lo instala bajo una lona para protegerlo del sol. La canoa se desliza rio abajo a gran velocidad, hacia Itu. El cielo es inmenso, de un azul casi negruzco. Geoffroy siente el fuego que se ha reavivado en el centro de su cuerpo, y el frio del agua que asciende en oleadas y lo invade por completo. Piensa: todo ha terminado. No existe el paraiso.

Cuando sintio que habia llegado el momento, Oya abandono el dispensario y camino hasta el rio. Era el alba, no habia todavia nadie en las laderas, Oya estaba inquieta, buscaba un sitio, como hiciera la gata tricolor, en el jardin de Sabine Rodes, antes de parir. En el embarcadero encontro una canoa. La desamarro y, estribada en la larga pertiga, se dio impulso hacia el centro del agua, en direccion a Brokkedon, Se sentia apremiada. Ya dolorosas oleadas le dilataban el utero. Al encontrarse encima del agua se le paso el miedo, y el dolor resultaba mas soportable. Todo le venia de estar enclaustrada en la blanca sala del dispensario, con todas aquellas mujeres enfermas y el olor a eter. El rio estaba en calma, la bruma se enzarzaba en los arboles, se veian bandadas de aves blancas. Enfrente no se distinguia el pecio, inmerso en la bruma, confundido con la isla por su camuflaje de canas y arboles.

Lanzo la canoa a traves de la corriente, concentrando en la pertiga todas sus fuerzas para tomar impulso, y la canoa siguio su derrota por el empuje adquirido, un poco atravesada. Oya sufrio un acceso de violentos espasmos. Tuvo que sentarse, con las manos aferradas a la pertiga. La corriente la arrastraba hacia abajo, y tuvo que servirse de la pertiga como si fuera una rama. El dolor se acompasaba al movimiento de sus brazos, descargaba su peso sobre el agua. Consiguio atravesar la corriente. Se dejo ir un poco, entre gemidos, vencida hacia adelante, mientras la canoa se deslizaba suavemente bordeando los canaverales de Brokkedon. Ahora se encontraba en la zona tranquila, tropezaba con las canas espantando a miriadas de mosquitos. La proa de la canoa choco por fin con el pecio. Oya hundio la pertiga en el cieno para inmovilizar la canoa, y comenzo a subir la vieja escalera de hierro hasta cubierta. El dolor la obligo a detenerse, para respirar, con las manos aferradas al herrumbroso pasamanos. Aspiraba el aire profundamente, con los ojos cerrados. Al abandonar el dispensario, dejo en el armario el vestido azul de la mision, y partio con la camisa blanca, ahora toda empapada de sudor y manchada de barro. Pero conservo el crucifijo de estano. Por la manana, antes del alba, rompio aguas, y se enrosco una sabana a la altura de los rinones.

Muy despacio, a cuatro patas, se desplazo por la cubierta, hasta la escalera que conducia a los devastados salones. Alli, junto al cuarto de bano, estaba su refugio. Oya desato la sabana y la extendio en el suelo, se tumbo encima. Palpo en busca de los tubos que colgaban de las paredes. Una palida luz entraba por las aberturas del casco, a traves del ramaje de los arboles. El agua del rio corria bordeando el pecio, provocando una continua vibracion que penetraba en el cuerpo de Oya y se sumaba a la onda de su dolor. Con los ojos abiertos dirigidos a la luz, Oya espero que llegara el momento, mientras cada ola de dolor le sacudia el cuerpo y la forzaba a apretar las manos a la vieja caneria oxidada que tenia encima. Se acompanaba con una cancion que no era capaz de oir,

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