orientado hacia el semicirculo que formaban los soldados. La cadena que atenazaba sus tobillos les daba un aire de automatas interrumpidos en pleno ademan. Arriba, los forzados que habian logrado soltarse retrocedieron hasta la reja. Intentaron arrancarla sin conseguirlo. En algunos lugares la reja se encontraba abombada. Los forzados seguian gritando a ratos, pero el suyo era mas bien un canto de muerte, una lugubre y resignada llamada. Los soldados no se movian. El corazon le latia a Pintan con gran intensidad en el pecho.

Se oyeron gritos. Los espectadores abandonaron la terraza y se abalanzaron al interior de la casa, derribando a su paso las mesas y los sillones de bejuco. Al mirar hacia el boquete fangoso, Fintan distinguio humo. Los reos encadenados yacian apelotonados en el suelo. Fintan se percato entonces de que habia oido disparos. Al pie de la reja yacian algunos cuerpos. Un negro muy alto, el torso desnudo, uno de los cabecillas del motin, se hallaba medio enganchado a la reja como un monigote desarticulado. Resultaba aterrador; el humo de las armas, y ahora el silencio, el cielo vacio, la casa blanca desalojada, sin espectadores. Los soldados corrian pendiente arriba, el fusil por delante, en un instante cayeron sobre los forzados y los redujeron.

Fintan corria por la carretera. Sus pies desnudos batian sin parar la tierra roja, el aire le abrasaba la garganta como si se hubiera desganotado. Al final de la calle se detuvo sin aliento. Estaba aturdido por el estrepito de las armas de fuego.

«?Ven, aprisa!»

Era Marima. Lo cogio del brazo y lo arrastro consigo. Su terso rostro tenia una expresion que subyugo a Fintan. Decia, cuidado, no hay que quedarse aqui. Se llevo a Fintan de vuelta a Ibusun. En la carretera, cada vez que se cruzaban con un grupo de hombres bajando hacia el rio, escondia a Fintan con un lado de su velo.

Maou aguardaba en el jardin, a pleno sol. Estaba palida.

«He pasado mucho miedo, es terrible. ?Que ha ocurrido abajo?»

Fintan trataba de hablar, sollozaba. «Dispararon, los han matado, dispararon sobre los encadenados, cayeron todos.» Apretaba los dientes para no llorar. Odiaba a Gerald Simpson, al residente y a su mujer, al teniente, a los soldados, odiaba sobre todo a Shakxon. «Quiero irme de aqui, no quiero seguir ni un minuto mas.» Maou lo estrechaba en sus brazos, le acariciaba el pelo.

Mas tarde, aquella misma noche, despues de la cena, Fintan fue a ver a Geoffroy. Geoffroy estaba en la cama, en pijama, demacrado y descolorido. Leia un periodico a la luz de la lampara de petroleo, casi encima de la cara, no tenia las gafas. Fintan se fijo en la senal que le hacian las gafas en el puente de la nariz. Por primera vez penso que era su padre. No un desconocido, un usurpador, sino su propio padre. No habia conocido a Maou insertando anuncios por palabras en los diarios, no les tendio trampa alguna prometiendoles el oro y el moro. Lo eligio Maou, lo amaba, ella decidio casarse con el, juntos hicieron un viaje de novios, a Italia, a San Remo. Tantas veces se lo conto Maou, en Marsella; le hablo del mar, de las calesas que recorrian la playa, del agua, tan tibia cuando se banaban de noche, de la musica de los quioscos. Antes de la guerra.

«?Como estas, boy?» le dijo Geoffroy. Sin las gafas, sus ojos eran de un azul vivo, muy juveniles.

«?Nos vamos a marchar pronto?» pregunto Fintan.

Geoffroy se concentro un poco.

«Si, tienes razon, boy. Creo que lo mas sensato sera marcharse ahora.»

«?Y tus investigaciones? ?Y la historia de la reina de Meroe?»

Geoffroy se echo a reir. Le brillaban los ojos.

«?Conque estas al corriente de todo? Es cierto, yo mismo te he hablado algo de ello. Tendria que ir hacia el norte, tambien a Egipto, a Sudan. Y luego estan los documentos, en el British Museum, en Londres. Ademas…» Se puso a dudar, como si le costara recobrar un sentido a todo ello. «Luego regresaremos, dentro de dos o tres anos, cuando hayas avanzado un poco en tus estudios. Buscaremos la nueva Meroe, ria arriba, mas arriba, donde forma una gran uve doble. Iremos a Gao, donde empezo todo, Benin, los yorubas, los ibos, buscaremos los manuscritos, las inscripciones, los monumentos.»

De repente el cansancio le vacio la mirada, su cabeza se desplomo en la almohada.

«Mas tarde, boy, mas tarde.»

Aquella noche Fintan, antes de dormirse, hundio su rostro en la curva del cuello de Maou, como solia entonces, en San Martin. Ella le acariciaba el pelo, le cantaba letrillas en ligur, la que preferia, en el puente del Stura:

«Al tram ch’a va Cairoli Al Bourg-Neu fas ferma pas! S'ferma mai sul pount d'la Stura S'ferma mai sul pount d'la Stura per la serva del Cura. Chiribi tantou countent quant a lou sent che lou cimenta! Ferramiu, ferramiu, ferramiu, Sauta Giuf»

Al despuntar el dia, Okawho ha botado la larga canoa al agua del rio. Oya se sienta a proa, su lugar preferido. Lleva a la espalda a su bebe embutido en un amplio pano azul. De vez en cuando lo orienta hacia su seno para que mame la leche. Es nino, y ella no sabe su nombre. Se llama Okeke, porque nacio el tercer dia de la semana. La canoa avanza despacio a favor de corriente, pasa ante los embarcaderos, donde aguardan los pescadores. Okawho ni se vuelve para mirar la casa de Sabine Rodes, bien alejada ya, perdida entre los arboles. Cuando regreso de Aro Chuku compro la canoa a un pescador del rio, adquirio algunas provisiones en el Wharf, arroz, pescado en salazon, camarones, latas de conserva, una lampara de petroleo y algunos utiles de cocina, sin olvidar un retal de tela. Luego fue en busca de Oya al dispensario y se la llevo junto a su hijo.

La canoa se desliza por la corriente, sin esfuerzo. Okawho apenas si hace presion con la pagaya las raras veces que ha de hacerlo. Se dirige hacia aguas abajo, hacia las tierras del delta, hacia Degema, Brass, la isla de Bonny. Alli donde el oleaje de la marea remonta el rio, con los peces sierra y los delfines yendo y viniendo en el agua revuelta. El sol refulge sobre el rio en sombra. Las aves levantan vuelo al acercarse la proa de la canoa, buscan cobijo en las islas. Atras quedan la gran ciudad de chapa y tablones, el Wharf, la fabrica de maderas, cuyo motor empieza ahora a ronronear. Quedan las dos islas grandes extendidas a ras del agua, y el armazon del George Shotton, animal antediluviano. Ya todo se desvanece en la lejania, se confunde con la linea de los arboles. Cuando Okawho regreso de Aro Chuku no fue a casa de Sabine Rodes. Durmio al sereno, cerca del dispensario. Ya se habia esfumado, alejado a otro mundo en compania de Oya. Sabine Rodes no era capaz de entenderlo. Camino por toda la ciudad, el, que no salia de casa sino para ir al rio, busco a Okawho alrededor del Wharf, Se atrevio incluso a llegarse hasta Ibusun, a espiar. Interrogo a las monjas del dispensario. Era la primera vez que algo, alguien, se le escapaba. Cuando por fin se hubo convencido, se encerro en su amplia y lugubre sala, la sala de las mascaras, con las persianas bajadas como siempre, y se sento a fumar en un sillon.

La canoa se desliza despacio sobre el agua del rio, Okawho no dice nada, esta habituado al silencio, Oya ha recostado a su hijo en la proa de la canoa, bajo la proteccion de un techo de ramas que cubrio con la tela azul. El sol se eleva en el cielo con lentitud, cruza el rio como sobre un inmenso arco invisible. Un dia tras otro navegan hacia el estuario. El rio es tan vasto como el mar. Ya no hay orilla ni tierra, solo islas desperdigadas, verdaderas balsas entre los remolinos del agua. Precisamente a la isla de Bonny enviaron las grandes companias petroleras,

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