le latia el corazon, sentia en su interior una parte de esa magica fuerza, una parte de esa dicha. Nunca mas seria extranjero. Lo sucedido alli, en el pecio del
Jamas podria separarse del rio, tan lento, tan premioso. Fintan permanecia inmovil en el embarcadero hasta que el sol descendia hacia la otra orilla; el ojo de Anyanu escindiendo el mundo.
La luna estaba en lo alto del cielo negruzco. Maou andaba por el camino de Omerun, junto a Marima. Fintan y Bony marchaban un poco mas atras. Entre las hierbas los sapos producian sus ruidos. Las hierbas se confundian con la negrura, pero las hojas de los arboles brillaban con un lustre metalico, y el camino refulgia a la claridad de la luna.
Maou se detuvo, cogio a Fintan de la mano.
«?Mira que bonito!»
En cierto momento, en lo alto de la pendiente, se volvio a mirar en direccion al rio. Se veia con nitidez el estuario, las islas.
Caminaba mas gente por la carretera de Omerun, todos se daban prisa para llegar a la fiesta. Venian de Onitsha, o incluso de la otra orilla, de Asaba, de Anambara. Pasaban bicicletas zigzagueando y tocando el timbre. De vez en cuando un camion perforaba la noche con sus faros levantando una nube de polvo acre. Maou se cubria con un velo, al estilo de las mujeres del norte. El ruido de los pasos crecia en la noche. Un resplandor como de incendio dominaba la aldea. Maou se asusto, penso en decirle a Fintan: «Ven, nos damos la vuelta.» Pero la mano de Marima tiro de ella instandola a seguir: «Wa! ?Adelante!»
De pronto comprendio el motivo de su aprension. Se habia desatado en algun rincon del sur el redoble de los tambores y se fundia con el fragor amortiguado de una tormenta electrica. Pero en esta carretera, con tanta gente en plena marcha, el tronido perdia su poder aterrador. No era mas que un rumor familiar que llegaba desde el fondo de la noche, un ruido humano, un ruido tan tranquilizador como la luz de las aldeas que brillaba a lo largo del rio, hasta los limites de la selva. Maou pensaba en Oya, en la criatura que iba a nacer aqui, a orillas del rio. Ya no se sentia embargada por soledad alguna, sino liberada de la opresion de las casas coloniales, de sus empalizadas, donde se ocultaban los blancos para aislarse del mundo.
Caminaba ligera, con el apresurado paso de las gentes de la sabana. Apago su linterna para ver mejor la luz de la luna. A la vez estaba pensando en Geoffroy, le hubiera gustado tenerlo a su lado en esa carretera, con el corazon palpitando al compas de los tambores. Estaba decidido. Cuando Geoffroy regresara, abandonarian Onitsha. Se llevarian a Oya y a su bebe lejos del senor Rodes, se marcharian, sin despedirse de nadie. Le dejarian todo a Marima, todo lo que tenian, e irian hacia el norte. Esto era con mucho lo mas triste, renunciar a la infantil carita de Marima, al regalo de su risa cuando Maou le recitaba sus lecciones de ibo,
Maou apretaba la mano de Pintan. Ardia en deseos de decirle sin tardanza, cuando vuelva Geoffroy iremos a vivir a una aldea, lejos de toda esa gente malvada, de esa gente indiferente y cruel que quiso echarnos, arruinarnos. «?Adonde iremos, Maou?» Maou queria hacer gala de una voz alegre, despreocupada. Apreto la mano de Fintan con mas fuerza. «Ya veremos, tal vez a Ogoja. Puede que remontemos el rio hasta el desierto. Lo mas lejos posible.» Sonaba andando. La luz de la luna era nuevecita, resplandeciente, embriagadora.
Cuando llegaron a la aldea, la plaza estaba abarrotada. Ardian los anafes, se aspiraba el olor a aceite caliente, a bunuelos de name. Resonaban las voces, los gritos de los ninos que corrian en la noche, y muy cerca, la musica de los tambores. De tarde en tarde, las agudas notas de la sanza.
Marima guiaba a Maou entre el gentio. Y de improviso se encontraron en el corazon de la fiesta. En la superficie de tierra endurecida bailaban los hombres, con sus cuerpos brillando al fulgor de las lumbres. Eran muchachos jovenes, delgados y de elevada estatura, con un calzon caqui hecho trizas por toda vestimenta. Batian el suelo con la planta de los pies, separados los brazos, ojos saltones. Marima arrastro a Maou y Fintan lejos del circulo de los bailarines. Bony desaparecio entre la multitud.
De pie, arrimados a la pared de las casas, Maou y Fintan miraban a los bailarines. Tambien danzaban mujeres, que giraban la cara hasta el mareo. Marima cogio a Maou del brazo: «?No temas!» gritaba. Maou habia metido la cabeza entre los hombros, se apoyaba en el muro para ocultarse en la sombra. Al mismo tiempo, era incapaz de apartar la vista de las siluetas de los bailarines que evolucionaban en medio de las lumbres. De repente, unos hombres que erigian dos postes en la plaza atrajeron su atencion. Entre ambos postes tendieron una larga cuerda. Uno de los postes tenia forma de horca.
La musica de los tambores no se detenia. Pero el guirigay de la multitud fue acallandose poco a poco, y los agotados bailarines se tumbaron en el suelo. Maou queria hablar, pero una especie de inquietud incomprensible le trababa la garganta. Apreto muy fuerte la mano de Fintan. Sentia en su espalda el muro de barro que aun conservaba el calor del sol. Vio que guindaban dos siluetas en cada poste, y al principio creyo que se trataba de munecotes de trapo. Acto seguido las siluetas empezaron a moverse, a bailar a caballo en la cuerda, y comprendio que eran hombres. Uno llevaba un vestido largo de mujer y lucia unas plumas en la cabeza. El otro iba desnudo, con el cuerpo pintado de rayas amarillas, salpicado de puntos blancos, y un gran pico de madera le enmascaraba el rostro. Haciendo equilibrios en la cuerda con sus largas piernas colgando en el vacio, avanzaban entre contorsiones, al compas de la musica de los tambores. La multitud se habia agolpado debajo, lanzaba extranos gritos, llamamientos. Los dos hombres parecian sendos pajaros fantasticos, Volcaban la cabeza hacia atras, separaban los brazos imitando unas alas. El pajaro macho arrimaba el pico, y el pajaro hembra lo esquivaba, se evadia y regresaba, en medio de las risas y los gritos de la concurrencia.
Algo irresistible atraia a Maou hacia el espectaculo de los hombres pajaro. Ahora la musica de los tambores resonaba en lo mas hondo de su interior, daba vertigo. Se hallaba en el corazon mismo del misterioso redoble que oia desde su llegada a Onitsha.
Los grotescos pajaros bailaban ante ella, ahora suspendidos de la cuerda a la luz de la luna, agitando sus mascaras de ojos rasgados. Realizaban movimientos lascivos y, de improviso, dio la impresion que combatian. En torno a ella tambien bailaban los espectadores. Vio el destello de sus ojos, la dureza de sus invulnerables cuerpos. En medio de la plaza flameaba una cortina de llamas, y los hombres y los ninos la cruzaban saltando entre gritos.
Maou se sintio tan aterrada que apenas podia respirar. A tientas, se volvio hacia la pared de la casa, tratando de localizar con la mirada a Fintan y Marima. La musica de los tambores resonaba poderosa. Los pajaros fabulosos se unieron en la cuerda, formando una pareja grotesca de la que sobresalian sus desmesuradas piernas. Luego parecieron caer mansamente, y la multitud arramblo con ellos.
Maou se estremecio al notar que una mano se apoderaba de la suya. Era Marima. Fintan estaba con ella. Maou queria llorar, estaba exhausta. «?Ven!» dijo Marima. La condujo hasta la salida de la aldea, a la carretera que subia a traves de las altas hierbas. «?Se han matado?» pregunto Maou. Marima no respondio. Maou no entendia por que todo esto revestia tanta importancia. No era mas que un juego a la luz de la luna. Pensaba en Geoffroy. Sentia que la invadia la fiebre.
Geoffroy esta al lado mismo del lago de vida. Ayer vio los monolitos Akawanshi, en la ribera del Cross, erguidos en la hierba como si fueran dioses. En compania de Okawho se acerco a los bloques de basalto. Parecian caidos en vertical del cielo, ensartados en el limo rojo del rio. Okawho dice que los grandes magos de Aro Chuku los han traido de Camerun con sus poderes. Una de las piedras tiene la altura de un obelisco, puede que mida treinta pies. En la cara que mira hacia poniente Geoffroy ha reconocido el signo de Anyanu, el ojo de Anu, el sol, la dilatadisima pupila de Usiri, que viaja en las alas del halcon. Es el signo de Meroe, el ultimo signo inscrito en el rostro de los hombres en memoria de Junsu, el joven dios egipcio que llevaba tatuados en la frente los dibujos de la luna y el sol. Geoffroy recuerda las palabras del