fueron monstruosos porque fueron reales, dejando aparte sus motivos.
– No lo disculpes -pedi a Larsen-. Respeta su opcion y no trates de hacer bueno la que es malo. No interpretes nada. ?Lo mas molesto de la sensibilidad moderna es su urgencia por excusarse y hacer que una cosa signifique otra!
Movido por estas reflexiones, decidi adoptar una nueva actitud ante la camara. Por una vez en mi breve carrera de actor, represente un papel sin duplicidad. Represente al sacerdote como si en mi cabeza no hubiera nada, sino sus palabras, su compasion y su horror, que quedaron grabados en mi rostro. Cuando conversaba con el noble para obtener su arrepentimiento, rezaba realmente para que sus crimenes pudieran ser borrados y todos los ninos volvieran junto a sus madres. Esperaba que el actor que representaba al noble pensara que sus crimenes eran reales. ?De que otra manera podia pretender cometerlos, arrepentirse y morir por ellos?
Mi intervencion en esta pelicula fue mi ultimo trabajo como actor. No es a mi a quien corresponde decidir si fue la mejor, ya que el lector puede tener la oportunidad de juzgar por si mismo, pues la pelicula esta siendo aun presentada al publico. Lo que merece ser destacado es que mi nueva actitud ante el trabajo de actor, en el que ahora quise ser sin reservas ni distracciones internas el personaje que me tocaba representar, abolio el valor que podia tener la actuacion para mi. No habia razon para ser otra persona si realmente yo iba a ser otra persona. Y tambien podia seguir siendo yo mismo. Por otra parte, el trabajo era muy agobiante y me dejaba menos tiempo del que yo deseaba para mis ocupaciones solitarias.
Regrese a la capital una vez terminado el rodaje y alquile una habitacion junto al mercado central, en el corazon de la ciudad. Estaba amueblada, o mejor dicho, desamueblada, con el mismo estilo de mi antigua habitacion. Lucrecia volvio a ser mi companera habitual y con ella comparti las ideas acerca del bien y del mal que nacian de mis entrevistas con el profesor Bulgaraux, al igual que de mi intervencion en la pelicula sobre el noble. Ella tenia una tranquila, independiente inteligencia, y nunca debio necesitar el consejo liberador de su madre. Un dia, sin embargo, ocurrio algo que cambio nuestra amistad o hizo posible un cambio en nuestras relaciones. Vino a mi habitacion directamente de la peluqueria y, tras admirar su peinado y pensar en abrazarla largamente, le ofreci unas copas y empezamos a hablar.
– Hippolyte -me dijo, interrumpiendo nuestra conversacion sobre el Escandaloso Noble, como Lucrecia y yo soliamos llamarle-, ?no piensas nunca en mi madre?
– Si -conteste sinceramente-. Si, pienso en ella.
– Se que mi madre te queria mucho.
Tome delicadamente su mano.
– ?Crees que es muy ingrato por mi parte no anorarla? -pregunto.
– Estoy seguro de que ella esta muy contenta dondequiera que este -dije.
– Eso espero -me respondio Lucrecia-. Eso espero, porque he recibido una carta que pretende ser suya, aunque mi madre tenia una caligrafia muy elegante, y esta carta esta escrita desgarbadamente y sobre un papel muy malo. Esta carta, Hippolyte -dijo, asiendo tiernamente mi mano-, contiene muchos y muy curiosos reproches dirigidos a ti y, por supuesto, tambien a mi.
– Cuentamelo -le pedi.
– Oh, Hippolyte, yo no sabia que mi madre te amaba.
Se llevo un dedo al ojo como para sacarse una mota que le molestaba.
– Pero seguramente sabrias que…
– Si, si -respondio apresuradamente-. Pero yo no sabia que tu te fuiste con ella. Dice que esta tan enojada contigo que no piensa volver. Dice que imagina tambien que yo soy mucho mas feliz sin ella y que ella esta muy contenta donde esta. Oh, querido, su tono no me parece precisamente feliz, ?no crees?
– Creo que tiene motivos para sentirse feliz -dije-, si la realizacion de una potente fantasia puede proporcionar felicidad.
– Me extranaria mucho que mama se sintiera feliz, Hippolyte; ella no es este tipo de persona. Quiza ni siquiera se trata de mi madre, a fin de cuentas. La persona que escribio la carta firma Scheherezade.
– Estoy convencido de que es tu madre.
– Pero ?sabes que vida lleva ahora? La carta no da ningun detalle.
– Cuando la vi por ultima vez -explique-, habia entrado en la casa de un mercader arabe que estaba muy enamorado de ella. Esta parecia ser la solucion a su permanente insatisfaccion. ?Recuerdas las cartas que te escribia?
– ?Si! ?Estabas con ella cuando escribia aquellas embarazosas cartas? ?Las leias? Oh, ?vuelvo a sentirme celosa! Las cartas eran muy pateticas, ?no crees?
– Tu madre queria ensayar un modo de vida totalmente distinto al que habia llevado aqui, Lucrecia, pero no disponia del corazon necesario para descartar por si misma el pasado. Tenia que ser ayudada.
– Empujada.
– Ella queria ser empujada.
– Oh, Hippolyte, ?a veces desearia que me empujaras!
– Tu no te pareces a tu madre -le recorde.
– Si -dijo ella-. Eso es cierto. Yo no suspiro como ella por lo primitivo. La vida en esta ordenada ciudad es ya excesivamente primitiva para mi.
– ?Tu madre te pide dinero?
– Habla de un rescate. Dice que es prisionera del amor. Parece sugerir que podemos coaccionarla para que regrese.
– ?Me permites que aporte la suma de trece mil francos para su regreso?
– Hippolyte, ?con eso podrian pagarse diez regresos! ?Por que tanto?
– Porque esa es la cantidad por la que la vendi. No me atrevi a pedir menos, por miedo a que el mercader no la valorara como merecia.
Durante un buen rato, nuestra conversacion verso sobre la propiedad del dinero para crear valor y, del mismo modo, para medirlo.
– A mi me gusta mucho el dinero -dijo Lucrecia, en un tono de amplia autosatisfaccion-, mientras que mama, que es mucho mas generosa que yo, solo dara el dinero a su arabe. Tal vez ella le compre un rebano de camellos con esta cantidad.
Algo molesto por su esnobismo, le dije:
– Te doy el dinero en su nombre.
Fui al cajon y le entregue la cantidad, dentro del mismo sobre del mercader, con un sentimiento de alivio. Nunca me hubiera gustado que el dinero jugara mas que un papel estetico en aquel curioso incidente.
– Empiezo a pensar que estabas muy enamorado de mi madre -dijo Lucrecia, sacandose los guantes para contar los billetes que coloco en su bolso.
Quede aturdido.
– Ella era mucho mas generosa conmigo -dije.
– ?Que absurdo!
Estaba francamente turbado por la manera en que Lucrecia persistia en esta escena de celos, que yo no podia considerar sincera.
– ?Que quieres de mi, Lucrecia?
– Nada -dijo, enrojeciendo.
Le molestaba descubrirse a si misma investigando la intimidad, en lugar de concediendola.
Cuando dijo que no queria nada de mi, decidi no darle mas de lo que ya le habia dado. Durante algun tiempo habia puesto en duda mi amistad con Lucrecia. Mi conducta reservada lo testimonia. No estaba seguro de que fuera decoroso heredar a la hija despues de haber disfrutado de la madre; y las consideraciones de buen gusto, aunque no en la forma que asumian con mi amigo Jean-Jacques, siempre han pesado mucho sobre mi. Entonces comprendi que no habia razon para ser mas de lo que ya habiamos sido. Quien sabe que perversos impulsos se escondian bajo el sentimiento de Lucrecia hacia mi, que hasta ahora yo habia dado por sentado, acostumbrado como estaba a que la edad y la buena figura merecieran la atencion de todas las mujeres.
Lucrecia y yo seguimos hablando hasta el anochecer y mas tarde salimos a pasear por el rio. Conversabamos entonces, recuerdo, de la amplitud con que el orgullo y la verguenza estan distribuidos en el mundo. Estuvimos de acuerdo en que muchas cosas malas se elogian normalmente, y se censuran muchas cosas buenas.
– ?Admiras el esfuerzo? -pregunte-. ?Aprecias los sentimientos que se corrigen a si mismos y la conducta que
