uno. Recuerdo particularmente el «sueno del cojin rojo», «el sueno de la ventana rota», «el sueno de los zapatos pesados», «el sueno del arsenal». El hombre del banador negro aparecia ocasionalmente para aconsejarme o reprobarme, o haciendo peticiones arbitrarias para mi limitada capacidad fisica.
El primero de ellos, el «sueno del cojin rojo» fue un sueno tranquilo y pacifico. Yo me presentaba ante un juez que me sentenciaba a supervisar una prision de delincuentes juveniles. Mi administracion fue primordialmente humana. Me sentaba en una silla giratoria, en el centro del patio, recostandome sobre un cojin rojo, y cumplia sistematicamente mi cometido. La silla, de mi propia invencion, se movia muy lentamente. Ocurrian demasiadas cosas a mi espalda, de las que era consciente solo a medias. Pero mientras los jovenes no se comportaran violentamente, preferia no intervenir.
En «el sueno de la ventana rota», yo actuaba en una pelicula, desempenando el papel de un ama de casa. El director me explico en detalle la parte que me correspondia representar y me advirtio que no dijese ni una palabra mas de las necesarias. Yo barria el suelo, limpiaba los muebles, quitaba el polvo a los libros y sacaba la cera depositada en el interior de los candelabros. Pueden imaginar mi disgusto cuando, inadvertidamente, en el curso de mis labores, rompi uno de los paneles de las ventanas y fue necesario volver a rodar toda la escena.
En «el sueno de los zapatos pesados», caminaba buscando a Jean-Jacques, que habia sido sorprendido en un acto indecente con un tonto del pueblo y habia abandonado el lugar. Recuerdo los hombros redondeados y las rodillas sucias del idiota, los viejos pantalones color cafe que vestia, sus sucios calzoncillos, y, particularmente, los pesados zapatos de piel, varias medidas mayores de los que en realidad le correspondian, con los que paseaba a lo largo del sueno. Declare ante las autoridades a favor de Jean-Jacques y fue absuelto.
En «el sueno del arsenal», estaba dedicado a preparar una enorme bomba que debia ser lanzada sobre el enemigo. El hombre del banador negro llego para examinar los adelantos de mi trabajo, e indico que habiamos construido un reflector, en lugar de una bomba Afirmo que una tarea mal ejecutada podia apreciarse a cierta distancia, y que la sospecha de nuestras acciones irresponsables lo habia traido aqui desde su cuartel, a muchos kilometros de distancia.
El tema de mis suenos era con frecuencia el crimen y el castigo. Supongo que me castigaba a mi mismo por el juicio que la sociedad, sin duda superficialmente, no me habia impuesto. Una vez, mas de una vez, yo habia hecho mal alguna cosa. Pero me habia equivocado al no proveerme de un centro de fuerza contra la que los demas pudieran reaccionar. Mi vida cotidiana habia perdido peso y mis suenos seguian burlandose de mi con sus descripciones de esfuerzos metodicos e inutiles. La serenidad que habia elegido felizmente para mi vida, aparecia en mis suenos envuelta en la insalubre luz de la perplejidad, la dependencia, el desorden, la pasividad.
Hubo un sueno que me proporciono una clave diferente. Este sueno, por la forma en que voy a referirlo, sin desarrollarlo totalmente, sera llamado «el sueno literario». En el yo era mi famoso homonimo de mito y drama, inclinado al celibato. Frau Anders era mi voluptuosa madrastra. Pero ya que esta es una moderna version de la historia, no la menosprecio. Acepto sus ventajas, la disfruto, y despues la hago desaparecer. Sin embargo, fui castigado. Como la diosa, en la obertura de la antigua comedia, declara: aquellos que desatienden el poder de Eros seran castigados. Tal vez es este el significado, o uno, de todos mis suenos.
Asi es que, durante el matrimonio, mis suenos no fueron menos interesantes. Pero los observaba mas distantemente. Ahora era capaz de preguntarme si mis suenos eran un habito o una compulsion. Los habitos se cultivan. Ante las compulsiones nos rendimos. Quiza una compulsion sea solo un habito ahogado.
Mis suenos, que empezaron como una compulsion, se habian transformado en habito; mas tarde, el habito empezo a degenerar, parodiandose a si mismo. Sin notar el cambio ni reparar en su mal olor, el olor de la ruina, permanecia complacidamente en lo que consideraba el amplio florecimiento de mi propia poesia. Poco me alarmo, aunque me causo gran pena. Este placido estado de cosas tuvo, sin embargo, un abrupto fin, a raiz de un sueno, dos anos despues de la muerte de mi esposa, el unico de todos mis suenos que puedo titular propiamente una pesadilla.
Sone que me encontraba en medio de una multitud, ascendiendo por la ladera de una colina hacia una suerte de parque de atracciones. La colina acababa en un acantilado o precipicio. Mis companeros comenzaron a descender mediante clavos de hierro que hundian en la roca, con la misma facilidad que si estuvieran bajando por escaleras. Pero yo no encontraba el modo de bajar. Me demore, seguro de que no iba a poder componermelas para dar termino a aquel escarpado descenso, de que me desvaneceria y acabaria cayendo. Por fin logre descender por mi mismo una parte del camino, y entonces me detuve, sobrecogido por el terror, en un pequeno rellano, incapaz de seguir hacia arriba o hacia abajo.
Recuerdo haber pensado que antes ya habia intentado aquel descenso y que, tambien entonces, me crei incapaz de realizarlo.
Instantes despues, sin embargo, estaba en el suelo, moviendome entre los que ya habian descendido. Era una especie de circo cubierto de asfalto, pero sin asientos y vallado, como una cancha de balonvolea. En el centro del circo, bastante apartadas del publico, habia tres personas, dos hombres y una mujer.
Inmediatamente imagine, por sus vestidos escasos, sus brazos y piernas desnudos, que eran acrobatas. Por su proximidad y la conversacion que mantenian, absortos unos con otros e indiferentes a la multitud que los rodeaba, supuse que debian ser extranjeros.
Empezaron a caminar, alejandose del centro y siguiendo cada uno con su conversacion. Pero despues de andar pocos pasos, uno de ellos tropezo, cojeo y se sento en el suelo para examinar su pierna. Vi que tenia una rara herida en el craneo. Entonces me acerque para mirarlo mas de cerca, y comprendi que su herida era mas grave de lo que habia supuesto: la herida se prolongaba en una desagradable protuberancia carnosa de forma cilindrica.
El hombre y la mujer estaban junto a el, intentando protegerlo, mostrando una gran preocupacion. Oi que el otro hombre se decia a si mismo: «No, no puede actuar en estas condiciones.» Miro hacia el publico, senalo a uno de los espectadores y se dirigio directamente a el.
– ?Seria usted tan amable? -dijo.
El espectador dio una respuesta algo vaga y poco comprometedora.
– Por favor, ayude -dijo el acrobata-. Ya ve usted lo mal herido que esta.
El acrobata herido estaba todavia sentado, sosteniendo y contemplando su maltrecha pierna. La mujer permanecia a su lado y observaba el progreso de los ruegos del otro acrobata. Este, el hombre que suplicaba ayuda al espectador, era seguramente el jefe del grupo.
– Bien, de acuerdo -dijo el espectador-. Ayudare, si puedo. Pero no tengo mucho tiempo.
– Solo sera un momento -dijo el acrobata, y se volvio para sonreir a la mujer y a su companero, tendido en el suelo.
El espectador pregunto que debia hacer.
– Esto -dijo el acrobata, sacando una navaja de su bolsillo-. Simplemente, permanecer donde esta.
El acrobata, con su navaja en la mano, se aproximo al espectador, y empezo a hacer algo con el. Con la navaja trazaba, sobre su cuerpo y su cara, una serie de lineas verticales y horizontales. Describio una larga linea hacia abajo, en la mitad del torso, una a traves de la garganta, otra a traves de la cintura y otra a lo ancho del pecho. En la cara, hizo un corte vertical desde el limite de su pelo hasta la barbilla; y dos incisiones horizontales, una desde la piel inmediatamente inferior a la oreja izquierda, a traves de la cara, bajo los ojos, hasta la parte superior de la oreja derecha, y otra desde la piel de la base de la oreja izquierda, a traves de la cara sobre el labio superior, hasta la piel situada en la base de la oreja derecha.
Yo observaba, extranamente sorprendido. No era tan solo que no hubiera sangre, sino que el espectador no exhalo una sola palabra de dolor o reproche, pero yo podia ver que el acrobata no estaba solo dibujando con su navaja o marcando suavemente la piel, sino cortando profundamente, de modo que la carne se separaba bajo sus trazos.
El espectador permanecia pacientemente inmovil, mientras el acrobata trabajaba en silencio con su navaja. Habiendo terminado con la cara del espectador, retrocedio unos pasos, como si quisiera contemplar su trabajo. Entonces, velozmente, oprimio sus dedos sobre el rostro del espectador y estiro la carne separada y seccionada del craneo. Me agite horrorizado. «?Nadie lo va a detener?», estuve a punto de gritar. Cuando el acrobata retiro sus dedos, la cara del espectador se compuso, aunque las senales que el acrobata habia trazado eran visibles todavia.
– Es solo una prueba -explico el acrobata sonriendo.
Viendo que el espectador se mantenia tan sereno, pense que quizas no le estaba haciendo ningun dano. No habia acabado de pensar esto, cuando vi que yo era el espectador. Estaba tendido con la cara sobre el suelo y los
