imagen conservaba todavia en mi cabeza, que mis amigos de la ciudad. (Porque, ?no es cierto que los personajes del pasado tienen un status similar al de los personajes de los suenos de cada uno? Su existencia se confirma con solo remitirnos a nuestra memoria, o consultando un album de fotos, repasando viejas cartas. Estas narraciones autobiograficas cumplen la funcion de un album fotografico o de una coleccion de cartas: he releido ya lo que llevo escrito y, solo cuando confirmo por la memoria que he sonado estos suenos, reconozco lo escrito como perteneciente a mi pasado.) Pero hasta la gente que he conocido, adquiere ahora otro aspecto. Se han superpuesto a los personajes de mi sueno, o superpuse el hombre del banador negro o la mujer del vestido blanco sobre la imagen de los primeros.

Entonces, un fin de semana en casa de Frau Anders, el director, que venia regularmente a visitar a la hija de los Anders, me invito a pasar quince dias con el en la ciudad donde tenia su puesto en la orquesta municipal. Acepte la invitacion porque se me ocurrio que un cambio -no habia salido de la capital desde hacia meses- podia proporcionarme el estimulo que coronara mis esfuerzos de identificacion y hasta disipara el sueno. Despues supe que el Maestro habia formulado su invitacion a requerimiento de Frau Anders. Ella estaba preocupada por mi estado de animo reflexivo (que ella creia de caracter melancolico). No habia podido ocultar mi animo en mis ultimas visitas, que se manifestaba por la creciente abstinencia de la lisonja desvergonzada con que, durante todo tiempo, era necesario tratarla.

Fuimos en tren. Al llegar a su casa, el ama de llaves me mostro mi habitacion; despues sirvio el te, y el Maestro, tras las mas elegantes apologias, se marcho a su ensayo, al que, creo, esperaba que yo le pidiese permiso para asistir.

Pase la tarde escuchando discos, siguiendo las partituras. A pesar de que no tengo la facilidad que permite seguir con el oido interno la orquestacion de las partituras, basto para entretenerme y no me aburri.

Me dormi temprano y fui recompensado con un nuevo sueno.

Sone que estaba en la transitada calle de una ciudad, corriendo hacia una cita. Estaba ansioso por llegar puntualmente, pero no sabia el lugar exacto de mi cita. A pesar de todo, no estaba desanimado: pense que si continuaba con suficiente energia y muestras de seguridad, reconoceria el lugar al que debia dirigirme. Entonces aparecio un hombre y, educadamente, lo interrogue acerca de las direcciones.

– Sigame -dijo.

La voz era familiar. Me volvi para observar a mi companero y reconoci al flautista del banador negro de mi primer sueno. Exasperado, lo golpee con algo que me parecio su flauta. Gimio hasta caer, rodando escaleras abajo hacia el acceso del metro. Recorde entonces que cojeaba y me arrepenti de mi furor, ya que no podia alegar esta vez que me hubiera amenazado o intentado hacerme algun dano.

Temeroso de que el apareciera blandiendo con odio su flauta y me persiguiera, yo eche a correr. Al principio tuve que esforzarme, pero pronto la carrera se me hizo mas facil. Mi panico disminuyo, ya que parecia que alguien me estuviera ayudando. Corria sobre un gran disco negro que giraba con mayor velocidad de la que yo podia alcanzar, de modo que iba quedando cada vez mas atras. Senti como mi pelo se endurecia y pesaba sobre mi craneo. Salte fuera del disco y me encontre otra vez en la calle. Al principio estaba completamente aturdido. Despues me fui calmando. Debia hallarme, en aquel momento, en la semi-conciencia del estado de sueno, comun a todos los suenos, que inspira una complaciente pasividad ante los hechos. Mientras permanecia en la calle buscando una direccion que habia olvidado, me vi a mi mismo muy claramente, distante del hilo conductor del sueno, a salvo en mi destino.

En algun punto del sueno compre cigarrillos. Recuerdo que la marca que pedi era «Cigarrillos Face», y que la propietaria del tabac me dijo que solo tenia «Cigarrillos Musicales». Le asegure que tambien estos me satisfacen, y pague con unas calidas monedas poco corrientes que tenia en mi bolsillo.

Entonces llegue a alguna parte, un gran estudio donde se realizaba una divertida fiesta. El suelo de baldosas rojas estaba lleno de colillas todavia humeantes. Pise con mucho cuidado por temor a quemarme. Iba descalzo.

La anfitriona era Frau Anders, sentada en un taburete, apoyando sus codos en una mesa de dibujo inclinada. Observaba desde lejos la fiesta, y no parecia preocupada porque algunos de sus invitados estuvieran rompiendo vasos y otros garabateando las paredes con lapices de labios y trozos de carbon. No me vio llegar y evite caer bajo su mirada, porque estaba en deuda con ella y temi que viniera a mi encuentro pidiendome que le pagase. Alguien propuso un juego, y yo acepte con la idea de que al integrarme a el me mostraria a mi mismo cooperador, de buen caracter, y al mismo tiempo pasaria mas facilmente inadvertido.

Entendi que ibamos a jugar a charadas. Pero todo lo que se nos pidio fue doblarnos por la cintura y tocar el suelo con las manos, «haciendo una U invertida», tal como dijo el que dirigia el juego. Vagos pensamientos indecentes pasaron por mi mente -llevandome a un definido estado de excitacion sexual-, pero no podia encontrar motivos para un rubor justificado, ya que a mi alrededor todos los invitados habian asumido ya aquella dificil postura y conversaban alegremente entre si a traves de sus piernas.

Se escuchaba un concierto en la habitacion contigua, e hice algun comentario sobre este hecho a mi vecino de juego, el bailarin negro. Mientras yo estaba hablando, empezo a extenderse y doblarse hasta quedar inclinado sobre el suelo. Cerro sus ojos y suspiro. Otros, junto a mi, hacian lo mismo, inclinandose hacia el suelo, rozandose y superponiendo los cuerpos, todos suspirando; parecian completamente felices, y yo mismo me senti de pronto tranquilo y feliz. Un sentimiento de gran levedad mantenia mi cuerpo sobre el de los demas.

«Hippolyte puede mantener esta posicion largo tiempo», oi decir a Frau Anders. «Hippolyte ha ganado el juego.» Su voz interrumpio la tranquilidad de mi animo, y por un momento quede aturdido. No entendia por que, en un juego tan apacible, era necesario proclamar un vencedor. Esa me parecia precisamente la gracia del juego, que no hubiese reglas ni victorias. Pero, despues de todo, si se trataba de un juego debia haber un final, pense entonces, y me agrado comprobar que, de alguna manera, me habia mantenido a la altura de este misterioso y fascinante juego, que habia ganado inadvertidamente y sin esforzarme. Experimente tal sensacion de amor por mis companeros postrados en el suelo, que no me senti embarazado por mi victoria y su derrota, y no temi que ellos pensaran que mi triunfo era inmerecido. Senti con gran claridad que todos ellos deseaban que yo ganase, o por lo menos -ya que sus ojos estaban cerrados y no podian comprobar la exactitud del anuncio de Frau Anders- que deseaban estar donde estaban. Su molesta posicion sobre el suelo era tan apta y aceptada por ellos como lo era para mi la posicion de mi cuerpo, flotando sobre los suyos.

Naturalmente, con mi actitud habia atraido la atencion de Frau Anders, a pesar de mis esfuerzos por evitarla. Pero ahora sabia que estaria orgullosa de mi. Y en efecto: paso un brazo por debajo de mi estomago y me puso en pie, conduciendome a un divan y alli se sento sobre mis rodillas.

– Frau Anders -dije, agazapado en el espacio que dejaban sus pesados senos-. Frau Anders, yo te amo.

Ella me abrazo con fuerza.

– Deja que rian cuanto quieran -exclame, cada vez mas entusiasmado-. Yo no soy como los demas, como estos tipos que aceptan tu hospitalidad por la gente importante que pueden conocer en tu casa. Yo no soy ambicioso. No me preocupa tu dinero, porque soy rico. No tocare a tu hija, porque te tengo a ti. Ven conmigo.

Se aferro a mi cuello con mas fuerza.

– Di que me amaras siempre -exigi, y la obligue a mirarme a los ojos-. Dime que haras todo lo que yo quiera.

– Ahora -susurro.

– Pero no delante de todo el mundo -replique.

Apenas podia creer que hubiera conquistado con tal rapidez a una mujer tan segura de si misma, o que ella fuera tan poco consciente de sus deberes de anfitriona.

Ella senalo hacia la mesa de dibujo. Atravesamos la estancia de puntillas. Se recosto, apoyando su espalda sobre la mesa de dibujo. Por un momento quede paralizado por esta embarazosa situacion. «Dibujame», dijo suavemente, acercando mi cabeza a la suya. Entonces me recupere y le dije que lo que me pedia no podia hacerse alli. Le propuse ir a mi habitacion. Solo tenia que encontrar mis zapatos.

Nos arrastramos y empezamos a buscarlos entre los cuerpos de los invitados. No los encontramos. Entonces lamente no haber impuesto ninguna condicion a aquel feliz encuentro sexual, que solo un momento antes habia sido tan inminente, y empece a buscar mis zapatos con menos interes, como si de esta manera pudiera abandonar nuestro encuentro, sin necesidad de rehusarlo. Ahora era Frau Anders quien insistia, arrastrandose por el suelo, para encontrarlos.

– Mira -me dijo-. He encontrado un pelo tuyo.

Вы читаете El Benefactor
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату