a Frau Anders que mi amor por ella no era algo que yo le debiera. Nada era mas frustrante que el que diera mis sentimientos hacia ella y las sorprendentes e inesperadas directrices de mis suenos por sentados. La unica manera de sacudir su exasperante seguridad, era insinuarle que ella no me era absolutamente deseable. Deje caer algunas observaciones acerca de nuestra diferencia de edad, su tendencia a ganar peso, la estridencia de su risa, su ceguera para apreciar los colores, las imperfecciones de su acento -y nada de esto me resultaba realmente desagradable. No deseaba humillarla. Por eso, todas mis insinuaciones estaban desprovistas de la necesaria conviccion. Este era mi dilema. No soy una persona hostil. Pero lamentaba que ella se privara del placer de saberse objeto de un amor diferente y mas fuerte del que queria suscitar.
No esperaba recompensas de Frau Anders, solo seriedad. No era suficiente con que me complaciera en la cama. No cedi ante su facil conformidad. De modo que en los brazos abiertos y otra vez complacientes de mi anfitriona, halle una porcion de placer, pero no de felicidad, y ella encontro en mi felicidad, pero poco placer.
Por supuesto que nuestra relacion no me alejo de las curiosas cuestiones que me preocupaban. Por el contrario, me proporcionaba nuevos materiales. Mi sentimiento por Frau Anders era una exploracion de mi mismo. Nuestro vinculo se desarrollo paralelamente a las sucesivas ediciones y variaciones de mi segundo sueno, «el sueno de la fiesta original». Algunas veces perdia el juego de doblarse sobre si mismo, otras ni siquiera llegaba a la fiesta, en alguna ocasion me perseguia el hombre del traje de bano, y alguna vez, Frau Anders abandonaba la busqueda de mis cabellos y se tendia, voluptuosa y adorable, en mis brazos. Con el objeto de esperar el secreto y las insospechadas claves procedentes del sueno, yo habia impuesto una rigida disciplina en nuestra union. Era solo mediante ciertas reservas que Frau Anders lograba mantener mis sentimientos a su altura. El arte del sentimiento, como el de la representacion erotica, consiste en la habilidad para prolongarlo; en mi caso, la duracion dependia de mi habilidad en renovar mis fantasias. Para asegurar la intimidad, no deje que me hiciera favores. Tampoco yo me traslade a su casa, tal como ella hubiera deseado; siempre hice hincapie en la discrecion y trate de mantener una apariencia exterior de gran correccion. El papel de amante de una mujer casada tiene sus reglas, como cualquier otro papel, y yo queria observarlas. La falta de convencionalismos por si misma no me atrae. Estas diferencias con otra gente, tal como las manifiesto, se abren camino hacia la superficie de la accion desde las profundidades de mi caracter, sin que yo este particularmente satisfecho con los resultados. La inconvencionalidad de mi anfitriona era, por contraste, enteramente superficial. Las mentiras motivadas por sus frecuentes adulterios habian sido siempre superficiales; nada, excepto la verdad, podia perturbar la vida del salon y su incesante tertulia. Teniendo la fortuna de vivir en un ambiente donde la inconvencionalidad era cultivada y apreciada, parecia natural que ella fuera aparentemente inconvencional. Interiormente, sentia el mayor respeto por las leyes de la sociedad; solo que raramente las aplicaba a si misma. No es extrano, entonces, que la consistencia la sorprendiera siempre, nunca la arbitrariedad.
Asi, no se sorprendia por el flujo y el reflujo de mi deseo, de acuerdo con los lazos secretos de mis suenos. Tampoco se quejaba cuando durante una semana, o mas, estaba ocupado en la ciudad, sin preocuparme por pensar en ella. Estas actividades me mantenian frecuentemente en mi habitacion, donde me sentia mas libre. Aparte de la lectura y la meditacion sobre mis suenos, estas actividades comprendian varios ejercicios que practicaba en beneficio de mi cuerpo, tales como entretenimientos cerebrales, consistentes en resolver jeroglificos, memorizar los nombres de los doscientos noventa y seis papas y antipapas y escribirme con un matematico boliviano sobre un problema logico sobre el que estuve trabajando varios anos.
La vida onirica, que nunca estaba ausente de mis pensamientos, se mantenia en forma de curiosas variaciones durante mis noches con mi anfitriona, no como un nuevo sueno, sino como un largo entreacto, por asi decirlo. Me parecio que la excitacion de mis suenos sobrepasaba la que alcanzaba en mis encuentros con Frau Anders. No era ella quien despertaba mis instintos amorosos. Estos instintos nacian en mi y morian en ella. Ella era el recipiente en que yo depositaba la sustancia de mis suenos, pero esto no hacia que perdiera importancia para mi. Para mi ella era unica entre las mujeres. Los
Cuando, por fin, la energia de mis suenos se atenuo y tuve la idea de romper nuestra union, me encontre a mi mismo con menos energia para ser cruel de la que habia previsto. Hasta pense dejar la ciudad sin decirselo. Afortunadamente, en aquellos dias regreso el marido de Frau Anders de uno de sus largos viajes de negocios en el extranjero y -para su sorpresa- le pidio que lo acompanara en el proximo. Ella me pidio que le prohibiese ir. Esta era la primera de sus infidelidades, me dijo, acerca de la que deseaba contar todo a su marido. Pero yo, abogando por el respeto de su reputacion y por su comodidad, decline rescatarla para siempre de sus vinculos conyugales.
De modo que quede enteramente libre en mi ciudad de adopcion, por primera vez en seis meses. Volvi a la seduccion de Frau Anders en mis suenos, hasta que una noche un nuevo sueno aparecio ante mi vista.
CAPITULO IV
En el sueno, yo permanecia de pie en el patio empedrado de un edificio. Era mediodia, y el sol, ardiente. Dos hombres, vistiendo pantalon largo y desnudos hasta la cintura, estaban violentamente unidos entre si. Por momentos parecia que estuvieran peleando; otras veces, aquello parecia un combate de lucha libre. Deseaba que fuera un combate, a pesar de que no habia mas espectadores que yo. Y me senti animado a creerlo asi por el hecho de que los dos hombres poseian igual fuerza; ninguno podia derribar al otro.
Para asegurar que se trataba de deporte y no de violencias personales, me decidi a apostar un poco de dinero por uno de los luchadores, el que me hacia recordar a mi hermano. Pero no pude encontrar una taquilla donde depositar mi apuesta. Entonces, repentinamente, ambos cayeron. Me atemorice. Sospeche que habia sido una lucha personal, incluso una lucha a muerte. Ahora habia varios espectadores. Uno de ellos, una nina, toco con un baston al hombre que estaba postrado. Golpeo con su baston la cara del que se parecia a mi hermano. Ambos hombres, palidos e inmoviles, tenian los ojos cerrados.
Comprendi que yo conocia un secreto que los otros espectadores ignoraban, y trate de componer mi cara para no demostrar que lo conocia. El esfuerzo me hizo ruborizar y decidi que me ofendia a mi mismo con tanta discrecion. Quise comunicar mi secreto a otra persona y busque a algun conocido. Reconoci al hombre del banador negro y me parecio que el era mi amigo. Convencido de ello, le sonrei haciendole senas. El se me acerco sin hacer ningun gesto de saludo. Pretendia no conocerme.
– El resultado esta bastante claro -le susurre al oido.
Me senti como si fueramos complices en una conspiracion. Aunque el mantenia la cabeza dirigida hacia otro lado, yo estaba seguro de que me escuchaba.
– Es porque estan muertos -dijo.
– El combate no ha sido limpio -proteste, y habia una idea que estaba luchando por expresar-. Por lo menos uno de ellos tiene que estar vivo. El otro puede haber muerto o no, segun prefiera. Se volvio y acerco su cara a la mia.
– Un momento -grito-, voy a disponer de sus cuerpos.
– No grite -respondi con osadia-. Con gritos nunca he podido entender nada.
El bostezo sobre mi cara. Comprendi que no tenia derecho a pedir cortesia a este hombre, y que deberia estar agradecido porque no habia abusado de mi.
Tenia a su lado algo que parecia un gran tambor. Rajo su piel con una navaja. Entonces levanto a los luchadores, uno despues de otro, los metio dentro de su tambor, lo cargo sobre sus espaldas y lo llevo fuera del patio. Observe sus esfuerzos, y vi que la carga era demasiado pesada para un hombre, ademas, cojo. Pero decidi dejar que hiciera solo su trabajo, ya que el no queria reconocerme.
Cuando se hubo marchado, lamente no haberle ofrecido mi ayuda. Senti que me habia comportado ruda y rencorosamente. La falta crecio hasta alcanzar el tamano de un pecado y quise ser absuelto de el. Aun no habia terminado de formular este pensamiento, cuando me vi entrando en un pequeno edificio, con puertas de bronce y techo bajo. Me sorprendi de la facilidad con que se podia encontrar una iglesia. En su interior, busque al hombre del banador negro, para presentarle mis disculpas. No pude encontrarlo.
Fui hasta un altar lateral con la intencion de encender una vela. En el altar habia una imagen de la Virgen y
