En su mano derecha sostenia una muestra de mi pelo negro, terso y brillante. Le pedi que no se distrajera con esto.

– Y aqui hay mas -dijo elevando la voz, mientras mostraba una hebra mayor aun. De nuevo le pedi que no se preocupara por mi pelo. Ademas, yo no creia que fuera mio. Me toque la cabeza. Todo parecia perfectamente normal. Pero cuando me dijo que no podia ser de ningun otro de los invitados, porque nadie tenia un pelo tan negro como el mio, pense que tal vez ella estaba en lo cierto. Y, como insistio en que no queria tener estos residuos en el suelo, tuve que ayudarla. Todavia arrastrandonos por el centro de la habitacion, recogimos un pequeno monton de pelo, sin que ella dejara de hacer comentarios sobre su negrura y su cantidad, de tal manera que traslucia un inconfundible tono de disgusto.

– Lo has echado todo a perder -grite, sintiendo que mis mejillas enrojecian de verguenza.

Decidi no permanecer en aquel lugar ni un minuto mas: me puse en pie, corri hacia la puerta, y desperte.

Cuando desperte de mi sueno la habitacion estaba aun a oscuras y el negro cielo que veia a traves de mi ventana apenas empezaba a purpurear. Pese a eso me vesti y baje la escalera hasta el estudio del director de orquesta. Se veia luz por debajo de la puerta. Alentado por las extranas liberaciones que habia vivido en mi sueno, golpee la puerta sin titubear, y encontre al Maestro delante de su mesa de trabajo.

– Entra, Hippolyte -dijo cordialmente, sacandose las gafas-. No estoy trabajando, solo escribo una carta, ya que no puedo dormir.

– Tal vez el ensayo lo ha excitado -aventure educadamente.

Ignoro mi comentario y dijo:

– Hippolyte, ?me darias tu opinion como amigo y como hombre joven? ?Crees que una gran diferencia de edad entre dos personas que se aman es importante? Tu sin duda conoces -continuo- mi afecto por Lucrecia Anders y puedes haber adivinado, si eres tan sensible como creo, que es a ella a quien estoy escribiendo.

Supe que tenia el consentimiento del Maestro para guardar un largo silencio antes de darle mi respuesta, y que cualquiera, por inteligente que fuera, expuesta precipitadamente, le hubiera resultado ofensiva. Reflexione un momento, pensando que responderle.

– Bien, Maestro, he tenido un sueno -dije finalmente-. Aprendo mucho en mis suenos y en este vi que la atraccion y la repulsion existen entre la juventud y la madurez. Si una persona madura insiste demasiado desvergonzadamente, la joven se siente repelida. La juventud debe galantear, la madurez consentir.

Fruncio el ceno.

– Lo interpreto como si me aconsejaras ser menos ardiente. Pero francamente temo reducir mis visitas a la casa de los Anders o escribir con menos frecuencia a mi prudente amada. El unico aspecto en el que creo poder vencer a un hombre mas joven es en la tenacidad de mi insistencia. La reserva es un gran riesgo para un hombre maduro. Puede ser mal interpretada, ser tomada por debilidad.

– Quizas no cabe la posibilidad de que sea usted mal interpretado -dije, tratando de ayudarle-. ?Puedo preguntar si usted es el primer amor que ella ha tenido?

– No, por supuesto -dijo-. Nuestra querida anfitriona ha mirado por la educacion de Lucrecia mucho antes de que mis intentos fueran permitidos.

– ?Y cree usted que en el momento presente es el unico en disfrutar de sus favores?

Palidecio y pude observar que mi pregunta le habia resultado desagradable.

– No conozco a mis rivales -dijo con aspereza-, Y seguramente estas son preguntas innecesarias para alguien que frecuenta la casa mas que yo. Sin embargo -se recogio en si mismo-, Frau Anders me dice que tu has estado comportandote de un modo extrano ultimamente, que te recluyes en ti mismo y no acudes con la regularidad que solias. ?Hay alguna mujer joven que ocupe tu tiempo? Quizas no debiera abrumarte con mis problemas de hombre viejo. -Se coloco otra vez sus gafas. Las lentes eran gruesas y hacian que sus ojos parecieran redondos y vacios-. Tu debes tener tus propios problemas que quizas quieras discutir conmigo -continuo-. De hecho, las pequenas observaciones que te acabo de hacer -se que las guardaras en la mas estricta confidencia- eran menos una expresion de mis propios pensamientos y problemas que una invitacion dirigida -espero no ofenderte-a aumentar tu confianza en mi y promover una atmosfera de mayor intimidad entre nosotros. Pensaba hacerlo manana, tal vez a la hora del almuerzo, aunque realmente no debo distraerme antes del concierto, por lo que quizas esta haya sido una ocasion mas propicia. Hay algo que te preocupa, Hippolyte. Si pudiera serte util…

Su delgada, monotona voz se detuvo. Yo habia estado mirando el amanecer a traves de la ventana que se abria detras del escritorio del Maestro.

– No, de ningun modo -dije-. No hay nada. Excepto, tal vez, demasiada soledad.

– Pero es tu soledad la que resulta, estoy seguro, de alguna insatisfaccion intima, y no la soledad la que causa tu conducta actual, una conducta que desagrada a todos tus amigos. Permiteme…

– Le aseguro que mi soledad es enteramente voluntaria.

– Te ruego que me disculpes, pero…

– Dejeme decirle, Maestro -exclame-, que estoy teniendo experiencias de una pureza, tambien de una intimidad, que no puede ser compartida. Solo en mi mismo -solo en el mismo, diria, si se me permitiera la expresion- la puedo gustar.

Trato de consolarme, pero solo consiguio mostrarse paternal.

– Mi joven amigo, desde que te vi por primera vez en la sala de dibujo de Frau Anders, senti que tenias las cualidades de un artista. Pero nosotros, los artistas -sonrio ante este generoso obsequio, este nosotros-, debemos evitar la tentacion de aislarnos, perder contacto con la…

– Yo no soy artista, querido Maestro. Se equivoca conmigo. -Decidi devolverle las alabanzas-. No tengo ningun mundo interior que aportar a una audiencia pasiva. No deseo contribuir con nada al bagaje de la fantasia publica. Quizas tenga algo que revelar, pero es de una naturaleza tan intensamente privada que dudo que pueda llegar a interesar a nadie. Quizas no revelare nada, ni siquiera a mi mismo. Pero se que estoy en la pista de algo. Estoy abriendome paso a traves del tunel de mi mismo, lo cual me aleja constantemente del fundamento del artista, que busca el aplauso. -Ya que no se dio por ofendido con mis ultimas palabras, prosegui-: Estoy buscando el silencio, explorando varios estilos de silencio, y deseo ser correspondido con silencio. Podriamos decir -conclui alegremente-, que me estoy desentranando a mi mismo.

Detesto las llamadas miradas de entendimiento.

– Querido Hippolyte -dijo, sin intentar siquiera comprender lo que yo habia dicho-, todos los jovenes artistas atraviesan un periodo de…

Me levante y me dirigi hacia la puerta, con la intencion de subir al primer tren que saliera con destino a la capital. Me volvi, inexplicablemente irritado en aquel momento; era la excitacion del nuevo sueno.

– Maestro -le grite cuando se levantaba para seguirme-, Maestro, ?le produce placer Lucrecia? ?Lo hace saltar?

Se congestiono, no dando credito a mi rudeza y permanecio quieto. Sali corriendo a traves de la sala y baje las escaleras de dos en dos, murmurando entre risas:

– ?Le hace bailar Lucrecia, viejo? ?Blande usted la batuta? ?Alguno de sus instrumentos toca para usted solo?

Otra vez en la ciudad, trabaje infatigablemente en mi nuevo proyecto, la seduccion de Frau Anders. La fuente de energia contenida en mi nuevo sueno, que despreocupadamente titule «sueno de la fiesta original», no era ilusoria. Aquel deleite que habia comenzado inesperadamente con mi dureza hacia el Maestro, continuo. Me senti mucho mas vivo de lo que me habia sentido en muchos meses. Tenia necesidad de mucha energia. Por el momento cortejaba a mi ama con todas las sonrisas y palabras incitantes que podia acopiar. Ella no queria reconocer en esto mas que una recuperacion de mi melancolia. Tuve que recurrir a las mas desvergonzadas y las menos sutiles miradas, para convertir su neutral complicidad en un estado de conciencia sexual acerca de mis intenciones. La adulacion habia llegado a ser para mi anfitriona una droga administrada en dosis tan grandes, que su sistema resultaba inmune a esfuerzos menores. Para convertir la adulacion en seduccion no era suficiente solo dormir con ella. El acto sexual en si mismo era para ella como el obsequio de un raro objet d'art, o un centro de flores, o una galanteria verbal. Solo con dificultad, con la mas cruda insistencia, podia ser obligada a entender aquel acto como un gesto diferente de los otros. Habia que insistir una y otra vez en que aquello no era para adularla, para obsequiarla. La desesperacion de mi campana fue que ella creia que nada habia cambiado entre nosotros.

Reconozco que habia algo contradictorio en el desarrollo de nuestras relaciones. Deseaba hacer comprender

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