en una camisa de fuerza. El corazon le latia acelerado, se notaba la lengua espesa y ansiaba beber algo frio y tener algo de compania…

Francis Petrel desperto cuarenta y ocho horas despues en una deprimente celda de aislamiento gris, embutido en una camisa de fuerza. El corazon le latia acelerado, se notaba la lengua espesa y ansiaba beber algo frio y tener algo de compania. Yacia rigido en la cama metalica con un colchon delgado y manchado, con la mirada puesta en el techo que cerraba las paredes acolchadas de color arpillera, mientras efectuaba un modesto inventario de su persona y su entorno. Movio los dedos de los pies, se paso la lengua por los labios resecos y se conto cada latido del pulso hasta que noto que se calmaba. Los farmacos que le habian inyectado le hacian sentir sepultado o, como minimo, cubierto de una sustancia densa. Habia una sola bombilla blanca, que relucia en una rejilla metalica sobre su cabeza, lejos de su alcance, y el brillo le lastimaba los ojos. Deberia tener hambre, pero no era asi. Forcejeo con las sujeciones, en vano. Decidio pedir ayuda, pero antes se susurro a si mismo:

– ?Todavia estais ahi?

Hubo un momento de silencio.

Luego oyo varias voces hablando todas a la vez, tenues, como sofocadas con una almohada:

Estamos aqui. Todavia estamos aqui.

Eso lo tranquilizo.

Tienes que conservarnos ocultas, Francis.

Asintio. Parecia algo obvio. Sentia un dilema interior, casi como un matematico que ve que una ecuacion complicada en una pizarra podria tener varias soluciones posibles. Las voces que lo habian guiado tambien lo habian metido en ese aprieto, y no le cabia duda de que tenia que mantenerlas ocultas en todo momento si queria salir alguna vez del Hospital Estatal Western. Mientras pensaba en ello, oia los sonidos familiares de todas las personas que habitaban en su imaginacion. Cada una de esas voces tenia su personalidad: una voz de exigencia, una voz de disciplina, una voz de concesion, una voz de preocupacion, una voz que advertia, una voz que calmaba, una voz de duda, una voz de decision. Todas tenian sus tonos y sus temas; habia llegado a saber cuando debia esperar una u otra, segun la situacion en que se encontrase. Desde su airada confrontacion con su familia y la llegada de la policia y la ambulancia, las voces le habian reclamado su atencion. Pero ahora tenia que esforzarse para oirlas, y la concentracion le hacia fruncir el entrecejo.

Penso que, en cierto modo, eso formaba parte de organizarse.

Permanecio en aquella cama incomoda otra hora, percibiendo la estrechez de la habitacion, hasta que la ventanita de la puerta se abrio con un chirrido. Desde su posicion, podia verla si se incorporaba como un atleta haciendo abdominales, una postura dificil de mantener mas de unos segundos debido a la camisa de fuerza. Vio primero un ojo y despues otro que lo observaban, y logro pronunciar un debil: «?Hola?»

Nadie contesto y la ventanita se cerro de golpe.

Treinta minutos despues, segun sus calculos, se abrio de nuevo. Intento saludar otra vez, y esta vez parecio funcionar porque segundos despues oyo una llave en la cerradura. La puerta se abrio, y el negro grandullon entro en la celda. Sonreia como si lo hubieran pillado en mitad de una broma, y saludo a Francis de una forma afable.

– ?Como te encuentras hoy, Francis? -pregunto-. ?Has conseguido dormir? ?Tienes hambre?

– Tengo sed -dijo Francis con voz ronca.

– Es por la medicacion que te dieron -repuso el auxiliar-. Te deja la lengua espesa, como si la tuvieras hinchada, ?verdad?

Francis asintio. El auxiliar salio al pasillo y volvio con un vaso de agua. Se sento al borde de la cama y sostuvo a Francis como si fuera un nino enfermo para que se la bebiera. Estaba tibia, casi salobre, con un ligero sabor metalico, pero en ese momento la mera sensacion de que le bajara por la garganta y aquel brazo que lo sostenia tranquilizaron a Francis mas de lo que habria esperado. El negro debio de darse cuenta, porque aseguro en voz baja:

– Todo ira bien, Pajarillo. Asi es como te llamo el otro nuevo, y creo que es un buen apodo. Este sitio es un poco duro al principio, uno tarda en acostumbrarse, pero estaras bien. Estoy seguro. -Lo recosto en la cama y anadio-: El medico vendra a verte enseguida.

Unos segundos despues, Francis vio la forma rolliza del doctor Gulptilil en el umbral.

– ?Como se encuentra hoy, senor Petrel? -pregunto con una sonrisa y su ligero acento britanico.

– Estoy bien -respondio Francis. No sabia que otra cosa decir. Sus voces le advertian que tuviera mucho cuidado. De nuevo sonaban mas tenues de lo habitual, casi como si le gritaran desde el otro lado de un ancho abismo.

– ?Recuerda donde esta? -pregunto el medico.

– En un hospital.

– Si-corroboro el medico con una sonrisa-. Eso no es dificil de suponer. ?Pero recuerda cual? ?Y como llego aqui?

Francis se acordaba. El mero hecho de responder preguntas despejo parte de la niebla que le oscurecia la vision.

– Estoy en el Hospital Estatal Western -dijo-. Y llegue en una ambulancia despues de una discusion con mis padres.

– Muy bien. ?Y recuerda en que mes estamos? ?Y el ano?

– Todavia estamos en marzo, creo. De 1979.

– Excelente. -El medico parecio satisfecho-. Diria que hoy esta un poco mas orientado. Creo que podremos ponerlo fuera de aislamiento y sujecion, y empezar a integrarlo en la unidad. Es lo que habia esperado.

– Me gustaria irme a casa -dijo Francis.

– Lo siento, senor Petrel. Eso aun no es posible.

– No quiero quedarme aqui-insistio el joven. Parte del temblor que habia marcado su voz el dia anterior amenazaba con reaparecer.

– Es por su propio bien -contesto el medico.

Francis lo dudo. Sabia que no estaba tan loco como para no comprender que era por el bien de otras personas, no por el suyo, pero no lo dijo en voz alta.

– ?Por que no puedo irme a casa? -quiso saber-. No he hecho nada malo.

– ?Recuerda el cuchillo de cocina? ?Y sus amenazas?

– Fue un malentendido -explico meneando la cabeza.

– Claro que si-sonrio Gulptilil-. Pero estara con nosotros hasta que se de cuenta de que no puede ir por ahi amenazando a la gente.

– Le prometo que no lo hare.

– Gracias, senor Petrel. Pero una promesa no es suficiente en sus actuales circunstancias. Tiene que convencerme. Convencerme por completo. La medicacion que recibe le ira bien. A medida que siga tomandola, el efecto acumulativo aumentara su dominio de la situacion y le servira para readaptarse. Puede que entonces podamos hablar de su regreso a la sociedad y a algo mas constructivo. -Dijo esa ultima frase despacio, y anadio-: ?Que opinan sus voces de su estancia aqui?

– No oigo ninguna voz -repuso Francis, y oyo un coro de aprobacion en su interior.

– Ah, senor Petrel, ahora tampoco se muy bien si creerlo -sonrio el medico otra vez, mostrando una dentadura ligeramente irregular-. Aun asi-vacilo-, creo que le ira bien estar con el resto de los pacientes. El senor Moses le ensenara las instalaciones y le explicara las normas. Las normas son importantes, senor Petrel. No hay muchas pero son vitales. Obedecer las normas y convertirse en un miembro constructivo de nuestro pequeno mundo son signos de salud mental. Cuanto mas me demuestre que sabe desenvolverse bien aqui, mas cerca estara de volver a casa. ?Comprende esta ecuacion, senor Petrel?

Francis asintio con enfasis.

– Hay actividades. Hay sesiones en grupo. De vez en cuando tendra algunas sesiones particulares conmigo. Y recuerde las normas. Todas estas cosas juntas crean posibilidades. Si no se adapta, me temo que su estancia aqui sera larga, y a menudo desagradable… -Senalo la celda de aislamiento-. Esta habitacion, por ejemplo - comento, y senalo la camisa de fuerza-, estos recursos, y otros, son opciones. Siempre son opciones. Pero evitarlos es vital, senor Petrel. Vital para recuperar la salud mental. ?Me expreso con suficiente claridad?

– Si-afirmo Francis-. Integrarse. Sacar provecho. Obedecer las normas -repitio como un mantra o una

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