– Senor Moses, por favor, lleve con su hermano al senor Petrel al edificio Amherst. Aqui tiene una receta con la medicacion y algunas instrucciones adicionales para las enfermeras. Debera estar por lo menos treinta y seis horas en observacion antes de que se planteen pasarlo a la sala abierta. -Entrego el expediente al mas bajo de los hombres que flanqueaban a Francis.

– Muy bien, doctor -asintio el auxiliar.

– Si, doctor -respondio su enorme companero, que se puso tras la silla de ruedas y la empujo con rapidez. El movimiento mareo a Francis, que contuvo los sollozos que le sacudian el pecho-. No tenga miedo, senor Petrel. Pronto se arreglara todo. Cuidaremos bien de usted -susurro el hombreton.

Francis no lo creyo.

Le condujeron de vuelta a la sala de espera, con las lagrimas resbalandole por las mejillas y las manos temblorosas bajo las sujeciones. Se retorcia en la silla para llamar la atencion de los auxiliares.

– Por favor -rogo lastimeramente, con la voz quebrada por una mezcla de miedo y tristeza sin limite-, quiero ir a casa. Me estan esperando. Es donde quiero estar. Llevenme a casa, por favor.

El auxiliar pequeno tenia el rostro tenso, como si le doliese oir las suplicas de Francis.

– Todo va a ir bien, ?me oyes? -repitio con una mano en el hombro de Francis-. Tranquilo… -Le hablaba como si fuera un nino.

Los sollozos sacudian a Francis, procedentes de una parte muy profunda de su ser. Se detuvieron en la sala de espera donde la secretaria estirada alzo los ojos con una expresion impaciente e implacable.

– ?Silencio! -ordeno a Francis, que se trago otro sollozo y tosio.

Al hacerlo, echo un vistazo alrededor de la habitacion y vio a dos policias estatales uniformados, con chaqueta gris y pantalones de montar azules remetidos en relucientes botas marrones de cana alta. Ambos eran la imagen robusta, alta y esbelta de la disciplina, con el pelo cortado al uno y el sombrero de ala rigida un poco inclinado. Los dos llevaban un cinturon tan pulido como un espejo, y un revolver enfundado a la cintura. Pero quien llamo la atencion de Francis fue el hombre al que flanqueaban.

Era mas bajo que los policias, pero corpulento. Francis supuso que tendria unos treinta anos. Adoptaba una postura languida y relajada, con las manos esposadas delante, pero su lenguaje corporal parecia minimizar la funcion de las esposas, como si solo fueran un leve inconveniente. Llevaba puesto un holgado mono azul marino con las palabras MCI-BOSTON bordadas en amarillo sobre el bolsillo superior derecho, y un par de zapatillas de deporte viejas y sin cordones. El pelo castano, bastante largo, le sobresalia por debajo de una gorra de los Boston Red Sox manchada de sudor, y lucia barba de dos dias. Lo que mas impresiono a Francis fueron sus ojos, porque iban de un lado a otro de la habitacion, mas atentos y observadores que la pose relajada que adoptaba, para captar muchas cosas lo mas rapido posible. Poseian algo profundo que Francis noto de inmediato, a pesar de su propia angustia. No supo definirlo, pero era como si aquel hombre percibiese algo indescriptiblemente triste situado fuera del alcance de su vista, de modo que lo que veia, oia o presenciaba estaba tenido por este dolor oculto. Fijo esos ojos en Francis y logro esbozar una sonrisita comprensiva, que parecio hablarle directamente.

– ?Estas bien, chico? -pregunto con un leve acento irlandes de Boston-. ?Tan mal te van las cosas?

– Quiero irme a casa -explico Francis a la vez que meneaba la cabeza-, pero dicen que tengo que quedarme aqui.- Acto seguido, pregunto espontaneamente en tono lastimero: -?Puedes ayudarme, por favor?

– Supongo que aqui hay mas de uno que querria irse a casa y no puede -dijo el hombre, inclinandose un poco hacia el joven-. Yo mismo me incluyo en esa categoria.

Francis alzo la mirada hacia el. No sabia muy bien por que, pero su tono calmado lo tranquilizo.

– ?Puedes ayudarme? -repitio.

– No se que puedo hacer -dijo el hombre con una sonrisa, medio indiferente y medio triste-, pero lo intentare.

– ?Me lo prometes? -lo urgio Francis.

– De acuerdo. Te lo prometo.

El joven se recosto en la silla y cerro los ojos.

– Gracias -susurro.

La secretaria interrumpio la conversacion con una orden a uno de los auxiliares negros:

– Senor Moses, este caballero es el senor… -Vacilo tras senalar al hombre del mono y decidio continuar como si omitiera adrede el nombre-. Es el caballero del que hablamos antes. Estos policias lo acompanaran a ver al medico, pero vuelvan enseguida para llevarlo a su nuevo alojamiento. -Pronuncio esta palabra con una pizca de sarcasmo-. Mientras tanto, instalen al senor Petrel en Amherst. Lo estan esperando.

– Si, senora -dijo el negro corpulento, como si le tocara hablar, aunque los comentarios de la mujer iban dirigidos al otro auxiliar-. Lo que usted diga.

El hombre del mono volvio a mirar a Francis.

– ?Como te llamas? -pregunto.

– Francis Petrel.

– Petrel es un nombre bonito. -Sonrio-. Asi se llama un pajarillo marino, comun en Cape Cod. Son los pajaros que se ven sobrevolando las olas las tardes de verano, sumergiendose en el agua y levantando el vuelo. Unos animales muy bonitos. Mueven con rapidez sus alas blancas y planean sin esfuerzo. Deben de tener muy buena vista para detectar un lanzon o un menhaden en el agua. Un pajaro poetico, sin duda. ?Puedes volar asi, Francis?

El joven sacudio la cabeza.

– Vaya -exclamo el hombre del mono-. Pues tal vez deberias aprender. Sobre todo si te van a encerrar en este acogedor sitio mucho tiempo.

– ?Silencio! -interrumpio uno de los policias con una brusquedad que hizo sonreir al hombre.

– ?O que? -le replico.

El policia no contesto, aunque enrojecio, y el hombre volvio a girarse hacia Francis sin hacer caso de la orden.

– Francis Petrel. Pajarillo. Eso me gusta mas. Tomatelo con calma, Pajarillo, y volvere a verte pronto. Te lo prometo.

Francis fue incapaz de contestar, pero percibio un mensaje de animo en aquellas palabras. Por primera vez desde que esa horrible manana habia empezado con tantas voces, gritos y recriminaciones, sintio que no estaba totalmente solo. Era como si el ruido y el estruendo constante que habia oido todo el dia se hubiera reducido, como si hubieran bajado el volumen demencial de una radio. Algunas de sus voces le murmuraron una aprobacion de fondo, y se relajo un poco. Pero no tuvo tiempo de reflexionar al respecto, porque se lo llevaron con brusquedad hacia el pasillo y la puerta se cerro con estrepito a sus espaldas. Una corriente fria le hizo estremecerse y le recordo que, a partir de ese momento, su vida habia cambiado radicalmente y todo lo que iba a experimentar seria inaprensible y nuevo. Tuvo que morderse el labio inferior para impedir que volvieran a aflorarle las lagrimas, y trago saliva para mantenerse en silencio y dejarse llevar con diligencia desde la zona de recepcion hacia las profundidades del Hospital Estatal Western.

3

La luz tenue de la manana se deslizaba por los tejados vecinos e insinuaba su llegada a mi reducido apartamento. Situado frente a lapa-red, vi todo lo que habia escrito la noche anterior en un largo y unico parrafo. Mi escritura era muy apretada, como nerviosa. Las palabras discurrian en lineas titubeantes, como un campo de trigo recorrido por un soplo de viento. Me pregunte si habia tenido realmente tanto miedo el dia que llegue al hospital La respuesta era facil: si. Y mucho mas de lo que habia escrito. La memoria suele nublar el dolor. La madre olvida la agonia del parto cuando le ponen al bebe en los brazos, el soldado ya no recuerda el dolor de sus heridas cuando el general le pone la medalla en el pecho y la banda toca una marcha militar. ?Habia escrito la verdad sobre lo que vi? ? Capte bien los detalles? ? Ocurrio tal como lo recordaba?

Tome el lapiz, me arrodille en el suelo, en el lugar donde habia terminado mi primera noche ante la pared. Vacile y escribi:

Francis Petrel desperto cuarenta y ocho horas despues en una deprimente celda de aislamiento gris, embutido

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