opresivamente normal y aburrido. Uno de ellos sorbia de vez en cuando una lata de refresco, y al hacerlo emitia un ruido parecido a un beso. El otro silbaba fragmentos de canciones populares. El primero llevaba patillas a lo Elvis. El segundo lucia una melena tupida como la de un leon.

Podia haber sido un trayecto aburrido para los dos asistentes, pero para el joven tenso que iba en la parte posterior, que respiraba como si hubiera corrido un sprint no era nada de eso. Cada sonido, cada sensacion parecia indicarle algo mas aterrador y amenazador. El rumor del limpiaparabrisas era como el redoble de un tambor agorero en el corazon de la selva. El murmullo de los neumaticos en la resbaladiza carretera era un canto de sirena desesperado. Hasta el sonido de su respiracion trabajosa parecia resonar, como si estuviera metido en una tumba. Las sujeciones se le hincaban en la piel. Queria pedir ayuda, pero no conseguia emitir el sonido correcto. Lo unico que le salia era un gargarismo de desesperacion. Una idea se abrio paso a traves de aquella sinfonia disonante: si sobrevivia a ese dia, no era probable que viviera jamas uno peor.

Cuando la ambulancia se detuvo frente a la entrada del hospital, oyo que una de sus voces le advertia por encima del miedo: Si no tienes cuidado, aqui te mataran.

Los hombres de la ambulancia parecian ajenos al peligro inminente. Abrieron las puertas del vehiculo con estrepito y sacaron sin la menor delicadeza a Francis en una camilla. Este sintio la lluvia que le caia en la cara y se mezclaba con el sudor nervioso de su frente hasta que traspusieron unas puertas anchas y entraron en un mundo de luces brillantes e implacables. Lo empujaron por un pasillo y las ruedas de la camilla chirriaban contra el linoleo. Lo unico que pudo ver al principio fue el techo gris marcado de hoyos. Era consciente de que habia mas personas en el pasillo, pero estaba demasiado asustado para volver la cabeza hacia ellas. Mantenia los ojos fijos en el aislamiento acustico del techo, y contaba la cantidad de fluorescentes que iba dejando atras. Cuando llego al cuarto, los camilleros se detuvieron.

Algunas personas mas se habian situado delante de la camilla. Oyo unas palabras por encima de su cabeza:

– Muy bien, chicos. Nosotros nos encargaremos.

Entonces, una cara negra, inmensa y redonda, que mostraba una hilera de dientes irregulares en una amplia sonrisa, aparecio sobre el. La cara coronaba una chaqueta blanca de auxiliar que parecia, a primera vista, varias tallas pequena.

– Muy bien, senor Francis Xavier Petrel, no nos va a causar ningun problema, ?verdad? -El negro imprimio un ligero tono cantarin a sus palabras, de modo que sonaron entre amenaza y diversion. Francis no supo que responder.

Un segundo rostro negro entro de repente en su campo de vision al otro lado de la camilla, inclinado tambien hacia el.

– No creo que este chico vaya a crearnos ningun problema -dijo el segundo hombre-. En absoluto. ?Verdad, senor Petrel? -El tambien hablaba con un suave acento sureno.

Una voz le grito al oido: ?Diles que no!

Intento sacudir la cabeza, pero le costaba mover el cuello.

– No causare ningun problema -dijo al fin. Sus palabras parecian tan duras como aquel dia, pero se alegro de poder hablar. Eso lo tranquilizo un poco. A lo largo del dia habia temido que, de algun modo, fuera a perder toda capacidad de comunicacion.

– Muy bien, senor Petrel. Vamos a bajarlo de la camilla. Despues nos sentaremos con calma en una silla de ruedas. ?Entendido? Pero aun no le voy a soltar las manos y los pies. Eso sera despues de que hable con el medico. Quiza le de algo para que se calme. Para relajarlo. Ahora incorporese, mueva las piernas hacia delante.

?Haz lo que te dicen!

Lo hizo.

El movimiento lo mareo y se balanceo brevemente. Una mano enorme lo sujeto por el hombro. Se volvio y vio que el primer auxiliar era inmenso, cerca de dos metros de estatura y puede que unos ciento treinta kilos de peso. Tenia brazos muy musculosos y piernas como barriles. Su companero, el otro negro, era un hombre enjuto y nervudo, empequenecido a su lado. Llevaba perilla y un peinado afro que no lograba anadir demasiados centimetros a su modesta estatura. Los dos hombres lo depositaron en una silla de ruedas.

– Muy bien -dijo el pequeno-. Ahora lo llevaremos a ver al medico. No se preocupe. Las cosas pueden parecer desagradables, pesimas ahora mismo, pero pronto mejoraran. Puede estar seguro.

No se lo creyo. Ni una palabra.

Los dos auxiliares lo condujeron hasta una pequena sala de espera. Una secretaria sentada tras una mesa metalica alzo la mirada cuando cruzaron la puerta. Parecia una mujer imponente, estirada, de mas de mediana edad, vestida con un ajustado traje chaqueta azul, el cabello demasiado crispado, el delineador de ojos demasiado marcado y el brillo de labios ligeramente excesivo, lo que le conferia un aspecto algo incongruente, entre bibliotecaria y prostituta callejera.

– Este debe de ser el senor Petrel -dijo con brusquedad, aunque Francis supo al instante que no esperaba respuesta, porque ya la conocia-. Ya pueden pasar. El medico lo esta esperando.

Le condujeron a un despacho. Era una habitacion algo mas agradable, con dos ventanas en la pared del fondo con vistas a un jardin. Se veia un roble mecido por el viento. Y, mas alla del arbol, otros edificios, todos de ladrillo, con tejados de pizarra negra que se fundian con la penumbra del cielo. Delante de las ventanas habia un enorme escritorio de madera. Un estante con libros en un rincon, varias sillas demasiado mullidas y una alfombra oriental de color rojo vivo sobre la moqueta gris que cubria el suelo creaban una zona de asiento a la derecha de Francis. Una fotografia del gobernador junto a un retrato del presidente Carter colgaban de la pared. Francis lo capto lo mas rapido posible girando la cabeza a uno y otro lado. Pero sus ojos se detuvieron enseguida en el hombre menudo que se levanto de detras de la mesa.

– Buenas tardes, senor Petrel. Soy el doctor Gulptilil -dijo, con una voz aguda, casi como de nino.

Era un hombre con sobrepeso, rollizo, sobre todo en los hombros y la barriga, bulboso como un globo al que se le ha dado forma. Era indio o pakistani. Llevaba una reluciente corbata de seda roja y una camisa de un blanco luminoso, pero su traje gris, mal entallado, tenia los punos algo raidos. Parecia la clase de hombre que pierde interes en su aspecto a medio vestirse por la manana. Llevaba unas gafas gruesas de montura negra, y el pelo, peinado hacia atras, se le rizaba sobre el cuello de la camisa. Francis no pudo deducir si era joven o mayor. Observo que le gustaba subrayar sus palabras con movimientos de la mano, de modo que su conversacion parecia la actuacion de un director de orquesta con la batuta.

– Hola -dijo Francis, vacilante.

?Ten cuidado con lo que dices!, le advirtio una de sus voces.

– ?Sabe por que esta aqui? -pregunto el medico. Parecia sentir verdadera curiosidad.

– No estoy muy seguro.

Gulptilil bajo la mirada a un expediente y examino una hoja.

– Al parecer, ha asustado a algunas personas -indico despacio-. Y parecen creer que necesita ayuda. -Tenia un ligero acento britanico, un pequeno toque de anglicismo que era probable que los anos en Estados Unidos hubieran erosionado. Hacia calor en la habitacion, y uno de los radiadores siseaba bajo la ventana.

– Fue un error -respondio Francis-. No queria hacerlo. Las cosas se descontrolaron un poco. Fue un accidente. De verdad que solo fue una equivocacion. Ahora me gustaria volver a casa. Lo siento. Prometo portarme mejor. Mucho mejor. Solo fue un error. No queria hacerlo. De verdad que no. Pido disculpas.

El medico asintio, pero no contesto precisamente a lo que Francis habia dicho.

– ?Oye voces ahora? -quiso saber.

?Dile que no!

– No.

– ?No?

– No.

?Dile que no sabes de que esta hablando! ?Dile que nunca has oido ninguna voz!

– No se a que se refiere con eso de las voces -aseguro Francis.

?Muy bien!

– Me refiero a que usted oye hablar a personas que no estan fisicamente presentes. O tal vez oye cosas que los demas no pueden oir.

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