– Los muchachos de mi turno se han quejado del tio que lleva el negocio. Dicen que el lugar esta abierto dia y noche, y no son tontos, saben lo que significa. El propietario se llama Reginald Johnson. Tiene una chica trabajando para el, una tal Yolanda; dice que es una sobrina de Georgia, pero no me lo trago y tampoco nadie de por aqui. Ninguna sobrina de nadie tiene este aspecto. Es una de esas lolitas que hacen babear a los tios. Lo tiene todo: unas tetas que apuntan al cielo, un culo respingon, unas piernas largas y bien torneadas y algo realmente especial esperando entre las ingles, puedes apostar tu sueldo. Es mas dulce que el azucar. En cuanto al tipo, se comenta que esta intentando expandir su negocio. Le han arrestado un par de veces por tenencia de propiedad robada, pero siempre se libra. Suelta unos pavos a su abogado y logra que todo se alargue hasta el siglo que viene, va de tribunal en tribunal, finalmente alega delito menor, paga una multa y regresa a su negocio ufanandose de ser mas listo que los polis, el fiscal y el resto del mundo. He oido por ahi que se ha mudado a una casa nueva y la ha llenado de muebles de diseno, porque Yolanda quiere una casa de verdad. Me han dicho que ha puesto el ojo en un Buick para la chica. Uno muy bonito, rojo. Desde luego, Walter, a mi tambien me gustaria tener una sobrina que hiciese lo que ella sabe hacer.
El policia se echo a reir y su companero lo imito, haciendo muecas y palmeandose la pierna con la mano.
– Es evidente que va a hacer lo imposible por tenerla contenta, y ya sabes como van estas cosas, la pequena y dulce Yolanda es muy avispada. Tal vez no sea una lumbrera en fisica nuclear, pero aprendera rapidamente quien es quien y que es que, y pedira las cosas mas bonitas y mas elegantes.
– Que dulce es la vida -anadio Juan Rodriguez.
– Y ya sabes, todo eso cuesta dinero… -Anderson puso los ojos en blanco y elevo las palmas al cielo, como rogando que llovieran billetes.
– Ya me lo imagino -sonrio Rodriguez.
– Me encantaria ver como le jodes el negocio. Si tu sospechoso es de esta zona, entonces lo mas seguro es que haya ido derecho al Helping Hand. Solo hay un problema…
– ?Cual?
– Que el viejo Reginald sabe que no puede tener en su tienda esa mierda robada, porque incluso nosotros los polis tontos iriamos a por el. No se cuales son sus conexiones, pero creo que se esta librando de la mercancia muy rapido.
Anderson asintio.
– Tal vez sea muy tarde para que encuentres ese material en la tienda. Y no vas a obtener una orden de registro por una corazonada.
El grandullon sonrio a su companero.
– Aun asi no haremos ningun mal si ayudamos a este hermano detective y vemos como el viejo Reg se retuerce un poco. Es probable que incluso el comprenda la diferencia entre recibir propiedad robada y ser complice de un asesinato en primer grado. Tal vez podamos ilustrarle al respecto.
Robinson acompanaba el tono divertido de los sargentos con una expresion adecuada, pero por dentro sentia urgencia y ansiedad: tal vez estaba recorriendo el camino correcto.
– Id delante -dijo en voz baja.
El Helping Hand tenia una fachada estrecha y ventanas protegidas con gruesos barrotes negros. La propia puerta estaba reforzada con planchas de acero y varios cerrojos, lo cual le conferia a la entrada apariencia de sombria fortaleza medieval. Robinson vio que una serie de espejos evitaba que nadie entrase alli sin ser visto, puesto que no quedaba ninguna sombra donde esconderse. Una camara de video enfocada a la puerta se encendia cuando esta se abria, un detalle que senalo Juan Rodriguez.
– Eh, Reginald, amigo -exclamo-. Tienes una mierda muy moderna. Alta tecnologia, si senor. Me gusta, de veras. Muy bueno.
– Tengo que proteger mi mercancia -dijo una voz hosca detras del mostrador.
Reginald Johnson era un hombre bajo y fornido, cenudo, de ojos muy juntos. Sus brazos de culturista llenaban las mangas de la camiseta que vestia. Llevaba una pistola de 9 mm enfundada en su cadera derecha para desalentar a los clientes belicosos y Robinson supuso que guardaba una escopeta del 12 en el estante del mostrador, fuera de la vista pero al alcance de la mano.
– ?Que se os ha perdido por aqui? Necesitais una orden para registrar este sitio -dijo.
– Pero que pasa, Reggie, si solo estamos mirando la mercancia. Nos gusta ver lo que los comerciantes locales ofrecen. Es nuestra manera de ayudar a promocionar las buenas normas y las relaciones entre la comunidad - ironizo Juan Rodriguez-. Como esta vitrina llena de armas, Reg. Ya ves, ya se que puedes sacar la documentacion correspondiente a cada una de ellas, ?verdad que si?
Rodriguez tamborileo los dedos en el cristal del mostrador.
– ?Vete a la mierda! -murmuro.
– Reg, ?necesitas el archivo de registro de las armas? -se oyo en la oscura trastienda.
– Ahi tienes a Yolanda -susurro Anderson a Robinson-. ?Eh, carino, sal a saludarnos!
– ?Yolanda! -le advirtio Reggie rapidamente, pero no lo suficiente.
– ?Es usted, sargento Lion-man? -pregunto ella dejandose ver.
Walter Robinson vio que su amigo no habia exagerado acerca de los atributos de Yolanda. Tenia una piel de color cafe con leche y una melena azabache que caia en cascada sobre sus hombros. Vestia una cenida camiseta blanca de cuello en uve, que obligaba a mirar directamente su escote. La muchacha sonrio a Anderson, cuya atencion estaba centrada en sus apenas contenidos pechos.
– Vaya, sargento, ?como es que no le vemos nunca por aqui? Le he echado de menos.
Anderson puso los ojos en blanco buscando inspiracion para responder.
– Mira, carino, si quisieras pasar todo el dia con este viejo poli, tendrias la mejor proteccion policial que esta ciudad puede ofrecer. Me refiero a proteccion continua, las veinticuatro horas del dia…
Yolanda rio y meneo la cabeza. Robinson se pregunto si tendria catorce o veinticuatro anos. Ambas posibilidades cabian perfectamente.
– ?Yolanda! ?Ve a sacar esos documentos de la caja fuerte! -tercio Reginald Johnson, exasperado.
La joven lo miro con ceno.
– ?Antes te he preguntado si era eso lo que querias! -protesto.
– Ve a por ellos, asi estos polis podran marcharse de aqui.
– Ya voy.
– Vamos, muevete, chica.
– Te he dicho que ya voy. Enseguida vuelvo, sargento Lion-man -le dijo a Anderson, y miro de soslayo a Robinson-. A su pequeno companero ya lo conozco, pero aun no me ha presentado a su nuevo amigo - anadio.
– Me llamo Walter Robinson, de la policia de Miami Beach -se presento el.
– Miami Beach -repitio Yolanda como si se refiriese a algun lugar lejano y exotico-. Reggie nunca me ha llevado alli a ver las olas. Apuesto a que es realmente bonito, ?verdad, senor detective?
– Tiene su atractivo -repuso Robinson.
– ?Lo ves, Reggie?, te lo he dicho mil veces -dijo Yolanda dandose la vuelta con un mohin.
– ?Yolanda! -se impaciento mas Johnson, en vano.
– ?Pequeno companero! ?Pequeno? ?Yolanda, me has destrozado el corazon! -bromeo Juan Rodriguez-. Tal vez no sea un armario como este, pero no tienes ni idea. ?Has oido hablar de los amantes latinos, Yolanda? Son los mejores. ?Lo hacen perfecto!
– ?De veras? -dijo la joven sonriendole-. Apuesto a que te gustaria demostrarlo.
Rodriguez se llevo teatralmente ambas manos al corazon y Yolanda solto una risita.
– Ve a por esos malditos papeles de una punetera vez -mascullo Johnson y,
– Tu sobrina Yolanda -le recordo Anderson.
Johnson fruncio el ceno de nuevo.
Robinson empezo a inspeccionar los objetos expuestos en varias vitrinas, un batiburrillo de armas, camaras, tostadoras, video-camaras, cuberterias, una sandwichera, varias guitarras y saxofones, ollas y sartenes. «Los accesorios de la vida cotidiana», penso. Se acerco a una vitrina que contenia un surtido de joyas y examino cada