– Oye, Walter -susurro cuando el salia del coche-, ten cuidado.

– No hago otra cosa -contesto con una carcajada.

El Lenador y otro inspector bajaron de otro coche sin distintivos y se acercaron a Robinson. Al otro lado de la calle, dos sargentos de Miami City daban instrucciones a varios agentes uniformados. Eran los refuerzos. Pasado un momento, ambos sargentos cruzaron la calle a toda prisa.

Juan Rodriguez fue el primero en hablar.

– Lion-man esta preparado, Walter. Habra un par de hombres en la parte trasera. El resto, detras de ti. Hagamoslo rapido. Entrar y salir. Atrapemos a ese pringado antes de que sus vecinos la armen buena. Despues podremos registrar tranquilamente su casa. ?Vale?

– De acuerdo. ?Quien estara en la parte trasera?

– He pensado en los dos chicos.

– Joder, Juan, ?los novatos?

– Oye, tienen que aprender. Son buenos. Unas fieras. Llevan casi un ano en la calle. Y, ademas, en la parte trasera solo esta la ventanita del cuarto de bano. El sospechoso tendria que tener alas para huir por ese lado. Estos edificios son como una carcel, hombre. Pero si la mayoria de los pisos incluso tiene barrotes en las ventanas. La unica diferencia es que son para dejar fuera a la gente en lugar de para tenerla encerrada, pero el resultado es el mismo. Solo tenemos que quitar la puerta de la celda trece y llevarnos lo que hay dentro. No tiene escapatoria.

– Haces que parezca muy sencillo. Me gusta -comento Robinson-. Muy bien. ?Todo el mundo preparado? Lion-man, ?llevas el chaleco?

– Si. Me he puesto el chaleco de gala. Da mucho calor, es incomodo y me hace parecer gordo. Y eso no me gusta.

– ?Que prefieres, tener buen tipo o una bala en el pecho? -bromeo Rodriguez.

– Oiga, sargento -se sumo Espy Martinez-, a muchas mujeres les gustan los hombres de grandes dimensiones. No se si me entiende…

Los demas policias sonrieron cuando Lionel Anderson ladeo la gorra hacia Martinez para disimular su embarazo.

– Si, senorita, por supuesto. Pero el tamano debe estar donde cuenta.

Espy se inclino hacia el sargento y le dio un punetazo carinoso en el pecho.

– Lleve puesto el chaleco y olvidese de lo demas -dijo.

– Lo hare por usted.

– Y quiza tambien por esa joven, Yolanda.

– Oh, no me habia planteado esa cuestion, senorita.

– Todo el mundo debe llevar puesto el chaleco -pidio Martinez. Hubo asentimientos-. Excepto yo, porque yo me quedo aqui, donde no hay peligro.

Los hombres rieron, como si agradecieran que el buen humor de Martinez disipara la tension. A ella le habria gustado poder decirles que la jocosidad, la sonrisa y el aire despreocupado de que hacia gala en medio del grupo eran fingidos, pero no lo hizo. En cambio, se volvio hacia Robinson, que asintio con la cabeza. Y se dio cuenta de que el lo sabia.

El inspector levanto una mano para captar la atencion de todos.

– No queremos cagadas -dijo-. Volved a mirar la fotografia de Jefferson.

Entrego una a cada hombre.

Lionel Anderson observo el retrato.

– ?Sabes que? Me parece recordar a este tipo. ?Cual es su apodo?

– Hightops.

– Tiene que ser el. Jugaba a veces en el equipo de baloncesto del instituto Carol City High hara unos diez anos. Tenia un buen lanzamiento, pero no manejaba bien la pelota.

– Ahora maneja otra clase de cosas -indico Robinson-. Agresion, robo, allanamiento de morada, tenencia ilicita de armas, posesion de drogas… Estamos hablando de una lista de antecedentes larguisima. El delincuente tipico, probablemente armado. Pero que digo: sin duda armado. Atrapemoslo rapido. ?Alguna pregunta?

No hubo ninguna. No esperaba que la hubiera. La situacion era rutinaria para un policia: alguien que llevaba anos delinquiendo habia dado finalmente un paso mas y asesinado a alguien. Lo unico sorprendente era que no lo hubiera dado antes. Aunque, como Robinson penso con sarcasmo, no habia visto sus antecedentes juveniles, claro. Se encogio de hombros para sus adentros.

– ?Todo el mundo preparado? Vamos alla.

Entrego la orden de detencion a Lionel Anderson, y los policias se dirigieron hacia el edificio. Espy Martinez sintio una inquietud repentina. Metio la mano en el bolso y sujeto la pequena pistola semiautomatica que llevaba. Cargo la recamara, espiro despacio y sostuvo con fuerza el arma junto a su costado, a la espera de que ocurriera algo para no tener que seguir demasiado rato envuelta en la oscuridad que tanto detestaba.

Leroy Jefferson, un joven que no esperaba llegar a viejo, estaba sentado en ropa interior ante una mesa tambaleante con la superficie rayada y manchada en la cocina de su casa, imaginando como mejoraria su vida si pudiera empezar a traficar con drogas en lugar de limitarse a consumirlas. Era un sueno habitual; se imaginaba con ropa nueva, conduciendo un coche grande. Le gustaba el color rojo, y se preguntaba si el traje o el vehiculo serian de ese tono; tras reflexionar un momento, decidio que ambos.

Jugueteo con la canula de cristal que habia en la mesa. Leroy Jefferson tenia unas manos largas y huesudas. Manos de deportista: los dedos estaban curvados como garras, las venas sobresalian en el dorso, como si los tendones y los musculos las levantaran. Seguramente un artista las habria considerado hermosas, en un sentido tosco y vulgar.

Paso una una resquebrajada por el borde de la canula.

Su novia dormia en un cuarto contiguo; oyo un ligero ronquido, casi como un resuello, cuando se dio la vuelta, enredada desnuda en una sabana cubierta de sudor. No llevaban demasiado tiempo juntos, y no esperaba que fueran a estarlo mucho mas. Los habia unido mas su aficion por las drogas que el afecto. Su emparejamiento era un acto esporadico de conveniencia mutua.

La friccion hizo que la canula de cristal se calentara en contacto con el dedo, pero, bien pensado, el mundo entero abrasaba. Su novia volvio a cambiar de postura y el se pregunto como podia dormir cuando la temperatura del reducido piso no dejaba de subir constantemente la mayor parte de la noche.

?A cuanto estarian? ?A treinta? ?A treinta y dos? Ni siquiera se podia respirar, dada la humedad del calor. Le apetecia una cerveza de la pequena nevera, pero sabia que no habia ninguna. No habia ni siquiera un refresco, ni una bandeja de cubitos de hielo. El agua del grifo era salobre y tibia. Penso en ponerse bajo la ducha, pero no le era facil desdoblar las piernas de debajo de la mesa y caminar en esa direccion. Culpo tambien de su letargia al calor. Observo enfadado la ventana de celosia graduable del salon, abierta para dejar paso a la ligera brisa que serpenteaba por Liberty City.

«Aire fresco», penso. Eso era lo que mas deseaba en el mundo. Un poco de aire fresco que le cubriera el cuerpo como una camisa ligera. Se llevo una mano a la nuca y seco parte del sudor acumulado en ella. Le brillo en la palma. Reflexiono que en Miami los ricos nunca sudan, a no ser que quieran hacerlo.

Esta idea lo enfurecio, porque sabia que era cierta.

Siguio mirando la ventana abierta, como si pudiera obligarla a proporcionarle alivio, casi como si esperara ver como el viento se colaba entre sus lamas de cristal. Su frustracion lo puso alerta, de modo que cuando lo que entro por la ventana fue ruido en lugar de aire fresco, no le costo nada percatarse de lo que estaba ocurriendo.

Unos pasos vacilantes por la escalera significaban que algun vecino volvia a casa borracho. Los pasos de dos personas que se movian despacio, pausadamente, significaban que algun camello y su maton iban a cobrar una deuda. Pero el toc-toc-toc de varios zapatos pesados que corrian por la escalera solo significaba una cosa. Leroy Jefferson se levanto de un brinco, con lo que lanzo la canula al suelo, y tras tropezar con la silla cruzo la habitacion de una zancada. Su novia solto un ronquido y abrio los ojos sorprendida cuando la empujo a un lado para alcanzar el revolver que guardaba bajo el colchon. Susurro con premura la palabra «policia» a la vez que un puno golpeaba la puerta y Lion-man gritaba la misma palabra. El policia y el sospechoso de asesinato habian hablado practicamente al unisono.

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