– De modo que puede decirnos el aspecto que tiene la Sombra en la actualidad -dijo el rabino despacio-. ?Puede describirlo?
– Si. Creo que si.
– Un retrato robot -concluyo Winter-. Un dibujante de la policia podria trabajar con el y obtener una imagen actual. Seria un buen principio. ?Jefferson puede aportar mas informacion? ?Una matricula, quiza?
– No lo se -contesto la joven-. Aun no. El precio de la cooperacion del senor Jefferson es alto.
– ?Como de alto? -repuso Robinson.
– Quiere irse de rositas.
– ?Mierda! -mascullo el inspector.
– ?De rositas? -pregunto Frieda Kroner-. ?Le gustan las flores?
– Lo que quiere es que se retiren todos los cargos en su contra. Quedar libre.
– Ah, comprendo. ?Y esto es un problema?
– Disparo e hirio a un policia -explico Espy Martinez.
– Tiene que ser un mal hombre para hacer algo asi -comento la mujer.
– Ya.
– Si tuvieramos un buen retrato -intervino Winter, que pensaba con rapidez-, algo que se le pareciera razonablemente…
– ?Si? -Espy se volvio hacia el-. ?Que esta pensando?
– Bueno, en primer lugar, facilitaria mucho las cosas al rabino y a la senora Kroner. Les permitiria estar preparados. No estarian de brazos cruzados esperando a reconocer a alguien que solo vieron unos segundos hace cincuenta anos. Sabrian como es el hombre que los esta acechando. Supondria una ventaja enorme y permitiria nivelar la balanza.
– Es verdad -corroboro la senora Kroner-. No seriamos tan vulnerables.
– Pero, ademas, me da una o dos ideas.
– Me parece que se lo que esta pensando -dijo Robinson despacio-. Que hay una cosa en este mundo a la que ese hombre teme, y que le hace actuar deprisa. Una sola cosa: perder el anonimato. ?Es asi?
Winter asintio y sonrio.
– Parece que pensamos igual.
– Y si podemos poner en peligro su anonimato, quiza podamos hacer algo mas -anadio Robinson.
– ?Que? -pregunto Rubinstein.
– Tenderle una trampa -respondio Winter por los dos.
18 Las cartas que te han tocado
El Lenador vivia en una casa modesta de tres dormitorios y dos banos en una tranquila calle sin salida de North Miami, un barrio de las afueras donde una de cada dos casas tenia un remolque con una lancha motora estacionado al lado, y donde los residentes vivian de barbacoa en barbacoa, de fin de semana en fin de semana. Era un lugar limpio y bien cuidado donde policias, bomberos y empleados municipales, en su tenaz intento de ascender socialmente, se gastaban el dinero en bungalos con una piscina pequena en la parte trasera. Los tejados planos eran blancos o de tejas rojas. El cesped de las entradas estaba bien segado y los setos, recortados. Los todoterrenos que arrastraban las lanchas motoras hasta el mar, a unos cinco o seis kilometros, relucian al sol del mediodia.
Mientras recorria despacio la calle buscando la casa del Lenador, Walter Robinson oyo ladridos de perro. Supuso que ladrarian por el color de su piel: no habia negros en ese barrio; solo la mezcla de blancos y de hispanos bastante inevitable en el condado de Dade. Los negros de clase media como el Lenador solian agruparse en sus propios barrios, donde no habia tantos arboles frondosos, ni libros para la biblioteca de la escuela primaria, pero si habia mas manchas peladas en el cesped de las entradas y era mas dificil conseguir creditos bancarios. Esos barrios estaban mas cerca de Liberty City u Overtown, mas cerca de los limites de la pobreza. Cuando paro el coche delante de la casa del Lenador, tuvo un pensamiento extrano. Recordo como los primeros exploradores que zarparon hacia el Nuevo Mundo superaron su temor de que la Tierra fuera plana y navegaron mas alla del abismo hacia el olvido. Esta era la clase de conocimientos historicos que su madre, la maestra diligente, impartia a la hora de la cena, cuando no estaba corrigiendole sus modales en la mesa. Penso que estaban equivocados. La Tierra es redonda, pero es la gente que vive en ella la que crea los limites y hace que sea terriblemente facil caer al abismo, donde todavia hay monstruos que esperan ansiosos para tragarte.
El calor lo recibio como una queja airada al salir del coche. El camino hasta la casa del Lenador relucia con una capa de aire vaporoso suspendida sobre el cemento. Vio un columpio de madera situado a un lado de la casa, y unas cuantas bicicletas y triciclos abandonados junto a la puerta del garaje. Al otro lado de la calle, una mujer de mediana edad, vestida con unos vaqueros recortados y una camiseta, estaba cortando el cesped. Cuando lo vio, se detuvo y apago el cortacesped. Robinson noto que lo seguia con la mirada mientras se acercaba a la casa.
Llamo al timbre y, al cabo de un momento, oyo unos pasos agobiados. Una mujer joven abrio la puerta. Llevaba unos pantalones cortos abombachados sobre un traje de bano y el pelo castano recogido hacia atras. En la cadera cargaba a un nino pequeno, aferrado a un biberon.
– ?Si?
– Soy el inspector Robinson. ?Puedo ver a su marido?
– Todavia sufre dolores -respondio tras vacilar un instante.
– Necesito verlo -insistio Robinson.
– Tiene que descansar -susurro la mujer.
Antes de que pudiera contestar, una voz grito desde el interior de la casa:
– ?Quien es, carino?
La mujer parecia querer cerrar la puerta, pero termino de abrirla a la vez que contestaba:
– Es el inspector Robinson.
Senalo con la cabeza la parte trasera de la casa y Robinson entro. Enseguida observo que, para ser una casa con ninos pequenos, estaba muy ordenada. Habia plantas muy bien cuidadas en una estanteria abierta, y no vio juguetes esparcidos por el suelo. En la entrada habia un gran crucifijo colgado sobre una bendicion. Vio los esperados adornos en la pared: fotografias enmarcadas de ninos y padres, y una seleccion de posteres que anunciaban exposiciones de arte poco memorables.
Al entrar en el salon, hubo algo que lo sorprendio. En la pared, justo sobre el sofa, habia un cuadro grande, de colores alegres, exponente del realismo de la escuela primitiva haitiana, pintado por alguien con poca formacion y un talento enorme. Mostraba un mercado con unas esplendidas manchas de color vivo interrumpidas por el negro impactante de las caras de los campesinos que transitaban por el. En cierto sentido, era impresionante, fascinante, porque lo transporto un momento a ese pequeno mundo, como si le permitiera captar una pequena parte de la historia de cada persona del lienzo. Lo contemplo, asombrado de verlo en casa del Lenador. Habia visto muchos de estos cuadros, por lo general en las galerias de arte de las zonas ricas de South Miami y Coral Gables. Poseian un atractivo extrano para la gente adinerada: una combinacion de algo indigena y algo articulado; las mejores muestras de arte de los paises pobres del Caribe estaban destinadas a decorar las paredes de las casas millonarias que daban a la bahia de Vizcaino.
– Es algo distinto, ?eh? -dijo el Lenador en voz baja. Habia entrado en el salon por una puerta lateral.
Walter Robinson se volvio hacia el.
– Es una obra bonita -comento.
– Seguro que no esperabas que tuviera algo asi.
– Pues no.
– Mi mujer estudiaba arte hace un par de siglos, es decir, antes de los ninos, las hipotecas y todo eso, y lo compro en un viaje a Haiti. No he entendido nunca por que alguien puede querer ir alli de vacaciones, ?sabes? Solo hay un monton de gente mas pobre a cada segundo que pasa. Es por eso que no cejan en intentar venir aqui.
– Una patrulla de la Guardia Costera intercepto otra embarcacion delante de cayo Vizcaino el otro dia -indico
