salida.
Robinson se apeo del coche, saco la silla de ruedas del maletero y abrio la portezuela de atras para que Jefferson bajara por si solo y se sentase en la silla. Y asi lo hizo, con una agilidad que hizo pensar a Robinson que el dolor de la pierna habia disminuido bastante. O era eso, o era que estaba deseoso de ver lo que le estaba esperando.
– ?Te ayudo a subir las escaleras?
Jefferson nego con la cabeza sin dejar de sonreir.
– No me apetece que mis vecinos sepan que he estado ayudando a la poli. No opinan que sea algo demasiado bueno, ya sabe.
– No forma parte de la idea que se tiene por aqui del buen ciudadano, ?eh?
– Ha acertado.
– ?Y como vas a subir las escaleras?
– Puede que hayan arreglado el ascensor. Si no, ya me las ingeniare. Sea como sea, no es asunto suyo.
Jefferson dio un empujon a las ruedas y estas avanzaron unos metros, hasta el camino de entrada. A continuacion giro en redondo y miro de nuevo al inspector.
– Ya he hecho lo que me pidio, ?no?
– Si. Hasta ahora, todo bien.
– Ya le dije que cumpliria con mi parte.
– Pues sigue cumpliendola.
– No tiene suficiente confianza en el genero humano, detective -rio Jefferson-. Ni siquiera distingue cuando le estan ayudando. Si no fuera por mi, no tendria nada que presentar contra ese asesino.
– Tu sigue colaborando, Leroy. No te vayas a ninguna parte y no te metas en lios. ?Entendido?
– Claro, jefe.
Jefferson solto una carcajada que resono calle abajo. Retrocedio un poco en su silla y anadio:
– Mire, usted no es tan ajeno a todo esto, detective. Se pone ese traje y actua como todo un tio, pero lo cierto es que podria ser que usted estuviera aqui y yo ahi.
Robinson sacudio la cabeza.
– No. Te equivocas.
Pero no lo sabia a ciencia cierta. Sin embargo, si sabia que Espy Martinez lo estaba esperando, y se dijo que, mas que ninguna otra cosa, en ese momento deseaba marcharse de Liberty City, alejarse de los Apartamentos King y regresar al mundo en que vivia.
Leroy rio otra vez, burlon. Sintio una subita sensacion de optimismo y, por primera vez, al medir la distancia que mediaba entre el inspector y el, creyo de verdad que habia logrado vencer al sistema.
– Uno se siente realmente bien siendo libre -dijo-. Viendolo a usted.
Y acto seguido dio vuelta a la silla y empezo a girar las ruedas con entusiasmo en direccion al edificio. No miro atras, y no vio a Robinson, que, irritado pero conforme, se subio al monovolumen metio la marcha y acelero para perderse en la negra noche.
Para su sorpresa, el ascensor funcionaba.
Mientras las sordidas puertas de acero se juntaban para cerrarse, Leroy Jefferson se dijo que era buena senal. Hubo una pausa momentanea, despues una friccion y luego la cabina comenzo a elevarse. La iluminacion interior se atenuo un instante al llegar al segundo piso, y las puertas parecieron extranamente reacias a abrirse, pero finalmente se abrieron, y se empujo a si mismo hasta el rellano pensando que todo lo que le rodeaba funcionaba practicamente igual de bien que siempre.
Maniobro por el rellano para dirigirse a su apartamento, con la respiracion agitada por el esfuerzo de empujar la silla de ruedas. Sentia el sudor pegajoso en las axilas, goteandole por la frente y resbalandole por las mejillas para finalmente ir a caer de la barbilla al pecho. Era un sudor irritante, provocado por el cansancio y el aire humedo y quieto, no el sudor genuino del movimiento atletico. Apreto los dientes y se dijo: «No podre volver a jugar al baloncesto como antes», y maldijo para sus adentros a Espy Martinez y su infortunado disparo, que le habia dejado aquel incomodo dolor. Dio un golpe a la silla de ruedas y se recordo que los medicos habian estimado que le desapareceria al cabo de un mes, lo cual estaba deseando que ocurriera porque hasta que recuperara el movimiento no veia muchas oportunidades de obtener ingresos.
Sabia que durante un tiempo estaria bien. Sonrio para si. Aquel jodido poli tenia razon. Guardaba un alijo particular detras de una baldosa suelta del cuarto de bano, doscientos dolares y una cantidad similar en gramos de cocaina en bruto en una bolsa de plastico, metida entre las tuberias de modo que resultaba imposible de ver a menos que uno diera con la baldosa indicada. Habia que introducir el brazo muy abajo y saber lo que se estaba buscando. Penso: «Puede que pruebe un poquito y venda el resto. Estare bien otra vez en cuanto pueda sostenerme en pie, aunque sea cojeando. Todo va a salir bien. Siempre sale bien.»
Levanto una mano y se seco el sudor de la frente, concentrado en el alijo.
«Solo probare una pizca», se repitio.
Se detuvo un momento delante de la puerta de su apartamento. Los deshilachados restos de cinta policial amarilla colgaban lacios del marco agrietado y astillado. La puerta en si la habian cambiado, pero de manera poco eficaz. Alargo el brazo y la empujo, y se abrio. No estaba cerrada con llave.
– Malditos drogatas, probablemente me lo han robado todo -mascullo.
Se revolvio en el asiento y bramo por encima del hombro:
– ?Sois unos cabrones! ?No teneis respeto por las cosas ajenas!
De una habitacion distante le llego un grito: «?Jodete!», y desde el otro extremo del pasillo alguien vocifero: «?Callate ya, puto negro!»
Aguardo un momento para ver si habia alguna respuesta mas, pero el pasillo quedo sumido en el silencio. No habia visto a nadie en la calle y tampoco en los rellanos. Se sintio solo, lo cual no le molesto porque no tenia ninguna gana de compartir lo que le aguardaba debajo de aquella baldosa suelta.
Se acordo de lo que habia dicho Walter Robinson: «Hogar, dulce hogar.»
Empujo la puerta para abrirla de par en par y paso al interior con la silla de ruedas.
En el apartamento hacia calor y el aire estaba denso, como si las paredes acumularan un mes entero de dias opresivos. Cerro de un portazo a su espalda y busco el interruptor.
Pero su mano no llego a tocar la pared, porque fue detenida por una garra que le aferro el antebrazo.
En el mismo instante una voz gelida dijo:
– De momento no vamos a necesitar luz, senor Jefferson.
El miedo lo recorrio de arriba abajo.
– ?Quien es usted? -boqueo.
La voz se habia situado a su espalda, y exhalo una breve risa antes de contestar:
– Pero si ya lo sabe, ?no es asi, senor Jefferson? -El hombre hizo una pausa y luego pregunto-: Digamelo usted. ?Quien soy?
Al mismo tiempo que aquellas palabras se esparcian en la oscuridad del apartamento, Jefferson se vio subitamente lanzado hacia atras cuando el hombre, soltandole el brazo, paso a sujetarlo apretando un musculoso antebrazo contra la frente, un movimiento que le echo la cabeza atras y le dejo el cuello al descubierto. Jefferson lanzo una exclamacion ahogada y alzo las manos al sentir el frio helado de un cuchillo contra la garganta.
– No, senor Jefferson, baje las manos. No me obligue a matarlo antes de que hayamos tenido oportunidad de hablar.
Sus manos, con los dedos en tension hacia el cuchillo, se quedaron inmoviles en el aire. Poco a poco las fue bajando hacia los costados, a las ruedas de la silla. Ahora su cerebro trabajaba a toda velocidad, mas alla del miedo, intentando saber que hacer. Abrio la boca para pedir socorro, pero volvio a cerrarla de golpe. «No acudira nadie, grites lo que grites», se recordo. Y es muy posible que este tipo te rebane el cuello antes de que puedas pronunciar la segunda palabra. Se acordo del grito sofocado de Sophie Millstein antes de morir, y eso le provoco un escalofrio; el miedo le estaba aflojando el intestino, pero lucho contra el haciendo inspiraciones rapidas y profundas, controlando el temblor de las manos y el hormigueo en los parpados. «Convencele para que te suelte -se dijo-. Sigue hablando. Intenta alcanzar un trato.»
– Asi esta mejor -dijo la voz-. Ahora, ponga las manos muy despacio detras de la silla, con las munecas juntas.
– No hace falta que haga esto, estoy dispuesto a decirle todo lo que quiera saber.
