– Excelente, senor Jefferson. Eso me resulta muy tranquilizador. Ahora, mueva las manos muy despacio. Pienselo de esta manera: cualquier nudo que ate, siempre puedo desatarlo. Alejandro Magno lo demostro. ?Usted sabe quien fue Alejandro Magno, senor Jefferson? ?No? Eso me parecia. Pero si que sabra que siempre es mas sensato complacer a un hombre que le ha puesto un cuchillo en la garganta.
La inexpresiva voz parecia paciente, fria, con un leve matiz de urgencia. Pero la hoja del cuchillo le estaba mordiendo la piel y su exigencia resultaba obvia. La presion se incremento ligeramente, lo suficiente para hacer brotar un fino hilo de sangre. Jefferson puso las manos a la espalda tal como se le pedia. Sintio el cuchillo resbalar por el cuello en direccion al oido, a la nuca, y por fin apartarse.
Entonces experimento un impulso momentaneo de saltar, de contraatacar, pero se disipo tan rapido como habia llegado. Se dijo: «Conserva la sangre fria. No puedes huir ni puedes luchar.» De pronto se oyo el ruido de algo que se desgarraba y sintio que le sujetaban las manos con cinta aislante.
Cuando tuvo los brazos inmovilizados, la silla fue empujada hasta el centro de la habitacion. Espero, jadeando igual que un corredor que intenta alcanzar a los que van en cabeza.
– ?Quien eres, tio? ?Que quieres? ?Para que me atas? No voy a irme a ninguna parte.
– Asi es, senor Jefferson.
– ?Quien eres? ?Que buscas?
– No, senor Jefferson. Esa es la pregunta que quiero hacerle yo: ?quien soy?
– Tio, no tengo ni idea. Algun blanco loco, eso seras.
La voz rio otra vez.
– No ha empezado bien, senor Jefferson. ?Por que me miente?
El hombre se inclino y pincho con el cuchillo en los vendajes de la destrozada rodilla de Jefferson. Aquello le provoco un relampago de dolor que le recorrio todo el cuerpo.
– ?Joder! ?Pero que hace? ?No se una mierda!
– ?Quien soy, senor Jefferson?
– No lo se. No lo he visto en mi vida.
– No me gustan las mentiras. Una vez mas: ?quien soy, senor Jefferson?
– No lo se, no lo se. Dios, ?por que me hace esto? -gimio Leroy con ansiedad.
El indeseado visitante suspiro. Jefferson sintio el cuchillo en la pierna; tenso los musculos del estomago para contrarrestar el dolor que vendria a continuacion, pero en cambio la voz siguio hablando.
– Le he visto hoy, senor Jefferson. En la sala del tribunal, declarandose culpable de todos aquellos fingidos cargos. Abrigaba grandes esperanzas para usted cuando me entere de su detencion. Imagine la sorpresa que me lleve esta manana al ver en el periodico que lo habian absuelto del asesinato de la senora Millstein y que iba a ayudar a la policia en sus investigaciones. Por supuesto, el periodico no decia que investigaciones eran esas, pero pense que era mejor pecar de precavido. Asi que fui a la sala del tribunal y me sente entre el publico de las filas del fondo y espere a que apareciera usted. Tenia cara de estar absorto en algo, senor Jefferson. Deseoso de dedicarse a lo suyo y sin prestar atencion a su entorno. Esa es una mala costumbre para toda persona de tendencias delictivas ?no cree? Hay que ser mas listo para estar al tanto de quien es quien y que es que, incluso en una sala de tribunal atestada. Deberia haberse tomado la molestia de estudiar todas y cada una de las caras que habia alli. Pero usted no hizo tal cosa, ?verdad, senor Jefferson? En vez de eso, me proporciono comodamente su domicilio. Asi que vine aqui y decidi esperarle. Porque tenia unas preguntas y ciertas dudas, y odio la incertidumbre. Usted es un delincuente profesional, senor Jefferson. ?No cree que lo mas inteligente siempre es asumir lo peor, asumir que existe un problema, y si al fin no existe uno se lleva una sorpresa de lo mas
– Oiga, no se de que diablos me esta hablando… -Pero lo interrumpio un dolor agudo, provocado por el cuchillo que se hundio de nuevo en los vendajes. Y jadeo en tono aspero-: Maldita sea, eso duele, tio. Yo no se nada, esta loco, dejeme en paz…
– ?Quien soy, senor Jefferson?
Leroy no respondio. Las lagrimas de dolor que le resbalaban por las mejillas le humedecian el rostro. Muy poco de lo que decia resultaba inteligible. Lo unico que notaba era un sabor acido y seco en la boca.
– Usted es un asesino -dijo al fin.
El hombre dudo, y Leroy lo oyo aspirar profundamente.
– No esta mal para empezar -dijo el hombre-. He aqui una pregunta sencilla: ?Quien es Simon Winter?
Leroy se sintio confuso y se lamio el sudor de los
– No conozco ese nombre.
Una punzada de dolor lo recorrio como un rayo y lo hizo lanzar una exclamacion en la oscuridad, un grito que surgio desde lo mas profundo, solo para acabar en forma de un gorgoteo gutural cuando el hombre le ordeno:
– ?No haga ruido!
Tenia la pierna en llamas. El cuchillo habia penetrado los vendajes y herido la carne. Leroy intento inclinarse hacia delante, retorciendose contra el confinamiento que suponian la cinta aislante y la silla de ruedas.
– Dios mio -dijo-. No me haga esto. Por favor, no lo haga.
– ?Quien soy, senor Jefferson?
– Por favor, por favor, hare lo que sea, pero no vuelva a hacer eso…
– No he hecho mas que empezar, senor Jefferson. Vamos a probar otra vez. ?Quien es Simon Winter y que sabe de mi?
Leroy dejo que las palabras le salieran impulsivamente de la boca, un torrente de panico, casi como si ya estuviera sintiendo la quemazon en la pierna mientras el cuchillo iba seccionando tendones y nervios.
– ?Oiga, no lo se! ?No he oido ese nombre en mi vida!
Por un momento el hombre guardo silencio, y Leroy busco el cuchillo en la oscuridad. Sintio al hombre moverse a su lado, tocando la pierna lesionada, y se apresuro a anadir:
– Es la verdad. No tengo ni idea… ?No me haga mas dano!
– Esta bien -dijo la voz tras una pausa-. No pense que tuviera necesariamente que conocer la respuesta a esa pregunta. -Hubo otro silencio-. Senor Jefferson, debe usted de tener la paciencia de una arana. Teje su tela y espera a que su presa se entregue ella sola. -La voz titubeo y
El respondio al punto:
– Si. Exacto. Lo que usted diga.
Una risita leve y cortante surco la oscuridad.
– ?Quien soy, senor Jefferson?
– Por favor, no lo se. No quiero saberlo, y aunque lo supiera, no se lo diria a nadie.
– ?Cree que soy un delincuente como usted, senor Jefferson?
– No, si, no lo se…
– ?Cree que soy una especie de parasito que mata y roba para pagarse una asquerosa adiccion a las drogas? ?Cree que soy como usted?
– No, no he querido decir eso.
– Entonces, ?quien soy, senor Jefferson?
Leroy respondio con un sollozo, una suplica lastimera mezclada con el dolor que le subia en oleadas desde la pierna martirizada.
– No lo se, no lo se…
El hombre empezo a moverse por el apartamento, trazando circulos a su alrededor, y Leroy giro la cabeza intentando seguir aquella forma como si se desplazase a traves de las sombras del cuarto de estar. Al cabo de un momento la voz pregunto, en un tono sereno, de ligera curiosidad:
– Digame, si fuera a morir esta noche, aqui mismo, dentro de los dos proximos segundos, senor Jefferson, ?se detendria el mundo siquiera un instante para dar cuenta de su desaparicion?
– Oiga, por favor, le dire lo que quiera, pero no se de que me esta hablando. Esta diciendo cosas absurdas. No le entiendo, no entiendo nada.
– Yo he formado parte de grandes cosas, senor Jefferson. He estado en algunos de los momentos mas