grandiosos que ha presenciado el siglo veinte. Acontecimientos inolvidables. Ocasiones increibles.
La voz vacio la habitacion de todo su contenido salvo el miedo. Leroy distinguio la silueta del hombre cuando este paso por delante de la luz debil y difusa que se colaba al azar por una ventana de la habitacion, procedente de alguna farola.
– ?Quien soy, senor Jefferson?
El nego con la cabeza en la oscuridad.
– ?Por favor, no me pregunte eso! ?No se quien es usted!
Una vez mas, la voz emitio una risita ronca en la densa atmosfera de la habitacion. Parecia provenir de varios sitios al mismo tiempo, y Leroy giro la cabeza a un lado y a otro, intentando distinguir donde se encontraba el hombre. De nuevo le entraron ganas de gritar, pero no serviria de nada. Se sentia confuso y muy asustado. Apenas entendia lo que le preguntaba aquel hombre, utilizaba un lenguaje que superaba su experiencia. Pero claro, lo mismo sucedia con el dolor de la pierna, que palpitaba y lo acuciaba, a la par que los latidos de su corazon y el miedo que lo embargaba.
– Esta bien -dijo el hombre.
Continuo moviendose de un lado al otro, deteniendose a veces detras de la silla de ruedas. Leroy se giraba nervioso.
– Vamos a hablar de su acuerdo con el estado de Florida. ?Que clase de acuerdo es, senor Jefferson?
– Tengo que contarles lo que se sobre varios delitos.
– Bien. Muy util. ?Que delitos, senor Jefferson?
– Allanamientos, robos. En Miami Beach se cometen muchos.
– Bien. Continue.
– ?Eso es todo! Un monton de delitos menores, unos cuantos robos, ya le digo. Puede que tambien delatar a algun que otro traficante de coca, eso es lo que quieren de mi.
La voz paso por detras de el.
– No, eso no tiene mucho sentido, senor Jefferson.
– Le estoy diciendo la verdad…
El hombre lanzo una carcajada.
– Me insulta usted, senor Jefferson. Insulta a la verdad.
De pronto sintio la presion del cuchillo contra la mejilla y le entraron ganas de chillar. Pero el hombre le susurro al oido:
– No grite. Ni chille. No haga nada que pueda incitarme a poner fin a esto.
Leroy se trago el terror y afirmo con la cabeza.
Transcurrio un segundo antes de que el hombre volviera a hablar.
– ?Es usted muy fuerte, senor Jefferson? Recuerde, no grite. Lo recuerda, ?verdad?
Leroy asintio.
– Bien -repuso el hombre. Y acto seguido le paso la punta del cuchillo por la mejilla abriendo un profundo surco en la piel.
Leroy se mordio el labio con fuerza para no gritar. Por la comisura se le colo el sabor salado de la sangre.
– No me mienta, senor Jefferson. Desprecio profundamente que me mientan.
La voz no elevo el tono en ningun momento, permanecio grave y fria.
Jefferson penso que deberia decir algo, pero estaba absorto en la hoja del cuchillo, que le hacia cosquillas en la otra mejilla.
– Uno siempre deberia emplear su rabia de modo constructivo, senor Jefferson.
La punta del cuchillo se le hundio de nuevo en la piel y fue atravesando la mejilla lentamente, separando la carne. El dolor se multiplico, y por un instante creyo que iba a desmayarse.
El hombre suspiro y se situo a un costado de la silla de ruedas. Durante un momento su perfil quedo recortado por un debil haz de luz aleatorio. Su cabello blanco brillo, casi como si fuera electrico.
– Existe una gran diferencia entre ser viejo y ser una persona con experiencia, senor Jefferson. -El hombre se inclino sobre el-. Ahora recapacite sobre lo que ha ocurrido. He tenido mucha paciencia con usted. No le estoy pidiendo algo que no pueda darme. Lo unico que exijo es un poco de informacion sincera.
– Lo estoy intentando, por favor, lo estoy intentando…
– A mi no me parece que lo este intentando con suficiente ahinco, senor Jefferson.
– Lo hare. Se lo prometo.
– ?Quien esta informado acerca de
– Por favor, no conozco ese nombre.
– ?Quien lo esta buscando? ?Es la policia, senor Jefferson? ?O esa fiscal joven y atractiva? A los viejos ya los conozco; ?pero quien mas? ?Como es que usted esta implicado en todo esto? ?Me vio aquella noche, senor Jefferson? Quiero saberlo, y quiero saberlo ahora. No son preguntas irrazonables, pero aun asi usted persiste en eludirlas. Debido a eso, me ha obligado a hacerle un par de cicatrices, una en cada mejilla. Las heridas se le curaran, pero las cicatrices quedaran ahi para recordarle los males de la obstinacion. Y tambien me ha obligado a pincharle en la rodilla herida. ?Acaso cree que no podria destrozarsela del todo, senor Jefferson? Quiza podria empezar a hurgar con la hoja del cuchillo en todas esas suturas que estan curandose. ?Que sensacion le produciria eso?
– Por favor, estoy intentando ayudar…
– ?De veras, senor Jefferson? No me siento impresionado. El senor Silver no mintio cuando hable con el en circunstancias similares, aunque yo no definiria su comportamiento como totalmente extrovertido. Pero es que tenia amigos a los que deseaba proteger, de manera que su actitud reacia era comprensible. Igual que su muerte. Y el senor Stein, bueno, esa fue una entrevista condenada al fracaso desde el principio, desde el instante mismo en que me vio, igual que con la senora Millstein. Eran personas a las que yo ya conocia, senor Jefferson, personas a las que conocia desde hacia decadas, desde que era mas joven que usted. Y murieron, senor Jefferson, igual que siempre. En silencio y obedientemente.
– No se que esta diciendo. Por favor, suelteme.
– A ellos les hice la misma pregunta, senor Jefferson. Y sabian la respuesta.
– Lo siento. Por favor, lo siento…
– ?Quien soy, senor Jefferson?
Sollozo una vez mas, con la voz apagada a causa del dolor y del miedo. No contesto. Al cabo de un momento oyo a su espalda:
– Tengo mas preguntas. Vera, senor Jefferson, se que, habiendo disparado a un policia, el estado de Florida no estaria dispuesto a proponerle ningun acuerdo a no ser que hubiera una persona realmente especial a la que estuvieran buscando. Alguien que importara de verdad, lo suficiente para empujarlos a hacer algo que seguramente les resulta sumamente desagradable y repugnante. Es decir: dejarlo a usted en libertad. Una tarea antipatica, la verdad, dejar libre a un drogadicto que ha estado a punto de asesinar a un policia. Debe de ser un mal trago para cualquier policia y fiscal. Asi que me da en la nariz que no va a ayudarlos para resolver unos cuantos delitos insignificantes. No, seguro que se trata de alguien mucho mas importante, ?no es asi?
– Por favor.
– Mucho mas importante, ?correcto?
– ?Si, lo que usted diga!
– Y ese alguien, naturalmente, soy yo. He sido yo siempre, pero ellos no lo sabian.
El hombre parecio hacer una inspiracion profunda.
– Y bien, senor Jefferson, ahora quiero la verdad. ?Sabe?, nadie ha conseguido nunca rechazarme, en todos los anos que llevo haciendo preguntas. Nadie al que haya preguntado, ?nadie!, ha dejado de contestarme. Un record notable, ?no le parece? Siempre me ha resultado muy facil. La gente es muy vulnerable. Quieren vivir, y cuando uno puede quitarles eso, tiene en sus manos todo el poder que necesita. ?Sabe una cosa, senor Jefferson? Siempre me han contestado. En aquella epoca, a altas horas de la noche. A lo lejos se oian las sirenas de los ataques aereos y las calles eran bombardeadas. Una ciudad de muerte. No se diferenciaba tanto del barrio en el que vive usted, lo cual resulta curioso e interesante, ?no cree? Lo lejos que hemos llegado, y en cambio no ha sido tanto, ?verdad? Sea como sea, senor Jefferson, siempre me han dicho lo que yo queria saber. ?Donde estaba el dinero? ?Y las joyas? ?Y donde estaban sus parientes? ?Y sus vecinos? ?Y sus amigos? ?Donde estaban escondidos