los demas? Siempre me dijeron algo que yo necesitaba saber, y eso que eran personas inteligentes, senor Jefferson. Mas inteligentes que usted. Cultas. Con recursos. Pero yo las atrape, igual que lo he atrapado a usted. Y me dijeron lo que yo queria, igual que va a hacer usted.
Leroy oyo su propia respiracion rasposa.
– Examine su situacion durante un segundo… -siguio diciendo la voz. Parecia venir de todas partes a la vez, y Leroy se sintio tremendamente desorientado, a la deriva, como si no se encontrara en su propia casa, en la parte de la ciudad que reclamaba como suya, en la que se habia hecho mayor y en la que habia pasado casi todo el tiempo, y aquel fuera otro lugar, un lugar alejado de la orilla en el que se estaba ahogando-. Ya esta lisiado, y ahora yo lo he desfigurado con cicatrices. ?Que le queda? -Le apreto el cuchillo contra los labios-. ?O quiza preferiria quedarse ciego, senor Jefferson? Podria sacarle los ojos. Ya lo he hecho otras veces. ?Esta dispuesto a pasar el resto de su vida siendo un lisiado ciego y mudo? ?Que clase de vida seria esa, senor Jefferson. Sobre todo para una persona de, digamos, su nivel economico y social? Puedo hacerle eso, se lo aseguro…
Leroy vio la hoja del cuchillo delante de su cara, reflejando la tenue luz que entraba en la habitacion.
– O quizas otra cosa, algo importante…
De repente el hombre bajo el cuchillo y apreto con fuerza la hoja contra la entrepierna de Leroy.
– ?No es notable que haya tantas maneras distintas de causar dolor a un hombre? Fisicamente. Mentalmente. Emocionalmente… -El cuchillo presiono mas, y Leroy creyo que iba a vomitar-. Y hay heridas que provocan esos tres tipos de dolor. ?No es asi, senor Jefferson?
Leroy no se permitio contestar aquella pregunta. El miedo le nublaba el entendimiento. Se sentia atrapado en una red que amenazaba con asfixiarlo por mucho que el se retorciera o se debatiera. Intento obligarse a pensar con claridad, pero le resultaba dificil con la voz serena y fria de aquel hombre resonando en sus oidos y el cuchillo bailando alrededor de su cuerpo. Leroy Jefferson se sintio atrapado en un torbellino de dolor y terror; sabia muy poco, excepto que si le decia la verdad a aquel hombre, si le decia que si le habia visto, y que le habia visto matar a Sophie Millstein, y que les habia contado esas cosas a Walter Robinson y a Espy Martinez, y que les habia proporcionado un retrato suyo, y que habia accedido a testificar contra el en un juicio, aquel hombre lo mataria sin ninguna duda. Y despues, probablemente, mataria al detective y a la ayudante del fiscal y a todo el que le habia amenazado. Eso lo sabia con una certeza que desafiaba todo el dolor que le recorria el cuerpo de arriba abajo, lo sabia porque reconocia que si fuera el quien intimidase a algun testigo similar con un cuchillo suyo, la rabia, el miedo y la amenaza de la detencion lo obligarian a hacer lo mismo, y eso le proporcionaba una certeza que resultaba tan poco grata en aquella habitacion pequena y calurosa como aquel desconocido.
Noto que los ojos se le llenaban de lagrimas que comenzaban a resbalar y mezclarse con la sangre de las mejillas.
– Y bien, senor Jefferson, ?quien soy?
Aquella pregunta le resono en el oido, urgente, aterradora. Aspiro una bocanada de aire entrecortada, procurando contenerse. En aquel segundo supo que nada que dijera iba a cambiar un apice las cosas. Su visitante iba a matarlo. No habia nada que el pudiera decir o hacer para salvar la vida. Lo unico que podia conseguir, diciendole a aquel hombre lo que queria saber, era prolongar su vida tal vez unos pocos minutos. Tal vez unos pocos segundos.
Aquella idea lo sumio en el panico. Tironeo de la cinta aislante que le sujetaba las manos, pero no pudo romperla. En el silencio de la habitacion, noto que el hombre maniobraba a su alrededor, igual que una rafaga perdida de viento frio en un dia caluroso. Trago saliva. La sequedad que sentia en la boca era como si tuviera un carbon ardiendo en la lengua. Y en aquel segundo, de repente, de manera sorpresiva, una sensacion completamente distinta le inundo el corazon.
Leroy sintio una subita calma, absoluta, que se apoderaba de el.
Comprendio que no tenia escapatoria.
No podia luchar. Sabia que nadie iba a responder a su llamada de auxilio. Y sabia que ninguna mentira y ninguna verdad podrian salvarlo.
Se dijo que deberia estar aterrado, pero en cambio se sintio lleno de un sentimiento de aceptacion que rayaba en el desafio. En aquel instante comprendio que en su vida habia hecho muy pocas cosas que pudieran considerarse buenas o valientes, o siquiera sinceras, y que, ahora que se enfrentaba a la muerte, le entristecia darse cuenta de que nadie iba a ver como superaba esas cosas. Le habria gustado que alguien como Walter Robinson o quizas Espy Martinez lo hubiera visto cambiar, en aquel momento, y que se dieran cuenta de que habia luchado por protegerlos y hasta incluso les habia salvado la vida. Entonces abrigo la esperanza de que cuando lo encontraran entendieran que habia muerto siendo algo que no habia sido nunca.
– ?Quien soy, senor Jefferson?
Por fin supo cual era la respuesta a aquella pregunta: la muerte.
Pero decidio que no iba a dar a aquel hombre y su cuchillo la satisfaccion de responder. En vez de eso, Leroy Jefferson hablo con una voz firme que traspaso la barrera del miedo:
– Amigo, no conozco a toda esa gente. Puede que le dijeran lo que usted queria saber. Puede que no. Eso era asunto de ellos. Pero si se una cosa: que yo
Y a continuacion, en silencio, se rindio al implacable dolor que acabaria con su vida.
21 Odio
Simon Winter se dijo: «Podria haberle cazado.» Pero al segundo siguiente penso: «Y el podria haberme cazado a mi.»
– Partida en tablas -susurro en voz alta.
El viejo policia se hundio en un sillon, pensativo, en medio de las filas de libros y revistas de la Biblioteca de Miami Beach. Las luces fluorescentes y el zumbido del aire acondicionado proporcionaban a la sala cierta independencia del achicharrante calor del dia. Para ser una biblioteca, habia menos respeto por el silencio de lo que cabia esperar. Se oian unos zapatos fuertes taconear contra el suelo de linoleo; un anciano roncaba con un periodico abierto descuidadamente sobre las rodillas; de vez en cuando se oian voces que rasgaban la quietud del aire cuando una anciana intentaba explicar algo a otra, desafiando la mermada capacidad auditiva que afligia a las dos. La sala tenia un ajetreo que habria irritado a cualquier erudito serio, pero dicho ajetreo tenia una finalidad diferente, pues la biblioteca era tanto un lugar donde se almacenaba informacion como un mundo fresco y bien iluminado en el que algunos de los ancianos que vivian en la playa podian reunirse y pasar unas horas despreocupados, rodeados por seguridad.
Y aquella, asi lo reconocio, era mas o menos la misma razon por la que el se encontraba alli. En las veinticuatro horas transcurridas desde que la Sombra huyera de su apartamento, Winter habia decidido varias cosas. En primer lugar, por el momento iba a guardar silencio sobre aquella nueva amenaza que pesaba sobre el. En segundo lugar, sabia que iba a tener que trabajar mas intensamente y mas deprisa.
Se habia rodeado de textos sobre el Holocausto, de los cuales comprensiblemente, habia muchos reunidos en la Biblioteca de Miami Beach. Estaba invadido por la frustracion. Era incapaz de sacudirse la conviccion de que en algun punto del pasado existia una informacion que abriria la puerta que conducia al presente. Simplemente, no tenia idea de como dar con aquella pieza de la historia. Todos los libros que tenia amontonados junto a el, esparcidos sobre una mesita y apilados a sus pies, le decian muchisimo acerca de los nazis. Le decian lo que habian hecho los nazis y como lo habian hecho, y por que y a quien. Le parecia extrano crear, como lo habian hecho ellos, un mundo dedicado de manera tan total al terror que este se convirtio en una cosa comun y corriente, y se pregunto si aquel no seria uno de sus grandes males. Pero dicha observacion no lo ayudo en nada en su busqueda de la Sombra; no le decia nada acerca de lo que el creia necesitar: un poco de luz que penetrara en la psicologia de aquel hombre. Ninguno de aquellos libros lo ayudo en dicha busqueda. Algunos, es verdad, pretendian examinar la personalidad que habia debajo de aquellos hombres de uniforme negro. Habia explicaciones politicas que describian como habian terminado por sumarse al partido nazi, como decidieron participar en las acciones de las SS, como llegaron a justificar el asesinato y el genocidio. Dichas explicaciones politicas se enlazaban con perfiles psicologicos, pero ninguno de ellos tocaba ni de lejos el alma de la Sombra, porque, tal como habian senalado Frieda Kroner y el rabino Rubinstein, el nunca habia sido un nazi, se suponia