no es -penso-. Estoy preguntando a quien no debo preguntar. El rabino, Frieda Kroner, Esther y el Centro del Holocausto, todos los historiadores… Me estoy equivocando de gente. De lo unico que saben ellos es del miedo y la amenaza que creo el hombre llamado la Sombra. He de encontrar a uno de los hombres que ayudaron a crearlo a el.»

Simon Winter tomo un libro del monton que tenia al lado, titulado: Enciclopedia del Tercer Reich. Paso las paginas rapidamente hasta que encontro un organigrama. Anoto varios numeros y denominaciones en su hoja de notas y despues aspiro profundamente.

«Dudo que resulte -penso-. Pero en situaciones mas dificiles me he visto. Y ademas es algo que tu no te esperas, ?verdad?»

Recogio sus cosas y se levanto. Justo al salir de la biblioteca habia una fila de telefonos, y repitio el numero de Esther Weiss en el Centro del Holocausto y tambien los de los historiadores con los que habia hablado. Por un instante vio su imagen reflejada en el cristal de la ventana de la puerta principal de la biblioteca y se dio cuenta de que habia movido los labios mientras llevaba a cabo aquella conversacion unilateral. Aquello le hizo gracia. Las personas mayores siempre estan hablando consigo mismas, porque no las escucha nadie mas. Forma parte de la inofensiva locura que conlleva la edad. A veces hablan con los hijos ausentes, o con amistades que han perdido hace tiempo, o con hermanos desaparecidos. En ocasiones conversan con Dios. A menudo charlan animadamente con fantasmas. «Yo -penso Simon sonriendo para si- hablo con un asesino oculto.»

Walter Robinson tambien se sentia frustrado.

El retrato robot de la Sombra le devolvio la mirada desde su mesa de trabajo. El dibujante habia trazado el rostro con una sonrisa leve, casi burlona, que irritaba al detective. No era el dibujo en si, sino la sonrisa, porque hablaba de anonimato y de un caracter esquivo.

Habia empezado a ejecutar varias operaciones rutinarias de deteccion, las tipicas tareas que suelen realizar los policias y que suelen obtener cierto exito. Pero hasta el momento sus esfuerzos habian resultado infructuosos. Habia enviado por fax la huella parcial del dedo pulgar tomada del cuello de Sophie Millstein al laboratorio del FBI en Maryland, para ver si el ordenador era capaz de encontrar alguna coincidencia. El matrimonio entre la tecnologia de huellas dactilares y los ordenadores se ha desarrollado con lentitud. Durante anos, los emparejamientos los realizo el ojo humano, lo cual, naturalmente, requeria que el policia que buscaba una coincidencia supiera quien era su sospechoso para que el tecnico pudiera comparar la huella encontrada en la escena del crimen con un ejemplar tomado como Dios manda. Solo en los ultimos anos se ha creado una tecnologia informatica que permite introducir una huella desconocida en una maquina y extraer una identidad de los millones de huellas archivadas. El ordenador del condado de Dade, una version en pequeno del que utilizaba el FBI, ya habia fracasado. Robinson no abrigaba muchas esperanzas de que el Bureau aportara algo distinto. Y debido a la inmensidad de la muestra del FBI, el examen de la misma llevaria mas de una semana, y no sabia si disponia de ese tiempo.

Paso varias horas irritantes en el ordenador buscando en los datos algun indicio de la Sombra. Habia dos entradas con la palabra «sombra» en «apodos conocidos», pero una de ellas correspondia a un asesino a sueldo hispano, al que se suponia muerto victima del habitual ajuste de cuentas entre narcotraficantes, y la otra se referia a un violador que trabajaba en la zona de Pensacola y cuyo mote se lo habia puesto el periodico local. Probo con diversas variantes, pero sin exito. Incluso tuvo la ingeniosa idea de repasar las listas de contribuyentes usando el apellido aleman Schattenmann, pero resulto un callejon sin salida.

Intento entrar en la base nacional de datos informaticos de delincuentes con palabras clave tales como «Holocausto» y «judio», pero la primera no dio resultado alguno y la segunda produjo una larguisima lista de profanaciones de sinagogas y cementerios, tambien enumeradas como «crimenes por odio».

Probo con la palabra «Berlin» y obtuvo el mismo exito. Sus esfuerzos con «Auschwitz» y «Gestapo» resultaron inutiles.

En realidad no habia esperado conseguir nada, pero cada vez que el ordenador le devolvia la respuesta «no hay datos» su frustracion se renovaba.

Tambien volvio a entrar en el archivo de casos cerrados de la policia de Miami Beach, preguntandose si habria algun indicio de la Sombra en casos antiguos, pero de momento no habia encontrado nada. En efecto, habia muertes de judios sin resolver, y probablemente algunos de ellos fueran supervivientes del Holocausto, pero si procedian de Berlin y como y donde habian sobrevivido al Holocausto no eran detalles que se hallaran indicados en los archivos. Rastrear casos que databan de cinco, diez o quiza veinte anos llevaria dias. Sostuvo los archivos en sus manos y penso para si que seguramente uno, dos, acaso mas, podrian ser obra de la Sombra. Por un instante penso en los hombres y mujeres que la Sombra habia atrapado en la Alemania en guerra, y comprendio que los casos que tenia en las manos los tenia tan perdidos como aquellos asesinatos.

Aquella idea lo hizo jurar en voz alta, un torrente de obscenidades que nadie oyo.

Robinson se levanto de su asiento y se paseo entre las mesas de la oficina de Homicidios con la intensidad de un felino salvaje recien capturado, esperando que el movimiento lograra liberar una idea que lo condujera a un derrotero electronico provechoso. Todo policia tiene en mente esos recuerdos salientes, como el caso del Hijo de Sam de Nueva York, que se resolvio cuando alguien por fin examino todos los vales de aparcamiento emitidos cerca de una de las escenas del crimen. Fue de un extremo de la sala al otro, y se detuvo una sola vez en la ventana a contemplar la ciudad, que humeaba al sol del mediodia. Despues regreso a su mesa, tomo el retrato robot y, sosteniendolo frente a el, continuo paseandose.

Levanto la vista solo cuando oyo una voz que le preguntaba:

– ?Es nuestro hombre?

Era Simon Winter. Robinson afirmo con la cabeza, se acerco y le entrego el dibujo. Winter lo observo atentamente. Sus ojos parecian absorber cada detalle para grabarlo en la memoria. A continuacion sonrio sin humor.

– Encantado de conocerte, bastardo. -Y penso: «Asi que tu eres el hombre que ha intentado matarme.»

– Ahora -dijo Robinson-, solo nos falta ponerle un nombre.

– Un nombre…

– Y despues cazare a ese cabron, no lo dudes. Eso es lo unico que necesito: un nombre. La siguiente parada sera la carcel del condado de Dade. Una breve escala en el accidentado camino al corredor de la muerte.

Winter asintio.

– Dime, Walter, ?alguna vez has perseguido a un individuo que ha participado en multiples homicidios?

– Si y no. O sea, en cierta ocasion persegui a un traficante de drogas que habia matado a cuatro o cinco rivales. Y forme parte del equipo que detuvo a aquel violador en serie que actuaba en Surfside. Siempre creimos que probablemente habia algunos homicidios de los que podriamos haberle acusado, sobre todo en el condado de Broward, pero no aparecio nada y se fue con una condena de tropecientos mil anos. Pero ya se lo que te preocupa. Quieres informacion sobre Ted Bunty, Charlie Manson, John Gacy, el Estrangulador de Boston y todos los demas, y te estas preguntando si alguna vez he participado en una de esas investigaciones. La respuesta es no, nunca. ?Y tu?

El viejo sonrio.

– En cierta ocasion tome confesion a un individuo que tenia sentado frente a mi fumando y bebiendo Coca- Cola. Fue en la epoca que venia en botellines y podias acabarte una de un par de sorbos. Hacia calor y en la sala solo habia un ventilador pequeno. Era muy tarde, y tuve la impresion de que cada vez que le daba una Coca-Cola a aquel tipo, el confesaba otro asesinato. De ninos, en su mayoria. Le gustaban los ninos. Sucedio en el sur, cerca del lugar donde los Everglades se extienden hasta tocar la bahia. La tierra de los campesinos blancos surenos simpatizantes del Klan. El era un buen chico transplantado. Tenia un par de tatuajes desvaidos, barba de tres dias, una gorra de beisbol raida. Apenas sabia leer y escribir. Para cuando amanecio, habia llegado a confesar unos dieciocho homicidios, y estaba dispuesto a conducirnos en una visita guiada, ?sabes? Me senti igual que un conductor de autobus en una maldita trampa para turistas, como una especie de visitante de pesadilla, pensando como habrian sido las ultimas horas de aquellos pequenos con el muy cabron. Al principio utilizamos un todoterreno, pero se quedo atascado, asi que nos cambiamos a una de esas embarcaciones especiales para pantanos, de las que se usan para cruzar las marismas, con ese motor de helice montado sobre un armazon y que arma un ruido tremendo. Intentaba ensenarnos donde habia dejado los cadaveres, pero diablos, entre el sol y la lluvia, y que en aquel lugar todo parece igual, y que el tampoco era muy perspicaz que digamos, al final nos fuimos sin nada. Terminamos acusandolo del unico caso probado. Fue a la silla electrica afirmando que habia mas. Muchos mas. Y, ?sabes?, de vez en cuando un cazador o un pescador se topaba con huesos en el bosque,

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