que se me paraba el corazon. Un ruido seco suena en la camara vacia. Me pongo a lloriquear como un nino. Luego el me dice: «Bobby Earl, has tenido mucha suerte esta vez. ?Crees que hoy es tu dia de suerte? ?Cuantas camaras vacias me quedan?» Vuelve a apretar el gatillo y vuelvo a oir un chasquido. El exclama: «?Joder! Me parece que ha fallado.» Luego abre aquella pistolita, saca el tambor y extrae una bala. La mira detenidamente y dice: «?Eh!, ?que te parece esto? Vaya birria. Tal vez funcione esta vez.» Veo como vuelve a Cargarla. Me apunta y anade: «Es tu ultima oportunidad, negro.» Le creo y confieso: «Fui yo, fui yo; lo que querais, lo hice yo.» Y esa fue mi confesion.

Cowart respiro hondo y trato de asimilar aquello. De repente sintio que le faltaba aire, como si las paredes se hubieran caldeado, como si el se estuviera asando en el repentino bochorno.

– ?Y despues? -pregunto.

– Ya lo ve, estoy aqui -contesto Ferguson.

– ?Le ha contado esto a su abogado?

– Por supuesto. El senalo lo obvio: era la palabra de dos agentes de policia contra la mia. Y en medio habia una preciosa nina blanca asesinada. ?A quien le parece que iban a creer?

Cowart asintio.

– ?Y por que iba a creerle yo ahora?

– No lo se. -Por un instante, fulmino a Cowart con la mirada-. A lo mejor, porque le estoy diciendo la verdad.

– ?Se someteria al detector de mentiras?

– Ya lo hice con mi abogado. Aqui tengo los resultados. Esa puta maquina dijo que eran «no concluyentes». Creo que estaba demasiado nervioso cuando me pusieron todos esos cables. No me hizo ningun bien, pero si quiere volvere a intentarlo. No se si servira de algo, no puedo presentarlo como prueba.

– Cierto. De todos modos necesito algo que corrobore su version.

– Si, lo se. Pero eso es lo que ocurrio, ?joder!

– ?Como puedo confirmar su historia para luego publicarla en el periodico?

Ferguson penso por un momento, sin apartar sus ojos de los de Cowart. Al cabo de unos segundos, un atisbo de sonrisa traspaso parte de la gravedad de aquel rostro.

– La pistola -dijo-. Eso podria servir.

– ?Como?

– Bueno, recuerdo que antes de meterme en aquel cuartucho, hicieron aspavientos inspeccionando sus armas reglamentarias en la entrada. Brown llevaba una pequena sorpresa escondida en el tobillo. Apuesto a que le mentira sobre aquella pistola, y si usted hallara la manera de lograr que meta la pata…

Cowart asintio.

– Tal vez.

Ambos volvieron a guardar silencio. Cowart bajo la mirada hacia la grabadora y vio que la cinta giraba.

– ?Por que usted? -pregunto.

– Les iba al dedillo. Yo estaba alli y era negro y tenia un coche verde. Y mi grupo sanguineo era el mismo… aunque eso lo descubrieron mas tarde. El caso es que yo estaba alli y la comunidad estaba a punto de enloquecer; quiero decir, la comunidad blanca. Buscaban a alguien y me tenian a mano. ?Quien mejor?

– Parece un razonamiento convincente.

Los ojos de Ferguson relampaguearon y Cowart vio que apretaba el puno. Observo como el preso luchaba por recuperar el control.

– Aqui siempre me han odiado porque no soy uno de esos pobres palurdos negros de pueblo con los que estan acostumbrados a tratar. No soportaban que fuera a la universidad, les molestaba que conociera la vida de la gran ciudad. Me conocian y me odiaban. Por lo que era y por lo que iba a ser.

Cowart iba a formular una pregunta, pero Ferguson se aferro al borde de la mesa para serenarse. Apenas podia contener la voz y Cowart se vio invadido por su rabia. Los tendones se marcaban en el cuello del preso, su rostro enrojecia, la voz habia perdido firmeza y temblaba de emocion. Cowart veia como Ferguson se debatia consigo mismo, como si estuviera a punto de estallar bajo la tension del recuerdo. En aquel momento, Cowart se pregunto como seria ponerse en el camino de toda aquella furia.

– Vaya alli. Eche un vistazo a Pachoula, condado de Escambia. Esta al sur de Alabama, a unos cuarenta o cincuenta kilometros. Hace medio siglo, cuando llevaban trajes blancos con pequenos capirotes y cruces en llamas, se habrian limitado a colgarme del arbol mas cercano. Pero los tiempos han cambiado -dijo con amargura-, aunque no mucho. Ahora cuelgan a las personas con todas las ventajas y la parafernalia de la civilizacion. Tuve un juicio, si senor. Tuve un abogado, si senor. Fui juzgado por mis iguales, si senor. Goce de todos mis derechos constitucionales, si senor. ?Joder! Un puto linchamiento justo y legal. -La voz le temblaba-. Vaya alli, senor periodista blanco, empiece a hacer preguntas, y vera. ?Acaso cree que estamos en los noventa? Va a descubrir que las cosas no han evolucionado tan rapido. Ya lo vera.

Se reclino en la silla, desafiando a Cowart con la mirada.

Los sonidos de la prision parecian lejanos, como si vinieran de paredes, pasillos y celdas a kilometros de distancia. De pronto, Cowart se percato de lo pequena que era aquella sala. «Una historia sobre espacios reducidos», penso. Sintio como el preso irradiaba oleadas de odio; una incesante corriente de frustracion y desesperacion por la que el mismo se vio arrastrado.

Ferguson siguio mirando a Cowart.

– Vamos, Cowart. ?Piensa que la vida es igual en Pachoula que en Miami?

– No.

– Claro que no. ?Y sabe que es lo mas gracioso de todo esto? Si yo hubiera cometido ese crimen, cosa que no hice, ?que pasaria si hubiera sido en Miami? ?Sabe que habria ocurrido con las pruebas falsas presentadas en mi contra? Que me habrian ofrecido un trato: homicidio involuntario y sentencia de cinco anos; tal vez cuatro. Y eso solo en caso de que mi abogado de oficio no lo negara todo, que lo habria hecho. No tengo antecedentes. ?Que le parece que habria ocurrido en Miami, senor Cowart?

– Tal vez este en lo cierto. En Miami se le ofreceria un trato. Sin duda.

– Pero en Pachoula la pena de muerte. Sin duda.

– Es el sistema.

– A la mierda el sistema. Al infierno. Y una cosa mas: yo no lo hice. Yo no cometi ese crimen. Vale, no soy perfecto, en Newark me meti en lios de adolescente, igual que en Pachoula, puede comprobarlo. Pero, ?cono!, yo no mate a esa nina. -Hizo una pausa-. Aunque se quien lo hizo.

Ambos guardaron silencio por un instante.

– ?Quien y como? -pregunto Cowart.

Ferguson se mecio en la silla. Cowart vio una sonrisa; no una mueca, ni el presagio de una carcajada, sino una especie de amarga cicatriz. Algo habia desaparecido, parte de la intensidad de su ira, porque Ferguson cambio en segundos con la misma facilidad con que antes habia cambiado de acento.

– Todavia no se lo puedo decir -respondio.

– Venga ya -replico Cowart-. No me venga con evasivas.

Ferguson nego con la cabeza.

– Se lo dire, pero solo cuando me crea.

– ?A que esta jugando?

Ferguson se inclino, reduciendo el espacio entre ambos, y fijo en Cowart una mirada aterradora.

– Esto no es un puto juego -susurro-. Es mi puta vida; quieren quitarmela, ?sabe?, y esta es mi mejor carta. No me pida que la ensene antes de tiempo.

Cowart no contesto.

– Vaya a comprobar lo que le he contado. Y entonces, cuando se convenza de que soy inocente, cuando vea que esos cabrones me han condenado injustamente, entonces se lo dire.

Cuando un hombre desesperado te pide que juegues, como Hawkins le habia dicho una vez, es mejor que lo hagas siguiendo sus reglas.

Cowart asintio con la cabeza.

Se hizo el silencio. Ferguson clavo sus ojos en los de Cowart, esperando una respuesta. Ninguno de los dos se movio, como si estuvieran ligados el uno al otro. Cowart cayo en la cuenta de que no le quedaba otra alternativa, de que ese era el dilema del periodista: habia escuchado una historia sobre la injusticia y el mal. Y

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