noche.

Cowart firmo el formulario con una rubrica falsa.

– Bueno -dijo, sonriendo todavia-, no puedo decir que me merezcais demasiada confianza asi de entrada.

– Bah, no tiene de que preocuparse, no si visita a Robert Earl. Es todo un caballero y esta cuerdo. -Mientras hablaba, registro metodicamente el maletin de Cowart. Tambien desmonto la grabadora para inspeccionarle las tripas y abrio el compartimiento de las pilas para asegurarse de que era precisamente eso lo que habia en su interior-. No es como si viniera a visitar a Willie Arthur o Specs Wilson, esos dos ciclistas de Fort Lauderdale que se divirtieron mas de la cuenta con una chica a la que recogieron haciendo autoestop; o Jose Salazar, ya sabe, el que mato a dos agentes secretos en una operacion de narcotrafico. ?Sabe que les hizo antes de asesinarlos? Deberia averiguarlo. Le haria ver lo crueles que pueden ser estos tipos cuando se lo proponen. Estos o cualquiera de los encantadores tipos que tenemos aqui. Los peores vienen casi todos del sur del estado, de donde usted. ?Que les hacen alli para que acaben matandose con tanta desesperacion?

– Oh, si yo pudiera contestar a esa pregunta…

Ambos sonrieron. Rogers dejo en el suelo el maletin de Cowart y le indico que pusiera las manos en alto.

– Le aseguro que tener sentido del humor ayuda en estos lares -dijo el sargento mientras sus manos revoloteaban por el cuerpo de Cowart, cacheandolo con rapidez-. Vale. Ahora las instrucciones. Van a estar solos usted y el. Yo solamente estare alli por razones de seguridad, justo al lado de la puerta. Si necesita ayuda, grite, aunque no va a necesitarla, porque no se trata de ningun chalado. Mierda, tendremos que usar la suite para ejecutivos…

– ?La que?

– La suite para ejecutivos. Asi llamamos a la sala de entrevistas para los que muestran buen comportamiento. Bueno, solo hay sillas y una mesa, asi que no es nada del otro mundo. Tenemos otras instalaciones mas seguras. Ademas, Robert Earl no tendra restricciones de ningun tipo; ni siquiera le pondran grilletes. Quiero decir, le puede ofrecer un cigarrillo…

– No pienso hacerlo.

– Bien. Chico listo. Si el le ofreciera documentos, podria aceptarlos. Pero si usted quisiera darle algo, yo tendria que examinarlo primero.

– ?Darle algo como que?

– Bueno, tal vez una lima, una sierra y un mapa de carreteras.

Cowart parecio sorprendido.

– Eh, solo bromeo -dijo el sargento-. Claro que aqui dentro esta es la clase de broma que nunca solemos hacer. Las evasiones no tienen nada de divertido, ?sabe? Pero hay muchas maneras de huir de una prision, incluso del corredor de la muerte. Muchos internos piensan que hablar con periodistas es una de ellas.

– ?Ayudarles a huir?

– Bueno, ayudarles a salir. Todo el mundo quiere que la prensa se interese por su caso. Los presos nunca creen recibir un trato justo y les parece que armando un buen escandalo conseguiran que se celebre un nuevo juicio. Por eso los tipos como yo odiamos tanto a los periodistas. Odio ver esos pequenos blocs de notas, a esos camaras y sus focos. Solo consiguen mosquear a todo el mundo y ponerlos nerviosos por nada. La gente se piensa que la falta de libertad es lo que causa problemas en una carcel. Se equivoca. Lo peor es, con mucho, darles esperanzas que luego se echan por tierra. Para tipos como usted es solo una noticia mas, pero, para los que estan aqui dentro, son sus vidas lo que esta en juego. Ellos se inventan una historia, la historia adecuada, y luego acaban saliendo de aqui. Usted y yo sabemos que no es necesariamente cierta. Eso provoca decepcion. Mucha decepcion, ademas de rabia y frustracion. Y eso causa mas problemas de los que se imagina. Lo que queremos es rutina, no falsas esperanzas, ni suenos. Solo que un dia sea exactamente como el anterior. No suena muy emocionante, pero seguro que no le gustaria pasarse por una prision cuando las cosas se ponen emocionantes.

– Bueno, lo siento, pero solo he venido a comprobar algunos datos.

– La experiencia me dice, senor Cowart, que no existen mas que dos datos: uno es que nacemos y el otro, que morimos. Pero tranquilo; yo no soy tan duro como algunos. Me gusta que haya un pequeno cambio de ritmo, dentro de lo razonable. No le entregue nada; solo empeoraria las cosas.

– ?Peor que el corredor de la muerte?

– Tiene que entender que incluso en el corredor de la muerte hay diversas maneras de cumplir condena. Podemos hacer que sea muy duro, o no tan duro. Ahora mismo, Robert Earl esta bastante bien. Bueno, aun le registran la celda una vez por semana y lo someten a un registro integral despues de una visita como la suya, pero tambien tiene el privilegio de salir al patio, leer libros y demas. Aunque no se lo crea, incluso en la carcel hay muchos detalles que podemos suprimir para hacerle la vida insoportable a un interno.

– No traigo nada para el. Pero puede que el tenga algunos documentos o algo…

– Bueno, vale. No nos preocupa tanto que salgan cosas clandestinamente de prision…

El sargento volvio a reir. Tenia una risa estentorea acorde con su franqueza. Sin duda, Rogers era la clase de hombre que podia ayudarte mucho o amargarte la vida, dependiendo de su predisposicion.

– Tambien se supone que debe decirme cuanto tiempo durara la visita.

– No lo se.

– Bueno, que mas da, tengo toda la manana, asi que tomese su tiempo. Despues le ensenare el lugar. ?Ha visto alguna vez La Vieja Chispas?

– No.

– Es muy instructiva.

El sargento se puso en pie. Era un hombre fuerte y ancho de hombros, con un aire que daba a entender que habia presenciado muchas desgracias en su vida y que siempre habia conseguido solventarlas con exito.

– Es como si pusiera las cosas en perspectiva, ya sabe a que me refiero.

Cowart lo siguio al otro lado de la entrada, sintiendose eclipsado por sus anchas espaldas.

Fue conducido por una serie de puertas trabadas y un detector de metales manipulado por un agente que sonrio al sargento. Llegaron a una terminal en la que confluian varias alas del gigantesco edificio en forma de rueda. En aquel momento, Cowart fue consciente del ruido de la prision, una continua cacofonia de voces alzadas y sonidos metalicos y estrepito de puertas que se abren para ser cerradas de un portazo y atrancadas de nuevo. En algun lugar, una radio emitia musica country. Una television sintonizo un culebron; oyo las voces, y acto seguido la consabida musica de los anuncios. Tuvo una sensacion de movimiento alrededor, como si estuviera en medio de la fuerte corriente de un rio, aunque salvo el sargento y un par de agentes en una pequena cabina en el centro de la sala, no habia casi nadie mas. En el interior de la cabina habia un panel electronico que indicaba las puertas que estaban abiertas y las que estaban cerradas. Las camaras instaladas en las esquinas del techo y los monitores de television tambien mostraban parpadeantes imagenes grises de cada hilera de celdas. Cowart reparo en el suelo, un impecable linoleo amarillo abrillantado por la marea de gente y los presos encargados de la limpieza. Vio que un hombre con mono azul limpiaba aplicadamente una esquina con una cochambrosa fregona gris, repasando una y otra vez una mancha que ya habia desaparecido.

– Esas son las alas Q, R y S -informo el sargento-. El corredor de la muerte. En realidad, corredores. Joder, pero si hasta en el corredor de la muerte tenemos problemas de hacinamiento. Eso dice mucho, ?no? La silla esta ahi abajo. Esa se parece a las otras zonas, pero no es igual. No, senor.

Cowart clavo la mirada en los pasillos altos y estrechos. Las hileras de celdas, a la izquierda, se alzaban en tres pisos con escaleras a ambos lados. En la pared enfrente de las celdas habia un cochambroso ventanal que permanecia abierto para que corriese el aire. Entre la pasarela que habia fuera del grupo de celdas y el ventanal quedaba un espacio vacio. Cayo en la cuenta de que los presos podian estar encerrados en cada una de aquellas diminutas celdas y mirar al cielo por entre las rejas, desde una distancia de unos nueve metros que bien podria ser de millones de kilometros. Sintio un escalofrio.

– Ahi esta Robert Earl -indico el sargento.

Cowart se volvio y vio que el sargento senalaba una pequena jaula de barrotes en una alejada esquina de la terminal. Dentro, cuatro hombres sentados en un banco de hierro le miraban fijamente. Tres de ellos llevaban monos azules, como el que habia visto pasando la fregona. El cuarto iba vestido de naranja butano, parcialmente oculto por los otros hombres.

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