mencionaban la incomunicacion ni las palizas) hasta confesar. La confesion, seguida de un analisis de las muestras de sangre y la identificacion del vehiculo, parecia haber sido la unica prueba incriminatoria, pero Cowart se mostraba cauto. Las vistas habian cobrado cierta impetuosidad, como en el buen teatro, y un detalle que parecia insignificante o cuestionable cuando se mencionaba en las noticias se volvia inmenso a ojos del jurado.

Ferguson habia dicho la verdad respecto al dictamen del juez. La frase «un animal al que habria que sacar de la sala y matar a tiros» aparecia destacada en las noticias. «Seguramente se jugaba la reeleccion aquel ano», penso.

Las demas noticias le proporcionaron informacion adicional; sobre todo, que la primera apelacion de Ferguson, basada en la fragilidad de las pruebas presentadas, habia sido desestimada por el tribunal de apelaciones del primer distrito. Era de esperar. Todavia estaba pendiente de la resolucion del Tribunal Supremo de Florida. Asi pues, Ferguson aun no habia agotado la via de los tribunales.

Se reclino en la silla e intento imaginar lo ocurrido.

Vio un condado rural en los bosques de Florida. Aquella era una parte del estado muy distinta de las populares imagenes de Florida: nada que ver con los rostros sonrientes e impecables de la clase media que acudia, en masa a Orlando y Disney World, ni con los colegiales gamberros que iban a pasar las vacaciones de Semana Santa a las playas, ni con los turistas que viajaban en sus caravanas a Cabo Canaveral para presenciar el lanzamiento de naves espaciales. Y esa Florida tampoco tenia nada que ver con la imagen cosmopolita y liberal de Miami, que se consideraba a si misma una especie de Casablanca norteamericana.

«En Pachoula -penso-, incluso en los ochenta, cuando una nina blanca es violada y asesinada por un negro, aflora una America mas primitiva; una America que todo el mundo preferiria olvidar. Probablemente ese haya sido el caso de Ferguson.»

Cogio el telefono para llamar al abogado que llevaba la apelacion de Ferguson.

Tardo mas de lo que quedaba de manana en localizar al letrado. Cuando por fin se puso en contacto con el, le llamo la atencion su mentolado acento sureno.

– Senor Cowart, soy Roy Black. ?Que lleva a un periodista de Miami a interesarse por lo que ocurre aca, en el condado de Escambia? -Pronuncio «aca» con un dejo sureno.

– Gracias por devolverme la llamada, senor Black. Siento curiosidad por uno de sus clientes. Un tal Robert Earl Ferguson.

El abogado rio laconicamente.

– Bueno, cuando la secretaria me paso su mensaje imagine que querria hablar sobre el senor Ferguson. ?Que quiere saber?

– Todo lo que sepa sobre su caso.

– Bueno, ahora esta en manos del Tribunal Supremo de Florida. Sostenemos que las pruebas contra el senor Ferguson no eran suficientes para condenarle. Y tambien solicitamos que el juez competente desestime su confesion. Deberia usted leerla; tal vez sea el documento de este tipo mas amanado que haya visto en mi vida. Como si la propia policia lo hubiera redactado en comisaria. Y sin esa confesion no hay base legal. Si Robert Earl no dice lo que ellos quieren que diga, no dura ni dos minutos ante el tribunal. Ni siquiera en el peor tribunal, el mas sudista y racista del mundo.

– ?Y que pasa con la muestra de sangre?

– El laboratorio policial del condado de Escambia cuenta con muy pocos medios, no como los que hay en Miami. Solo identificaron el grupo sanguineo: cero positivo. Es el grupo al que corresponde el semen hallado en el cadaver; el mismo que tiene Robert Earl. Claro que, en este condado, unos dos mil hombres tienen el mismo tipo de sangre. Pero la defensa olvido contrainterrogar sobre ello al personal medico.

– ?Y el coche?

– Un Ford verde con matricula de otro estado. Nadie identifico a Robert Earl, y nadie aseguro con certeza que la nina hubiera subido a su coche. Cono, que no era lo que ustedes llaman una prueba circunstancial, sino casual. Su defensa fue de lo mas inepta.

– ?Usted no era su abogado entonces?

– No, senor. No tuve el honor.

– ?Ha impugnado la competencia de la defensa?

– Todavia no. Pero lo haremos. Un estudiante de tercero de derecho podria haberlo hecho mejor, incluso un estudiante de ultimo ano de instituto. Y eso me cabrea. No veo el momento de redactar mi alegato, pero tampoco quiero quemar toda mi artilleria nada mas empezar.

– ?A que se refiere?

– Senor Cowart, ?conoce el tipo de apelacion que se interpone en los casos de pena maxima? La idea es no dejar de dar pequenos mordiscos a la manzana. Asi podre alargar anos y anos la vida de ese pobre imbecil; lograr que la gente olvide y dar al tiempo la oportunidad de hacer algo bueno. No debes jugar tu mejor baza al principio, porque eso llevara a tu muchacho derechito a la vieja silla, ya me entiende.

– Pero supongamos que se trata de un hombre inocente…

– ?Eso le ha dicho Robert Earl?

– Si.

– Pues a mi tambien.

– Y bien, senor Black, ?le cree usted?

– ?Umm!, puede. Es una cantinela que he oido demasiadas veces de alguien que disfruta de la hospitalidad del estado de Florida. Pero entiendalo, senor Cowart, no me permito suscribir la culpabilidad o la inocencia de mis clientes. Tengo que ocuparme del mero hecho de que han sido condenados en un tribunal y tienen que apelar ante otro tribunal. Si puedo evitar una injusticia, bueno. Cuando me muera y vaya al cielo me recibira un coro de angeles con trompetas de fondo. Claro que a veces tambien puedo meter la pata, y entonces es posible que me vea en un lugar muy distinto, rodeado de colegas con horcas y rabitos puntiagudos. Asi es la ley, senor. Pero usted trabaja para un periodico, y los periodicos influyen mucho mas que yo en la opinion publica sobre el bien y el mal, la verdad y la justicia. Ademas, un periodico tiene muchisima mas influencia sobre el juez competente que podria emplazar una nueva vista, o sobre el gobernador y el Consejo de Indultos; ya me entiende. Tal vez usted podria hacer algo por Robert Earl.

– Podria.

– ?Por que no lo visita? Es muy inteligente y educado. -Black solto una risita-. Habla mucho mejor que yo. Posiblemente sea lo bastante inteligente para ejercer la abogacia. Desde luego es mas inteligente que ese abogado que lo defendio, que seguro que echa una cabezadita cada vez que sientan a un cliente suyo en la silla electrica.

– Hableme de ese abogado.

– Un tipo viejo. Debe de llevar cien o doscientos anos defendiendo casos. Pachoula es un lugar pequeno; todo el mundo se conoce. Vienen al juzgado del condado de Escambia y es como una fiesta, una fiesta para celebrar el caso de asesinato. Yo no les caigo demasiado bien.

– Ya.

– Claro que Robert Earl tampoco les caia demasiado bien. Ya sabe, un negro que va a la universidad y todo eso y vuelve a casa en un cochazo. Puede que la gente sintiera alivio cuando lo arrestaron. No estan acostumbrados a estas cosas, y tampoco a asesinos violadores.

– ?Como es el lugar? -pregunto Cowart.

– Como se lo imagina usted, un hombre urbano. Es algo asi como lo que los periodicos y la Camara de Comercio llaman el Nuevo Sur. Alli conviven ideas innovadoras y rancias. Aunque, a fin de cuentas, eso tampoco es tan malo. De hecho, montones de dolares para el desarrollo van a parar a sus arcas.

– Entiendo.

– Acerquese y eche usted mismo un vistazo -dijo el abogado-. Pero dejeme darle un consejo: no crea que son tontos solo porque hablen como yo y parezcan salidos de un libro de Faulkner o Flannery O'Connor. No lo son.

– Tomo nota.

El abogado rio.

– Apuesto a que no pensaba que hubiera leido a esos autores.

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