vicepresidente ejecutivo, cualquiera que fuese. Peter se preguntaba si seria alguien que conociera. En ese caso podria resultar muy distinto.

Hasta ese momento Peter se habia dicho que aceptaria las cosas como vinieran, incluyendo (si fuera necesario) su propia partida. Ahora descubria que deseaba quedarse en el «St, Gregory», y mucho. Christine, por supuesto, era una razon. La otra, el «St. Gregory», que siguiendo independiente con una nueva administracion, prometia ser emocionante.

– Mister Dempster -pregunto Peter-, si no es un gran secreto, ?quien sera el vicepresidente ejecutivo?

El hombre de Montreal parecio sorprenderse. Miro con extraneza a Peter, luego su expresion se aclaro:

– Excuseme, pense que lo sabia. Usted.

4

Durante toda la noche anterior, en las largas horas, cuando todos los huespedes del hotel dormian tranquiiamente, Booker T. Graham habia trabajado solo al resplandor del incinerador. Eso, en si mismo, no era extrano. Booker T. era un alma simple cuyos dias y noches eran copia fotografica unos de otros, y esto nunca lo perturbo. Sus ambiciones tambien eran sencillas, se limitaban a comer, tener cobijo, y a una medida de dignidad humana, aun cuando esto ultimo era instintivo y no una necesidad que tuviera que explicarse.

Lo que habia sido poco habitual esa noche era la lentitud con que se habia realizado el trabajo. Generalmente, bastante antes de la hora de marcharse a su casa, Booker T. ya habia acabado con los desperdicios acumulados del dia anterior, habia recogido lo que podia recuperarse, y le sobraba una media hora para sentarse tranquilamente y fumar un cigarrillo liado a mano, hasta la hora de cerrar el incinerador. Pero esta madrugada, aunque la jornada de labor habia terminado, no sucedia lo mismo con el trabajo: a la hora en que debia abandonar el hotel, una docena o mas de recipientes bien repletos quedaban sin distribuir ni examinar.

La razon era que Booker T. intentaba encontrar un papel que mister McDermott necesitaba. Habia revisado a conciencia. Le llevo mucho tiempo. Y hasta ahora no habia hallado nada.

Booker T. lamento tener que decir eso al gerente nocturno que habia venido al subsuelo poco familiar, plegando la nariz ante el penetrante olor.

El gerente se habia marchado con la mayor rapidez posible, pero el hecho de que hubiera venido, y el mensaje que traia demostraba que ese papel que faltaba era importante para mister McDermott.

Lamentandolo o no, era hora de que Booker T. se marchara a su casa. El hotel se oponia a pagar horas extras. Mas especificamente aun: se contrato a Booker T. para que se ocupara de los desperdicios, y no de los problemas de administracion, de cualquier manera muy remotos.

Sabia que durante el dia, si la basura que quedaba era advertida, se enviaria a alguien para que siguiera con el incinerador algunas horas mas y acabara de quemarla. En su defecto, Booker T. mismo terminaria con los residuos cuando volviera a trabajar en las ultimas horas de la noche. El problema era, con la primera solucion, que cualquier esperanza de recuperar el papel se perderia para siempre; y con la segunda, que aunque lo encontrara, podria ser demasiado tarde para lo que se le necesitara.

Y sin embargo, mas que cualquier otra cosa, Booker T. queria hacer esto por mister McDermott. Si lo hubieran presionado no hubiera podido decir por que, ya que no era un hombre complicado, ni en pensamiento ni en palabra. Pero en alguna forma, cuando el joven subgerente estaba cerca, Booker T. se sentia mas un hombre, un ser humano, que en cualquier otro momento.

Decidio seguir buscando.

Para evitar problemas, dejo el incinerador y se dirigio al reloj de control para marcar su tarjeta. Luego volvio. No era probable que lo notaran. El incinerador no era un lugar que atrajera visitas.

Trabajo tres horas y media mas. Lo hizo con calma, afanosamente, sabiendo que lo que buscaba podria no estar entre los desperdicios o podia haber sido quemado antes de que se lo previnieran.

A media manana estaba muy cansado. Ya habia terminado con todos los recipientes menos uno.

Lo vio casi en seguida de vaciar el barril… un rollo de papel impermeable que se parecia a los papeles para envolver sandwiches. Cuando lo abrio, encontro dentro una hoja de papel con membrete, igual a la muestra que mister McDermott le habia dejado. Comparo a ambos bajo una luz para estar seguro. No habia error.

El papel recobrado estaba manchado de grasa y parcialmente humedo. En cierto lugar se habia borrado parte de la escritura. Pero solo un poco. El resto estaba claro.

Booker T. se puso su chaqueta oscura y grasienta. Sin esperar a que se terminara de quemar el resto de los desperdicios, se dirigio a las oficinas situadas en los pisos superiores del hotel.

5

En la espaciosa oficina de Warren Trent, mister Dempster habia concluido su conversacion privada con el contador. Esparcidas alrededor de ellos habia hojas de balance, informaciones que Royall Edwards estaba recogiendo, mientras llegaban otros para la reunion de las once y treinta. El banquero pickwiniano, Emile Dumaire, fue el primero en llegar un poco engreido de su propia importancia. Lo seguia un cetrino y delgado abogado que se ocupaba de la mayoria de los asuntos legales del «St. Gregory», y un abogado mas joven de Nueva Orleans, representando a Albert Wells.

Peter McDermott llego despues, acompanando a Warren Trent, que habia bajado desde el decimoquinto piso un momento antes. Paradojicamente, a pesar de haber perdido la larga lucha para mantener en sus manos el control del hotel, el propietario del «St. Gregory» parecia mas amable y descansado que en ningun momento de las pasadas semanas. Llevaba un clavel en el ojal y saludo a los visitantes con gran cordialidad, incluyendo a mister Dempster, a quien Peter lo presento.

Para Peter, todo el proceso tenia algo de quimerico. Actuaba mecanicamente, su conversacion era un reflejo condicionado, como si respondiera a una letania. Era como si un robot, dentro de el, se hubiera hecho cargo de todo, hasta que se pudiera recobrar del impacto que le produjo el hombre de Montreal.

Vicepresidente ejecutivo. Le importaba menos el titulo que sus responsabilidades.

Dirigir el «St. Gregory» con absoluto control era como el logro de un imposible. Peter sabia, con una conviccion apasionada, que el «St. Gregory» se convertiria en un esplendido hotel. Llegaria a ser estimado, eficiente, lucrativo.

Era obvio que Curtis O'Keefe (cuya opinion debia tenerse en cuenta) tambien pensaba asi.

Habia medios para lograr ese fin. Incluia un aumento de capital, una reorganizacion con zonas de autoridad bien definidas, y cambios en el personal: retiros, promociones y traslados.

Cuando se entero de la compra del hotel por Albert Wells, y de que continuaria independiente, Peter esperaba que alguien tuviera la vision y el impetu para hacer cambios progresistas. Ahora tendria el esa oportunidad. La perspectiva era emocionante. Y tambien asustaba un poco.

Tenia una importancia personal. La designacion, y lo que le seguia, significaria una rehabilitacion del status de Peter McDermott dentro de la industria hotelera. Si tenia exito en el «St. Gregory» lo que habia sucedido antes seria olvidado, su cuenta barrida y limpia. Los hoteleros, como grupo, no eran rencorosos ni cortos de vista. Al fin, lo que mas importaba era el exito.

Los pensamientos de Peter volaban. Todavia estaba aturdido, pero comenzando a recuperarse, se unio a los otros que ahora tomaban asiento en una larga mesa de reuniones, colocada cerca del centro de la habitacion.

Albert Wells fue el ultimo en llegar. Entro con timidez, escoltado por Christine. Cuando llego, los que estaban sentados se pusieron de pie.

Visiblemente molesto, el hombrecito movio la mano para que tomaran asiento:

– ?No.no! ?Por favor!

Warren Trent se adelanto, sonriendo:

– Mister Wells, le doy la bienvenida a mi hotel. -Se estrecharon la mano.- Cuando se convierta en su casa, deseo de todo corazon que estas viejas paredes le den tantas alegrias y satisfacciones, como, a veces, me han dado a mi.

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