plantada.

– Tendra que ser temprano.

– Todo lo temprano que usted quiera.

Minutos despues estaba en un taxi camino del apartamento de Christine en Gentilly.

Llamo desde abajo. Christine lo esperaba con la puerta del apartamento abierta.

– No digas una sola palabra -comento ella-, hasta despues de la segunda copa. No puedo asimilarlo.

– Sera mejor que lo intentes. No has sabido todavia mas que la mitad.

Christine habia preparado daiquiris, que estaban helandose en el refrigerador. Habia un plato lleno de sandwiches de pollo y jamon. El aroma del cafe recien hecho se esparcia por el apartamento.

Peter recordo de pronto que, a pesar de su permanencia en las cocinas del hotel, y de la charla del desayuno de la manana, no habia comido nada desde la hora del almuerzo.

– Era lo que imagine-respondio Christine cuando el se lo dijo-. ?Empieza!

Obedeciendo, la observo mientras se movia con eficacia alrededor de la pequena cocina. Sentado alli, se sentia comodo y protegido de cualquier cosa que pudiera ocurrir fuera. Penso: Christine se ha preocupado bastante por mi, para haber hecho todo esto. Mas importante aun, habia una simpatia entre ellos en la cual hasta los silencios, como el de ahora, parecian compartidos y comprendidos. Aparto el vaso de daiquiri y tomo la taza de cafe que Christine le habia servido.

– Muy bien, ?desde donde empezamos?

Hablaron sin interrupcion durante casi dos horas, sintiendose cada vez mas proximos. Al fin, lo unico que pudieron decir era que manana seria un dia interesante.

– No podre dormir -comento Christine-. No podria dormir. Estoy segura que no.

– Yo tampoco. Pero no por lo que tu crees.

Peter no tenia dudas; solo la conviccion de que deseaba que este momento no terminara jamas. La tomo en sus brazos y la beso.

Mas tarde, parecio la cosa mas natural del mundo que se hicieran el amor.

Viernes

1

Peter McDermott penso que era comprensible que el duque y la duquesa de Croydon estuvieran haciendo rodar al jefe de detectives, Ogilvie (bien liado en una pelota), hacia el borde del techo del «St. Gregory», mientras alla abajo un mar de rostros levantados observaban la maniobra. Pero era extrano, y en cierta forma chocante, que a pocos metros de distancia, Curtis O'Keefe y Warren Trent intercambiaran salvajes golpes con ensangrentadas espadas de duelo. Peter se preguntaba por que no habia intervenido el capitan Yolles, que estaba de pie en la puerta. Entonces Peter comprendio que el policia observaba el nido de un pajaro gigantesco en donde un huevo se estaba abriendo. Un momento despues, del interior del huevo, emergio un gorrion de gran tamano con la alegre cara de Albert Wells. Pero ahora la atencion de Peter se dirigio al borde del techo, donde Christine, luchando desesperadamente, se habia complicado con Ogilvie, y Marsha Preyscott estaba ayudando a los Croydon a empujar la doble carga hacia el terrible vacio. La multitud continuaba con la boca abierta mientras el capitan Yolles, recostado contra la puerta, bostezaba.

Peter penso que si deseaba salvar a Christine tenia que actuar el mismo. Pero cuando intento moverse, sus pies estaban firmemente amarrados como con cola, y en tanto que su cuerpo pugnaba por liberarse, sus piernas rehusaban seguirlo. Trato de gritar, pero tenia la garganta apretada. Sus ojos se encontraron con los de Christine en muda desesperacion.

De pronto, los Croydon, Marsha, O'Keefe, y Warren Trent se detuvieron y estaban escuchando. El gorrion qne era Albert Wells levanto una oreja. Ahora Ogilvie, Yolles y Christine hacian lo mismo. ?Que escuchaban?

Entonces Peter oyo una cacofonia como si todos los telefonos de la tierra sonaran al mismo tiempo. El sonido se hizo mas proximo, se amplio hasta que parecio envolverlos a todos. Peter se llevo las manos a los oidos. La disonancia crecio. Cerro los ojos, luego los abrio.

Estaba en su apartamento. El despertador marcaba las seis y treinta

Se quedo por algunos minutos, liberando su cabeza del absurdo y entremezclado sueno. Luego se dirigio al cuarto de bano a ducharse, obligandose a permanecer bajo la lluvia fria durante el ultimo minuto. Salio de la ducha completamente despierto. Poniendose un albornoz de tela de esponja, comenzo a preparar el cafe en la cocinita, luego fue al telefono y marco el numero del hotel.

Hablo con el gerente nocturno, quien le aseguro que no habia mensaje concerniente a nada que se hubiera encontrado en el incinerador. El gerente nocturno dijo en un atisbo de cansancio que no lo habia verificado personalmente. Pero si mister McDermott lo deseaba, bajaria en seguida y telefonearia informando el resultado.

Peter advirtio que le incomodaba hacer semejante trabajo al fin de un turno largo y agotador. El incinerador estaba en alguna parte del ultimo subterraneo.

Peter se estaba afeitando, cuando llamo el telefono con la respuesta. El gerente nocturno informo que habia estado hablando con el empleado del incinerador, Graham, que lamentaba mucho, pero que el papel que mister McDermott queria no habia sido hallado. Ahora parecia poco probable que apareciera. El gerente agrego a la informacion que el turno de Graham, asi como el propio, casi habia llegado a su termino.

Peter decidio despues pasar la novedad, o mas bien la falta de ella, al capitan Yolles. Recordaba la opinion de este, la noche anterior, de que el hotel habia hecho cuanto habia podido en materia de obligacion publica. Cualquier otra cosa, era de la incumbencia de la Policia.

Entre tragos de cafe, y mientras se vestia, Peter considero los dos asuntos predominantes. Uno era Christine; el otro su propio futuro, si es que lo habia, en el «St. Gregory Hotel».

Despues de lo pasado anoche, comprendio que cualquier cosa que pudiera suceder, lo que mas deseaba era que Christine continuara formando parte de ello. La conviccion que habia estado creciendo en el, ahora era clara y definida. Suponia que se podria decir que estaba enamorado, pero evitaba definir sus sentimientos mas profundos, aun para si mismo. Ya una vez, lo que habia creido que era amor se habia transformado en cenizas. Quiza. Quizas era mejor comenzar con una esperanza y dirigirse a tientas hacia un fin desconocido.

Podia no ser romantico, reflexionaba Peter, decir que se sentia comodo con Christine. Pero era verdad, y en un sentido, tranquilizador. Tenia la conviccion de que los lazos entre ellos se harian mas fuertes a medida que pasara el tiempo. Creia que los sentimientos de Christine se parecian a los suyos.

El instinto le decia que lo que estaba al alcance inmediato debia ser saboreado, no devorado.

En cuanto al hotel, era dificil comprender, ni siquiera ahora, que Albert Wells, a quien habia imaginado un hombrecito agradable y sin importancia, se hubiera revelado como un mogol financiero, que habia tomado el control del «St. Gregory», o que lo haria en el dia de hoy.

Superficialmente, parecia posible que la posicion de Peter se afianzara con este desarrollo inesperado. Se habia hecho amigo del hombrecito y tenia la impresion de que a su vez ese sentimiento era compartido. Pero simpatizar con una persona y tomar decisiones en un negocio, eran dos cosas distintas. Las personas mas agradables podian ser tercas y asperas cuando querian. Tambien parecia poco probable que Albert Wells manejara el hotel en persona, y cualquiera que lo hiciera por el podria tener puntos de vista definidos con respecto a los antecedentes del personal.

Como siempre, Peter decidio no preocuparse de las cosas hasta que sucedieran.

A traves de Nueva Orleans, los relojes hacian sonar sus campanas anunciando las siete y treinta, cuando Peter McDermott llego en un taxi a la mansion Preyscott en Prytania Street.

Detras de las graciosas columnas, la gran casa blanca se destacaba noblemente a la luz del sol mananero. El

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