– Tenemos todas las posibilidades.

Precedidos por los entusiastas terriers, habian caminado por St. Charles Avenue a Canal Street, mucho mas concurrida e iluminada. Luego, doblando hacia el Sudeste, en direccion al rio, simularon interesarse en las vitrinas llenas de colorido de las tiendas mientras los grupos de peatones pasaban en ambas direcciones.

– Por muy desagradables aue sean, hay ciertas cosas que debo saber de la noche del lunes. Esa mujer con quien estabas en el «Iris Bayou». ?Tu la llevaste alli? -pregunto la duquesa en voz baja.

– No. Ella fue en un taxi. Nos encontramos dentro. Luego intente… -el duque habia enrojecido.

– Evitame tus intenciones. Por lo que ella sabe, tu mismo podias haber llegado en un taxi.

– No lo he pensado. Pero supongo que si.

– Despues que yo llegue (tambien en un taxi) lo que puede ser confirmado si fuera necesario, adverti que nuestro coche no estaba alli, lo habias estacionado lejos de ese horrible club. No habia sereno.

– Lo deje lejos a proposito. Supuse que habia menos probabilidad de que te enteraras.

– De manera que no hubo testigos de que condujeras el coche la noche del lunes.

– Recuerda el garaje del hotel. Cuando entramos alguien pudo vernos.

– ?No! Piensa…, te detuviste en la entrada del garaje, y dejaste el coche, como haces con frecuencia. No vimos a nadie. Nadie nos vio.

– ?Y cuando lo sacamos del garaje?

– No pudiste haberlo sacado. No, desde el garaje del hotel. El lunes por la manana lo dejamos en un estacionamiento, fuera.

– Tienes razon -exclamo el duque-. Lo saque de alli por la noche.

La duquesa continuo pensando en voz alta:

– Por supuesto que diremos que llevamos el coche al garaje del hotel despues de usarlo el lunes por la manana. No habra registro de su entrada, pero eso no prueba nada. En cuanto a nosotros, no hemos visto el coche desde el mediodia del lunes.

El duque guardaba silencio mientras continuaba caminando. Con un ademan tomo las correas de los perros, relevando a su esposa. Sintiendo una nueva mano en sus correas, tiraban hacia delante mas vigorosamente que antes.

– En realidad es notable la forma en que todo coincide -comento al fin el duque.

– Es mas que notable. Parece hecho a proposito. Desde el comienzo, todo ha salido bien. Ahora…

– Ahora te propones mandar a otro hombre a la carcel, en mi lugar.

– ?No!

– No podria hacerlo, ni siquiera a el.

– En cuanto a el, te prometo que nada le sucedera.

– ?Como puedes estar segura?

– Porque la Policia tendria que probar que estaba conduciendo el coche en el momento del accidente. No podran hacerlo, como tampoco pueden probar que eras tu. ?No lo comprendes?

Pueden saber que es uno de vosotros dos. Pueden creer que saben cual fue. Pero creer no basta. Hay que tener pruebas.

– Sabes -respondio el con admiracion-, hay momentos en que resultas absolutamente increible.

– Soy practica. Y hablando de ser practica, hay algo que debes recordar. Ese hombre Ogilvie tiene diez mil dolares de nuestro dinero. Por lo menos debemos recibir algo a cambio.

– De paso -pregunto el duque-, ?donde estan los otros quince mil?

– Todavia estan en mi maleta pequena, que esta bajo llave en mi dormitorio. La llevaremos cuando nos vayamos. Ya decidi que podria llamar la atencion si pusieramos el dinero de nuevo en el Banco.

– En realidad piensas en todo.

– No lo hice con respecto a esa nota. Cuando pense que la tenian… debi de estar loca para escribirla.

– No podias preverlo.

Habian llegado al final de la parte mas iluminada de Canal Street. Ahora giraron, volviendo sobre sus pasos hacia el centro de la ciudad.

– Es diabolico -exclamo el duque de Croydon. Habia tomado su ultima copa a la hora de almorzar. Como resultado, su voz estaba bastante mas clara que en los ultimos dias-. Es ingenioso, demoniaco y diabolico. Pero podria, podria ser… que resultara.

20

– La mujer esta mintiendo -afirmo el capitan Yolles-. Pero sera dificil probarlo, si es que lo conseguimos. - Continuo caminando despacio, de uno a otro lado de la oficina de Peter McDermott. Habian venido aqui (los dos detectives con Peter) despues de una ignominiosa salida de la Presidential Suite. Hasta ahora Yolles no habia hecho mas que pasearse y reflexionar mientras los otros dos esperaban.

– Su marido podria quebrantarse -sugirio el segundo detective-, si conseguimos hablar a solas con el.

– No hay la menor posibilidad. Primero, ella es demasiado lista para permitir que eso suceda. Segundo, siendo ellos quienes son y lo que son, tendremos que proceder con cautela -miro a Peter-. No se engane pensando que hay procedimientos policiales distintos unos para los pobres, otros para los ricos e influyentes.

Del otro lado de la oficina, Peter asintio, si bien con una sensacion de indiferencia. Habiendo cumplido con su deber y conciencia, lo que siguiera era asunto de la Policia. A pesar de ello, la curiosidad le hizo preguntar.

– La nota que la duquesa escribio al garaje…

– Si la tuvieramos -exclamo el segundo detective-, seria definitiva.

– ?No es suficiente que el sereno… y Ogilvie declaren bajo juramento que la nota existio?

– Ella diria que era apocrifa, que Ogilvie la habia escrito el mismo -respondio Yolles. Penso un momento y agrego.- Me dijo que era un papel especial. Dejeme ver una hoja.

Peter salio y en un mueble con articulos de escritorio encontro varias hojas. Era un papel grueso, azul palido con el nombre del hotel arriba en relieve. Abajo, tambien en relieve, las palabras Presidential Suite.

Peter volvio y los policias examinaron los papeles.

– Muy bonitos -comento el segundo de los detectives.

– ?Cuanta gente tiene acceso a esto? -pregunto Yolles.

– En forma corriente, pocos. Pero supongo que bastantes mas podrian apoderarse de las hojas si realmente quisieran.

– Eso las elimina -gruno Yolles.

– Hay una posibilidad -exclamo Peter, ante un subito pensamiento; su indiferencia habia desaparecido.

– ?Cual?

– Se que usted me ha preguntado esto y que respondi que una vez que los desperdicios se sacaban, en este caso del garaje, no habia posibilidad de recuperar nada. En realidad pense… me parecio imposible, la idea de localizar un pedazo de papel. Ademas, la nota no era tan importante en aquel momento.

Sabia que los ojos de ambos detectives estaban fijos en su rostro.

– Tenemos al hombre, esta a cargo del incinerador. Muchos desperdicios los maneja a mano. Sera un disparo en la oscuridad y tal vez demasiado tarde.

– ?Por el amor de Dios! -exclamo Yolles-. Vamos a verlo.

Deprisa se dirigieron al piso principal, luego usaron la puerta del personal de servicio para llegar al montacargas que los llevaria abajo. El ascensor estaba ocupado un piso mas abajo y Peter podia oir que descargaban paquetes. Les grito que se dieran prisa.

Mientras esperaban, Bennett, el segundo detective dijo:

– He oido decir que han tenido otros problemas esta semana.

– Hubo un robo ayer a la madrugada. Con todo esto casi lo he olvidado.

– Estuve hablando con uno de los nuestros, quien converso con el detective del hotel… ?como se llama?

– Finegan. Esta reemplazando al jefe. -A pesar de lo serio del asunto, Peter sonrio.- Nuestro jefe titular esta

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