Rapidamente, Keycase desaparecio por la escalera de servicio. Su corazon comenzo a latir mas de prisa. Por fin, cuando ya habia abandonado toda esperanza, la oportunidad que habia buscado se presentaba.

No era una oportunidad con pocas complicaciones. Era obvio que el duque y la duquesa no estarian ausentes mucho tiempo. Y en alguna parte de la suite estaba el secretario. ?Donde? ?En una habitacion separada con la puerta cerrada? ?Estaria en cama? Tenia el aspecto de un Milquetoast [2] que podria retirarse temprano.

Cualquiera que fuera el riesgo de un encuentro, tenia que correrlo. Keycase sabia que si ahora no lo hacia, sus nervios no soportarian otro dia de espera.

Oyo las puertas del ascensor que se abrian y se cerraban. Con cautela volvio al corredor. Estaba silencioso y vacio. Caminando sin hacer ruido, se acerco a la Presidential Suite.

Su llave especialmente hecha dio vuelta con facilidad, como lo hizo antes, esa misma tarde. Abrio una de las puertas dobles entonces con suavidad, libero la presion y saco la llave. La cerradura no hizo ruido, tampoco la puerta cuando la abrio lentamente.

Delante habia un pasillo, mas alla una habitacion grande. A derecha e izquierda dos puertas, ambas cerradas. A traves de la que daba a la derecha podia oir lo que parecia una radio. No habia nadie a la vista. Las luces de la suite estaban encendidas.

Keycase entro. Se calzo los guantes, luego cerro y echo la llave a la puerta exterior detras de el.

Se movia con cuidado, y sin perder tiempo. El alfombrado del pasillo y de la sala apagaban sus pasos. Atraveso la sala hacia otra puerta que estaba entreabierta. Como habia supuesto Keycase, llevaba a dos espaciosos dormitorios, cada uno con su cuarto de bano y una sala de vestir en el medio. En los dormitorios, asi como en todas partes, las luces estaban encendidas. No podia equivocarse con respecto al dormitorio de la duquesa.

Sus muebles incluian una comoda alta, dos entredoses y un amplio armario. Keycase comenzo sistematicamente a buscar en todas partes. No encontro el joyero ni en la comoda alta ni en el primer entredos. Habia muchas otras cosas, pitilleras de oro para la noche, cigarreras y polveras costosas, que si tuviera mas tiempo, y en otras circunstancias, hubiera recogido con alegria. Pero ahora estaba buscando un premio mejor y descartando todo lo demas.

En el segundo entredos abrio el primer cajon. No contenia nada que valiera la pena. El segundo no dio mejor resultado. En el tercero, en la parte superior habia una serie de negligees ordenados, debajo de los cuales se encontraba una caja oblonga de cuero trabajado a mano. Estaba cerrada con llave.

Dejando la caja en el cajon, Keycase utilizo un cortaplumas y destornillador para romper la cerradura. La caja estaba bien hecha y no se podia abrir. Pasaron varios minutos. Consciente de que el tiempo volaba, comenzo a traspirar.

Por fin la cerradura cedio, y abrio la tapa. Debajo, titilando en tal forma que quitaba el aliento, habia dos compartimentos de joyas, anillos, broches, collares, clips, tiaras; todos de metal precioso y la mayoria incrustado de piedras preciosas. Al verlas, Keycase emitio un suspiro. De manera que despues de todo, una parte de la fabulosa coleccion de la duquesa no se habia guardado en la caja fuerte del hotel. Una vez mas la intuicion y el augurio habian resultado ciertos. Con ambas manos tomo las joyas para calcular el valor del robo. En ese mismo momento se oyo la llave que giraba en la cerradura de la puerta exterior.

Su reflejo fue instantaneo. Keycase bajo la tapa del joyero y cerro el cajon. Al entrar habia dejado la puerta del dormitorio semiabierta. A traves de una rendija de dos centimetros pudo ver que era una camarera del hotel trayendo toallas y que se dirigia al dormitorio de la duquesa. La camarera era anciana y caminaba con lentitud moviendo las caderas. Esa lentitud ofrecia una sola y debil oportunidad.

Girando, Keycase se abalanzo a la lampara que estaba al lado de la cama. Encontro el cordon y lo arranco. La luz se apago. Ahora necesitaba algo en la mano que indicara actividad. ?Algo! ?Cualquier cosa!

Contra la pared habia una pequena maleta de diplomatico. La tomo y se dirigio a la puerta.

Cuando Keycase aparecio abriendo la puerta, la camarera retrocedio, llevandose la mano al corazon:

– ?Oh! -exclamo.

– ?Donde ha estado? Debio haber venido mas temprano -rezongo Keycase.

El susto, seguido de la acusacion, la aturdio, tal era el proposito de Keycase.

– Lo siento, senor. Vi que habia gente y…

– Ya no importa. Haga lo que tiene que hacer; ademas, hay una lampara que necesita arreglo -dijo interrumpiendola, haciendo un ademan indicando el dormitorio-. La duquesa la quiere arreglada para esta noche. - Mantuvo el tono de voz bajo, recordando al secretario.

– Oh, vere que se haga, senor.

– Muy bien. -Keycase asintio con frialdad, y salio.

En el corredor trato de no pensar. No lo logro hasta que estuvo en su propia habitacion, 830. Entonces, en total desesperacion, se arrojo sobre la cama hundiendo el rostro en la almohada.

Paso mas de una hora antes de que se preocupara de forzar el maletin que habia traido consigo.

Dentro habia montones de dinero de los Estados Unidos. Todo en billetes pequenos.

Con manos temblorosas conto quince mil dolares.

22

Peter McDermott acompano a los dos detectives desde el incinerador en el subsuelo del hotel hasta la puerta que daba a St. Charles Street.

– Por el momento -previno el capitan Yolles-, me gustaria mantener lo sucedido en el maximo secreto. Ya habra bastantes preguntas cuando acusemos a su hombre, Ogilvie, con lo que sea. No hay objeto en atraer la atencion de la Prensa hasta que sea inevitable.

– Si el hotel pudiera elegir, prefeririamos que no hubiera publicidad -respondio Peter.

– No confie en eso -gruno Yolles.

Peter volvio al comedor principal y descubrio con sorpresa que Christine y Albert Wells se habian marchado.

En el vestibulo lo detuvo el gerente nocturno.

– Mister McDermott, aqui hay una nota de miss Francis para usted.

Estaba en un sobre cerrado y decia simplemente:

Me he ido a casa. Si puedes, ven. Christine.

Decidio ir. Sospecho que Christine estaba ansiosa por hablar de los sucesos del dia, incluyendo la sorprendente revelacion de Albert Wells.

No habia nada mas que hacer esta noche en el hotel. ?O habria algo mas?

De pronto Peter recordo la promesa que habia hecho a Marsha Preyscott al dejarla en el cementerio con tan poca gentileza esa tarde. Le dijo que le telefonearia despues, pero lo habia olvidado hasta ahora. Solo habian transcurrido unas horas desde la crisis de la tarde. Parecian dias, y Marsha era algo, en cierta forma, remoto. Pero suponia que debia llamarla, aunque fuera tarde.

Una vez mas utilizo la oficina del gerente de creditos en el piso principal y marco el numero de Preyscott. Marsha respondio a la primera llamada.

– Oh, Peter. He estado sentada al lado del telefono. He esperado y esperado; luego llame dos veces y deje mi nombre.

Recordo, sintiendose culpable, la pila de mensajes que no habia leido en el escritorio de su despacho.

– Lo lamento mucho, y no puedo explicarlo; por lo menos, todavia no. Excepto que ha sucedido todo tipo de cosas.

– Me lo dira manana.

– Marsha, temo que manana sera un dia muy ocupado…

– Al desayuno -insistio Marsha-; si es que se trata de un dia asi, necesitara un desayuno al estilo de Nueva Orleans. Son famosos. ?Los conoce?

– En general no desayuno.

– Manana lo hara. Y los de Anna son especiales. Mucho mejor, apostaria, que los de su viejo hotel.

Era imposible no estar fascinado con los entusiasmos de Marsha. Y despues de todo, la habia dejado

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