comprometido en otra parte.

– En cuanto al robo no habia mucho en que basarse. Nuestra gente verifico la lista de huespedes, que no arrojo ninguna luz. Si bien hoy sucedio algo curioso. Hubo un asalto en una casa de Lakeview. Un asunto de llave. La mujer perdio las llaves en el centro esta manana. La persona que las encontro debio de ir directamente a la casa. Tenia todas las caracteristicas del robo de un hotel, incluyendo las cosas que se llevo, y no habia impresiones digitales.

– ?Se ha arrestado a alguien?

– No se descubrio hasta unas cuantas horas despues. Sin embargo, hay una pista. Un vecino vio un coche. No recordaba nada excepto que la matricula era verde y blanca. Cinco Estados usan matriculas con esos colores… Michigan, Idaho, Nebraska, Vermont, Washington… y Saskatchewan en Canada.

– ?Entonces en que forma puede servir?

– Durante dos dias, todos nuestros agentes buscaran coches con esas matriculas. Los detendran y verificaran. Podria descubrirse algo. En alguna ocasion hemos sido afortunados con mucho menos como referencia.

Peter asintio, si bien con alguna frialdad. El robo se habia perpetrado hacia dos dias. Por el momento muchas otras cosas parecian mas importantes.

Un momento despues llego el ascensor.

El rostro de Booker T. Graham, brillante de sudor reboso de alegria, al ver a Peter McDermott, el unico miembro del personal ejecutivo del hotel que se molestaba en visitar el recinto incinerador, bien abajo en el subsuelo. Las visitas, aunque poco frecuentes, eran atesoradas por Booker T. Graham como ocasiones principescas.

El capitan Yolles arrugo la nariz por el intenso olor a desperdicios, magnificado por el fuerte calor. El reflejo de las llamas bailaba en las paredes sucias de humo. Gritando para hacerse oir sobre el rugir del horno instalado a un costado del recinto, Peter previno:

– Es mejor me que dejen esto a mi. Le explicare lo que quiero.

Yolles asintio. Como los otros que le habian precedido a este lugar, se le ocurrio que la primera impresion del infierno podria ser muy parecida a este momento. Se preguntaba como un ser humano podria vivir en lugares como aquel.

Yolles observaba mientras Peter McDermott hablaba con el corpulento negro que separaba los desperdicios antes de incinerarlos. McDermott habia traido una hoja de papel especial de la Presidential Suite y se la mostraba. El negro asintio y tomo la hoja, reteniendola, pero su expresion era dubitativa. Senalo las docenas de barriles llenos de basura que los rodeaban. Yolles observo al entrar que tambien habia otros recipientes alineados fuera, sobre carretillas. Comprendio por que antes, McDermott habia desechado la posibilidad de localizar un pedazo de papel. Ahora, en respuesta a una pregunta, el negro sacudio la cabeza. McDermott volvio al lado de los dos detectives.

– La mayor parte de esto -explico-, es el desperdicio de ayer, recogido hoy. Una tercera parte de lo que ha entrado ya esta quemado y no podemos saber si lo que queremos estaba o no alli. En cuanto al resto, Graham tiene que arrojarlo al incinerador separando cosas que salvamos, como cubiertos y botellas. Mientras esta haciendo eso, vigilara por si ve un papel como la muestra que le he dado, pero como puede advertir, es un trabajo insolito. Antes de que los desperdicios lleguen aqui, se comprimen y gran parte se moja, lo que empapa todo lo demas. Le he preguntado a Graham si quiere que lo ayuden, pero dice que aun hay menos probabilidad de encontrarlo si viene alguien que no esta acostumbrado a trabajar de la manera que el lo hace.

– En ninguno de los casos, haria una apuesta -exclamo el segundo detective.

– Supongo que es lo mejor que podemos hacer. ?Que ha dispuesto para el caso de que el hombre encuentre algo? -pregunto Yolles.

– Llamara arriba en seguida. Le deje instrucciones de que debo ser avisado a cualquier hora. Luego le informare a usted.

Yolles asintio. Mientras los tres hombres se marchaban, Booker T. Graham, tenia las manos en una bandeja plana y grande llena de desperdicios.

21

Para Keycase Milne, la frustracion se sumaba a la frustracion.

Desde temprano esa tarde habia estado vigilando la Presidential Suite. Poco antes de la hora de comer, se habia instalado en el noveno piso cerca de la escalera de servicio, esperando confiado que el duque y la duquesa de Croydon, abandonarian el hotel como hacian casi todos los huespedes. Desde alli tenia una vision clara de la entrada a la suite, con la ventaja de que podia evitar que lo vieran, retrocediendo con presteza por la puerta de la escalera. Hizo esto varias veces cuando los ascensores se detenian y los ocupantes de otras habitaciones iban y venian, aunque en todas las ocasiones Keycase consiguio verlos antes de tener que ocultarse. Asimismo, calculo bien que a esta hora del dia habria poco personal en actividad en los pisos superiores. En caso de cualquier imprevisto, era cosa de bajar al octavo y, si fuera necesario, entrar en su propia habitacion.

Esa parte de su plan habia resultado. Lo que habia andado mal era que durante toda la tarde el duque y la duquesa de Croydon no abandonaron la suite.

Sin embargo, no les habian llevado ningun servicio de restaurante a las habitaciones, por lo cual Keycase permaneceria alli, esperando.

En un momento dado, preguntandose si en alguna forma podria no haber visto salir a los Croydon, Keycase camino con cautela por el corredor y escucho en la puerta de la suite. Oyo voces dentro, incluyendo la de una mujer.

Mas tarde su decepcion aumento con la llegada de visitantes. Parecian venir de uno en uno o de dos en dos, y despues de los primeros, las puertas de la Presidential Suite quedaron abiertas. Pronto los camareros del servicio de habitaciones aparecieron con bandejas de hors d'oeuvre, y el rumor de conversaciones, que iba en aumento, mezclado con el ruido del hielo en los vasos, era audible desde el corredor.

Keycase se asombro aun mas de la llegada de un hombre joven de anchos hombros, de quien penso que era un empleado del hotel. El rostro del hotelero estaba serio, asi como los de los otros dos hombres, que lo acompanaban. Keycase estudio a los tres con cuidado, y a primera vista supuso que el segundo y tercer hombre eran policias. En seguida se tranquilizo pensando que esta idea era producto de su demasiado activa imaginacion.

Los tres recien llegados partieron primero, seguidos una media hora despues por los que quedaban. A pesar del intenso ajetreo de las ultimas horas de la tarde, Keycase estaba seguro de no haber sido visto, salvo quiza, como un huesped mas del hotel.

Con la partida de la ultima visita, el silencio era completo en el corredor del noveno piso. Ya eran cerca de las once de la noche, y era evidente que nada sucederia esta noche. Keycase decidio esperar otros diez minutos antes de partir.

Su estado de animo optimista de la manana temprano, se habia hecho depresivo.

No estaba seguro de si podria arriesgarse a permanecer en el hotel veinticuatro horas mas. Ya habia considerado la idea de entrar en la suite durante la noche o la madrugada; luego la desecho. El riesgo era demasiado grande. Si alguien se despertaba, no concebia ninguna excusa que justificara su presencia en la Presidential Suite. Desde ayer, tambien sabia que tendria que tener en cuenta los movimientos del secretario de los Croydon y la camarera de la duquesa. Se entero de que la camarera tenia su dormitorio en otra parte del hotel y no la habia visto esta noche. Pero el secretario vivia en la suite y era una persona mas que podria despertarse por una intromision nocturna. Tambien estaban los perros (Keycase habia visto a la duquesa sacarlos a hacer ejercicio) que podian dar la voz de alarma.

Se abocaba a la alternativa de esperar un dia mas o abandonar la idea de lograr las joyas de la duquesa.

Entonces, cuando estaba por marcharse, aparecieron el duque y la duquesa de Croydon precedidos de los Bedlington terriers.

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