propios instintos habian probado ser muy poco seguros, antes. Quizas en este momento, estaba cometiendo un error que muchos anos despues recordaria y lamentaria. ?Como poder estar seguro de nada, cuando con frecuencia ocurre que se conoce la verdad demasiado tarde?
Sintio que Marsha estaba proxima a llorar.
– Perdoneme -dijo en voz baja. Se levanto y se alejo aprisa de la galeria.
Peter, sentado alli, deseo haber hablado con menos franqueza suavizando sus palabras con la simpatia que sentia por esta muchacha solitaria. Se preguntaba si volveria. Despues de unos minutos, al no hacerlo Marsha, aparecio Anna:
– Me parece que va a terminar el desayuno solo, senor. No creo que miss Marsha vuelva.
– ?Como esta?
– Esta llorando en su dormitorio. -Anna se encogio de hombros.- No es la primera vez, supongo que tampoco sera la ultima. Es una costumbre que tiene cuando no consigue todo lo que quiere -retiro los platos con los lomitos-. Bien, le servire el resto.
– No, gracias. Tengo que marcharme.
– Entonces le traere el cafe.
Alla en el fondo, Ben estaba ocupado y fue Anna quien le llevo el
– No se preocupe demasiado, senor. Cuando pase el primer momento hare lo que pueda. Miss Marsha tiene demasiado tiempo para pensar, en si misma. Si su padre estuviera mas aqui, tal vez Tas cosas fueran de otra manera. Pero no esta. Casi nunca.
– Es usted muy comprensiva.
Peter recordo lo que Marsha le habia referido acerca de Anna: como de muchacha se habia visto obligada a contraer matrimonio con un hombre que apenas conocia; pero la felicidad del matrimonio habia durado mas de cuarenta anos, hasta que el marido de Anna murio el ano pasado.
– Me han hablado de su marido. Debio de ser un gran hombre.
– ?Mi marido? -El ama de llaves se echo a reir.- No he tenido esposo. Nunca, en toda mi vida, he estado casada. Soy una solterona…
Marsha le habia dicho:
Anna todavia reia:
–
– Comprendo. -Peter no estaba seguro de comprender, pero se sintio aliviado.
Ben lo acompano a la puerta. Eran mas de las nueve, y el dia ya se hacia caluroso. Peter camino con rapidez hacia St. Charles Avenue desde donde se dirigio al hotel. Esperaba que la caminata le quitara la sonolencia que podia sentir despues de semejante comida. Lamentaba mucho no volver a ver a Marsha, y le tenia lastima por una razon que no alcanzaba a comprender. Se pregunto si alguna vez entenderia a las mujeres. Lo dudaba.
2
El ascensor numero cuatro funcionaba otra vez. Cy Lewin, su ascensorista diurno, estaba cansandose de los caprichos de este numero cuatro, que habian comenzado hacia poco mas de una semana y parecian empeorar.
El domingo ultimo el ascensor se habia negado a responder a sus controles, aun cuando tanto las puertas de la cabina como las de afuera estaban bien cerradas. El reemplazante le habia dicho a Cy que lo mismo habia pasado el lunes por la noche, cuando mister McDermott, el subgerente general, estaba en el ascensor.
Luego, el miercoles, habia habido un inconveniente que dejo al numero cuatro fuera de servicio durante algunas horas. Mal funcionamiento del embrague, habia dicho el mecanico, o lo que fuera; pero el trabajo de reparacion no evito que volviera a suceder el dia siguiente, cuando en tres distintas ocasiones el numero cuatro rehuso abandonar el piso decimoquinto.
Ahora ese ascensor se ponia en marcha y se detenia espasmodicamente en cada piso.
No era asunto de Cy Lewin saber que era lo que andaba mal. Tampoco le importaba mucho, si bien habia oido protestar al jefe de mecanicos, Doc Vickery, sobre «remendar y remendar» diciendo que lo que necesitaba eran «cien mil dolares para desarmar y volverlo a armar». Bien,
Pero como veterano del «St. Gregory» tenia derecho a cierta consideracion, y manana solicitaria que lo pasaran a uno de los otros ascensores. ?Por que no? Habia trabajado veintisiete anos en el hotel como ascensorista antes de que algunos mequetrefes que andaban por ahi hubieran nacido. Desde manana, que otro se ocupara del numero cuatro y sus problemas.
Era poco antes de las diez, y el hotel se estaba llenando de gente. Cy Lewin tomo una carga de pasajeros desde el vestibulo (la mayoria de las personas de la convencion con sus nombres en las solapas), deteniendose en todos los pisos hasta el decimoquinto, que era el mas alto del hotel. Al bajar, el ascensor estaba lleno en toda su capacidad cuando llegaron al piso noveno, de manera que sin detenerse se deslizo hasta el vestibulo principal. En este ultimo viaje Cy advirtio que el espasmo habia cesado. Bien, por lo menos
No podia estar mas equivocado.
Muy arriba sobre Cy Lewin, colgada como un nido de ave de rapina en el techo del hotel, estaba la cabina de control de los ascensores. Alli, en el corazon mecanico del ascensor numero cuatro, un pequeno rele electrico habia llegado al limite de su vida util. La causa, desconocida e insospechada, es un pequeno vastago del tamano de un clavo comun.
El vastago estaba atornillado a la cabeza de un piston pequenisimo, que, a su vez, actuaba sobre un trio de interruptores. Uno de ellos aplicaba y liberaba los frenos; el segundo proveia de energia al motor; el tercero controlaba un circuito generador. Cuando los tres funcionaban, el ascensor se deslizaba con suavidad para arriba y para abajo respondiendo a sus controles. Pero si no habia mas que dos interruptores trabajando (y el que no trabajaba era el que controlaba el motor del ascensor) la cabina podia caer por su propio peso. Solo una cosa podia ser la causa de ese desastre: la excesiva longitud del vastago y el piston.
Durante algunas semanas el vastago habia estado trabajando suelto. Con movimientos tan infinitesimales que cien podrian igualar el espesor de un cabello humano, la cabeza habia girado, lenta pero inexorablemente, destornillandose el vastago. El efecto fue doble. El vastago y el piston aumentaron su longitud total. Y el interruptor del motor apenas funcionaba.
Asi como un grano de arena final inclinara la balanza, en este momento la mas ligera vuelta del piston aislaria el motor del interruptor.
El defecto habia sido la causa por la cual el numero cuatro funcionaba en la forma irregular que Cy Lewin y los otros habian notado. El equipo de mantenimiento habia tratado de localizar el problema, pero no lo habia logrado. Casi no podia culparseles. Habia mas de sesenta reles en un solo ascensor, y veinte ascensores en todo el hotel.
Tampoco habia observado nadie que dos artefactos de seguridad dentro de la caja misma estaban trabajando mal.
A las diez y diez del viernes, el ascensor numero cuatro estaba, como vulgarmente se dice, colgado de un hilo.